– ¿Sí? ¿Cuántas cuchilladas?
– Siete, aunque a primera vista no las percibí.
– ¿Decís que estaba boca arriba? ¿Recordáis cómo estaba la manta? ¿Tenía la manta por encima o él estaba encima de ella?
Tóla sacudió la cabeza, algo sorprendido por la pregunta.
– Estaba totalmente vestido encima de la manta.
– ¿La sangre había manado del cuerpo sobre la manta y la había manchado?
– No, las heridas sangraban mucho, pero, como el hombre estaba boca arriba, la sangre se había quedado principalmente sobre el pecho.
– ¿La manta, entonces, no se utilizó para transportar el cuerpo ni limpiarle la sangre?
– No, que yo sepa. ¿Por qué os preocupa tanto esa manta?
Fidelma no hizo caso de la pregunta y le indicó que continuara.
– Cuando el cuerpo ya se hubo llevado al depósito y ya estaba lavado, pude confirmar lo que había visto al principio. Había siete heridas de cuchillo en el pecho, alrededor del corazón y en el mismo corazón. Cuatro de ellas eran golpes mortales.
– ¿Eso os sugiere que se produjo un ataque sañudo? -musitó Fidelma.
Tóla la miró como valorando la pregunta.
– Parece indicar un ataque con rabia. A sangre fría, el atacante no tenía más que asestar un golpe en el corazón. Después de todo, el viejo tenía las manos y los pies atados.
Fidelma frunció los labios pensativa y asintió.
– Continuad. ¿Había alguna indicación de cuándo se había llevado a cabo ese acto?
– Sólo puedo decir que cuando examiné el cuerpo el ataque no había sido reciente. El cuerpo resultaba casi frío al tacto.
– ¿No había señal del arma?
– Ninguna.
– ¿Podéis mostrarme exactamente cómo yacía el cuerpo sobre la cama? ¿Os importaría?
Tóla le lanzó una mirada de curiosidad y luego se encogió de hombros. El hermano entró en la habitación, mientras ella se quedaba en la puerta sosteniendo bien alta la lámpara para poder verlo todo. Él se colocó en una posición reclinada sobre la cama. Fidelma percibió, con interés, que no se quedaba totalmente estirado sobre la cama sino sólo de cintura para arriba; la parte inferior de su cuerpo colgaba del borde de la cama de manera que los pies le llegaban al suelo. Por lo tanto, la parte superior formaba un ángulo. Tóla había colocado las manos a su espalda para que se entendiera que estaban atadas. La cabeza estaba echada para atrás y los ojos cerrados. La posición daba a entender que a Dacán lo habían atacado mientras estaba de pie y que simplemente había caído de espaldas sobre la cama que tenía detrás.
– Os estoy agradecida, Tóla -dijo Fidelma-. Sois un testigo excelente.
Tóla se levantó de la cama y su voz se oyó seca y carente de expresión.
– He trabajado antes con un dálaigh, hermana.
– Entonces, cuando entrasteis aquí, os fijaríais en el estado de la habitación…
– No con atención -confesó el hermano-. Mis ojos se dirigieron al cadáver de Dacán y lo que había causado su muerte.
– Intentad recordar, si podéis. ¿Estaba la estancia ordenada o estaba revuelta?
Tóla echó una mirada alrededor, como intentando recordar.
– Ordenada, diría yo. La lámpara que había sobre la mesa todavía ardía. Sí, ordenada, como lo está ahora. Yo creo, por lo que he oído, que el venerable Dacán era un hombre extremadamente meticuloso, ordenado hasta el punto de llegar a ser obsesivo.
– ¿Quién os dijo eso? -inquirió Fidelma.
Tóla se encogió de hombros.
– El hermano Rumann, creo. Se encargó de la investigación posteriormente.
– Ya sólo os molestaré un poco más -dijo Fidelma-. Hicisteis retirar el cuerpo y lo examinasteis. ¿Tocasteis la lámpara? Por ejemplo, ¿la rellenasteis de aceite?
– La única vez que toqué la lámpara fue para apagarla cuando sacamos el cuerpo de Dacán de la habitación.
