Duponte negó con la cabeza como si ignorara la respuesta.
– Pero en el Humboldt supo que había un polizón a bordo, ese villano de Rollin. Entonces empezó. ¡Yo fui testigo de todo, monsieur !
– No, yo no sabía que había un polizón. En lugar de eso, sabía que si lo había era que iban por mí.
– ¡Yo suponía que lo adivinó! -exclamé.
Duponte insinuó una sonrisa y asintió.
Creo que aquel día sentí el dolor interior de Duponte, que lo había convertido en el que descubrí en París, llevando una vida indolente; solo, apático. Todos creyeron que poseía extraordinarios poderes tras haber desentrañado el caso de envenenamiento Lafarge. El joven Duponte era un hombre insólitamente seguro, y él mismo empezó a creer que sus dotes eran casi sobrenaturales, tal como otros escribían en los periódicos. Las historias sobre él ponderaban su genio, quizá incluso lo consideraron como tal al principio. Pero no podría precisar si el genio fue creado por la fe del mundo exterior. Los lectores sienten a menudo que el Dupin de los cuentos de Poe encuentra la verdad porque es un genio. Léanlos otra vez. Eso sólo es una parte. Él encuentra la verdad porque alguien tiene fe ft toda prueba en él… Sin su amigo, no habría C. Auguste Dupin.
– Cada vez que veía a Luis Napoleón pasar revista a sus tropas -dijo Duponte-, podía ver no el futuro, como los bobos supersticiosos podrían creer de mí, sino el presente: él no estaba satisfecho con ser elegido presidente. Supongo que el prefecto Delacourt le avisó sobre mí después de que sus espías me vieran por París con usted.
– El barón me contó lo sucedido con Catherine Gautier. ¿Advirtió el prefecto Delacourt a Luis Napoleón de que usted estaba en contra de él en aquel caso? ¿Piensa usted vengarse después de haber escapado de él?
– Las acciones del prefecto estaban motivadas porque él me había perjudicado, no porque yo lo hubiera perjudicado. Nuestra perversidad en el pasado, no la de otros, nos coloca en contra de alguien para toda la vida. El prefecto Delacourt fue cesado a favor del nuevo prefecto por muchas razones, estoy seguro; y una de ellas puede haber sido su fracaso al no encontrarme antes de que usted y yo abandonáramos París. De Maupas no es tan astuto como Delacourt, pero es mucho más competente, pues no hay nexo que una esos dos rasgos… Y, como para divertirse, De Maupas es absolutamente implacable.
– ¿Cree que se han enterado de que mataron al barón en lugar de usted?
Duponte cortaba un trozo de jamón de Maryland, el segundo plato servido por el camarero.
– Tal vez. ¡Ciertamente usted proclamó en voz bastante alta ante la policía cuál era la identidad del barón, monsieur Clark! Nunca estuvo clara para el público y es probable que siga sin estarlo para los interesados de París. Hay posibilidades de que los sicarios que mataron al barón se enteren aquí de la verdad. Por su propio interés, es probable que mantengan el hecho en secreto ante sus superiores de París. En cambio su jefe (aquel polizón enviado aquí para encargarse de la misión) se ha dedicado con tranquilidad a cazarme. Sin embargo, yo sabía que éste sería el único lugar de Baltimore en el que no me buscarían: en las últimas habitaciones que ocupó el barón en esta ciudad. Me instalé durante la conferencia del barón y sólo me he dejado ver en la calle de vez en cuando y de noche. He venido para el duelo de mi «hermano», el noble barón, que en paz descanse, que me ha dejado solo. Ahora que Luis Napoleón ha sorprendido a París convirtiéndolo en imperio, y ha sido respaldado por una no menos exitosa votación, seguro que el polizón está empezando a creer que su error respecto a mí y al barón ha dejado de tener importancia. Si el hijo americano de Bonaparte triunfa en su misión, el polizón puede recibir de Francia la recompensa que se le debe, antes de que se produzcan más cambios políticos. Él y los Bonaparte americanos no dirán nada de sus errores, puede usted estar seguro. Para París yo estaré irremediablemente muerto.
