– No, Eva Marie, eso no. Tampoco soy drogadicta. Trabajo duramente, como cualquiera, excepto que no pago impuestos.
– ¿Tienes…? ¿Lo sabe mucha gente?
– Sólo mis clientes, y son muchos. Pero la mayoría son fijos. En realidad funciona bien, corre la voz y el negocio florece. No me hincho de orgullo, pero tampoco me avergüenzo.
Calló un instante.
– ¿Qué te parece, Eva? ¿Debo avergonzarme?
Eva negó con la cabeza, pero la mera idea, las primeras confusas y centelleantes imágenes que surgían en su interior al pensar en Maja y su actividad o en ella misma en semejante situación, le revolvían las tripas.
– No, Dios mío, no sé. Ha sido tan… tan inesperado. No comprendo que estés obligada a hacerlo.
– No estoy obligada. Lo he elegido.
– ¿Pero cómo puedes haber elegido algo así?
– Muy sencillo: mucho dinero en poco tiempo, y sin tener que pagar impuestos.
– Pero… ¡y tu salud! Quiero decir, ¿qué haces con tu autoestima cuando te entregas a todo dios?
– No entrego nada en absoluto, lo vendo. Además, hay que separar el trabajo de la vida privada; a mí no me cuesta ningún esfuerzo.
Maja sonrió y Eva se dio cuenta de que sus hoyuelos se habían profundizado con los años.
– Pero, y si tuvieras un marido, ¿qué diría él?
– Tendría que aceptarlo o dejarlo -contestó secamente.
– Pero es una carga muy pesada para soportar año tras año, ¿no? Tiene que haber muchísima gente a la que no se lo puedes decir.
– ¿Tú no tienes secretos en esta vida? Todo el mundo los tiene. Además, no has cambiado nada -añadió-. Todo lo complicas. Te haces demasiadas preguntas. Lo que yo quiero es un pequeño hotel en la costa, tal vez en Normandía. Lo que más me gustaría sería una casa vieja que yo misma pudiera arreglar y reformar. Necesito un par de millones [3], para Año Nuevo los tendré, y entonces me marcharé.
– ¿Un par de millones?
Eva se sentía totalmente abatida.
– Además, he aprendido muchas cosas.
– ¿Qué se puede aprender de eso?
– Bueno, un poco de todo. Si tú supieras… Mucho más de lo que aprendes pintando, me imagino. Si es que aprendes algo, será sólo sobre ti misma. En mi opinión, es un poco egoísta eso de ser artista. Investigarse a sí mismo, o algo así, en lugar de a la gente que te rodea.
– Estás hablando igual que mi padre.
– ¿Qué tal está?
– Regular. Está solo.
– ¿Ah, sí? No lo sabía. ¿Y tu madre?
– Te lo contaré en otra ocasión.
Se callaron y dejaron vagar sus pensamientos. Vistas desde fuera no tenían nada que ver la una con la otra; sólo un ojo agudo descubriría las ataduras que existían entre ellas.
– En el aspecto laboral somos las dos unas marginadas, supongo -dijo Maja-, pero yo al menos gano dinero; para eso trabajamos al fin y al cabo, ¿no? Si no tuviera pasta para tomarme un pastel en una cafetería, no podría sobrevivir. Quiero decir, ¿qué haces tú con tu autoestima?
Eva tuvo que sonreír ligeramente ante esa frase que le era devuelta.
– Estoy fatal -dijo de repente.
No tenía fuerzas para seguir disimulando.
– Tengo ciento cuarenta coronas en el monedero y facturas sin pagar por valor de diez mil en el cajón. Hoy me cortan el teléfono, y no he pagado el seguro de la casa. Pero estoy esperando un dinero, está al llegar. Me han concedido una beca -dijo con orgullo-, del Consejo Estatal de Artistas.
– ¿De manera que vives gracias al seguro social?
– ¡Por Dios, claro que no! -Eva perdió el control-. Voy a recibir ese dinero porque mi trabajo ha sido considerado importante y prometedor, y eso me brinda la posibilidad de seguir trabajando y evolucionando para que antes o después consiga arreglármelas sola artísticamente.
El mensaje llegó.
