P. James - La Sala Del Crimen

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El cuerpo calcinado de una de las personas más estrechamente vinculadas a un pequeño museo privado es el origen de esta nueva investigación de Adam Dalgliesh. La entidad dedicada al período de entreguerras, acoge, además de obras de arte, biblioteca y archivo una inquietante Sala del Crimen donde estudiar los sucesos más sonados de la época, uno de los cuales presenta extrañas semejanzas con el caso en que se ocupa Dalgliesh.

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La sala de interrogatorios en la que entraron era extremadamente pequeña e intimidatoria. Vio una mesa cuadrada con dos pares de sillas enfrentadas y, junto a ella, una especie de equipo de grabación en un soporte.

Como si estuviera leyéndole el pensamiento, la inspectora Miskin dijo:

– Me temo que no es muy acogedor, pero aquí no nos molestará nadie. El comisario Dalgliesh hablará con usted directamente. Sin embargo, la vista es bonita, ¿no cree? Hemos pedido algo de té.

Tally se acercó a la ventana. Debajo, vio las torres gemelas de la abadía y, un poco más allá, el Big Ben y el palacio de Westminster. Los coches se movían como juguetes en miniatura y los peatones eran maniquíes escorzados. Lo observaba todo sin ninguna emoción, pendiente sólo de si la puerta se abría o no.

Dalgliesh entró sin hacer ruido y se acercó a ella, quien se sintió tan aliviada al verlo que tuvo que contenerse para no echar a correr hacia él. La condujo hasta una silla y se sentó enfrente, al lado de la inspectora Miskin.

Sin más preámbulos, Tally anunció:

– He visto al conductor que me derribó de la bicicleta. Hoy he estado en la Cámara de los Lores y lo he visto allí, en los escaños de los diputados independientes. Se llama lord Martlesham.

– ¿Lo oyó hablar? -preguntó Dalgliesh.

– Sí, era el turno de preguntas e intervino. Lo reconocí de inmediato.

– ¿Puede ser más específica? ¿Qué reconoció primero, la voz o el aspecto? Los diputados independientes suelen estar de espaldas a la tribuna del público. ¿Le vio la cara?

– No cuando habló, pero estaban al final del turno de preguntas y él era el último. Después de la réplica y de que hablaran uno o dos parlamentarios más, pasaron a otros asuntos. Fue entonces cuando, al levantarse y volverse para marcharse, vi su cara.

– ¿Está usted completamente segura, señora Clutton? -inquirió la inspectora Miskin-. ¿Tan segura como para someterse a un interrogatorio ante un tribunal y no titubear en su respuesta?

El comisario Dalgliesh miró fijamente a Tally.

– Completamente segura -contestó ella. Hizo una pausa y preguntó, tratando de disimular la ansiedad de su voz-: ¿Tendré que identificarlo?

– Todavía no, y es posible que no llegue a hacerlo -respondió Dalgliesh-. Todo dependerá de lo que tenga que decirnos.

– Es un buen hombre, ¿verdad? -dijo ella, mirándolo a los ojos-, y estaba sinceramente preocupado por mi estado aquel día, no me equivocaría en algo así. No puedo creer… -Se le quebró la voz.

– Es posible que tenga una explicación para justificar la presencia en el Dupayne y el motivo por el que no acudió antes a nosotros -repuso Dalgliesh-. Quizá también tenga información útil que nos sirva de ayuda. Era muy importante dar con él, y le estamos muy agradecidos.

– Es una suerte que fuese usted hoy a la Cámara de los Lores -intervino la inspectora Miskin-. ¿Por qué lo hizo? ¿Había planeado esa visita?

Con mucha calma, Tally les hizo un relato detallado de su día, sin apartar la mirada de Dalgliesh; habló de su necesidad de alejarse, aunque fuera temporalmente, del museo; del paseo y el almuerzo en Saint James’s Park; de su decisión impulsiva de visitar la Cámara de los Lores. No había ningún dejo de triunfalismo en su voz, y al escucharla a Dalgliesh le pareció que deseaba que la tranquilizase diciéndole que su confesión no constituía un acto de traición. Cuando Tally se hubo terminado el té, que había bebido con avidez, intentó convencerla de que aceptara que la llevasen de vuelta al museo en un coche patrulla, después de asegurarle gentilmente que no llegarían allí con las luces azules encendidas. Ella rechazó su ofrecimiento con la misma gentileza pero firmemente. Regresaría por el mismo camino que de costumbre. Bueno, pensó él, tal vez eso fuese lo mejor, pues la llegada de Tally a bordo de un coche policial sin duda provocaría toda clase de comentarios. Le había pedido silencio y estaba seguro de que la mujer cumpliría su promesa, pero no quería que la molestasen con preguntas. Era una mujer honesta para quien la mentira resultaría repugnante.

