Chris Mooney - Secuestradas

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A Darby McCormick le han propuesto la investigación de un nuevo caso. Se trata de la desaparición y posterior asesinato de dos jóvenes universitarias: Emma Hale, hija de un poderoso magnate y. alumna de primer curso en Harvard, cuvo cuerpo fue hallado a orillas del río, y Judith Chen, una estudiante ejemplar que se costeaba sus estudios con su trabajo en una cafetería. Nada parece relacionar ambos crímenes, salvo la causa de la muerte, un disparo en la nuca… y que las dos llevaban una estatuilla de la Virecn dentro de sus bolsillos.
Darby se incorporará a la recién creada CSU, Unidad Especial de Científicos Forenses, donde deberá trabajar codo con codo con el inspector Bryson, un hombre hosco y reservado. En el curso de sus indagaciones toparán con Malcolm Fletcher, un ex agente federal perseguido por la ley que podrfa ser la clave para dar con el paradero del homicida. La doctora McCormick tendrá que actuar contrarreloj, puesto que una nueva joven acaba de desaparecer y quién sabe cuánto tiempo puede pasar antes de que corra la misma suerte que sus predecesoras…

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Chadzynski dejó escapar una risa cansada.

– En cierto modo, al asesino le importaba la víctima -dijo Darby-. Mantuvo a Emma Hale con vida durante varios meses. Cuando hallaron su cuerpo, llevaba la misma ropa que la noche de su desaparición. Y le disparó en la nuca.

– ¿Cree que ése es un dato importante?

– Sugiere que no era capaz de mirar a Emma Hale a la cara… que sentía algún tipo de vergüenza o remordimiento por tener que matarla.

Chadzynski se la quedó mirando durante lo que a Darby le parecieron unos minutos eternos.

– Darby, me gustaría que se incorporara a la CSU. Puede designar a quien quiera del laboratorio para que forme parte de su equipo. Además de sus responsabilidades como investigadora forense, me gustaría que fuese la segunda máxima responsable de la unidad encargada de investigar el caso. Trabajará junto a Tim Bryson. ¿Lo conoce?

– Sólo de vista -contestó Darby.

No sabía demasiado de él, más allá del hecho de que había estado casado y tenido una hija que murió de una variante extraña de leucemia. Bryson nunca hablaba de eso; era un hombre extremadamente reservado y no alternaba con los compañeros fuera del horario de trabajo. Otros polis decían que Bryson vivía completamente volcado en su trabajo, una cualidad que Darby admiraba en grado sumo.

– Se trata de una oportunidad magnífica para usted -señaló Chadzynski-. Será la primera técnica forense en la historia del departamento que consigue el cargo de investigadora principal en un caso.

– Sí, lo comprendo.

– Entonces, ¿por qué detecto cierto recelo?

– Si de veras le parezco la persona adecuada para el puesto, ¿por qué rechazaron mi solicitud?

– Después de su… incidente con el Viajero, el departamento le ofreció ayuda terapéutica y usted la rechazó.

– No creía necesitarla.

– ¿Y por qué no?

Darby entrelazó las manos en el regazo. No contestó.

– Sobrevivió a un suceso traumático -prosiguió Chadzynski-. Hay quien piensa…

– Con el debido respeto, inspectora, me importa un bledo lo que piense la gente.

La sonrisa de Chadzynski era cortés.

– Usted atrapó al Viajero; un asesino que hacía tres décadas que estaba en búsqueda y captura. Los mejores investigadores del FBI no pudieron dar con él y, sin embargo, usted lo consiguió. Me vendría muy bien su experiencia en el caso que nos ocupa.

– Necesitaré acceso a toda la información: el informe de la investigación, los resultados y las fotografías de la autopsia…

– Tim le enviará copias de todo hoy mismo.

– ¿Ha hablado con él sobre mi incorporación?

– Sí. Su ego está un poco magullado, pero lo superará. Ya sabe cómo son los hombres. -Le dedicó una sonrisa cómplice esta vez-. También creo que a estos dos casos no les vendría nada mal que una mirada nueva echase un vistazo a las pruebas, a las pocas que tenemos. ¿A quién recomendaría del laboratorio?

– A Coop y a Keith Woodbury -dijo Darby.

– Coop… ¿Se refiere a Jackson Cooper, su compañero de laboratorio?

– Sí. -Jackson Cooper, más conocido entre sus compañeros como Coop, era, además de amigo de Darby, lo más parecido que ésta tenía a una familia desde la muerte de su madre-. Coop participó en la investigación sobre el Viajero. Me vendría bien que me echase una mano.

– No conozco al señor Woodbury.

– Keith sólo lleva con nosotros unos meses; es nuestro nuevo químico forense.

Darby había trabajado con él en un caso reciente con un tiroteo. Woodbury era un investigador concienzudo y, sin lugar a dudas, una de las personas más inteligentes que había conocido.

