Chris Mooney - Desaparecidas

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Todo comenzó un día cualquiera para aquellas tres adolescentes de Belham, Massachusetts. Ellas iban a pasar un día como cualquier otro, en el bosque bebiendo cerveza y fumando un poco. Todo iba bien, hasta que presenciaron aquella escena. Ellas no estaban preparadas para ver algo así, les arrancó la inocencia de cuajo, quebró su amistad, y se convirtió en un reguero de sangre y dolor, mucho dolor…
Han pasado veinticinco años desde que ocurriera aquello, y el secuestro de Carol Cranmore, una adolescente de Belham, ha puesto en guardia a la policía y al FBI. Estos últimos, creen saber a lo que se enfrentan, un nuevo ataque de un asesino en serie, posiblemente el mismo que llevan buscando más de veinticinco años… conocido como El Viajero. Solo existe una persona que haya sido capaz de escapar de las garras de este asesino, pero su estado es tan deplorable que apenas puede que ayuda a la investigación que están llevando a cabo. Darby McCormick, miembro del Departamento de Policía de Boston, es acosada por los fantasmas del pasado, y asumirá este caso como algo personal. Intentara encontrar y salvar a Carol, aunque le cueste la vida en el intento…
Mientras tanto, Carol despierta en una celda oscura. Está asustada, no sabe donde está…oye gritos a lo lejos…gritos de mujeres encerradas como ella. Pero de vez en cuando suena un zumbido, y todas las celdas se abren. Carol cruza el umbral, bajo la atenta mirada de un sádico asesino, dispuesto a dar rienda suelta a sus fantasías mas perversas. Se inicia una caza que solo tiene dos reglas básicas: esconderse o morir.

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– No se puede estampar una etiqueta en cada tipo de conducta -la interrumpió Evan-. ¿Te has planteado la posibilidad de que el hombre al que buscáis secuestre mujeres sólo porque le gusta hacerlo?

– En todo comportamiento humano subyace algún motivo.

– ¿Qué fue lo que despertó tu interés en este campo?

– ¿Me estás analizando, agente especial Evan Manning?

– Estás eludiendo la pregunta.

– Hice un curso de psicología criminal en la facultad. Me quedé enganchada.

– Banville me comentó que pensabas doctorarte en psicología criminal.

– Aún no soy doctora -dijo Darby-. Tengo la tesis pendiente.

– ¿En qué consiste?

– Debo escoger un caso y analizarlo.

– Y has escogido el caso Grady.

– He estado dándole vueltas a esa idea.

– ¿Qué te detiene?

– Faltan algunas piezas en el informe del caso -dijo Darby-. Las notas de Riggers, el detective que llevó el caso de Belham, no aportan demasiados detalles.

– No me sorprende. El tipo era vago además de idiota. Dime lo que sabes e intentaré ayudarte a llenar los huecos.

– Pude revisar los archivos de pruebas físicas: el trapo empapado en cloroformo que Grady arrojó en el bosque, detrás de mi casa, y las fibras azul marino que dejó en la puerta del dormitorio. También leí una copia del informe del laboratorio federal. Sé que identificaron al fabricante del trapo. Estrecharon el cerco hasta una serie de concesionarios de automóviles con sucursales en Massachusetts, New Hampshire y Rhode Island. Las fibras azules encajaban con la misma marca de monos de trabajo que se usaban en el garaje North Andover, donde trabajaba Grady.

– Todo eso lo descubrimos a posteriori, después de la muerte de Grady.

– Ya lo leí -dijo Darby-. También leí los antecedentes de Grady. Tenía dos cargos por intento de violación.

– Exactamente.

– Según el archivo del caso, Riggers barajaba una docena de sospechosos. ¿Qué le hizo poner a Grady en cabeza de la lista?

– Una llamada telefónica a la línea abierta nos puso sobre aviso. Quien la hizo, un cliente habitual del taller donde trabajaba Grady, afirmó haber visto un collar de perlas en el suelo, junto al coche de Grady. Le pareció que el collar estaba manchado de sangre.

– Pero ¿por qué no llamó a la policía? ¿Qué le hizo usar la línea abierta?

– Porque una de las mujeres desaparecidas, Tara Hardy, fue vista por última vez vestida con un suéter de lana rosa y un collar de perlas -explicó Evan-. La foto apareció en los periódicos durante semanas, y se emitió por todas las cadenas de televisión. Quien llamaba creía que ése podía ser el collar. La línea abierta estaba inundada de llamadas. Todo el mundo intentaba cobrar la recompensa ofrecida.

– ¿Y qué pasó luego?

– Riggers, con ganas de hacerse el héroe, se adjudicó el registro de la casa de Grady. Encontró prendas de ropa que pertenecían a varias de las mujeres desaparecidas y se marchó para obtener la orden de registro. El problema fue que un vecino de Grady vio cómo Riggers entraba en la casa sin permiso.

