– ¿Estás ahí, Gunder?
– Estoy a punto de irme al hospital.
Kalle carraspeó.
– ¿Cómo está tu hermana?
– No me han dicho nada. Supongo que no se habrá despertado aún. No lo sé -añadió.
Volvió a hacerse el silencio. Como si Kalle estuviera callándose algo.
Gunder no le haría hablar.
– Bueno -dijo Kalle -, es que me he empezado a preocupar. No sé si has oído las noticias, pero han encontrado a una mujer en Hvitemoen.
Gunder contuvo la respiración.
– ¿Sí? -dijo.
– No saben quién es -prosiguió Kalle -. Pero dicen que se trata de una extranjera. Y ella está… es decir, es el cadáver de una mujer lo que han encontrado, eso era lo que quería decir. Por eso estaba preocupado, ya me conoces. No es que piense que haya alguna relación, pero como no está muy lejos de donde tú vives… Tenía miedo de que pudiera tratarse de la mujer a la que fui a buscar ayer. ¿Entonces ha llegado sana y salva?
– Llegará en el transcurso del día -contestó Gunder con firmeza.
– ¿La has encontrado?
Gunder tosió.
– He de irme al hospital.
– De acuerdo.
Percibió la duda de Kalle a través del auricular.
– Por cierto, tengo que pagarte el viaje -se apresuró a decir Gunder-. Ya hablaremos.
Colgó bruscamente. Permaneció unos instantes sin moverse. Ah, una nota para Poona, eso era lo que iba a hacer. Podría dejar una llave fuera. ¿Dejarían también en la India la llave bajo el felpudo? Buscó lápiz y papel, pero se acordó de que no sabía escribir en inglés. Solo hablar un poco. Todo se arreglará, pensó, y abandonó la casa sin cerrar la puerta con llave. A continuación se metió en el coche.
Hvitemoen se encontraba a un kilómetro más allá, en dirección a Randskog. No pasaría por allí de camino al hospital, de lo cual se alegraba. Tenía la impresión de que había más gente fuera que de costumbre. Se cruzó con dos furgonetas de la Radio Televisión Noruega, y dos coches de policía. Delante del bar de Einar había un montón de coches. Y bicicletas y gente. Miró asustado todo aquello cuando pasaba velozmente en su coche. Ya en el hospital, cogió el ascensor. Entró directamente en la habitación de Marie. Una enfermera estaba inclinada sobre la cama. Se enderezó al verlo entrar.
– ¿Quién es usted? -preguntó con escepticismo.
– Gunder Jomann -se apresuró a decir -. Soy su hermano.
La enfermera volvió a inclinarse sobre Marie.
– Todas las visitas han de dirigirse primero a la sala de guardia antes de entrar en las habitaciones -dijo.
Gunder se quedó mudo. Permaneció junto a la cama, aturdido y avergonzado, retorciéndose los dedos. ¿Por qué le hablaba así? ¿No se alegraban de que por fin hubiera llegado?
– Ayer estuve aquí todo el día -dijo en voz baja -. Así que pensé que podía entrar sin más.
– Eso no podía saberlo yo -contestó la enfermera con una sonrisa no muy convincente -. Ayer no estaba de guardia.
Gunder no contestó. Las palabras se le hicieron un nudo como de pelo en la garganta. En realidad quería preguntarle si había algún cambio, pero notó que los labios le temblaban y no quería que aquella mujer viera que estaba a punto de llorar. Se sentó cuidadosamente en el filo de la silla, con los brazos cruzados sobre el regazo. Mi esposa ha desaparecido, pensó desesperado. Quería gritárselo a esa enfermera que estaba junto a la cama regulando el gotero, decirle lo difícil que era todo. Marie, su única hermana, en coma, y Karsten en Hamburgo. Y Poona como si se la hubiera tragado la tierra. No tenía a nadie más. Deseaba que la enfermera se marchara y que no volviera. Prefiero la rubia que estuvo aquí ayer, pensó. La de la sonrisa amable, que había ido a buscarle algo de beber.
– ¿Sabe usted que en calidad de familiar puede pasar la noche en el hospital? -dijo de repente la enfermera.
