Karin Fossum - Una mujer en tu camino

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Una mujer en tu camino: краткое содержание, описание и аннотация

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Gunder Jomann se siente un hombre feliz tras regresar de un viaje a la India.Ha conseguido lo que más deseaba: una esposa india, joven y maravillosa. Pero su destino se tuerce, y el día que ella debe llegar a Noruega, desaparece. Poco después, el cuerpo de una mujer extranjera aparece mutilado a las afueras del pueblo. El inspector Sejer y su colega Skarre se ponen tras la pista del asesino. En su pequeña comunidad, donde todo el mundo se conoce y los secretos son difíciles de ocultar, nadie es sospechoso y, al mismo tiempo, cualquiera podría ser un asesino.

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– Sí, creo que sí -contestó la enfermera Ragnhild -. Se despertará.

6

Dentro de la boca de la mujer, abierta de par en par, Sejer vio tres o cuatro dientes que seguían en su sitio. ¿Qué pensaría el médico forense cuando le entregaran a esa mujer destrozada? Bardy Snorrason llevaba muchos años trabajando junto a esa mesa de acero. Tenía un reborde y un sumidero en un extremo para que la sangre y los líquidos de los cadáveres desaparecieran por allí. El cadáver de la mujer despedía un olor fuerte y húmedo. El pecho y la cavidad peritoneal se le habían abierto.

– Quiero que pienses en voz alta -dijo Sejer al forense.

– Ya me lo imagino. -Se bajó las gafas sobre la nariz y miró a Sejer por encima de la montura -. Este rostro habla por sí solo. -Dio la espalda a Sejer y se puso a hojear un montón de papeles. Murmuró para sus adentros -. Por una vez en la vida preferirías callarte.

Sejer sabía bien que no servía de nada ponerse pesado. La presencia de la mujer en la sala era ensordecedora. Lo que saldría de su garganta los últimos minutos de su vida retumbaba ahora entre esas cuatro paredes. Sejer tenía que sopesar sus palabras, y de algún modo mostrar cierto respeto por aquella mujer que yacía desnuda sobre la mesa, con el pecho abierto y la cabeza destrozada, iluminada por la luz cegadora de la lámpara de trabajo. Como le habían limpiado la sangre, las lesiones se veían distintas a cuando yacía en la hierba.

– Llevaba un traje de seda -dijo Snorrason -. Y de buena calidad, confeccionado en la India. Las sandalias están hechas de plástico. El reloj de pulsera es un Timex de escaso valor. La ropa interior era sencilla, de algodón. En su bolso había varias monedas, alemanas, noruegas e indias. Debajo de las sandalias ponía «Miss India» -añadió.

Una nueva pausa. Los papeles temblaron.

– Recibió repetidos golpes en la cabeza y en la cara -prosiguió.

– ¿Es posible calcular cuántos? -preguntó Sejer.

– No. He dicho «repetidos golpes» precisamente porque resulta imposible contarlos. Estamos hablando de unos golpes muy fuertes. Entre diez y quince. -Se acercó a la mesa y se colocó detrás de la cabeza destrozada de la mujer -. El cráneo está roto como una jarra de loza -dijo -. No es posible imaginar su forma original. El cráneo es frágil -prosiguió -. Y sin embargo bastante fuerte cuando se golpea la parte superior de la cabeza. Las lesiones son mayores cuando se alcanza la parte posterior y las sienes. En este caso estamos hablando de una fuerza realmente destructiva. El autor del crimen descargó sobre ella una rabia tremenda.

– ¿Qué edad tenía?

– Cerca de los cuarenta.

Sejer se sorprendió. El cuerpo era tan fino y delgado…

– ¿Y el arma? -preguntó.

– El arma era grande y pesada, posiblemente obtusa y lisa, y se utilizó con una violencia brutal. Intento consolarme a mí mismo, y tal vez a ti, ya que tienes aspecto de necesitarlo -dijo mirando de reojo a Sejer – con que tal vez le hubieran infligido la mayor parte de los golpes después de muerta. Uno puede decir lo que quiera acerca de la muerte -añadió -, pero nos libra de golpe de toda clase de miserias.