Pensé en las sencillas habitaciones de su hotel, en el piso alto, e imaginé cómo habría sido la vida de Duponte en los meses posteriores al asesinato del barón, escondiéndose a plena vista. Tenía libros; de hecho, el lugar estaba atestado de volúmenes, como si una biblioteca se hubiera hundido y desparramado su contenido. Todos los títulos parecían guardar relación con sedimentos, minerales y características generales de las rocas. En la oscuridad y la claridad de esas semanas, se había dedicado a las obras de geología. Aquella tumba de libros y piedras me chocó como algo terriblemente innoble e inútil, y yo me mostraba irritable, ahora que él me hacía una implícita demanda de compasión.
– ¿Sabe usted los aprietos en que se ha visto metida mi vida desde que empezamos nuestra aventura, monsieur Duponte? Fui el presunto culpable de matar al barón Dupin hasta que la policía recuperó la sensatez. Ahora debo luchar para no perder mis propiedad, incluida Glen Eliza, y todo cuanto poseo.
Le conté, durante el postre de sandía, lo que me había ocurrido en la cárcel, mi huida y mi descubrimiento de Bonjour y de los sicarios. Una vez concluido nuestro largo almuerzo, subimos por la escalera de regreso a sus habitaciones.
– Debo relatar toda la historia de la muerte de Poe ante el tribunal -le dije-, en un último intento de demostrar que en todo este asunto actué con arreglo a la razón y no guiándome por quimeras.
Duponte se me quedó mirando con interés.
– ¿Qué quiere usted decir, monsieur ?
– Usted nunca intentó resolver la muerte de Poe, ¿verdad? -pregunté tristemente-. Usted la utilizó como una maniobra de distracción, sabiendo que pronto atraería suficientes miradas del mundo para que lo mataran aquí. Se le ocurrió, cuando leyó el anuncio del barón en el periódico de París, que él mismo se colocaría su propia trampa, que lo apartaría a usted de los planes de los otros. Por eso a usted le encantó la idea de que a aquel Van Dantker lo hubiera mandado a Glen Eliza el barón; de este modo su imitación podría perfeccionarse. Usted sólo salía de casa de noche para asegurarse de que la charada del barón tendría éxito. Simplemente deseaba matar la idea» de una vez por todas, de que usted era el verdadero «Dupin».
Duponte asintió a esta última afirmación, pero no me miró directamente.
– Cuando lo conocí, monsieur Clark, me producía enfado su insistencia en verme a esa luz, como «Dupin». Me di cuenta entonces de que sólo estudiando los cuentos de Poe y estudiándolo a usted comprendería qué andaban buscando continuamente usted y tantos otros en ese personaje. Ya no hay un verdadero Dupin y nunca lo habrá.
Había una extraña mezcla de alivio y horror en su tono. Alivio por no seguir llevando la carga de ser el maestro «raciocinador», o de ser el verdadero Dupin. Horror por tener que ser alguien más.
Hubiera querido decirle la cruda verdad: «¡Usted no es Dupin! Nunca lo fue. Nunca ha existido ese hombre como ser vivo; Dupin fue una invención.» Después de todo, quizá por esa razón anduve buscándolo con tanto empeño para reencontrarme con él. Para hacerle sentir conmigo la comezón de lo perdido. Para arrebatarle algo y luego dejarlo más solo.
Pero no lo dije.
Pensé acerca de lo que Benson me dijo sobre los peligros que la imaginación susceptible corría con la lectura de Poe. Creer que uno estaba en los escritos de Poe. Quizá, en esa misma línea, Duponte creyó vivir en un mundo mental creado por Poe; pensó que estaba en los cuentos de Dupin. Pero estaba más presente en un mundo como el imaginado por Poe que la mayoría de nosotros, ¿y quién diría que no encarnaba realmente el personaje al que conocí en una página de la revista Graham ¿Importaba si él era la causa o el efecto?
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