– Es de suponer que Dacán fue enterrado aquí en la abadía.
Con gran sorpresa para Fidelma, Tóla sacudió la cabeza en señal de negación.
– No, el cuerpo se transportó a la abadía de Fearna a petición del hermano de Dacán, el abad Noé.
Fidelma se quedó pensativa por un momento.
– Yo creía que el abad Brocc se había negado a enviar las pertenencias de Dacán a Laigin, sabiendo que se iba a llevar a cabo una investigación -dijo secamente-. Esto parece algo contradictorio, que se quedara con las pertenencias de Dacán pero que enviara el cuerpo a Laigin.
Tóla se encogió de hombros mostrando inseguridad.
– Tal vez la razón esté en que un cadáver no se puede conservar -respondió con una sonrisa ceñuda-. De todas maneras, para entonces, el hermano Midach, nuestro médico principal, había regresado a la abadía y se ocupó de los preparativos. Él fue quien autorizó el traslado del cuerpo.
– ¿Decís que eso fue casi seis días más tarde?
– Así es. Había llegado un barco de Laigin para reclamar el cuerpo. Por supuesto, para entonces, ya habíamos colocado el cuerpo en nuestra cripta, una cueva en la colina de detrás de nosotros donde se entierra a los abades de este monasterio. Depositamos el cadáver en el barco procedente de Laigin y es de suponer que las reliquias del venerable Dacán estén ahora en Fearna.
Fidelma sacudía la cabeza perpleja.
– ¿No resulta curioso que Laigin se enterara con tanta rapidez de la muerte de Dacán y con tanta presteza exigiera el retorno de su cuerpo? ¿Decís que el barco de Laigin llegó aquí seis días después del crimen?
Tóla se encogió de hombros.
– Somos un asentamiento costero, hermana. Estamos constantemente en contacto con muchas partes del país y, ciertamente, nuestros barcos zarpan hacia Galia, con cuyas gentes comerciamos con frecuencia. El vino de esta abadía, por ejemplo, es importado directamente de Galia. Con buena marea y viento, uno de los rápidos barca puede partir de aquí y estar en la boca del río Breacán en dos días. Fearna está tan sólo a unas horas de la boca del río. Yo he navegado hasta allí varias veces. Conozco bien las aguas de esta costa sur.
Fidelma conocía las posibilidades de los barca, los barcos costaneros de construcción ligera que comerciaban por las costas de los cinco reinos.
– Eso es como decís en condiciones ideales, Tóla -admitió ella-. De todas maneras, me sigue pareciendo que el abad Noé se enteró muy pronto de la muerte de su hermano. Pero, os lo reconozco, podría haber sido así. ¿Así que se devolvió a Fearna el cuerpo de Dacán?
– Cierto.
– ¿Cuándo llegó aquí el barco de guerra de Laigin? El que sigue anclado en la ensenada.
– Unos tres días después de que se fuera el otro barco hacia Fearna con el cuerpo de Dacán.
– Entonces resulta obvio que ambos barcos fueron enviados por Laigin pocos días después de la muerte de Dacán. El rey de Laigin tenía que saber lo que iba a hacer casi tan pronto como recibió la noticia de que Dacán había sido asesinado. -Hablaba medio para sí misma, como para aclarar sus ideas.
A Tóla no creyó que le pidiera su parecer.
Fidelma suspiró profundamente al ponderar las dificultades del caso. Finalmente habló.
– ¿Cuando examinasteis el cuerpo de Dacán, hubo alguna cosa más que os llamara la atención?
– ¿Como qué?
– No lo sé -confesó Fidelma-. ¿Había algo raro?
Tóla hizo un gesto negativo.
– Tan sólo las cuchilladas que le causaron la muerte; eso es todo.
– ¿Pero no había magulladuras, ni señales de lucha anterior a que lo ataran? ¿Ni marcas de que lo agarraran con fuerza para atarlo? ¿Ninguna marca de que lo golpearan y dejaran inconsciente para poder atarlo?
La expresión de Tóla cambió al ver por dónde iba Fidelma.
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