En cuanto al secretario del Partido Li, Chen no quería pensar en él por el momento. Prefería dejar ese problema para más adelante.
Y no había que olvidar que el director Zhong se mantenía en un segundo plano, maquinando toda clase de conspiraciones desde la Ciudad Prohibida.
Parecía más que probable que Jia desconfiara de su historia. Jia era un abogado inteligente y experimentado, y sabía que nadie podría probar nada en su contra de forma convincente mientras él se mantuviera firme.
Al torcer por la calle Jinling Oeste, Chen vio a una anciana que quemaba dinero del más allá dentro de una palangana de aluminio colocada en medio de la acera. Vestida de negro, con prendas de algodón acolchado, la anciana temblaba de frío mientras echaba los lingotes de papel de plata al fuego, uno tras otro, murmurando en un intento desesperado de comunicarse con los muertos. Era la noche de Dongzhi, cayó en la cuenta Chen.
De acuerdo con el calendario lunar chino, Dongzhi tiene lugar en la noche más larga del año, una fecha importante para el movimiento dialéctico del sistema del yin y el yang. Durante su desplazamiento hasta una posición extrema, el yin se convierte en su opuesto, el yang. Según las convenciones, Dongzhi era la noche en la que vivos y muertos volvían a encontrarse.
Durante la infancia de Chen, en la noche de Dongzhi se servía una comida espléndida, aunque los platos colocados sobre la mesa de la ofrenda ancestral no podían probarse hasta que las velas se hubieran consumido, señal de que los muertos ya habían disfrutado de la comida. Chen volvió a pensar en su madre, quien sin duda estaría quemando dinero del más allá sola en su buhardilla.
Tal vez su encuentro con Jia en la noche de Dongzhi no se debiera a una coincidencia: era una señal de que las cosas iban a cambiar.
El camino puede nombrarse,
pero no de una forma corriente.
De repente, la Antigua Mansión apareció ante él.
Una camarera le sujetó la puerta respetuosamente. Era otra chica, y no lo reconoció.
Tanto el Chino de Ultramar Lu como Nube Blanca lo esperaban ya en el vestíbulo. Lu llevaba su terno negro, con una llamativa corbata y un par de anillos con grandes diamantes en los dedos; Nube Blanca vestía el qipao rojo comprado en el Mercado del Templo del Dios de la Ciudad Antigua.
– El propietario del restaurante ha accedido a cooperar en todo -dijo Lu con tono exultante-. Me encargaré de vuestro reservado, así que me quedaré aquí y os prepararé un festín increíble.
– Gracias, Lu -dijo Chen, volviéndose hacia Nube Blanca para entregarle un sobre-. Muchísimas gracias, Nube Blanca. De momento ponte un conjunto diferente, como si fueras una de las camareras del restaurante. Servirás la comida en el reservado. No tienes que quedarte todo el tiempo en la habitación, por supuesto. Ve trayendo todo lo que el señor Lu prepare para la cena. Cuando te dé la señal, entra vestida como la mujer de la fotografía.
– El vestido mandarín rojo -dijo Nube Blanca, abriendo el sobre y examinando las fotografías que había en su interior-. ¿Descalza, con los botones a la altura del pecho desabrochados y las aberturas laterales desgarradas?
– Sí, exactamente así. Rasga las aberturas laterales sin miedo. Ya te compraré otro vestido.
– ¡Santo cielo! -exclamó Lu, mirando de soslayo la foto que Nube Blanca tenía en la mano.
A continuación Chen salió del restaurante y se dirigió al hotel, que estaba a sólo dos o tres minutos a pie.
No tuvo que esperar demasiado bajo el arco del hotel. En menos de cinco minutos vio que un Camry blanco se detenía frente a la entrada del edificio. Otro coche, posiblemente el de Yu, aparcó detrás del Camry, a cierta distancia.
Chen se acercó a Jia, que estaba saliendo del coche, y le tendió la mano. Era un hombre alto de casi cuarenta años, vestido con un traje negro. Su rostro parecía pálido y tenso bajo las luces de neón intermitentes.
