Donna Leon - Nobleza obliga

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Durante las obras de reforma de una finca abandonada en la campiña veneciana, se desentierra un cadáver parcialmente descompuesto y semidevorado por las alimañas. Cerca del lugar, se encuentra un valioso anillo de sello, pista crucial que permite identificar el macabro descubrimiento: se trata de Ro-berto Lorenzoni, hijo de una de las familias más poderosas de Venecia, secuestrado dos años atrás y dado por desaparecido.
Encargado de reabrir el caso, el comisario Brunetti necesitará el apoyo de la rama noble de su familia para adentrarse en el palpitante corazón de la aristocracia veneciana, donde los secretos están más que bien guardados. Una vez más, Donna Leon combina con increíble acierto la crudeza de la corrupción italiana, el encanto de sus personajes y el hechizo de la ciudad de Venecia.

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La noticia de que se había encontrado el cuerpo de un hombre joven que llevaba un sello con las armas de la familia Lorenzoni fue comunicada a la policía de Venecia desde el teléfono de uno de los vehículos de los carabinieri y recibida por el sargento Lorenzo Vianello, que tomó nota del lugar y de los nombres del dueño de la finca y del hombre que había hallado los restos.

Después de colgar, Vianello subió la escalera y llamó a la puerta del despacho de su superior inmediato, el comisario Guido Brunetti. Al oír gritar «Avanti», Vianello empujó la puerta y entró.

Buon dì, commissario -dijo y, como no tenía que esperar a que le invitasen a sentarse, ocupó su sitio habitual en la silla situada frente a Brunetti, que estaba detrás de su escritorio, con una gruesa carpeta abierta ante sí. Vianello observó que su superior llevaba gafas, y él no recordaba habérselas visto antes.

– ¿Desde cuándo usa gafas, comisario? -preguntó.

Brunetti levantó la cabeza y le miró con los ojos agrandados por los cristales.

– Sólo para leer -dijo quitándoselas y dejándolas caer sobre los papeles que tenía delante-. En realidad, no las necesito. Pero van bien para leer la letra pequeña de los papeles que envían de Bruselas. -Se frotó el puente de la nariz con el índice y el pulgar, como para borrar la señal de las gafas y, al mismo tiempo, la impresión de lo que había estado leyendo. Miró al sargento-. ¿Qué sucede?

– Se ha recibido una llamada de los carabinieri de un sitio que se llama… -empezó y entonces miró el papel que tenía en la mano-… Col di Cugnan. -Hizo una pausa y, en vista de que Brunetti no decía nada, agregó-: Está en la provincia de Belluno. -Como si la exacta ubicación pudiera servir de ayuda a Brunetti. El comisario siguió sin responder, por lo que Vianello prosiguió-: Un campesino ha encontrado un cadáver en un campo. Parece ser que se trata de un hombre de unos veinte años.

– ¿Eso en opinión de quién? -interrumpió Brunetti.

– Me parece que del medico legale, comisario.

– ¿Cuándo ha sido?

– Ayer.

– ¿Por qué nos llaman a nosotros?

– Con el cuerpo se ha encontrado un anillo con el escudo de los Lorenzoni.

Brunetti volvió a frotarse el puente de la nariz y cerró los ojos.

– Ah, pobre muchacho -suspiró. Retiró la mano y miró a Vianello-. ¿Están seguros?

– No lo sé, comisario -dijo Vianello, en respuesta a la duda implícita en la pregunta de Brunetti-. El que ha llamado ha dicho sólo que habían identificado el anillo.

– Eso no significa necesariamente que fuera suyo, ni siquiera que perteneciera a… -Brunetti se interrumpió, tratando de recordar el nombre del muchacho-. Roberto.

– ¿Llevaría un anillo como ése alguien que no fuera de la familia?

– No lo sé, Vianello. Pero si quienquiera que dejara allí el cuerpo no quería que fuera identificado, le habría quitado el anillo. Lo tenía en el dedo, ¿no?

– Eso no lo sé, comisario. Sólo ha dicho que se había encontrado el anillo con el cuerpo.

– ¿Quién se encarga allí del caso?

– El que ha hablado conmigo había recibido instrucciones del medico legale. Tengo anotado el nombre. -Consultó su papel-. Bortot. Es todo, sólo me ha dado el apellido.

Brunetti meneó la cabeza.

– ¿Cómo ha dicho que se llama el pueblo?

