Oí como Rahn se ponía en pie como si despertara de un profundo sueño y cruzaba sigilosamente la alfombra.
– A partir de este momento Weisthor no hablará a menos que sea bajo el espíritu -dijo-. Será mi voz la que oigan hablarle mientras esté en trance.
Apagó la luz y al cabo de unos segundos oí cómo regresaba al círculo.
Me esforcé por ver en la oscuridad y miré hacia donde estaba Weisthor, pero por mucho que lo intenté no conseguí ver nada más que las extrañas formas que bailan al fondo de la retina cuando se la priva de luz. Descubrí que aquello que Weisthor había dicho de las flores o las nubes me ayudaba a pensar en la Ma user automática que llevaba en la pistolera y en la bonita formación de munición de 9 mm que llevaba en la culata.
El primer cambio del que me di cuenta fue el de su respiración, que se hizo progresivamente más lenta y profunda. Al cabo de un rato era casi indetectable y, salvo por la fuerza con que me cogía la mano, podría haber dicho que había desaparecido.
Finalmente habló, pero fue con una voz que hizo que se me pusiera la piel de gallina y los pelos de punta.
– Aquí tengo a un rey sabio de hace mucho, mucho tiempo -dijo, y me asió la mano con fuerza-. De un tiempo en que brillaban tres soles en el cielo del norte. -Emitió un largo y sepulcral suspiro-. Sufrió una terrible derrota a manos de Carlomagno y su ejército cristiano.
– ¿Era sajón? -preguntó Rahn con voz suave.
– Sí, sajón. Los francos los llamaban paganos y les daban muerte por ello. Muertes atroces, llenas de sangre y dolor. -Pareció vacilar-. Es difícil decir esto. Dice que la sangre debe pagarse. Dice que el paganismo alemán vuelve a ser fuerte y debe vengarse de los francos y su religión, en nombre de los antiguos dioses.
Luego gruñó casi como si le hubieran golpeado y no dijo nada más.
– No se alarmen -murmuró Rahn-. A veces un espíritu se marcha de forma bastante violenta.
Al cabo de unos minutos, Weisthor volvió a hablar.
– ¿Quién eres? -preguntó con suavidad-. ¿Una chica? ¿Nos dices tu nombre, niña? ¿No?Venga…
– No temas -dijo Rahn-. Por favor, date a conocer.
– Se llama Emmeline -dijo Weisthor.
Oí que Hildegard daba un grito ahogado.
– ¿Te llamas Emmeline Steininger? -preguntó Rahn-. Si es así tu madre y tu padre están aquí para hablar contigo, niña.
– Dice que no es una niña -musitó Weisthor- y que una de esas dos personas no es nada suyo.
Me puse rígido. ¿Sería auténtico después de todo? ¿Tendría Weisthor facultades paranormáles?
– Soy su madrastra -dijo Hildegard temblorosa, y me pregunté si se habría dado cuenta de que Weisthor tendría que haber dicho que ninguno de nosotros era nada suyo.
– Dice que añora sus clases de danza, pero que sobre todo les añora a ustedes dos.
– Nosotros también te añoramos, cariño.
– ¿Dónde estás Emmeline? -pregunté. Hubo un largo silencio, así que repetí la pregunta.
– La han matado -dijo Weisthor con voz entrecorta-da-. Y la han escondido en algún lugar.
– Emmeline, tienes que tratar de ayudarnos -dijo Rahn-. ¿Puedes decirnos algo sobre el sitio donde te dejaron?
– Sí, se lo dirá. Dice que al otro lado de la ventana hay una colina. Al pie de la colina hay una bonita cascada. ¿Cómo? Hay una cruz o quizá otra cosa alta, como una torre, en la cima de la colina.
– ¿ La Kre uzberg? -pregunté.
– ¿Es la Kre uzberg? -dijo Rahn.
– No sabe cómo se llama -murmuró Weisthor-. ¿Dónde dices? Oh, qué horror. Dice que está en una caja. Lo siento, Emmeline, pero me parece que no te he oído bien. ¿No es una caja? ¿Un barril? Sí, un barril. Un viejo barril carcomido y maloliente en una vieja bodega llena de viejos barriles carcomidos.
– Podría ser una cervecería -dijo Kindermann.
– ¿Te refieres a la Cer vecería Schultheiss? -dijo Rahn.
