Se detuvo ante una puerta y llamó suavemente con los nudillos. Después de oír un grito, me hizo entrar en una sala que solo estaba iluminada por la farola de la calle. Pero era suficiente para vislumbrar la cara del hombre sentado al lado de la ventana. Alto, delgado, bien rasurado, con el pelo oscuro que raleaba; le eché unos cuarenta años.
– Siéntese, Herr Gunther -dijo, y me señaló una silla al otro lado del escritorio.
Retiré la pila de sombrereras que había encima mientras König iba a sentarse en el ancho alféizar de la ventana.
– Herr König cree que podría ser usted adecuado como representante de nuestra compañía -dijo el barón.
– Quiere decir un agente, ¿verdad? -dije, y encendí un cigarrillo.
– Como prefiera. -Vi cómo sonreía-. Pero antes de que eso pueda suceder, tengo que averiguar algo más de su personalidad y sus circunstancias. Interrogarlo a fin de que podamos decidir el mejor uso que podemos darle.
– ¿Una especie de Fragebogen? Sí, lo comprendo.
– Empecemos con su pertenencia a las SS -dijo el barón.
Le conté todo sobre mi servicio con la Kripo y la RSHA y cómo me había convertido automáticamente en oficial de las SS. Le expliqué que había ido a Minsk como miembro del grupo de combate de Arthur Nebe pero que, como no tenía estómago para el asesinato de mujeres y niños, había pedido que me trasladaran al frente y cómo, en lugar de eso, me habían enviado a la Oficina de Crímenes de Guerra de la Wehrmacht. El barón me interrogó a fondo, pero con amabilidad; parecía el perfecto caballero austríaco. Salvo que había en él un aire de falsa modestia, un aspecto furtivo en sus gestos y un modo de hablar que parecía indicar algo de lo cual cualquier auténtico caballero no se habría sentido tan orgulloso.
– Hábleme de su servicio con la Oficina de Crímenes de Guerra.
– Eso fue entre enero de 1942 y febrero de 1944 -expliqué-. Tenía el rango de Oberleutnant y llevé a cabo investigaciones sobre las atrocidades tanto alemanas como rusas.
– ¿Y dónde era eso exactamente?
– Tenía la base en Berlín, en Blumeshof, frente al Ministerio de la Guerra. De vez en cuando me ordenaban que hiciera algún trabajo de campo. Específicamente en Crimea y Ucrania. Más tarde la OKW trasladó sus oficinas a Torgau debido a los bombardeos.
El barón exhibió una sonrisa desdeñosa y meneó la cabeza.
– Perdóneme -dijo-, es solo que no tenía ni idea de que existiera una institución así dentro de la Wehrmacht.
– No fue diferente de lo que había en el ejército prusiano durante la Gran Guerra -le expliqué-. Tienen que existir algunos valores humanitarios aceptados, incluso en tiempo de guerra.
– Supongo que sí -suspiró el barón, pero no parecía muy convencido-. De acuerdo, ¿qué pasó entonces?
– Con la escalada bélica, se hizo necesario enviar a todos los hombres hábiles al frente ruso. Me incorporé al cuerpo de ejército del general Schorner en el norte, en la Rusia blanca en febrero de 1944, ascendido a Hauptmann.Era oficial de Inteligencia.
– ¿En la Abwehr?
– Sí, hablaba bastante bien el ruso para entonces y también algo de polaco. El trabajo era sobre todo de interpretación.
– Y finalmente lo capturaron, ¿dónde?
– En Königsberg, en el este de Prusia, en abril de 1945. Me enviaron a las minas de cobre de los Urales.
– ¿Dónde exactamente de los Urales, si no le importa?
– En las afueras de Sverdlovsk. Allí es donde perfeccioné mi ruso.
– ¿Le interrogó la NKVD?
– Claro, muchas veces. Estaban muy interesados en cualquiera que hubiera sido oficial de Inteligencia.
– ¿Y qué les dijo?
– Sinceramente, todo lo que sabía. La guerra había acabado para entonces, así que no parecía tener mucha importancia. Naturalmente, les oculté mi anterior servicio en las SS y mi trabajo en la OKW. A los SS los llevaban a un campo separado donde los fusilaban o los convencían para que trabajaran para los soviéticos en el Comité de la Alemania Libre. Parece que es así como reclutaron a la mayoría de los policías de su zona. Y me atrevería a decir que de la Staatspolizei, aquí en Viena.