– Gracias por venir a pesar de la poca antelación con que lo he avisado, señor Jia. Mi secretaria ha reservado un comedor privado para nosotros en la Antigua Mansión. Está muy cerca. Ha oído hablar del restaurante, ¿verdad?
– ¡La Antigua Mansión! Habrá pasado un buen rato eligiendo restaurante para esta noche, inspector jefe Chen.
No era una respuesta directa, pero revelaba que Jia era consciente de que Chen había investigado a fondo su pasado.
Una camarera los recibió a la puerta del restaurante con una grácil inclinación de cabeza, como si fuera una flor salida del antiguo cuadro que tenía a su espalda.
– Bienvenidos. Esta noche están en su casa.
La aparición en el vestíbulo de varias muchachas que vendían cerveza puso de relieve lo mucho que habían cambiado las cosas.
– En nuestra casa -dijo Jia con sarcasmo, mientras observaba las bandas que llevaban puestas-. Chica Tigre, Chica Qingdao, Chica Baiwei, Chica Sakura.
La camarera los condujo por el pasillo hasta una elegante estancia, posiblemente un solárium acristalado antes de las reformas, ahora convertido en un reservado para clientes especiales. Daba al jardín de atrás, bonito y bien cuidado incluso en pleno invierno. La mesa estaba puesta para dos y los cubiertos brillaban bajo el candelabro de cristal, como un sueño perdido. Sobre la mesa también habían depositado una delicada campanilla de plata. Ocho platillos en miniatura reposaban sobre una bandeja giratoria.
Tras entrar en el reservado, Nube Blanca les sirvió sendas tazas de té y les abrió la carta. Llevaba un vestido negro, sin mangas y con la espalda descubierta.
– Por nuestra extraordinaria historia, señor Jia -exclamó Chen, alzando su taza.
– Nuestra historia -repitió Jia-. ¿Realmente cree que es más importante que su trabajo policial?
– La importancia depende del enfoque que le demos a algo. En mis años de universidad, como probablemente no sepa, la poesía era lo único importante para mí.
– Bueno, yo soy abogado, y los abogados somos gente de ideas fijas.
– Un abogado constituye un buen ejemplo de lo que acabo de decir. Al considerar los pormenores de un caso, lo que a usted le parece muy importante puede que carezca totalmente de sentido para los demás. Hoy en día, el significado depende de la perspectiva individual.
– Parece que esté dando una conferencia, inspector jefe Chen.
– En mi opinión, la historia ha llegado a un punto crítico y ahora es una cuestión de vida o muerte -siguió diciendo Chen-. Por eso creo que la vista del jardín puede proporcionarnos un escenario tranquilo.
– Parece tener una razón para todo. -La expresión de Jia se mantuvo inalterable mientras lanzaba una mirada de soslayo al jardín-. Es un honor que me haya invitado, ya sea como escritor o como inspector jefe.
– Aún no tengo demasiado apetito -dijo Chen-. Quizá podríamos hablar un poco primero.
– Me parece bien.
– Estupendo -respondió Chen, volviéndose hacia Nube Blanca-. Tomaremos el menú especial de la casa para dos. Ahora puedes irte.
– Si me necesitan, toquen la campanita de plata -ofreció ella-. Esperaré fuera.
– Pasemos a nuestra historia -propuso Chen, contemplando la negra cabellera que cubría la espalda desnuda de Nube Blanca mientras ésta salía del reservado-. Permítame decirle esto antes de empezar: está inacabada. Aún no he decidido los nombres de varios personajes del relato. En las novelas de suspense que he traducido, a los desconocidos los suelen llamar en inglés «John Doe». Por comodidad, llamaré a mi protagonista J.
– ¡Muy interesante! Mi nombre, según la fonética pinyin china, también empieza con una jota.
Jia sabía cómo guardar la compostura, e incluso empezaba a dar muestras de un humor desafiante. Aún no había llegado el momento de presionarlo, estimó Chen. Como en el taichi, un luchador experimentado no tiene que empujar con excesiva fuerza a su adversario. El inspector jefe sacó la revista y la puso sobre la mesa.
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