Se hizo un largo silencio. Sejer tenía la sensación de estar fuera de sí, casi flotando. Intuía un largo período de poco sueño y mucha preocupación. Que no escaparía de todo aquello. Ni por un instante sería capaz de olvidarse de esa mujer, sino que la tendría presente día y noche, cada hora. La tendría en la cabeza como un grito mudo. Miró hacia el futuro, hacia el momento en el que encontraran y arrestaran al autor del crimen. Sabía que estaría lo suficientemente cerca de él como para notar su olor y su vibración al moverse en el mismo espacio que aquel. Cogerlo de la mano. Mostrarle comprensión. Entrar en esa persona con amabilidad. Notó unos suaves pinchazos en la nuca. Snorrason volvía a mover los papeles.

– Como ya he dicho, tenía alrededor de cuarenta años, tal vez algo menos. Altura: uno sesenta. Peso: cuarenta y cinco kilos. Por lo que puedo ver, estaba sana. En el hombro izquierdo tiene una insignificante cicatriz de cuatro puntos. Por cierto, el broche es de la región de Hardanger.

– Eres rápido -lo elogió Sejer.

– Una ayudante mía tiene uno igual.

Reflexionó unos instantes.

– Había huellas de lucha por todo el prado. ¿Jugaría con ella, como si de un gato se tratara?

– No lo sé -dijo Sejer -. Pero no comprendo cómo se atrevió. A las nueve de la noche todavía hay luz. Ole Gunwald vive muy cerca. La carretera principal pasa por allí. Es de tal osadía que me hace sospechar que el autor es un ser caótico, totalmente incapaz de calibrar la situación.

– ¿Ha llegado alguna información de la gente? -preguntó Snorrason.

– Observaciones de coches que pasaban. Pero lo único que deseo es saber quién es ella.

– Pregunta en las joyerías de la zona. Seguramente se acordarán si una mujer extranjera compró un broche de Hardanger. No creo que sea muy corriente.

– Llevarán un registro de las ventas -apuntó Sejer. Pero dudo que lo haya comprado ella misma. Más bien creo que debe tratarse de un regalo de alguien de Noruega. Tal vez de un hombre. Y en ese caso de un hombre que la quiere.

– Sacas mucha materia de poco -comentó Snorrason con una sonrisa.

– Pienso en voz alta. Cuando la vi en la hierba con su bonito vestido, el broche brillaba como una declaración de amor.

– Bueno -dijo Snorrason -. Quizá el amor se haya convertido en otra cosa. Esto no parece muy cariñoso.

Sejer dio una vuelta por la sala.

– Permíteme recordarte que hay quien mata por amor -dijo.

Snorrason asintió de mala gana.

– Entonces, ¿me llamas cuando esté el informe?

– Por supuesto. Este asunto tiene prioridad.

Sejer se quitó los protectores de los zapatos. Luego se sentó con Skarre en su despacho. El contenido de la bolsa de plástico estaba esparcido sobre su mesa. Sejer lo extendió con los dedos.

Rebuscó entre el montón de objetos y encontró un pendiente, que reconoció al instante.

– Veo que os habéis empleado a fondo. A la mujer le faltaba uno como este.

– Está plano -dijo Skarre. De repente se acercó a la pila, donde le sobrevino un terrible ataque de tos.

– Tómate el tiempo que necesites -dijo Sejer.

Skarre se volvió y lo miró.

– Ya estoy listo -dijo -. Quiero trabajar.

Kalle Moe, propietario y conductor del taxi, no era un hombre dado al cotilleo. Pero ahora se sentía completamente abrumado. Estaba sentado en su Mercedes blanco, pensando, con un profundo surco en la frente. Unos minutos más tarde subía la escalera del bar de Einar. Dentro había más gente que de costumbre. Einar estaba dando la vuelta a dos hamburguesas para luego ponerles queso encima. Saludó a Kalle.

– Un café -le pidió.

El vapor de la taza le calentó la cara. De repente, se oyó la risa chillona de Linda, procedente de un rincón.

– Qué felicidad ser joven -dijo Kalle -. Ni siquiera la muerte les afecta. Son como el salmón gordo y liso de vivero.

Einar le acercó un plato con terrones de azúcar. Su cara alargada estaba tan hermética como siempre.

– Una historia muy fea -prosiguió Kalle, mirando de reojo a Einar.

– ¿Por qué íbamos a librarnos nosotros?

– ¿Qué quieres decir? -Kalle no lo entendió.

– Me refiero al hecho de que sucediera aquí. Esas cosas pasan ya en todas partes.

– No es lo que yo he oído. Dicen que fue realmente salvaje, inusual aquí.

– Eso dicen siempre -respondió Einar.

Kalle tomaba el café a pequeños sorbos.

– Me preocupé mucho al principio. Pensé en Tee, y en la familia Thuan.

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