Stuart Kaminsky - Muerte En Invierno

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El detective Mac Taylor es un eficaz investigador del C.S.I. convencido de que todo está relacionado y las personas siempre tienen una historia que contar. Él y su compañera, la detective Stella Bonasera, lideran un equipo de expertos en el cambiante e inestable mundo de la ciudad de Nueva York. Estos dotados investigadores, que ven Nueva York bajo una luz única, siguen las pruebas al tiempo que reúnen pistas y eliminan dudas para, finalmente, resolver los casos. El cuerpo de un hombre de mediana edad aparece en el ascensor de un lujoso edificio del Upper East Side. En un primer momento, Mac Taylor y Aiden Burn no encuentran balas, ni restos de ADN, ninguna pista. Podría tratarse del crimen perfecto Mientras tanto, a unas pocas manzanas, Stella Bonasera y Danny Messer investigan el asesinato de una mujer protegida por el programa de testigos. Los agentes de la ley encargados de su seguridad aseguran que la víctima pasó la noche en su dormitorio del hotel y que la encontraron muerta por la mañana. El equipo C.S.I. de Nueva York deberá reunir las pruebas y resolver estos dos sorprendentes crímenes.

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Stella había comido en el Ming Lo’s al menos una docena de veces, siempre en domingo al mediodía, siempre con algún familiar de paso en Nueva York deseoso de ver algo de la ciudad. La entrada de Ming Lo’s, que estaba en el otro lado del edificio que daba a la calle Mott, tenía unas brillantes luces de neón, y una gran escalera mecánica tras las puertas de cristal. En lo alto de las escaleras había un enorme salón repleto de mesas. Los camareros y camareras chinos empujaban carritos con entremeses para los clientes, la mayoría de ellos chinos, que seleccionaban entre docenas de posibilidades, y comían con palillos o directamente con los dedos. Los familiares de Stella siempre quedaban impresionados.

Se preguntó hasta qué punto les impresionaría a esos mismos familiares ver a un hombre muerto en el callejón.

«Esto es lo que yo hago», dijo imaginando una posible conversación con una tía o un primo. «Le hago preguntas a gente muerta.»

La idea de los entremeses chinos, que por lo general le daban hambre, le hizo sentir unas ligeras náuseas. Tenía el estómago revuelto. Stella se acuclilló junto al cadáver. Danny ya había tomado fotografías del muerto, de la pared y del contenedor de basura.

Don Flack estaba cerca de la puerta trasera del Ming Lo’s, hablando con el operario de la cocina que había encontrado el cuerpo. Claramente asustado, el corpulento hombre respondió en chino, por lo que tuvo que traducirle una joven ataviada con un vestido de seda que temblaba al hablar.

Flack se sacó el abrigo y se lo colocó a la joven sobre los hombros. Ella asintió a modo de agradecimiento. El hombre corpulento hablaba muy rápido, nervioso.

– Sabía que el hombre muerto no era un indigente -tradujo la joven-. Estaba demasiado bien vestido y llevaba el pelo bien cortado.

Flack asintió con su libreta en la mano.

– ¿Vio algo, oyó algo? -preguntó Flack.

La joven tradujo. El hombre corpulento negó enfáticamente con la cabeza.

Flack volvió a mirar el cadáver. Había conocido a Collier, no demasiado bien pero lo suficiente para llamarle por el nombre y sentirse cómodo a su lado al preguntarle por la familia. Don recordaba que Collier no tenía familia, pero su padre y su madre vivían en Queens. El padre de Collier era un policía jubilado.

Danny, Stella y Don se percataron del olor, una mezcla de calor, aroma salado y dulce típico de la cocina china. A Danny le habría gustado pedir wonton frito o algo de eso que tan bien olía. Tal vez podría proponerle a Stella que, cuando acabasen con lo de fuera, entrasen, hiciesen algunas preguntas y comiesen algo.

Stella tocó con cuidado el cuello del muerto y volvió el cuerpo ligeramente. Había poco espacio tras el contenedor, pero logró estirar la mano para hacerse con su pequeño aspirador de mano y usarlo sobre la chaqueta de la víctima, el cuello y el cabello.

Flack no pensaba en comida china. No es que no le gustase, pero no dejaba de pensar en el muerto.

– Gracias -le dijo a la joven.

Ella no tuvo que traducir. El hombre corpulento le echó un vistazo al cadáver y volvió al interior del restaurante a toda prisa. La chica le devolvió el abrigo a Flack. Se miraron a los ojos. Podría haber habido algo, pero él no quiso prestarle atención, no en ese momento, no ahí, no con Collier tumbado en el suelo.