– Ciertamente. -Su tono sonaba irritado-. Siga, por favor, Herr Gunther.
– Un día nos dijeron a un grupo que íbamos a ser trasladados a Frankfurt del Oder. Eso debió ser en diciembre de 1946. Dijeron que nos iban a enviar a un campamento de reposo allí. Bueno, en el tren de transporte oí que un par de guardias decían que nos llevaban a una mina de uranio de Sajonia. Supongo que ninguno de los dos se dio cuenta de que yo hablaba ruso.
– ¿Recuerda el nombre de ese lugar?
– Johannesgeorgenstadt, en el Erzebirge, junto a la frontera checa.
– Gracias -dijo el barón secamente-. Sé donde está.
– Salté del tren en cuanto tuve una oportunidad, poco después de cruzar la frontera germano-polaca, y finalmente conseguí llegar a Berlín.
– ¿Estuvo en alguno de los campos para los prisioneros de guerra que regresaban?
– Sí, en Staaken. No estuve mucho tiempo, gracias a Dios. Las enfermeras no tenían muy buena opinión de nosotros, los ex prisioneros. En los únicos en que estaban interesadas era en los soldados estadounidenses. Por suerte,la Oficina de Bienestar Social del Ayuntamiento encontró a mi esposa en mi antigua dirección casi inmediatamente.
– Tuvo mucha suerte, Herr Gunther -dijo el barón-. En muchos aspectos. ¿No dirías lo mismo, Helmut?
– Como le he dicho, barón, Herr Gunther es un hombre de recursos -dijo König, acariciando a su perro distraídamente.
– Sí que lo es. Pero, dígame, Herr Gunther, ¿nadie le pidió informes sobre sus experiencias en la Unión Soviética?
– ¿Quién, por ejemplo?
Fue König quien respondió.
– Los miembros de nuestra organización han interrogado a muchos ex prisioneros a su vuelta -dijo-. Nuestra gente se presenta como asistentes sociales, historiadores, ese tipo de cosas.
Negué con la cabeza.
– Puede que si me hubieran soltado de forma oficial, en lugar de escaparme…
– Sí -dijo el barón-. Esa debe de ser la razón, en cuyo caso tiene que considerarse doblemente afortunado, Herr Gunther. Porque si hubiera sido liberado oficialmente, casi con toda certeza nos habríamos visto obligados a tomar la precaución de matarlo, a fin de proteger la seguridad de nuestro grupo. Verá, lo que dijo sobre los alemanes a los que se convencía para que trabajaran para el Comité para una Alemania Libre es absolutamente cierto. Eran esos traidores los primeros en ser liberados. Enviado a una mina de uranio en el Erzebirge como usted lo fue, ocho semanas es lo máximo que podía esperar vivir. Habría sido más fácil que los rusos lo mataran de un tiro. Así que, como ve, ahora podemos confiar en usted, sabiendo que a los rusos no les importó enviarle a la muerte.
El barón se levantó. Era evidente que el interrogatorio había concluido. Vi que era más alto de lo que yo había supuesto. König se bajó del alféizar y se puso a su lado.
Me levanté de la silla y estreché en silencio la mano que me ofrecía el barón y luego la de König. Entonces, König sonrió y me dio uno de sus puros.
– Amigo mío -me dijo-, bienvenido a la organización.
Durante los dos días siguientes, König se reunió conmigo en la sombrerería contigua al Oriental en varias ocasiones, para instruirme en los muchos y muy secretos métodos de trabajo de la Org. Pero primero tuve que firmar una solemne declaración comprometiéndome por mi honor de oficial alemán a no desvelar nada de las actividades encubiertas de la Org. La declaración también estipulaba que cualquier violación del secreto sería castigada severamente y König me dijo que sería aconsejable ocultar mi nuevo empleo no solo a cualquier amigo o pariente sino «incluso» -y esas fueron las palabras exactas- «incluso a nuestros colegas norteamericanos». Este y uno o dos comentarios más que hizo me llevaron a pensar que, en realidad, la Org estaba totalmente financiada por la Inteligencia estadounidense. Así que cuando acabó mi entrenamiento, considerablemente acortado debido a mi experiencia en la Abwehr, le exigí a Belinsky airadamente que habláramos lo antes posible.
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