Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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– ¿Es verdad? -inquirió Pitt sin levantar demasiado la voz.

Un par de ancianos pasaron tras ellos y Pitt olió en la brisa el aroma a humo de cigarro. El sol destellaba sobre el río, en el que hileras de barcazas se dirigían aguas arriba con la marea a favor.

– Sí, desde luego -respondió Jack con emoción-. Además, tiene muchos partidarios. De hecho, lo que cuenta son los partidarios… Tanqueray no es más que el portavoz. Es una de las muchas cuestiones que me preocupan. En realidad, no sé quién está detrás de las presiones para armar a la policía.

– ¿Su proyecto no es la reacción al atentado en Myrdle Street? -quiso saber Pitt.

Jack esbozó una apenada sonrisa.

– Han utilizado ese argumento, pero están demasiado preparados para haberlo conseguido en un par de días. Todavía no han redactado el proyecto, pero ya cuentan con los compromisos y las argumentaciones principales para sustentarlo. Están tanteando a la opinión pública, pero existe un gran acuerdo. A lo largo del último año los delitos callejeros han aumentado. -Miró de soslayo a Pitt y entornó los ojos para protegerse del resplandor del sol-. Todos conocemos a alguien a quien han asaltado, que ha sufrido un incidente desagradable o que simplemente prefiere volver a casa por el camino más largo porque existe la amenaza de la violencia. Es posible que no te hayas dado cuenta porque no estás en la comisaría, sino en la Brigada Especial.

– Para no hablar de la corrupción policial -acotó Pitt sin levantar la voz-. Tampoco había reparado en ella.

– ¿Qué corrupción? -preguntó Jack y frunció el entrecejo-. ¿Dónde? ¿Cómo lo sabes?

– Por los dos anarquistas que detuvimos -respondió Pitt y echó a andar lentamente-. Por eso colocaron la bomba en Myrdle Street… al menos es lo que dicen. Solo pretendían destruir la casa del medio… que pertenece a un policía de Cannon Street. Por lo visto no son muy hábiles con la dinamita. Destruyeron al menos tres casas y hay otras cinco tan dañadas que habrá que demolerlas.

Jack enarcó las cejas.

– ¿Les crees? -preguntó y avanzó junto a Pitt

– Al principio, no. Llevé a cabo personalmente algunas investigaciones y sé que parte de lo que dicen es cierto.

– ¿Y lo demás?

– Todavía no lo sé, pero me propongo averiguarlo.

– ¿La corrupción está muy extendida?

Llegaron al final de la terraza y se volvieron para reanudar la caminata.

– Llega hasta lo más alto -respondió Pitt.

Jack permaneció varios minutos en silencio porque tras ellos caminaban algunos parlamentarios, a tan poca distancia que había el riesgo de que los oyeran. Dos o tres se dirigieron a Jack, que respondió escuetamente. No presentó a Pitt.

– ¿A quiénes te refieres? -preguntó cuando por fin tuvo la certeza de que nadie los oía.

– A Wetron, de Bow Street, y a Simbister, de Cannon Street -contestó Pitt-. No sé si hay alguien más implicado, pero el que importa es Wetron.

Jack no le preguntó por qué era así. Sabía que Wetron era jefe del Círculo Interior porque Pitt se lo había contado durante el episodio de Whitechapel.

– La policía dice que no puede protegernos de los robos ni de la violencia a menos que disponga de más efectivos. -Jack se detuvo y observó el agua alborotada por el viento-. En este momento pide más armas para que sus hombres puedan protegerse y los argumentos son muy poderosos. Todavía no han muerto muchos policías en el cumplimiento del deber, pero todo se andará. No podemos pedir que nos protejan y negarnos a proporcionarles los medios. La próxima vez que hieran gravemente a un agente habrá un clamor generalizado, por no hablar de que habrá más policías que abandonarán el cuerpo. Thomas, la gente está asustada y tiene motivos para ello.

