– Podemos explicar las muertes de Koichi Kido y Junko Aoki como un asesinato-suicidio perpetrado por el propio Kido -dijo sin ambages el detective desde dentro de su bufanda. Se ahorró el protocolo de abordar los preliminares. «La eficiencia ante todo», imaginó Chikako.
– ¿De modo que fue una relación destinada al fracaso? -preguntó Chikako.
– Eso es. Y en cierto sentido, es la verdad.
Chikako pensó para sus adentros que probablemente era toda la verdad, al menos, desde el punto de vista de Junko Aoki.
– Sigo sin creer que, allá en el lago Kawaguchi, Izaki me pidiera contactar con usted.
El detective, escondido bajo su bufanda, la miró intrigado.
– ¿ Ah, sí? ¿Y por qué se la ve tan sorprendida?
– Pues porque le señaló como miembro de los Guardianes.
– Bueno, dejémoslo así-rió el detective sin mucho entusiasmo-. No importa. De todos modos, no puede hacernos ningún daño. Hicimos lo que teníamos que hacer.
– Hicieron lo que tenían que hacer -matizó Chikako.
– Cierto. Nuestra meta era deshacernos de Junko Aoki, una mujer peligrosa con poderes piroquinéticos.
Chikako cerró los ojos. Podía ver el rostro de Junko mientras yacía muerta en el manto blanco. Palideció tanto como la nieve, pero no perdió ni un ápice de su belleza.
– Sargento Kinugasa. ¿Cuánto tiempo llevan usted y el capitán Ito como miembros de los Guardianes? -preguntó al hombre de la bufanda.
Kinugasa se encogió de hombros. Parecía haberlo olvidado.
– Supongo que Ito se unió antes que yo.
– ¿Alguna vez se plantearon haber tomado la decisión correcta?
Kinugasa miró a Chikako como si le sorprendiese su pregunta.
– ¿Se refiere a si aprobaba lo que los Guardianes hacían?
– Eso es.
Kinugasa suspiró y se recostó en el banco, haciendo caer la nieve que se había concentrado en la parte posterior de este.
– No, jamás cuestioné mi decisión.
– ¿Nunca?
– No, ¿y sabe por qué? Ni Ito ni yo teníamos ninguna expectativa puesta en ese tipo de organización.
Chikako guardó silencio. Observó su mandíbula cuadrada, apropiada para un hombre con un carácter tan inflexible.
– Pero es un mal necesario -prosiguió-. Tenemos una organización como ésta, porque las leyes actuales están demasiado limitadas y diluidas. Sería más feliz si pudiésemos prescindir de ella, pero aún la necesitamos. ¿Sabe, Ishizu? No es que seamos Guardianes infiltrados en la policía, sino más bien policías que toleran la existencia de esta organización.
– De momento -presionó Chikako.
– Sí, de momento -repuso Kinugasa con tono confidente.
– ¿Y cuándo podremos prescindir de la organización?
– Cuando dispongamos de leyes ideales, y podamos hacer que se cumplan.
– ¿Se refiere a leyes que nos permitan ejecutar a cualquiera que haya cometido un crimen violento?
Kinugasa se echó a reír.
– Me refiero a leyes que castiguen a los homicidas de un modo más acertado de cómo lo hacen ahora.
Chikako bajó la mirada, pero su voz fue firme cuando rebatió sus palabras.
– Lo que están haciendo es ignorar el paso de peatones y atropellar a cualquiera que cruza la carretera. Conducen por lugares en los que ni siquiera hay caminos. Lo único que persiguen es llegar a su destino por la ruta más corta, sin importar lo que cueste.
– Pero si damos demasiados rodeos, caerán más víctimas. Quizá hayamos atropellado a un peatón, pero hemos salvado a cientos o miles de otros.
Chikako enmudeció un momento. Cerró los ojos, enderezó la espalda y dijo:
– No estoy de acuerdo.
– Usted verá -dijo Kinugasa con tono frío-. No pretendemos obligarla a unirse a nosotros. Ni a usted ni a Makihara. No tiene de qué preocuparse, tampoco les haremos daño si deciden no hacerlo.