Gunder se sobresaltó. Pues sí, se lo habían dicho. Pero él tenía que encontrar a Poona. No quiso decírselo a esa mujer. Por fin desapareció. Gunder se inclinó sobre Marie. Un suave murmullo salía del tubo que le habían metido en la boca. La otra, la rubia, le había explicado que ese ruido significaba que se estaba llenando de saliva. Pero si llamaba ahora, tal vez volvería esta otra, la malhumorada. Gunder no lo soportaría. Permaneció un rato escuchando el ruido del respirador, que insuflaba aire a presión dentro de Marie. Pensó que si aquel gorgoteo aumentaba tendría que avisar, acudiera la que acudiera.
Le habían dicho que le hablara, pero ya no tenía palabras. La noche anterior estaba ilusionado por el reencuentro con Poona, incluso en medio de todo aquello. «¿Marie?», susurró. Pero desistió y bajó la cabeza. Quería pensar en el futuro. De repente, Karsten aparecería por la puerta y se haría cargo de aquella situación tan complicada. Se acordó de que había una radio colgada sobre la cama. ¿Podría encenderla? ¿Molestaría a Marie? Se inclinó sobre el cabecero y descolgó la radio. Estaba tapizada con un lienzo blanco. Primero buscó el botón del volumen y lo bajó del todo. Se la puso junto al oído y percibió un lejano silbido. Buscó hasta encontrar la Radio Nacional 4 noruega, donde daban noticias cada hora. Faltaban unos instantes para las diez. Esperó con gran tensión hasta que una voz interrumpió la música y anunció las noticias. «El inspector jefe Konrad Sejer informa de que la mujer encontrada muerta en Hvitemoen aún no ha sido identificada. Pide a los ciudadanos que se pongan en contacto con la policía si tienen alguna información que pueda ayudar al esclarecimiento del caso. La policía también informa de que la mujer ha sido víctima de una violencia excepcionalmente brutal con un objeto romo, pero no desea dar más detalles. Fuentes con las que ha contactado esta emisora sostienen que el cadáver estaba cruelmente mutilado, con muestras de una violencia muy rara en la historia criminal noruega. La policía ha abierto una línea de teléfono y ruega a las personas que ayer por la tarde o por la noche estuvieran en las proximidades de Hvitemoen, Elvestad, se pongan en contacto con ella. Todo movimiento observado en esa zona puede ser de interés. El cadáver fue descubierto por una mujer de Elvestad que estaba cogiendo setas.» Dieron un número de teléfono. Un número muy fácil de recordar, y que, sin quererlo, se le grabó en la mente. El gorgoteo de Marie interrumpió sus pensamientos. Había empeorado. Si llamaba y la enfermera morena acudía corriendo, tal vez pensara que él opinaba que no estaba haciendo bien su trabajo. Pero habría más gente de guardia, y a lo mejor no acudía ella. En ese momento se abrió la puerta y entró la rubia. Se acercó a la silla y le puso una mano en el hombro.
– Su cuñado ya ha sido localizado. Va camino de casa.
Gunder estuvo a punto de echarse a llorar de alivio. Ella se acercó a la cama de Marie y quitó la saliva del tubo. Gunder se permitió cerrar los ojos y relajar por fin los hombros.
– ¿Se arregló todo ayer? -preguntó de repente la rubia mirando a Gunder por encima de la cama.
Él abrió de nuevo los ojos. La enfermera hablaba muy bajo.
– Mencionó usted unos problemas -dijo ella.
– Bueno, es decir, no sé muy bien -tartamudeó Gunder.
La enfermera volvió a inclinarse sobre Marie, pero seguía escuchándolo. Él tenía la sensación de que ella sabía muchas cosas, aunque no se explicaba cómo.
– Todo será más fácil cuando llegue su cuñado -dijo ella -. Así no tendrá que cargar usted con todo.
– Sí -contestó Gunder-. Será más fácil. -Luego se armó de valor y mirándola fijamente dijo -: ¿Se despertará? -preguntó con un hilo de voz.
Ella miró fijamente a Marie. Hasta ahora, Gunder no se había fijado en que llevaba una placa con su nombre.
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