Peter Tremayne - Sufrid, pequeños

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En esta tercera entrega de la serie sobre sor Fidelma de Kildare, Tremayne nos traslada al espacio natural de la monja detective, la Irlanda del siglo VII, regida por sus peculiares leyes brehon y en la que la Iglesia celta permite la convivencia de hombres y mujeres en los monasterios. De hecho, el celibato no era un concepto muy popular por aquellos lares.
En esta ocasión, Fidelma debe esclarecer la más que sospechosa muerte de un reputado erudito, el venerable Dacán, en la abadía de Ross Alitihir; una muerte que puede tener funestas consecuencias e incluso desencadenar una guerra entre los reinos de Laigin y Osraige. Sin embargo, todo parece indicar que hay algo más que una intriga política tras el asunto.
Sor Fidelma deberá luchar contra el tiempo.

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– ¿Por eso me has llamado? -preguntó la muchacha-. ¿Porque nuestro primo se está muriendo?

Colgú sacudió la cabeza rápidamente en señal de negación.

– El rey Cathal me mandó que enviara a alguien a buscarte antes de sucumbir a las fiebres de la peste. Ahora que él no puede informarte, me toca a mí hacerlo.

Se acercó hasta ella y la tomó por el codo.

– Pero primero has de descansar de tu viaje. Luego habrá mucho tiempo para eso. Ven, he ordenado que te preparen tu antigua habitación.

Fidelma intentó reprimir un suspiro de impaciencia.

– Me conoces muy bien, hermano. Sabes que no voy a descansar mientras quede un misterio por explicar. Me pica la curiosidad. Ven, explícame qué es este misterio y luego descansaré.

Colgú estaba a punto de hablar, pero se oyeron unas voces al otro lado de la puerta. Se oyó un ruido de pelea y, mientras Colgú se dirigía hacia la puerta para preguntar qué sucedía, ésta se abrió de repente y se encontró con Forbassach de Fearna justo bajo el marco. Tenía la cara roja y respiraba pesadamente con esfuerzo.

Detrás de él estaba el joven soldado Cass frunciendo el ceño con ira.

– Perdonadme, señor. No he podido detenerlo.

Colgú se quedó frente al enviado del rey de Laigin con rostro disgustado.

– ¿Qué significa esta demostración de malos modales, Forbassach? Por lo que veo, habéis perdido la compostura.

Forbassach levantó su barbilla. No abandonó su actitud arrogante y despectiva.

– Necesito una respuesta que llevar a Fianamail, el rey de Laigin. Vuestro rey está a punto de morir, Colgú, de modo que os toca a vos responder a las acusaciones de Laigin.

Fidelma mantenía una expresión inmóvil en su rostro para disimular la frustración, pues no entendía el significado de aquella confrontación.

Colgú estaba rojo de ira.

– Cathal de Muman aún está vivo, Forbassach. Mientras viva, su voz es la que ha de responder a vuestra acusación. Ahora habéis violado la hospitalidad de esta corte. Como tánaiste, exijo que os retiréis inmediatamente de este lugar. Cuando la corte de Cashel tenga que comunicarse con vos, seréis citado a oír su voz.

Los delgados labios de Forbassach se retorcieron hasta dibujar una sonrisa sarcástica.

– Sé que lo único que buscáis es retrasar la respuesta, Colgú. Nada más ver la llegada de vuestra hermana, Fidelma de Kildare, me di cuenta de que queréis demoraros y buscar evasivas. No os servirá de nada. Laigin sigue exigiendo una respuesta. ¡Laigin exige justicia!

Los músculos faciales de Colgú luchaban para controlar su ira.

– Fidelma, enséñame las leyes -dijo dirigiéndose a su hermana sin quitar los ojos de Forbassach-. Este enviado de Laigin ha transgredido, así lo creo yo, los límites de la sagrada hospitalidad. Se ha metido donde no debía y ha insultado. ¿Puedo ordenar que lo aparten de esta corte?

Fidelma echó una mirada al desdeñoso brehon de Fearna.

– ¿Os disculpáis por haber entrado sin autorización en una estancia privada, Forbassach? -preguntó la muchacha-. ¿Y os disculpáis por vuestras maneras ofensivas hacia el presunto heredero de Cashel?

La barbilla de Forbassach se elevó y éste frunció todavía más el ceño.

– Yo no.

– Entonces vos, como brehon, debéis conocer la ley. Os echarán de esta corte.

Colgú lanzó una mirada al guerrero llamado Cass y asintió muy levemente con la cabeza.

