– Pero ¡piensa en cómo le afectaría a Sofie que todo saliera a la luz!
– ¡Sofie es mucho más valiente de lo que crees, así que no la utilices como excusa de tu propia cobardía!
– ¿Cómo de valiente puede ser una chica de quince años de la que se ríen porque su madre es bollera? ¿No comprendes el infierno que sería para ella la escuela? ¡No puedo hacerle eso! -Marit tenía la cara desencajada por el llanto, como si fuera una máscara horrenda.
– ¿De verdad crees que Sofie no lo sabe todo ya? ¿De verdad crees que la engañamos sólo porque tú te mudes al cuarto de invitados las semanas que pasa con nosotras y porque tú y yo nos dediquemos a hacer un absurdo paripé? ¡Que sepas que ella se ha enterado hace siglos! Y si yo estuviera en su lugar, me avergonzaría de una madre que es capaz de vivir en una mentira de mierda sólo para evitar las habladurías de la gente. ¡Eso sí que sería una vergüenza!
A aquellas alturas, Kerstin gritaba tan alto que se le quebraba la voz. Marit la miró con aquella expresión dolida que Kerstin había aprendido a odiar con los años y, por experiencia, sabía lo que vendría después. En efecto, Marit se levantó bruscamente y se puso la cazadora entre sollozos.
– ¡Pues lárgate, joder, lárgate! ¡Es lo que haces siempre! ¡Lárgate! ¡Pero esta vez, no te molestes en volver!
Cuando Marit cerró la puerta, Kerstin se sentó a la mesa de la cocina. Respiraba de forma acelerada y jadeante, como si hubiese estado corriendo. Y, en cierto modo, quizá fuera así. Corriendo en pos de la vida que deseaba para las dos, pero que el miedo de Marit les impedía vivir. Y por primera vez, sentía o que le había dicho. Una voz interior le decía que no resistiría mucho más.
A la mañana siguiente, sin embargo, aquella sensación dio paso a un profundo y angustioso desasosiego. Estuvo despierta toda la noche, esperando que se abriese la puerta, deseando oír los pasos familiares sobre el parqué, ansiando abrazar a Marit y pedirle perdón. Pero Marit no volvió a casa. Y las llaves del coche habían desaparecido, pues Kerstin lo comprobó durante a noche. ¿Dónde demonios se había metido? ¿Se habría ido con su ex marido, el padre de Sofie? ¿O se le habría ocurrido irse a Oslo, con su madre?
Con mano temblorosa, Kerstin cogió el auricular para hacer algunas llamadas.
– ¿ Qué creéis que supondrá esto para la industria turística del municipio de Tanum? -preguntó el reportero del Bohusläningen, lápiz y papel en mano, a la espera de anotar su respuesta.
– Muchísimo. Sencillamente, muchísimo. Durante cinco semanas se emitirá un programa diario de media hora desde Tanumshede y, bueno, no creo que a esta comarca se le haya presentado nunca una oportunidad semejante de publicidad -respondió Erling radiante. Ante la puerta del antiguo caserío se había congregado un público numeroso para recibir el autobús con los participantes. La mayoría eran adolescentes que no cabían en sí de excitación ante la posibilidad de, por fin, encontrarse personalmente con sus ídolos.
– ¿Y no podría surtir el efecto contrario? Me refiero a que, en ediciones anteriores, todo ha quedado en peleas, sexo y borracheras. Y no creo que sea ése el mensaje que deseen transmitirles a los turistas.
Erling miró irritado al periodista. ¡Joder con la gente! ¿Por qué tenían que ser siempre tan negativos? Ya había tenido bastante con el Consejo Municipal y ahora la prensa local empezaba con lo mismo.
– Ya, bueno, pero habrás oído el dicho: «Toda publicidad es buena publicidad». Y, si hemos de ser sinceros, Tanumshede tiene una existencia cuestionable, a escala nacional, me refiero. Eso cambiará radicalmente con la emisión de Fucking Tanum.
– Puede, pero… -comenzó el periodista que, no obstante, se vio interrumpido por Erling, cuya paciencia se había agotado.
