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Jussi Adler-Olsen: La mujer que arañaba las paredes

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Jussi Adler-Olsen La mujer que arañaba las paredes

La mujer que arañaba las paredes: краткое содержание, описание и аннотация

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En Copenhague, el policía Carl Mørck está atravesando una de las épocas más negras de su vida. Tras ser sorprendido por el ataque de un asesino, un compañero suyo resulta muerto y otro gravemente herido. Su sentimiento de culpabilidad aumenta cuando su jefe y la prensa dudan de su actuación. Relegado a un nuevo departamento dedicado a casos no resueltos, Carl Mørck ve una oportunidad de demostrar su valía al descubrir las numerosas irregularidades cometidas en el caso de Merete Lynggaard. Cuando en 2002 esta mujer, una joven promesa de la política danesa, desapareció mientras realizaba un viaje en ferry, la policía decidió cerrar el caso por falta de pruebas. Sin embargo, Merete Lynggaard sigue viva aunque sometida a un terrible cautiverio. Encerrada y expuesta a los caprichos de sus secuestradores, sabe que morirá el 15 de mayo de 2007. Carl Mørck ha de utilizar todo su ingenio e intuición.

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– ¡Jesper, me cago en…! Las ondas sonoras ya han destrozado dos ventanas en la calle de abajo. ¡Tendrás que pagarlas de tu bolsillo! -vociferó tan alto como pudo.

El chaval ya había oído antes aquello, y su espalda encorvada sobre el teclado no se enderezó ni un milímetro.

– ¡Hola! -le gritó Carl directamente al oído-. Baja el volumen o corto el cable del ADSL.

Aquello funcionó.

En la cocina Morten Holland ya había puesto la mesa. Uno de los vecinos lo había apodado «el ama de casa suplente del número 73», pero se equivocaba. Morten no era suplente de nadie, era la mejor y más auténtica ama de casa que había conocido Carl. Hacía la compra, ponía la lavadora, cocinaba y limpiaba mientras de sus labios sensibles brotaban las arias de ópera. Y además pagaba el alquiler.

– ¿Has estado en la uni hoy, Morten? -le preguntó, aunque sabía la respuesta. Había cumplido treinta y tres años, y durante los últimos trece había estudiado con gran aplicación todo tipo de temas excepto los que correspondían a las tres carreras en las que había estado matriculado. Y el resultado era un conocimiento apabullante sobre todo lo que no fuera el estudio para el que le dieron las becas, y que se suponía que iba a ser su futura fuente de ingresos.

Morten le volvió la espalda rolliza y miró fijamente la masa borboteante de la cazuela.

– He decidido estudiar en la Escuela de Administración Pública.

Ya lo había mencionado antes, sólo era cuestión de tiempo.

– Joder, Morten, ¿no deberías terminar antes la carrera de políticas? -le preguntó Carl de todas formas.

Morten echó sal a la cazuela y removió.

– La mayoría de los de políticas votan a los partidos del Gobierno, y eso no es lo mío.

– ¿Qué coño sabes de eso? Si nunca vas a clase, Morten.

– Fui ayer. Les conté a los compañeros de clase un chiste sobre Karina Jensen.

– Un chiste sobre una política que empieza en la extrema izquierda y termina con los Liberales. No debería ser muy difícil.

– «Un ejemplo más de que tras una fachada respetable se esconde una cabeza de chorlito», les dije. Y no se rieron.

Morten era especial. Sobrecrecido, eterno estudiante, andrógino y virgen, para él las relaciones sociales consistían sobre todo en comentarios que hacía a los ocasionales clientes del súper acerca de sus compras. Una pequeña conversación junto al arcón de los congelados acerca de si las espinacas había que hacerlas con o sin nata.

– No se rieron, Morten, pero para eso puede haber diversos motivos. Yo tampoco me he reído, y no voto a los partidos del Gobierno, para que te enteres.

Sacudió la cabeza. Era una batalla perdida. Mientras Morten siguiera cobrando bien en la tienda de alquiler de vídeos, a él le importaba un pimiento lo que estudiara o dejara de estudiar.

– En la Escuela de Administración Pública, dices. Suena aburridísimo.

Morten se encogió de hombros y añadió a la cazuela dos zanahorias cortadas. Estuvo callado un rato, cosa inusual en él. Carl ya sabía lo que venía.

– Ha llamadoVigga -dijo Morten finalmente con cierta inquietud en la voz, y se hizo a un lado. En tales situaciones solía continuar diciendo Don't shoot me, I'm only the piano player. Esta vez se abstuvo.

Carl no hizo ningún comentario. Si Vigga quería hablar con él, no tenía más que esperar a que llegara a casa.

– Me parece que está helada en la cabaña -osó añadir Morten mientras removía con la cuchara el contenido de la cazuela.

Carl se volvió hacia él. Aquella cazuela olía de maravilla. Hacía mucho que no sentía tanta hambre.

– ¿Que está helada? Pues que meta en la estufa a un par de sus amantes macizos.