– Perdóname -dijo Maja mansamente-. Es que desconozco ese mundo. ¿Así que es positivo recibir una beca?
– ¡Naturalmente! Es a lo que todo el mundo aspira.
– Pues yo no recibo ninguna subvención del Estado.
– Ni falta que te hace.
– Voy a por más café.
Eva sacó otro cigarrillo y siguió con la vista la figura redondeada de su amiga. No concebía que Maja se hubiera convertido en eso; esa Maja a quien creía conocer tan bien. Pero ganar un par de millones no estaba mal. ¿Sería verdad? ¿Era tan fácil? Pensó en todo lo que podría hacer con dos millones. Podría pagar todas las deudas, montar una pequeña galería. No, no podía ser verdad, dos millones. Puede que Maja exagerara, aunque no solía mentir. Nunca se mentían la una a la otra.
– ¡Toma! Espero que no te atragantes con el café, ahora que sabes de dónde viene el dinero.
Eva tuvo que reírse.
– No, curiosamente me sabe igual de bien -sonrió.
– Es lo que yo pensaba. ¿Es curioso, verdad? Pero si ése es en esencia el asunto; lo que nos empuja hacia delante es lo que necesitamos, lo que deseamos. Y cuando alcanzamos nuestras metas nos quedamos satisfechos por algún tiempo y luego nos ponemos otras nuevas. Al menos es lo que yo hago. De esa forma noto que estoy viva, que pasa algo y que sigo adelante. Quiero decir, ¿cuánto tiempo llevas en el mismo escalón? ¿Artística y económicamente?
– Ah, bastante tiempo. Al menos diez años.
– Y los años no pasan en balde. Tu situación no parece muy boyante. ¿Qué pintas? ¿Paisajes?
Eva tomó un sorbo de café y se dispuso para un largo discurso de autodefensa,
– Abstracto. Pinto en blanco y negro, y los matices intermedios.
Maja asintió pacientemente.
– Tengo una técnica propia que ha ido evolucionando con los años -prosiguió Eva-. Tenso un lienzo, le doy una primera capa de blanco y luego una capa de gris claro, una capa bástante gruesa, y cuando se seca le doy otra capa de un gris más oscuro. Cuando ésta se seca, le doy una capa todavía más oscura, y así hasta acabar del todo con el negro. Luego lo dejo secar durante mucho tiempo. Al final me encuentro ante una gran superficie negra, y tengo que entrar en ella para obtener luz.
Maja escuchaba con una expresión de cortesía.
– Entonces es cuando empiezo a trabajar -continuó Eva, y empezó a aparecer su pasión. No era muy frecuente que alguien la escuchara de ese modo; era maravilloso, tenía que aprovechar la ocasión-. Saco el cuadro rascando. Trabajo con una antigua rasqueta de pintor y con un cepillo de acero, o, a veces, con lija y cuchillo. Al rascar ligeramente encuentro matices grises, y cuando rasco con fuerza llego hasta lo blanco y obtengo mucha luz.
– ¿Pero qué representa?
– No sé si puedo contestar a esa pregunta. El que mira el cuadro tiene que decidir qué es lo que está viendo. Es como si todo fuera surgiendo por sí solo. No es más que luz y sombra, luz y sombra. Mis cuadros me gustan, me parecen buenos. Sé que soy una gran pintora -dijo con obstinación.
– Al menos no eres modesta.
– No. Es «la necesaria dureza del egoísta productivo». Cita de Charles Morice.
– Creo que no te sigo del todo. Parece interesante, pero no sirve de nada si nadie compra tus cuadros.
– No puedo pintar los cuadros que quiere la gente -dijo Eva con desaliento-. Tengo que pintar los cuadros que yo quiero. Si no, no es arte. No son más que encargos, ilustraciones que la gente quiere tener colgadas sobre el sofá.
– Tengo algunos cuadros en mi casa -dijo Maja con una sonrisa-. Me gustaría saber qué opinas de ellos.
– Mmm… Conociéndote, seguro que son hermosos cuadros ricos en color, de pájaros, flores y cosas por el estilo.
– No te equivocas. ¿Crees que debo avergonzarme?
– Puede, sobre todo si has pagado mucho por ellos.
– Sí, así ha sido.
Eva se rió entre dientes.
Читать дальше