El hombre alto puso su mano sobre el hombro de Forbassach.

El enviado de Laigin se retorció al sentir que lo agarraban y se puso rojo.

– Fianamail de Laigin se enterará de este insulto, Colgú. ¡Servirá para agravar vuestra culpabilidad cuando seáis juzgado ante la asamblea de Rey Supremo de Tara!

El soldado había hecho girar sobre sus talones al enviado de Laigin y lo impulsaba puertas afuera sin hacer excesiva fuerza. Luego, dirigiendo un gesto de disculpa a Colgú, cerró la puerta tras ellos.

Fidelma se volvió hacia su hermano, que se había relajado y ya no mantenía una postura rígida, y mostró su perplejidad.

– Me parece que ya es hora de que me expliques lo que está sucediendo realmente. ¿Qué misterio hay aquí? -exigió con calmada autoridad.

Capítulo II

Parecía que Colgú estaba a punto de demorarse una vez más, pero, al ver la luz en los ojos de su hermana pequeña, pensó que era mejor responderle.

– Muy bien -contestó-. Pero vayamos allí donde podamos hablar más libremente y sin el riesgo de sufrir más interrupciones. A muchos de los que guardan rencor a los reyes de Muman les gustaría oír lo que te voy a explicar.

Fidelma alzó las cejas sorprendida, pero no dijo nada. Sabía que su hermano no era exagerado y no lo presionó más. Se lo explicaría en su momento.

Salió de la estancia tras él sin hablar y lo siguió por los pasillos de paredes de piedra del palacio, con sus ricos tapices y adornos espectaculares reunidos a lo largo de los siglos por los reyes Eóganacht. Colgú la condujo a través de una gran estancia que ella reconoció como la tech screptra, el scriptorium o biblioteca del palacio, donde de niña había aprendido a leer y a trazar sus primeras letras. Además de los impresionantes textos manuscritos e ilustrados, la tech screptra contenía algunos de los antiguos libros de Muman. Entre ellos, estaban las «varas de los poetas», varitas de madera de álamo temblón y de avellano sobre las cuales los antiguos escribas habían grabado sus sagas, poemas e historias en ogham, el antiguo alfabeto, que todavía se utilizaba en algunas partes en Muman. En aquella tech screptra, se había despertado la imaginación y el ansia de saber de la niña.

Fidelma se detuvo brevemente y se sintió un poco sobrecogida por la nostalgia y sonriendo por sus recuerdos. Varios hermanos de la fe estaban sentados allí estudiando minuciosamente aquellos mismos libros a la luz de unas velas de sebo humeantes.

Se dio cuenta de que Colgú la estaba esperando con impaciencia.

– Veo que sigues abriendo la biblioteca a los estudiosos de la Iglesia -dijo ella con aprobación al reunirse con él; luego siguieron avanzando.

La gran biblioteca de Cashel pertenecía a los reyes de Muman.

– No podría ser de otra manera, pues somos miembros de la fe -respondió Colgú con firmeza.

– Sin embargo, he oído decir que algunos miembros de la fe de mente estrecha han quemado textos antiguos, las «varas de los poetas», argumentando que estaban escritos por paganos idólatras. En Cashel hay muchos de esos libros. ¿Todavía los protegéis de tal intolerancia?

– ¿Os parece que la intolerancia es incompatible con la fe, hermanita? -observó Colgú con ironía.

– Yo así lo diría. Otros no. Me han contado que Coimán de Cork ha sugerido que todos los libros paganos fueran destruidos. Sin embargo, yo digo que tenemos el deber de asegurarnos de que los tesoros de nuestra gente no son incinerados y que se pierden a causa de una intolerancia en boga.

Colgú se rió entre dientes con ironía.

– En cualquier caso, se trata de una cuestión académica. Coimán de Cork ha huido de su reino por temor a la peste. Su voz ya no cuenta.

Colgú siguió conduciéndola por detrás de la tech screptra y luego a través de la diminuta capilla de la familia. Había varias historias que se contaban en la familia de Fidelma de cómo el mismo san Patricio había llegado a Cashel y había conseguido la conversión de su antepasado, el rey Conall Corc, a la nueva fe. Una historia explicaba que había usado el trébol del prado, el seamróg, para demostrar la idea de la Santísima Trinidad a Conall. No es que fuera un concepto difícil de entender, pues todos los dioses paganos de la antigua Irlanda eran reyes trinos, siendo tres personalidades en un dios.

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