– ¿De qué habláis? -se oyó desde la puerta. Tras Jesper, la cacofonía que volvía a rugir en su cuarto hacía estremecerse las paredes del pasillo.

Era un auténtico milagro que pudieran oírse entre ellos.

Cuando Carl llevaba tres días alternando entre mirar en Google y mirar la pared del sótano, y se sabía de memoria la distancia hasta el baño improvisado, además de sentirse descansado como nunca, dio los cuatrocientos cincuenta y dos pasos que había hasta la Brigada de Homicidios, en el segundo piso, donde se alojaban sus antiguos compañeros. Quería exigir que las obras del sótano terminaran de una vez y volvieran a montar la puerta, para que al menos pudiera dar algún portazo si le apetecía. También iba a recordarles discretamente que aún no le habían llegado los expedientes. No porque corriera prisa, pero tampoco quería quedarse sin puesto de trabajo antes de haber empezado a trabajar.

Tal vez esperaba que sus compañeros lo observaran con curiosidad cuando entrara en la Brigada de Homicidios. ¿Estaría a punto de tener un ataque de nervios? ¿Habría perdido color tras su estancia en la eterna oscuridad? Esperaba miradas de curiosidad, también burlonas, pero no que todos se encerraran en sus despachos cerrando la puerta de forma tan coordinada como había sucedido.

– ¿Qué pasa aquí? -preguntó a un hombre a quien nunca había visto, que estaba abriendo las cajas de mudanzas en el primer despacho.

El hombre le tendió la mano.

– Soy Peter Vestervig, vengo de la comisaría del centro. Voy a entrar en el grupo de Viggo.

– ¿En el grupo de Viggo? ¿De Viggo Brink? -se sorprendió. ¿Jefe de grupo? ¿Viggo? Pues debían de haberlo nombrado ayer.

– Sí. Y tú ¿quién eres? -dijo, dando la mano a Carl.

Carl la apretó brevemente y miró la estancia sin contestar. Había otras dos caras que no conocía.

– ¿También del grupo de Viggo?

– El que está en la ventana, no.

– Muebles nuevos, por lo que veo.

– Sí, acaban de subirlos. ¿Tú no eres Carl Mørck?

– Una vez lo fui -confirmó, dando los últimos pasos hacia el despacho de Marcus Jacobsen.

La puerta estaba abierta, pero una puerta cerrada no le habría impedido entrar sin más.

– ¿Tenéis sangre nueva en el departamento, Marcus? -preguntó directamente, interrumpiendo una reunión.

El jefe de Homicidios miró resignado a su subinspector y a una secretaria.

– Bueno, Carl Mørck ha subido de las catacumbas. Seguiremos dentro de media hora -dijo, haciendo un montón con los papeles.

Carl dirigió una mirada agria al subinspector cuando éste salió por la puerta, y la que recibió de él fue del mismo estilo. El subinspector de la Policía Criminal Lars Bjørn siempre había sabido mantener viva la llama de su frialdad.

– ¿Qué tal ahí abajo, Carl? ¿Has empezado ya a ordenar los casos?

– Algo así. Al menos los que me han llegado hasta ahora.

Después señaló hacia atrás.

– ¿Qué pasa ahí?

– Buena pregunta -convino el jefe levantando las cejas y enderezando la Torre Inclinada de Pisa, que es como solían llamar al montón de casos recién empezados de su escritorio-. La cantidad de casos nos ha obligado a montar dos grupos más de investigación.

– ¿Para sustituir al mío? -preguntó Carl con una sonrisa irónica.

– Sí, y otros dos más.

Carl frunció el entrecejo.

– Tres grupos. ¿Cómo cojones habéis conseguido financiarlo?

– Una partida especial. Un pequeño ajuste relacionado con la reforma, ya sabes.

– ¿Lo sé? No jodas…

– ¿Querías algo en concreto, Carl?

– Sí, pero puede esperar, ahora que lo pienso. Antes tengo que mirar una cosa. Luego vuelvo.

Era del dominio público que en el Partido de la Derecha había mucha gente del mundo empresarial que se lo pasaba en grande y hacía lo que le pedían las organizaciones del sector. Pero el partido más impecable de Dinamarca también había atraído siempre a policías y personalidades militares, sabe Dios por qué. Sabía que en aquel momento había por lo menos dos de aquellos en la Derecha dentro del Parlamento de Christiansborg. Uno de ellos era un tipo sórdido que sólo había pasado por el organigrama de la policía para después salir de él a toda velocidad, pero el otro era un veterano subcomisario de la Policía Criminal, un tipo majo que Carl conocía de su época de Randers. No era de ideas especialmente conservadoras, pero el distrito electoral era su tierra natal, y seguro que el trabajo estaba bien pagado. De modo que Kurt Hansen de Randers se convirtió en parlamentario del Partido de la Derecha y en miembro de la Comisión de Justicia, y en la mejor fuente de información de tipo político para Carl. Kurt no lo contaba todo, pero era fácil de sonsacar si el caso le interesaba. Claro que Carl no sabía si éste le interesaba.

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