– Lo que convertía las pruebas halladas en inadmisibles.

– De haber seguido las reglas, probablemente hubiéramos capturado a Grady antes de que se suicidara.

– ¿El suicidio te sorprendió?

– Al principio sí. Luego descubrimos que en su familia había antecedentes de enfermedad mental. Si no recuerdo mal, su abuelo también se suicidó.

– Lo vi en las notas.

– Diría que Grady se asustó cuando supo que Riggers había registrado su casa. El día en que se mató, fuimos al taller donde trabajaba con una orden de registro. Creo que se sintió acorralado y tomó la salida fácil.

– La documentación del caso recoge las dudas de Riggers respecto al incendio -dijo Darby-. Creía que alguien pudo haber matado a Grady y prendido el fuego para hacer desaparecer las pruebas.

– El fuego nos intranquilizó a todos. Pero me sorprendió aún más el arma que Grady usó para matarse: una veintidós.

– No te sigo -dijo Darby.

– Los polis suelen usar la veintidós como arma de asalto. ¿Has oído alguna vez cómo dispara? Emite un leve sonido, tan leve que apenas se oye. Si alguien entró en casa de Grady y le disparó, nadie habría oído nada, sobre todo si el televisor o la radio estaban encendidos. Corrieron rumores de que alguien se había cargado a Grady. Estoy seguro de que llegaron hasta ti.

– No.

– Yo estaba en casa de Grady la noche del incendio -dijo Evan-. Vigilando su casa. Habría visto a alguien.

Darby había visto la casa de Grady en una ocasión, de noche. Había ido hasta allí sola, un mes después de haber vuelto a casa. Esperaba que los restos chamuscados de la casa le ayudaran a disipar sus pesadillas. No fue así.

– Hay una pregunta que puedes contestar -dijo Darby.

– Quieres saber si Melanie Cruz estaba en una de esas cintas.

– Las cintas se entregaron al laboratorio federal para que las analizaran. No se remitieron copias a la policía de Boston.

– La mayor parte de las grabaciones quedó dañada o destruida por el calor del incendio. Se tardó meses en procesarlas. Pedimos a las familias de las víctimas que nos proporcionaran muestras de sus voces para poder compararlas. Los padres de Melanie nos entregaron una película casera. Dado el estado de la cinta no pudimos obtener un paralelismo exacto, pero nuestro experto en la materia afirmó que, con toda probabilidad, la voz de la cinta pertenecía a Melanie. Los padres no opinaron lo mismo.

– ¿Oyeron la cinta?

– Insistieron en ello. Reproduje la parte en que Melanie… gritaba pidiendo ayuda. La madre apagó el aparato y dijo: «Esa no es mi hija». Insistió en que su hija seguía viva y en que teníamos que encontrarla.

Darby recordó la figura de Helena Cruz, de espaldas al frío viento, mientras apretaba contra el pecho los carteles con la foto de Melanie para evitar que salieran volando.

– ¿Mel decía algo en la cinta?

– No mucho, que yo recuerde -dijo Evan-. Recuerdo más que nada sus gritos.

– ¿Gritos de dolor?

– No, estaba asustada.

Darby intuyó que había algo más.

– ¿Qué decía Mel?

Evan no contestó.

– Dímelo -insistió Darby.

– No paraba de decir: «Aparte ese cuchillo, por favor, no me corte más».

En la mente de Darby se sucedieron las imágenes: la cara aterrada de Mel, las lágrimas negras de maquillaje corriéndole por las mejillas. Stacey Stephens tendida en la cocina, la sangre que manaba a borbotones entre los dedos que se aferraban a su garganta. El grito de Mel cuando el hombre del bosque la rajó con el cuchillo.

Con los brazos cruzados a la altura del pecho Darby posó la mirada en el denso tráfico y recordó la tarde de invierno en que fue al Laboratorio de Serología. La caja de pruebas del caso Grady estaba en el mostrador. Recordó haber cogido el trapo que usó con Melanie: el trapo que habría usado con ella si hubiera bajado.

– Si te decides por el caso Grady para la tesis, dímelo -añadió Evan-. Te daré copia de todo lo que tenemos, incluidas las cintas.

– Tal vez te tome la palabra.

– Cuéntame la conversación con Rachel Swanson.

Durante los siguientes veinte minutos Darby le relató el primer encuentro debajo del porche y terminó con lo sucedido en la habitación del hospital.

Evan no dijo nada. Parecía inmerso en sus pensamientos. Darby notó la intensidad de su inteligencia. Ser tan aterradoramente listo tal vez fuera un don, pero Darby estaba segura de que conllevaba una cierta soledad.

– Banville está pensando en utilizar a un periodista para tenderle una trampa -dijo Evan.

– No pareces muy convencido.

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