Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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– Sí, tuvo un aprobado en todas las asignaturas.

Annika hojeó sus papeles.

– Su padre es pastor -continuó ella-. ¿Influyó eso en algo?

– ¿Es pastor? No lo sabía…

– Tenía un hermano gemelo, Carl Niklas. ¿Iba también al instituto de Tibble?

– Niklas… sí, me parece que terminó la rama de ciencias la primavera pasada. Él sí que era estudioso. Deseaba proseguir sus estudios en Estados Unidos.

Annika anotó.

– ¿Recuerda algo más?

Jansson se le acercó y se colocó inquisitivo enfrente, Annika le rechazó agitando la mano.

– No -respondió el rector-. ¡Hay tantos alumnos!

– ¿Sabe si tenía muchas amigas?

– Sí, claro. No era muy popular, pero tenía algunas amigas con las que se relacionaba. En realidad, no presentó problemas de adaptación.

– ¿No tendrá una lista de su clase a mano? -inquirió Annika.

– ¿De la clase de Josefin? -refunfuñó ligeramente-. Sí, tengo una guía de la escuela. ¿Quieres que te la envíe?

– ¿Tienes fax?

Tenía. Annika le dio el número de teléfono del fax de la redacción de sucesos, Martin Larsson prometió enviarle una fotografía de la clase de Josefin inmediatamente.

Colgó y ya se había levantado para ir a la oficina de Eva-Britt Qvists cuando «Escalofríos» volvió a sonar. Titubeó, pero respondió.

– Sé quién asesinó a Olof Palme -farfulló una voz.

– ¿Sí?, ¡no me digas! -contestó Annika-. ¿Quién?

– ¿Me daréis una recompensa?

– Lo máximo que pagamos por una noticia son cinco mil coronas.

– ¿Solo cinco de los grandes? Eso es una mierda. Quiero hablar con un redactor.

Annika le oyó sorber y después cómo el hombre tragaba.

– Yo soy redactora. Pagamos cinco mil, no importa con quién hables.

– Eso es muy poco. Quiero más.

– Llama a la policía. Entonces tendrás cincuenta millones -replicó Annika y colgó.

Mira que si el borracho tenía razón, pensó mientras se dirigía al fax. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si el Konkurrenten tuviera mañana el nombre del asesino de Palme en el titular? Entonces siempre se la recordaría como la periodista que despreció una gran noticia, al igual que Bonniers rechazó a Astrid Lindgren o la discográfica que no quiso contratar a los Beatles aduciendo que los grupos de guitarras «no eran modernos».

La calidad del fax era horrible, Josefin y sus compañeros de clase eran manchas negras sobre un fondo de rayas grises. Debajo de la fotografía estaba el nombre de todos los alumnos, veintinueve jóvenes que conocían a Josefin. Mientras se dirigía a su mesa subrayó los que tenían apellidos poco comunes, ésos serían más fáciles de encontrar en la guía. Los muchachos no tendrían líneas de teléfono propias, así que les buscaría a través de sus padres.

– Ha llegado un paquete para ti -anunció Peter Brand. Era el hijo de Tore que hacía una suplencia en recepción por las noches durante el mes de julio.

Annika, con curiosidad, cogió el sobre blanco y duro. «No doblar», leyó. Lo abrió rápidamente y vació el contenido sobre la mesa.

Eran tres fotografías de Josefin. En la primera, miraba a la cámara con su espléndida sonrisa. Era una fotografía de estudio corriente, sobre la cabeza tenía una gorra de bachiller blanca como la nieve. Annika sintió cómo se le erizaba el vello de los brazos. Estas fotos eran tan nítidas que se podrían ampliar hasta diez columnas, si fuera necesario. Las otras eran dos buenas fotografías de aficionado, donde la joven aparecía con un gato y sentada en un sillón.

Debajo de las fotos, una nota de Gösta, el portavoz de la policía.

«Les he prometido a los padres que las fotografías se distribuirían a todos los medios que las quisieran», y seguía. «¿Pueden ustedes ser tan amables de enviárselas al Konkurrenten cuando hayan acabado?».

Annika se dirigió apresuradamente hacia Jansson y dejó las fotografías delante de él.

