Donna Leon - Veneno de Cristal

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¿Qué amenaza se cierne sobre las aguas de la laguna de Venecia? La aparición de un hombre muerto frente a uno de los hornos de fundición de una fábrica de cristal de Murano implicará al comisario Brunetti en una asombrosa trama en la que se mezclan la corrupción política y los delitos ecológicos. La víctima ha dejado pistas en un ejemplar de un libro de Dante, y Brunetti deberá adentrarse en el Infierno para descubrir quién es el autor del crimen y qué intereses ocultos se mueven en la isla de Murano.
Navegando por Venecia, caminando por callejones estrechos y en bares sombríos, Donna Leon nos descubre esa Venecia casi legendaria donde cualquier misterio es posible. Veneno de cristal es una obra fascinante, la mejor Donna Leon en su intriga más inteligente.
«Donna Leon tiene una capacidad maravillosa para captar los males que se esconden detrás de la fachada de la ciudad mágica», The Times.
«Donna Leon es una de las más interesantes damas del crimen», Manuel Rodríguez Rivero, El País.
«Una de las series de detectives más exquisitas e inteligentes jamás escritas», The Washington Post.
«Una de las mejores y más populares escritoras policíacas de nuestros días», El Mundo.

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Ya conocía el camino que debía tomar desde el embarcadero de la ACTV de Sacca Serenella. Al final del sendero de cemento, en lugar de dirigirse hacia la derecha y la fábrica De Cal, torció a la izquierda, en dirección al otro edificio, al que hasta ahora no había prestado atención. Tenía paredes de ladrillo y tejado a dos aguas, muy inclinado, con dos hileras de claraboyas. Se entraba por unas puertas correderas metálicas, como en la mayoría de fornaci.

Al acercarse, Brunetti vio a Palazzi frente al edificio, fumando.

– Hola -dijo saludando con la mano al hombre-. Parece que va a hacer bueno.

Palazzi correspondió con una sonrisa bastante afable, tiró el cigarrillo y lo aplastó con la punta del zapato.

– La costumbre -dijo al ver que Brunetti observaba el movimiento-. Antes trabajaba en una fábrica de productos químicos y había que tener cuidado con los cigarrillos.

– Me sorprende que les dejaran fumar -dijo Brunetti.

– No nos dejaban -dijo Palazzi y volvió a sonreír.

Al ver que Brunetti respondía con otra sonrisa, moviendo la cabeza hacia atrás para señalar el campo que se extendía entre las dos fábricas, hasta el agua, preguntó-: ¿Han encontrado algo ahí?

– Aún no tenemos los resultados -dijo Brunetti.

– ¿Esperan encontrar algo?

Brunetti se encogió de hombros.

– El jefe del laboratorio lo dirá.

– ¿Qué buscan?

– Ni idea -reconoció Brunetti.

– ¿Simple curiosidad? -preguntó Palazzi sacando los cigarrillos. Sacudió el paquete y ofreció a Brunetti, que rechazó la invitación con un movimiento de la cabeza. Como Brunetti no respondía, el hombre repitió-: ¿Simple curiosidad?

– Siempre he sido curioso.

– ¿Es por lo de Tassini?

– En parte.

– ¿Y en parte?

– Porque a la gente no le gusta que venga por aquí.

– ¿Ni que haga preguntas?

Brunetti asintió.

Palazzi encendió el cigarrillo, aspiró profundamente, alzó la cara y exhaló una serie de anillos de humo perfectos que fueron agrandándose hasta alcanzar el tamaño de coronas y se desvanecieron en el aire tibio de la mañana.

– También Tassini hacía muchas preguntas -dijo Palazzi.

– ¿Sobre qué? -El sol ya calentaba, y Brunetti se desabrochó la americana.

– Sobre esto y lo otro.

– ¿Por ejemplo?

– Quién llevaba el registro de las sustancias químicas que entraban y salían y si alguno de nosotros conocía a alguien de otra fábrica que tuviera hijos con… con problemas.

– ¿Como su hija?

– Supongo.

– ¿Y?

Palazzi tiró su medio cigarrillo junto a los restos del otro y luego frotó el suelo con el pie haciendo desaparecer hasta el último vestigio.

– Tassini no empezó a trabajar con nosotros hasta hace un par de meses. Pero llevaba años en la De Cal y todos lo conocíamos. Luego, cuando se jubiló nuestro vigilante, supongo que al jefe le pareció bien que también trabajara aquí. Al fin y al cabo, l'uomo di notte tampoco tiene tantas cosas que hacer. -Palazzi suavizó el tono-. Entonces ya sabíamos lo de su hija. Por los empleados de De Cal. Pero, como ya le dije ayer, no queríamos escucharle, ni hablar con él, ni implicarnos en sus ideas.