Bajó con ella y se despidieron fuera del edificio. Al estrecharle la mano, Tally levantó la vista y dijo:

– Esto va a crearle problemas a ese hombre, ¿no es cierto?

– Algunos, tal vez. Pero si es inocente sabrá que no tiene nada que temer. Ha hecho lo correcto viniendo; pero creo que eso ya lo sabe.

– Sí -respondió Tally, alejándose al fin-. Lo sé, pero no es ningún consuelo.

Dalgliesh regresó al centro de investigaciones. Kate puso al corriente a Piers y a Benton-Smith, quienes la escucharon sin hacer comentarios. Luego Piers formuló la pregunta de rigor:

– ¿Estaba completamente segura, señor? Va a armarse un buen escándalo si metemos la pata con esto.

– Dijo que no tenía ninguna duda. Lo reconoció en cuanto Martlesham se levantó y se puso a hablar. Lo confirmó el verle la cara.

– ¿La voz antes que la cara? -exclamó Piers-. Eso sí que es raro. ¿Y cómo puede estar tan segura? Sólo lo vio inclinándose sobre ella unos segundos y bajo la tenue luz de una farola.

– Sea cual fuere la secuencia de sus procesos mentales -contestó Dalgliesh-, tanto si lo que determinó la identificación fue la fisonomía, la voz o ambos, insiste en afirmar que fue Martlesham quien la derribó de la bicicleta el pasado viernes por la noche.

– ¿Qué sabemos de él, señor? -inquirió Kate-. Es una especie de filántropo, ¿verdad? He leído en alguna parte que lleva ropa, comida y medicamentos a donde más se necesitan. ¿No condujo un camión hasta la mismísima Bosnia? Salió en los periódicos. Puede que Tally Clutton viera su fotografía.

Piers se acercó a la estantería en busca del Who’s Who.

– Es un título hereditario, ¿verdad? -dijo-. Eso significa que fue uno de los pocos poseedores de escaños hereditarios elegidos para permanecer en la cámara después de aquella primera reforma chapucera, así que debió de demostrar su valía. ¿No se refirió alguien a él como «la conciencia de los independientes»?

– No lo creo -repuso Dalgliesh-. ¿No son los independientes una conciencia en sí mismos? Tienes razón en lo de la filantropía, Kate. Fue él quien creó ese sistema mediante el cual los ricos prestan dinero a quienes no consiguen créditos. Se parece a los sindicatos de crédito local, pero los préstamos son sin interés.

Piers estaba leyendo en voz alta el Who’s Who.

– Charles Montague Seagrove Martlesham. Un título bastante antiguo, creado en 1836. Nacido el 3 de octubre de 1955, educado en las instituciones habituales, sucedió a su padre en 1972. Al parecer, éste murió joven. Se casó con la hija de un general. No tienen hijos. Hasta ahora, conforme con los cánones. Aficiones: la música y los viajes. Dirección: la vieja rectoría, Martlesham, Suffolk. No en la mansión familiar, al parecer. Miembro de un número impresionante de organizaciones benéficas. Y éste es el hombre al que estamos a punto de acusar de un doble asesinato. Hummm… puede ser interesante…

– Contén tu entusiasmo, Piers -le aconsejó Dalgliesh-. Las objeciones de antes siguen siendo válidas: ¿por qué iba un hombre que huye de la escena de un asesinato particularmente horrible a pararse a comprobar que no ha dejado malherida a una anciana a la que acaba de derribar de su bicicleta?

– ¿Le avisará, señor? -preguntó Kate.

– Le diré que quiero verlo en relación con la investigación de un asesinato que estamos llevando a cabo en estos momentos. Si siente la necesidad de presentarse con su abogado, será su propia decisión. En este punto no creo que lo haga. -Dalgliesh se sentó a su mesa-. Seguramente seguirá en la cámara. Escribiré una nota pidiéndole que venga a verme lo antes posible. Que se la entregue Benton-Smith y lo acompañe hasta aquí. Lo más probable es que Martlesham tenga alguna dirección en Londres; podríamos ir allí si lo prefiere, pero creo que volverá con Benton.

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