– Pues los mandaré llamar para darles la bienvenida a bordo -dijo Chadzynski.

– Coop tiene el día libre y Keith se halla en un curso en Washington.

– En ese caso, dejaré que sea usted quien les dé las buenas noticias.

Chadzynski empleó una estilográfica de oro para hacer una anotación al dorso de una tarjeta de visita.

– Tal vez necesite más recursos en el laboratorio -observó Darby.

– Los tendrá. Ya lo he hablado con Leland; cuenta con todo su apoyo.

Chadzynski deslizó la tarjeta por la superficie de la mesa.

– El de arriba es mi número de móvil. Los números de Tim están anotados debajo. Espera su llamada. ¿Alguna pregunta más?

– De momento, no.

– Entonces, dejaré que se ponga manos a la obra.

La inspectora levantó el auricular del teléfono y se dispuso a marcar un número.

Capítulo 2

Darby dejó mensajes en ambos contestadores, tanto el de Coop como el de Keith Woodbury. Tim Bryson no contestaba en ninguno de sus números de teléfono. Le dejó un mensaje en el móvil pidiéndole que la llamara y luego se dispuso a examinar el informe forense de Emma Hale.

Darby extrajo la ropa de la chica del armario de las pruebas y llevó las bolsas con las mismas a los bancos de la parte posterior de Serología, donde dispondría de amplio espacio para revisarlas.

Depositó el expediente en el banco, pero no lo leyó; antes quería examinar la ropa ella misma y ver si su análisis coincidía con el informe elaborado por Paula Washow, la técnica forense asignada al CSU.

La ropa de Emma Hale, llena de barro seco y algas y manchada de sangre, estaba hecha jirones y desgarrada por diversas partes, después de las semanas que el cadáver había pasado golpeando contra las rocas, los troncos y todos los escombros que poblaban el lecho del río Charles.

Entre las hojas de papel de estraza había un vestido de noche de Dolce & Gabbana, de la talla 36, un abrigo de pelo de camello de Prada y un zapato alto de Jimmy Choo, del número 37, con el tacón roto. El tanga de encaje negro y el sujetador a juego llevaban la etiqueta con el nombre de una boutique de lencería cara de la calle Newbury, el equivalente bostoniano a Rodeo Drive en Beverly Hills.

Darby sólo poseía un único tesoro de diseño: un vestido increíblemente rebajado de Diane von Furstenberg que había encontrado por casualidad en la sección de oportunidades. Emma Hale se había gastado una cantidad de dinero exorbitante en aquel atuendo: sólo la ropa interior costaba ya varios cientos de dólares.

El cadáver de la estudiante de Harvard había sido descubierto por un pitbull sin correa, enterrado bajo cinco centímetros de nieve congelada. Habían llevado a Hale al depósito y la habían fotografiado. Darby estudió las fotos.

Hale llevaba el cinturón del abrigo anudado a la cintura. Le faltaba uno de los zapatos, y el otro le colgaba del tobillo por la correa. Darby se fijó en que no tenía las manos ni los pies atados.

En la parte posterior del abrigo se veían unas manchas secas de sangre, diluidas por el tiempo que la víctima había pasado en el agua. La sangre había traspasado la tela del abrigo. El reguero indicaba que, después de recibir el impacto de la bala en la nuca, Emma había permanecido tendida de espaldas durante cierto tiempo, y la sangre se le había filtrado por la chaqueta primero y luego por el vestido. Las marcas de arrastre indicaban que había sido trasladada de lugar.

¿Habría caído Emma de espaldas después del disparo, o el asesino le habría dado la vuelta adrede para que se desangrase antes de transportar el cuerpo? Sin ninguna escena del crimen para poder analizarla ni salpicaduras de sangre que interpretar, era imposible saberlo. O habían disparado a Emma cerca del lugar desde donde la habían arrojado al río -puede que incluso en el mismo punto- o bien le habían disparado en otro sitio y luego habían transportado el cuerpo hasta ese lugar.

Si habían disparado a Emma en la calle, ¿cómo había logrado su raptor hacer que la chica mantuviera la calma? ¿Acaso le había dicho que iba a llevarla a su casa para que se cambiase de ropa? Puede que con otra ropa, Emma se sintiese más cómoda. Es posible que la chica hubiese creído en su palabra. ¿Y si le había vendado los ojos? Si Emma no iba amordazada, podía gritar. Si no iba maniatada, podía echar a correr. Alguien podía oír el disparo y llamar a la policía; alguien podía verlo y llamar a la policía. Si la hubiesen asesinado en la calle, en algún sitio público, y luego hubiesen arrastrado su cuerpo o lo hubiesen tirado por un puente, por ejemplo, habrían quedado manchas de sangre. Alguien podía verlas y decidir llamar a la policía.

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