– De momento, no -contestó Bosch, que había decidido no revelar más información sin recibir nada a cambio-. Ya te he dicho que acabamos de empezar.
– Muy bien. Mañana haré más indagaciones. Si encuentro algo, te llamo, ¿vale?
– Vale.
– Hasta mañana, pues -se despidió Carbone, pero en seguida añadió-: ¿Quieres saber lo que pienso? Pues que el tío se había ido de pícnic con la mujer de otro. Hay muchos casos que parecen obra de un profesional y luego no lo son, ¿me entiendes?
– Sí, te entiendo. Hasta mañana.
Bosch se aproximó a la parte trasera del Rolls. En cuanto vio las manchas de cerca, se dio cuenta de que se trataba de las marcas producidas al pasar un paño. Por lo visto, alguien había limpiado el coche de arriba abajo. No obstante, cuando Donovan pasó la vara por encima del parachoques, el láser reveló la huella incompleta de un zapato sobre el metal cromado.
– ¿Alguien ha…?
– No -se adelantó Bosch-. Nadie ha puesto el pie.
– Está bien. Aguántame el láser.
Bosch obedeció mientras Donovan se agachaba y sacaba unas cuantas fotos, modificando los parámetros de exposición para asegurarse de que obtenía al menos una imagen nítida de aquella pisada.
La huella correspondía a la parte delantera del zapato y se apreciaba un círculo del que irradiaban varias líneas. En la sección correspondiente al puente del pie había una cuadrícula y finalmente la huella quedaba cortada por el borde del parachoques.
– Parece una zapatilla de tenis -concluyó Donovan-. O un zapato de trabajo.
Después de sacar fotos, el perito volvió a pasar el láser por el maletero, pero no halló nada aparte de las marcas dejadas por el paño.
– De acuerdo. Ábrelo -ordenó Donovan.
Bosch, que llevaba una linterna de bolsillo para guiarse en la oscuridad, se acercó a la puerta del conductor y tiró de la palanquita que abría el maletero. Poco después el hedor a muerte invadía toda la nave.
A Bosch le pareció que el cadáver no se había movido durante el traslado. No obstante, presentaba un aspecto mucho más fantasmagórico a la dura luz del láser. La cara parecía la calavera de uno de esos esqueletos fluorescentes de los parques de atracciones. Y la sangre de la herida parecía más negra; todo lo contrario de las astillas de hueso, que eran de un blanco reluciente.
En la ropa brillaban algunos cabellos e hilos finos. Bosch se acercó con unas pinzas y un tubo de plástico -como los usados para guardar monedas de cincuenta centavos- y fue recogiendo las posibles pruebas. Era un trabajo minucioso, aunque poco interesante puesto que ese tipo de fibras se podían encontrar en cualquier persona en cualquier momento. Cuando hubo acabado, Bosch le dijo a Donovan:
– La cazadora. La levanté yo para buscar la cartera.
– Vale. Vuélvela a colocar como estaba.
Bosch lo hizo y, allí, en la cadera de Aliso, apareció otra pisada. Era muy parecida a la del parachoques, pero más completa. En el talón se apreciaban unas líneas que irradiaban de un círculo, en cuyo interior parecía estar grabado el nombre de la marca. Desgraciadamente era totalmente ilegible.
Tanto si lograban identificar el zapato como si no, Bosch sabía que era un buen hallazgo ya que aquello significaba que el asesino había cometido un error. Uno como mínimo. Al menos eso les hacía abrigar la esperanza de que tarde o temprano aparecerían otras equivocaciones que los conducirían hasta el culpable.
– Coge el láser.
Bosch lo hizo y Donovan volvió a fotografiar el cadáver.
– Estoy sacando fotos para el informe, pero antes de que se lo lleven le quitaremos la chaqueta -explicó el perito.