– Lo sé. -Pitt se apoyó en el muro, junto a Jack, y miró el transbordador que pasaba bajo los arcos del puente de Westminster-. De todas maneras, armar a la policía no ayudará, solo empeorará las cosas. Ya disponemos de armas si debemos enfrentarnos a una situación realmente grave, como el asedio en Long Spoon Lane. Si tenemos demasiado poder, tarde o temprano alguien se aprovechará y abusará. Nos separaremos del pueblo, del que se supone que formamos parte.

Jack se mordió el labio.

– Sucederán cosas peores -afirmó apenado-. Todavía no sé cuáles, pero ocurrirán.

– ¿Peores? -Pitt se sobresaltó-. ¿Hay algo peor que una policía corrupta, con armas y competencias para que sus agentes vayan donde les apetezca y puedan registrar a quien les dé la gana sin tener que dar explicaciones? ¡Es como autorizar la creación de un ejército privado!

– No sé, no sé. Solo se trata de un rumor, algo de lo que nadie habla con claridad. De todos modos, estoy convencido de que existe un gran riesgo. Digamos que, al menos, temo que exista. -Se incorporó y se volvió para mirar a su cuñado-. Thomas, el miedo se está generalizando. Se palpa el temor al cambio, a la violencia, a la apatía que nos llevaría a perder lo que tenemos. Es el peor motivo para tomar medidas. Reaccionamos sin tener en cuenta las consecuencias.

Pitt sonrió con amargura y se acordó de Welling y Carmody, así como de Magnus Landsborough, al que no había llegado a conocer.

– Como los anarquistas, que están dispuestos a bombardear un objetivo sin pararse a pensar en el modo de reemplazar lo que se destruye.

– ¿Es eso lo que declararon? -Jack se mostró curioso.

– ¿Te sorprende?

– Según… depende. La vieja teoría de la anarquía no resulta muy práctica, al menos en mi opinión. Hace demasiado hincapié en la bondad inherente al ser humano. Sostiene que los hombres sabios deben controlar su comportamiento al margen de la interferencia de los gobiernos. -Sonrió a su pesar-. El problema es quién decide quiénes son sabios y quiénes no. Además, ¿qué hacemos con los perezosos, los inadaptados o los que, simplemente, no quieren colaborar en el bienestar general? Siempre existirán enfermos, viejos y cortos de entendederas, y no hablemos de los rebeldes. ¿Quién se encargará de ellos? ¿Quién frenará al intimidador, al mentiroso y al ladrón? Tiene que hacerse por consenso general, con lo cual volvemos a la cuestión del gobierno.

– Y de la policía -coincidió Pitt, pese a que lo que Jack acababa de decir acerca del anarquismo era prácticamente desconocido para él.

Esas palabras arrojaron una nueva luz sobre Magnus Landsborough y también sobre Jack. La anarquía era algo que había que tomarse en serio; era una ideología y no una simple manifestación de protesta.

– Hay algo más -apostilló Pitt-. Ayer estuve hablando con Voisey en el dique. Jack se tensó.

– ¡Con Voisey!

Pitt le contó lo que Voisey le había dicho de las ambiciones de Wetron; de escalar posiciones para regir con mano férrea toda la ciudad.

– ¡Dios bendito! -exclamó Jack enérgicamente. Bajó la voz al darse cuenta de que había llamado la atención de un grupo de hombres que pasaba junto a ellos-. ¡Se ha vuelto loco! ¿Lo está? -preguntó con incredulidad-. ¿Qué opina Victor Narraway?

– No lo sé -reconoció Pitt-. Todavía no se lo he dicho.

– ¿Y cuándo te propones comunicárselo?

– Cuando me marche de aquí.

– ¡No confíes en Voisey! -añadió Jack con apremio-. No olvida ni perdona nada. Quería ser presidente de Gran Bretaña y prácticamente fuiste tú quien se lo impidió, con la ayuda de lady Vespasia. Estoy convencido de que tampoco lo ha olvidado.

– Lo sé -confirmó Pitt-. Si Voisey no me hubiera echado, ahora yo sería el jefe de Bow Street en lugar de Wetron. ¿Acaso esto vuelve falaz la acusación contra éste?

Jack lo miró atentamente y palideció. El viento arreció y le agitó los cabellos.

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