Brunetti asintió, dando a entender que comprendía los motivos de su reticencia, para que Palazzi no se sintiera violento por hablar de Tassini en estos términos estando tan reciente su muerte.

Después de una pausa de reflexión, o de respeto, Palazzi añadió:

– A todos nos daba un poco de lástima. -En respuesta a la mirada interrogativa de Brunetti, aclaró-: Es que era un torpe. Era un desastre. De todos modos, lo único que tiene que hacer l’uomo di notte es echar los ingredientes, mezclar y vigilar la miscela, y remover cuando haga falta.

– ¿Hacía preguntas sobre otras cosas? -preguntó Brunetti.

Palazzi se quedó pensativo. Hundió las manos en los bolsillos y se miró la puntera de los zapatos. Luego miró a Brunetti y dijo:

– Hará cosa de un mes me preguntó por el fontanero.

– ¿Qué quería saber?

– Quién era el que venía a la fábrica y cuándo fue la última vez que estuvo aquí.

– ¿Usted lo sabía? -Al ver a Palazzi mover la cabeza afirmativamente, preguntó-: ¿Qué le contestó?

– Que me parecía que era Adil-San. Tienen el taller en la Misericordia. Es su barco el que viene cuando hay que recoger algo o hacer alguna reparación. Eso le dije.

– ¿Y cuándo vinieron por última vez? -preguntó Brunetti, sin saber por qué.

– Hace unos dos meses, me parece, por las mismas fechas en que él empezó a trabajar aquí. El taller de pulido estuvo cerrado un día, mientras trabajaban en los tanques de sedimentación.

– ¿Tassini lo sabía?

– No, él trabajaba de noche y ellos se fueron a media tarde.

– Comprendo -dijo Brunetti, aunque no era así.

Palazzi miró el reloj. Al ver que su interlocutor se disponía a marchar, Brunetti preguntó:

– ¿Está su jefe?

– Lo vi entrar hace un rato. Debe de estar en su despacho. ¿Quiere que vaya a ver?

– No, muchas gracias -dijo Brunetti con naturalidad-. Si me indica dónde es, yo lo buscaré. No se trata de nada importante, sólo unas preguntas sobre Tassini y el tiempo que estuvo aquí, puro trámite.

Palazzi miró a Brunetti sin pestañear y dijo:

– Es extraño que la policía haga venir hasta aquí a un comisario para unos trámites, ¿no? -El hombre sonreía y Brunetti se preguntó cuál de los dos sería el que había llevado el interrogatorio.

Una vez más, el comisario dio las gracias a Palazzi y éste volvió a la fábrica. Al cruzar el umbral, Brunetti se encontró en la ya familiar penumbra de la nave. Ante él brillaban los rectángulos incandescentes de cuatro hornos situados al fondo. A su resplandor se perfilaban las figuras de los hombres que se movían frente a ellos. Estuvo mirándolos varios minutos, vio cómo se inclinaban hacia delante y, cuidadosamente, introducían las cañas en el fulgor de los hornos. Había algo en aquellos movimientos acompasados que despertó un eco en su memoria; pero no veía más que a unos hombres que hacían girar las cañas, las introducían en el fuego y las sacaban, sin dejar de darles vueltas: lo mismo había visto hacer varias veces durante los últimos días. Se volvió hacia un lado.

En la pared de la derecha había cuatro puertas. En la primera se leía el nombre de Fasano. Al ir a llamar con los nudillos, Brunetti advirtió qué era lo que acababa de llamarle la atención al ver aquellas figuras iluminadas por el resplandor de los hornos. Los maestri utilizaban la mano derecha para sostener la larga caña por el extremo, a fin de hacer palanca con más fuerza, y llevaban el guante y el manguito de protección en el lado izquierdo, el más expuesto al calor. Ahora bien, Tassini era zurdo -había sostenido el vaso y el teléfono con la izquierda- y habría tenido que llevar el guante y el manguito en la mano y el brazo derechos.

Brunetti golpeó la puerta con los nudillos y, al oír una voz, entró. Fasano estaba delante de la única ventana, inclinado sobre un objeto que sostenía hacia la luz. Estaba en chaleco y mangas de camisa, mirando atentamente la pieza que tenía en las manos.

– ¿El signor Fasano? -preguntó Brunetti, a pesar de que lo había reconocido por las fotos y ya se habían visto una vez.

– Sí -respondió Fasano volviendo la cabeza-. Ah -dijo al ver a Brunetti-, es el policía que ha estado viniendo por aquí.

– Sí. Guido Brunetti -dijo el comisario, optando por no hacer referencia a la cena de años atrás.

– Ahora lo recuerdo -dijo Fasano-. En casa de los Guzzini, hará unos cinco años.

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