– Cree que debe de serlo, aunque no parece un sitio al que vaya mucha gente. Algunos de los barriles son viejos y tienen agujeros. Ella puede ver a través de uno de ellos. No, cariño, no sería muy adecuado para guardar cerveza, estoy de acuerdo.
Hildegard musitó algo que no conseguí entender.
– Valor, querida señora -dijo Rahn-. Valor.
Y luego añadió en voz más alta:
– ¿Quién fue el que te mató, Emmeline? ¿Y puedes decirnos por qué?
Weisthor emitió un profundo gemido.
– No conoce sus nombres, pero cree que fue para el Misterio de la San gre. ¿Cómo averiguaste eso, Emmeline? Es una de las muchas cosas que aprendes cuando mueres, ya veo. La mataron como matan a sus animales y luego mezclaron su sangre con el vino y el pan. Cree que debe de haber sido para un rito religioso, pero de una clase que ella no había visto jamás.
– Emmeline -dijo una voz que pensé que debía de ser la de Himmler-, ¿fueron los judíos quienes te asesinaron? ¿Fueron judíos quienes usaron tu sangre?
Hubo otro largo silencio.
– No lo sabe -dijo Weisthor-. No dijeron quiénes ni qué eran. No se parecían a las imágenes que ella había visto de judíos. ¿Qué dices, cariño? Dice que quizá lo fueran, pero que no quiere causarle problemas a nadie, que no importa lo que le hicieron. Dice que si fueron los judíos, fueron malos judíos y que no todos los judíos habrían aprobado una cosa así. No quiere decir nada más sobre ello. Solo quiere que alguien vaya a sacarla de ese sucio barril. Sí, estoy seguro de que alguien lo arreglará, Emmeline. No te preocupes.
– Dígale que yo me encargaré personalmente de que se haga esta misma noche -dijo Himmler-. La niña tiene mi palabra.
– ¿Qué has dicho? Está bien. Emmeline dice que le agradezca su ayuda. Y que le diga a sus padres que los quiere mucho de verdad, pero que no se preocupen por ella, que nada puede devolvérsela, que ambos tienen que seguir su vida y dejar atrás lo que ha sucedido. Que procuren ser felices. Emmeline tiene que irse ahora.
– Adiós, Emmeline -dijo Hildegard sollozando.
– Adiós -dije yo.
De nuevo se hizo el silencio, si exceptuamos el sonido de la sangre que se agolpaba en mis oídos. Me alegraba de la oscuridad porque ocultaba mi cara, que debía mostrar mi furia, y me daba la oportunidad de respirar lenta y profundamente hasta recuperar una apariencia de tranquila tristeza y resignación. Si no hubiera sido por los dos o tres minutos que transcurrieron desde que acabó la representación de Weisthor hasta que se encendieron las luces, creo que los hubiera matado a todos a tiros allí mismo donde estaban sentados: Weisthor, Rahn, Vogelmann, Lange…
Mierda, habría asesinado a aquella gentuza solo por el placer de hacerlo. Les habría obligado a sujetar el cañón de la pistola con la boca y luego les habría saltado la tapa de los sesos en la cara de los otros. Un orificio de la nariz extra para Himmler; un tercer ojo para Kindermann.
Todavía respiraba pesadamente cuando se encendieron las luces, pero era fácil confundirlo con una demostración de dolor. La cara de Hildegard brillaba debido a las lágrimas, lo cual hizo que Himmler le rodeara los hombros con el brazo. Al cruzarse nuestras miradas, hizo un gesto de pesar con la cabeza.
Weisthor fue el último en ponerse en pie. Se tambaleó durante unos segundos, como si se fuera a caer, y Rahn lo sujetó por el codo.Weisthor sonrió y le dio unos golpecitos en la mano a su amigo con agradecimiento.
– Por su cara veo, querida señora, que su hija se presentó.
Hildegard asintió.
– Quiero darle las gracias, Herr Weisthor. Muchas gracias por ayudarnos.
Sollozó sonoramente y sacó el pañuelo.
– Karl, esta noche has estado magnífico -dijo Himmler-. Absolutamente extraordinario.
Se produjo un murmullo de asentimiento del resto de los asistentes, incluyéndome a mí. Himmler seguía moviendo la cabeza maravillado.
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