– Se trata de una entidad lo suficientemente importante como para no preocuparse por lo que hagamos o digamos Makihara o yo, ¿no es así?
– Correcto.
No intercambiaron unas palabras durante un momento. El reflejo del sol en la nieve deslumbraba a Chikako. Oyó a un perro ladrar a lo lejos.
– Querían deshacerse de Junko Aoki porque actuó con demasiada indiscreción al eliminar a sus objetivos. ¿Es cierto?
– Sí. Operaba a gran escala, y existía el riesgo de que nos prendiera fuego a todos. Nuestra mayor inquietud fue que sus ejecuciones captaran la atención de los medios y, accidentalmente, nos destapara. Intentamos permanecer al margen de todo.
Izaki le contó exactamente lo mismo. Al parecer, fue la excusa que Kido dio a Junko tras dispararla.
– Entonces, ¿por qué tomarse la molestia de involucrar a Makihara?
– Muy simple. Es un joven con mucho talento. Fue capaz de encontrar a Junko Aoki sin nuestra ayuda, y existía el riesgo de que descubriera la existencia de los Guardianes en cuanto nos deshiciéramos de ella. De modo que quisimos anticiparnos.
Bajó la voz, y continuó con suma seriedad:
– También estaba el problema que suponía la tenacidad con la que Makihara se aferra a sus convicciones personales. Que Makihara descubriera a los Guardianes una vez desapareciera Junko Aoki, y que acusara a alguien, no nos preocupaba. Lo que sí nos inquietaba era que los dos podían firmar una alianza. Junko Aoki había asesinado a su hermano, este fue su víctima, pero Makihara y ella tenían mucho en común. Ambas eran personas solitarias en busca de una razón por la que seguir luchando.
«Y buenas personas», añadió Junko en silencio. Se volvió hacia Kinugasa y dio voz a sus pensamientos.
– Esa es una cuestión puramente personal. ¿Podría dejar a un lado la política de los Guardianes y decirme qué sensación le ha quedado después de esto?
Kinugasa enarcó las cejas y se levantó algo más la bufanda alrededor del cuello.
– ¿Siente algo de simpatía por Junko Aoki? -Junko no había pedido nacer con el letal poder que poseía, ni tampoco se había propuesto convertirse en una asesina. Había hecho lo que había podido por seguir adelante con aquello, y las cosas no habían salido según lo esperado. Lo que quedaba claro es que no había podido elegir qué hacer con su vida.
Kinugasa enmudeció durante un largo minuto. Al final, respondió, con un tono desprovisto de emoción:
– Detective Ishizu, creo que los criminales como Keiichi Asaba también poseen cierto poder sobrenatural. No son tan diferentes de Junko Aoki.
Chikako estaba totalmente en contra, pero se mordió la lengua y se obligó a escucharle.
– Asaba y monstruos como él tienen la capacidad innata de cometer crímenes sin que les remuerda la conciencia. Si estuviésemos en una guerra, alguien como Asaba sería perfecto porque haría exactamente lo que se le pidiese.
«¿Cómo es posible que piense de ese modo? ¿Cómo puede vivir con una lógica tan retorcida?». Chikako cerró los puños para contenerse.
– En el caso de Asaba, su poder se basaba en la carencia de lo que la mayoría de la gente tiene. Junko Aoki había heredado algo que no poseía la mayoría, y eso fue lo que la alienó. Pero ambos eran variaciones igualmente peligrosas de la norma, y ambos acabaron convirtiéndose en asesinos.
– No estoy de acuerdo -dijo Chjkako.
– Bueno, yo tampoco quiero pensar eso -reconoció Kinugasa-. Pero no puede cambiar los hechos. -Chikako percibió que su voz había perdido algo de convicción-. No sabe lo mucho que me gustaría conocer a alguien con poderes sobrenaturales que lograra hacerme ver que estoy equivocado.
Durante un rato, los dos se quedaron sentados en el banco, exhalando bocanadas de aire blanco.
– Yo voy a tomar otro camino distinto del suyo. -Chikako levantó finalmente la cara y habló con determinación-. No voy a abandonar el cuerpo.
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