Cuando la chica regresó al restaurante, Flack se volvió y vio cómo Mac Taylor se aproximaba por el callejón, caminando despacio, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo.

Mac se detuvo junto a Danny, miró el cuerpo y a Stella acuclillada junto a él. Mac tenía los labios cerrados y apretados, entrecerró los ojos y contempló el callejón.

– Tiene el cuello roto -dijo Stella.

Volvió el cuerpo hacia un lado. El lugar donde estaba era muy estrecho y el cadáver era ancho de hombros. Ella podría haber pedido ayuda, pero no quiso contaminar el lugar más de lo que ya lo estaba.

– El callejón está lleno de huellas de pisadas sobre la nieve -dijo Danny-. Al menos seis personas diferentes. Tengo todas las huellas.

Danny había utilizado en primer lugar un aerosol de cera para fijar los detalles de las huellas y evitar que se derritiesen. Después había seleccionado todas las huellas, usando para ello una bolsa con polvos mezclados con agua. Se había arrodillado y vertido la mezcla directamente en la huella, y añadido una pizca de sal para detener la fijación del yeso.

– ¿Alguna de un número particularmente grande? -preguntó Mac.

– Un par -dijo Danny-. Una muy clara, ahí.

Danny sabía por qué Mac le había hecho esa pregunta. Collier medía más de un metro ochenta y pesaba más de ochenta kilos. También estaba en buena forma. Hawkes lo pesaría para saber las medidas exactas.

Quienquiera que hubiese matado al detective Collier tenía que ser más fuerte y al menos tan grande como él, si se trataba de un único asesino. De nuevo, Hawkes sería capaz de decir algo más en ese sentido.

Danny señaló hacia el trío de huellas que conducían hacia el contenedor y dos más, aproximadamente del mismo tamaño, que se alejaban. Estas últimas no eran tan profundas como las primeras. Quien había dejado allí el cadáver cargaba con el peso del cuerpo de Collier sobre sus hombros.

– Haz un molde de las huellas que se alejan -dijo Mac-. Mide la densidad de la nieve. Encontraremos una fórmula para asegurarnos de que acarreaba con el cuerpo de Collier. Mira en su billetera. Comprueba si dice algo de su peso.

Danny asintió. No había duda de que las huellas pertenecían al que había acarreado con el cuerpo de Collier, pero debían servir como prueba en un juzgado y Mac quería que todo estuviera confirmado.

Flack se unió a Danny y a Mac y observó trabajar a Stella.

Nadie tuvo que formular la pregunta. De algún modo, los cuatro miembros de la unidad CSI sabían que el asesinato del detective estaba relacionado con el asesinato de Alberta Spanio, la mujer a la que había estado protegiendo hacía unas horas.

Stella se puso en pie y se quitó los guantes.

Mac pudo ver los puntos del contenedor que habían sido espolvoreados en busca de huellas dactilares. Había un montón, pero eso no significaba que alguna de ellas perteneciese a la persona que había dejado allí el cuerpo de Collier.

– No lo mataron aquí -dijo Stella.

Mac asintió.

– No hay huellas de pisadas en la nieve tras el cuerpo -dijo ella-. Si lo hubiesen matado aquí, tendrían que haberle dado la vuelta. Y no hay señal de algo así.

– Ni signos de lucha -dijo Mac.

– Tampoco.

– Tenemos huellas de pisadas -dijo Danny.

Fue Stella quien asintió entonces. Ya no tenía nada más que hacer allí. El resto del trabajo lo realizarían en el laboratorio.

Cada uno de ellos tenía una teoría, la cual estaban dispuestos a modificar con la siguiente prueba.

El primer pensamiento de Black fue que Collier había encontrado una pista sobre el asesinato de Alberta Spanio, la había seguido y el asesino le había pillado por sorpresa.

Danny creía que Collier había visto o recordado algo acerca del asesinato y se lo había dicho a la persona equivocada, o bien el asesino había supuesto que Collier sabía algo que podía desvelar su identidad.

Stella opinaba que Collier podía haberse visto involucrado en el asesinato de Alberta Spanio y que lo habían matado para proteger al asesino o asesinos.

– Ed Taxx -dijo Mac-. Buscadle. Puede estar en la lista del asesino. Si Collier sabía o vio algo que hizo que le matasen, es posible que Taxx sepa lo mismo.

Flack asintió.

– Y tenemos que encontrar a Stevie Guista -añadió Mac echándole un vistazo al cadáver y asintiendo en dirección a los enfermeros que acababan de llegar.

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