– Col di Cugnan. -Al ver la expresión interrogativa de Brunetti, Vianello se encogió de hombros, para dar a entender que tampoco él lo había oído en su vida-. Está cerca de Belluno. Ya sabe lo raros que son los nombres por allá arriba: Roncan, Navegal, Polpet…

– Y muchos apellidos, también, si mal no recuerdo.

Vianello agitó el papel.

– Como el del medico legale.

– ¿Ha dicho algo más el carabiniere ? -preguntó Brunetti.

– No, señor. Pero he pensado que debía informarle.

– Sí, está bien -dijo Brunetti, un poco distraído-. ¿Ya han llamado a la familia?

– No lo sé, comisario. El hombre no me ha dicho nada de eso.

Brunetti alargó la mano hacia el teléfono. Cuando contestó la telefonista, pidió que le pusiera con el cuartel de carabinieri de Belluno. Al recibir la respuesta, se identificó y dijo que deseaba hablar con la persona encargada de la investigación de los restos hallados la víspera. A los pocos momentos, hablaba con el maresciallo Bernardi, que dijo llevar la investigación. No; no sabía si el anillo estaba o no en la mano del cadáver. Si el comisario hubiera estado en el lugar, comprendería lo difícil que era determinar tal extremo. Quizá el medico legale pudiera aclarárselo. En realidad, el maresciallo no pudo dar mucha más información de la que ya figuraba en el papel que Vianello tenía en la mano. Los restos habían sido llevados al hospital civil de Belluno, donde quedarían depositados hasta que pudiera efectuarse la autopsia. Sí, tenía el número del doctor Bortot y lo dio a Brunetti, que no tenía más preguntas.

El comisario soltó el pulsador del receptor y marcó inmediatamente el número que le había dado el carabi niere.

– Bortot -respondió el médico.

– Buenos días, doctor, soy el comisario Guido Brunetti de la policía de Venecia. -Aquí hizo una pausa, ya que estaba acostumbrado a que, al llegar a este punto, la gente le interrumpiera para preguntarle por el motivo de la llamada. Bartot no dijo nada y Brunetti prosiguió-: Es acerca de los restos del joven que se encontraron ayer y del anillo que apareció con ellos.

– ¿Sí, comisario?

– Me gustaría saber dónde estaba el anillo.

– No estaba en los huesos de la mano, si se refiere a eso. Pero, en primer lugar, no estoy seguro de que eso quiera decir que no estaba en la mano.

– ¿Podría ser más explícito, doctor?

– Es difícil decir lo que ha pasado aquí, comisario. Hay indicios de que el cuerpo ha sido removido. Por animales. Es lo normal, cuando un cadáver permanece un tiempo a flor de tierra. Faltan huesos y órganos, y da la impresión de que los restantes estaban revueltos. Por eso es difícil decir dónde podía estar el anillo cuando pusieron ahí el cuerpo.

– ¿Pusieron? -preguntó Brunetti.

– Hay indicios de que le dispararon.

– ¿Qué indicios?

– Un orificio de unos dos centímetros de diámetro en la base del cráneo.

– ¿Sólo uno?

– Sí.

– ¿Y la bala?

– Para buscar los huesos, mis hombres utilizaban un tamiz de luz de malla normal, por lo que no habría retenido algo tan pequeño como los fragmentos de una bala.

– ¿Siguen buscando los carabinieri ?

– Eso lo ignoro, comisario.

– ¿Hará usted la autopsia?

– Sí. Esta tarde.

– ¿Y los resultados?

– No sé qué resultados pueden interesarle, comisario.

– Edad, sexo, causa de la muerte.

– La edad ya puedo dársela: poco más de veinte años; no creo que la autopsia nos revele algo que contradiga esta estimación o que pueda darnos una idea más exacta. Sexo, casi seguro que es un varón, a juzgar por la longitud de los huesos de las extremidades. Y supongo que la causa de la muerte fue la bala.

– ¿Podrá confirmarlo?

– Depende de lo que encuentre.

– ¿En qué estado se hallaba el cuerpo?

– ¿Se refiere a cuánto queda de él?

– Sí.

– Lo suficiente como para obtener muestras de tejido y de sangre. Gran parte de los tejidos habían desaparecido: los animales, como le decía, pero algunos ligamentos y músculos largos, especialmente del muslo y de la pantorrilla, están en bastante buenas condiciones.

– ¿Cuándo tendrá los resultados, dottore ?

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