A continuación Donovan pasó el láser por la cara interna de la puerta del maletero, lo cual provocó la aparición de varias huellas dactilares, casi todas de pulgares. Alguien debía de haber apoyado la mano mientras cargaba o descargaba cosas. Muchas de las huellas se superponían, lo cual indicaba que eran viejas. Bosch dedujo que seguramente pertenecían a la propia víctima.
– Haré unas fotos, pero no te hagas ilusiones - le advirtió Donovan.
– Ya lo sé.
Finalmente Donovan depositó la vara y la cámara encima de la caja del láser.
– Vale, ¿por qué no sacamos al tío del coche, lo ponemos allá y le damos una pasada rápida con el láser antes de que se lo lleven?
Sin esperar una respuesta, el perito volvió a encender los fluorescentes y todos se taparon los ojos con las manos, deslumbrados por aquella luz cegadora. Momentos más tarde, Matthews y sus ayudantes comenzaron a trasladar el cadáver a una camilla con ruedas donde habían desplegado una bolsa de plástico negra.
– Es un tipo tranquilo, ¿no? - bromeó Matthews cuando depositaron el cuerpo.
– Sí - convino Bosch - . ¿Qué opinas?
– Yo diría que entre cuarenta y dos y cuarenta y ocho horas. Déjame echar un vistazo y te cuento.
Pero antes de que pudiera hacerlo, Donovan volvió a apagar la luz y comenzó a recorrer todo el cuerpo con el láser, empezando por la cabeza. Aquella luz blanca hacía que las lágrimas que se acumulaban en las cuencas oculares brillaran con fuerza. En el rostro del hombre también descubrieron un par de cabellos y fibras, que Bosch recogió de inmediato, y una ligera abrasión en la mejilla derecha, oculta hasta entonces por la postura del cuerpo en el maletero.
– Podrían haberle pegado o tal vez lo hicieron al meterlo en el maletero - dijo Donovan.
De pronto, el perito se animó.
– Vaya, vaya.
La luz del láser mostraba la huella de toda una mano en el hombro derecho de la cazadora de cuero y dos pulgares borrosos, uno en cada solapa. Donovan se agachó para examinar las huellas de cerca.
– Este cuero está tratado con una sustancia que no absorbe los ácidos de las huellas dactilares. Hemos tenido mucha suerte, Harry. Si el tío llega a llevar cualquier otra chaqueta, ya te podrías olvidar. La mano está perfecta y los pulgares no han… Bueno, creo que podemos recogerlo todo con un poco de cola. A ver debajo de las solapas.
Bosch alzó cuidadosamente la solapa izquierda, dejando a la vista cuatro huellas más. Lo mismo ocurrió al levantar la derecha. Estaba claro que alguien había agarrado a Tony Aliso por las solapas.
Donovan silbó.
– Parecen dos personas distintas. Mira el tamaño de los pulgares de la solapa y el de la mano en el hombro. Yo diría que la mano es más pequeña, quizá de una mujer, no lo sé. En cambio, las manos que cogieron a este hombre por las solapas eran muy grandes.
Donovan sacó unas tijeras de una caja de herramientas y, con mucho cuidado, cortó la cazadora para poder quitársela al cadáver. A continuación Bosch la sostuvo mientras Donovan la recorría con el láser, pero no encontraron nada aparte de la pisada y las huellas dactilares que ya habían visto. Bosch fue a colgar la chaqueta en el respaldo de una silla y regresó en el momento en que Donovan pasaba el láser por las extremidades inferiores.
– ¿Qué más? - le preguntó al cadáver - . Venga, cuéntanos más cosas.
En los pantalones aparecieron algunos hilos y manchas viejas, pero nada les llamó la atención hasta que llegaron a las vueltas. Bosch desdobló la de la pernera izquierda y en el pliegue encontró una gran cantidad de polvo y fibras, así como cinco partículas de un material dorado. Bosch las cogió con las pinzas y las metió en otro tubo de plástico. En la vuelta izquierda encontró otras dos partículas iguales.
– ¿Qué es? - preguntó.
– Ni idea. Parece purpurina, pero no lo sé.
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