– Por desgracia, no tengo tiempo para hacer más comentarios, debo ejercer de comité de bienvenida. -Y, dicho esto, se dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia el autobús, que acababa de aparcar. Los jóvenes se agolpaban expectantes ante la puerta del vehículo y aguardaban a que se abriese con miradas ardientes. La visión de tantos adolescentes ansiosos confirmó a Erling en su opinión de que aquello era precisamente lo que necesitaba la comarca. Ahora todo el mundo sabría dónde quedaba Tanumshede.
Cuando la puerta del autobús se abrió con un chasquido, el primero que bajó fue un hombre de unos cuarenta años. La decepción que reflejaba la mirada de los jóvenes indicaba que no era uno de los participantes. Erling no había seguido ninguno de los programas, así que no tenía ni idea de quién o qué podía esperar.
– Erling W. Larson -dijo ofreciéndole la mano y ajustando la mueca de su mejor sonrisa. Las cámaras trabajaban ávidamente.
– Fredrik Rehn -respondió el hombre estrechándole la mano-. Hemos hablado por teléfono, yo soy el productor de este circo. -Ahora, sonreían los dos.
– Bien, mi más sincera bienvenida a Tanumshede. En nombre del pueblo, quisiera decir que estamos muy contentos y orgullosos de teneros aquí y esperamos entusiasmados una temporada llena de apasionantes episodios.
– Gracias, muchas gracias. Sí, también nosotros tenemos grandes esperanzas. Con las dos temporadas de éxito que nos avalan, nos sentimos bastante seguros, sabemos que este formato siempre triunfa y confiamos en que la colaboración será excelente. Pero no creo que debamos seguir castigando a estos jóvenes -dijo Fredrik con una sonrisa tan amplia como resplandeciente hacia el esperanzado público-. Aquí están. Los participantes de Fucking Tanum: Big Brother- Barbie , Big Brother- Jonna , Robinson- Calle, Tina de El bar, Robinson- Uffe y, por último, aunque so menos importante, Farmen- Nlehmet .
Uno tras otro fueron saliendo del autobús y enseguida estalló el griterío. La gente daba alaridos y señalaba, y se empujaban unos a otros para tocarlos o pedirles un autógrafo. Los cámaras ya habían empezado a filmarlo todo. Erling observaba satisfecho, aunque un tanto desconcertado, la exaltación a que había dado origen la llegada de los participantes. Y no pudo por menos de preguntarse qué le pasaba en realidad a la juventud actual. ¿Cómo era posible que un puñado de mocosos desharrapados despertasen tal histeria? En fin, él no tenía por qué entender el fenómeno, lo importante era aprovechar al máximo la popularidad que el programa le proporcionaría a Tanumshede. Si, además, conseguía quedar como el gran benefactor del pueblo, una vez consumado el éxito, sería un efecto secundario muy agradable.
– Veamos, hemos de acabar con esto por ahora. Tendréis un sinfín de oportunidades de conocer a los participantes. No en vano, van a vivir aquí durante cinco semanas. -Fredrik iba aparando a la gente que aún se agolpaba en torno al autobús-. Los participantes necesitan instalarse y descansar un poco. Pero supongo que pondréis la tele la semana que viene, ¿verdad? ¡El lunes a las siete damos el pistoletazo de salida! -exclamó con los pulgares en alto y otra sonrisa tan antinatural como todas las demás.
Muy a su pesar, los jóvenes se fueron retirando, la mayoría de ellos en dirección a la escuela de secundaria. Sin embargo, a algunos les pareció que aquélla era una excelente oportunidad para pasar de las clases ese día, por lo que se encaminaron hacia Hedemyrs.
– Desde luego, no hay duda, esto tiene muy buena pinta -auguró Fredrik pasando los brazos por los hombros de Barbie y Jonna-. ¿Qué decís, chicas? ¿Listas para empezar?
– Por supuesto -respondió Barbie con un luminoso parpadeo. El revuelo ocasionado le había supuesto, como de costumbre, un subidón de adrenalina que la hacía dar saltitos sin cesar.
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