– Era la hija de un pastor, soñaba con ser periodista -declaró.

Jansson cogió las fotos y las estudió detenidamente.

– Fantástico -replicó.

– Tenemos que mandárselas al Konkurrenten cuando hayamos terminado -anunció Annika.

– Por supuesto -contestó Jansson-. Se las enviaremos en cuanto hayan impreso la última edición del día. ¡Buen trabajo!

Annika regresó a su mesa. Se sentó y se quedó mirando fijamente el teléfono. No tenía que pensarlo mucho. Eran las dos y media. Si quería hablar con alguna de las amigas de Josefin tenía que hacerlo ahora. Cuanto más esperara peor sería.

Comenzó por dos apellidos extranjeros sin obtener respuesta. A continuación lo intentó con una tal Silfverbiörck, y contestó una joven. El pulso de Annika se aceleró, cerró los ojos y se los cubrió con la mano derecha.

– Disculpa que llame a medianoche -dijo Annika lentamente y en voz baja-. Me llamo Annika Bengtzon y trabajo en el periódico Kvällspressen. El motivo de mi llamada es que una de tus compañeras de clase, Josefin Liljeberg, ha…

La otra voz se descompuso, se oyó un fuerte carraspeo.

– Sí, lo he oído -gimoteó la muchacha que se llamaba Charlotta según la lista de alumnos-. Es terrible. Estamos muy apenados. Los que aún seguimos en el centro tenemos que ayudarnos para poder continuar.

Annika abrió los ojos, sujetó el bolígrafo y escribió, esto era mucho más fácil de lo que había pensado.

– Lo que ha sucedido nos da miedo -continuó Charlotta-. Es lo que las jóvenes más tememos. Y ahora le ha ocurrido a una de nuestras amigas, una de nosotras. Tenemos que hacer algo.

Había dejado de sollozar y parecía bastante despierta. Annika anotaba.

– ¿Tú y tus compañeras lo habéis hablado?

– Sí, claro. Pero ninguna pensaba que algo así nos pudiera pasar a nosotras. Eso es algo que nunca te imaginas.

– ¿Conocías bien a Josefin?

Charlotta sollozó, seca y profundamente.

– Era mi mejor amiga -respondió, y Annika presintió que mentía.

– ¿Cómo era Josefin?

Charlotta tenía la respuesta preparada.

– Siempre estaba contenta y alegre -dijo-. En el colegio era servicial, justa y estudiosa. Le gustaba ir a fiestas. Sí, se puede decir que…

Annika escuchó en silencio durante un rato.

– ¿Me vais a hacer una foto? -inquirió Charlotta.

Annika miró la hora. Ida y vuelta a Täby, revelar, tendría el tiempo justo.

– Ahora no -contestó Annika-. El periódico se va a imprimir dentro de un momento. ¿Te puedo llamar mañana de nuevo?

– Sí, claro, o si no puedes llamarme al busca.

Annika escribió el número. Se apoyó la frente con la mano y meditó. Aún sentía a Josefin difusa y lejana. No conseguía formarse una idea clara de la mujer asesinada.

– ¿Qué quería hacer Josefin? -preguntó Annika.

– ¿Qué quieres decir? Bueno, quería, pues, ya sabes, tener familia, trabajo y eso -contestó Charlotta.

– ¿Dónde trabajaba?

– ¿Trabajaba?

– Sí, ¿en qué restaurante?

– Bueno, no lo sé.

– Se había mudado a Estocolmo, a Dalagatan. ¿La fuiste a visitar alguna vez?

– ¿Dalagatan? No…

– ¿Sabes por qué se mudó?

– Quizá quería vivir en el centro…

– ¿Tenía novio?

Charlotta enmudeció.

Annika comprendió. Esta chica apenas conocía a Josefin.

– Muchas gracias y perdona que te haya molestado a estas horas -se despidió Annika.

Después de esto sólo le quedaba una llamada por hacer. Buscó Liljeberg en la guía, pero no había ninguna Josefin en Dalagatan. Quizá no había dado tiempo a que estuviera inscrita, pensó Annika y llamó a información.

– No, no hay ninguna Liljeberg en Dalagatan 64 -dijo la telefonista de Telia.

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