– Soy el subinspector Sellers -dice el hombre grueso. En la mano sostiene una cartera de plástico con una tarjeta-. Y éste es el subinspector Gibbs.
No me molesto en comprobar sus credenciales. Evidentemente, son policías. Tienen algo en común con Waterhouse y la inspectora Zailer, algo difícil de definir. Puede que sea la rigidez de su actitud. Se comportan como si en sus cabezas hubiera mapas y tablas. Un ligero barniz de cortesía oculta un impulsivo desdén. Confían el uno en el otro, pero en nadie más.
– Tenemos que echar un vistazo a su casa -dice el subinspector Sellers-. Y también al jardín y a los anexos, incluido este cobertizo. Trataremos de ocasionarle las menores molestias posibles.
Sonrío. De modo que se acabó la cháchara y empieza la acción. Estupendo.
– ¿No necesitan una orden de registro? -pregunto, aunque no tengo intención de echarlos.
– Si creemos que una persona desaparecida está en peligro, tenemos derecho a hacer un registro -dice el subinspector Gibbs fríamente.
– ¿Están buscando a Robert Haworth? No está aquí, pero registren cuanto quieran. -Me pregunto si te estarán buscando como criminal o como víctima. Puede que como ambas cosas. Le dije al subinspector Waterhouse que había considerado la posibilidad de tomarme la justicia por mi cuenta.
– Puede que tengamos que llevarnos algunas cosas -dice Sellers, sonriendo de nuevo ahora que ve que no voy a oponer resistencia-. Su ordenador. ¿Desde cuándo lo tiene?
– Desde hace poco -digo-. Un año más o menos.
– Esperen un momento -dice Yvon-. Yo también vivo y trabajo aquí. Si van a registrar la casa, ¿podrían dejar mi despacho tal y como lo encuentren?
– ¿A qué se dedica? -pregunta Sellers.
– Soy diseñadora de páginas web.
– También tendremos que llevarnos su ordenador. ¿Desde cuándo lo tiene?
– ¿Cuánto tiempo lleva viviendo aquí? -pregunta Gibbs antes de que Yvon pueda contestar a la última pregunta.
– Dieciocho meses -responde ella con voz temblorosa-. Miren, me temo que no pueden llevarse mi ordenador.
– Me temo que sí podemos.
Gibbs sonríe por primera vez; una sonrisa dura, de regocijo. Se dirige hacia el alféizar de la ventana, coge un reloj de sol de bolsillo hecho con latón y tira de la cuerda. Es pequeño pero sólido, Y veo que eso lo decepciona. Pensó que podría romperlo. Sellers carraspea; me pregunto si será una reprimenda.
– ¿Y cómo voy a trabajar? -pregunta Yvon-. ¿Cuándo voy a recuperar mi ordenador?
– Se lo devolveremos lo antes posible -dice Sellers-. Lamento las molestias. Es pura rutina, pero tenemos que hacerlo. -Yvon parece ligeramente aliviada-. Muy bien, entonces. -Se vuelve hacia mí-. Empezaremos por la casa.
– ¿Dónde está el subinspector Waterhouse? -vuelvo a preguntar. La respuesta se me ocurre mientras aún sigo hablando-. Está en casa de Robert, ¿verdad?
Sé que estás ahí, en el número 3 de Chapel Lane. Lo sé. Pienso en el ataque de pánico que me dio frente a la ventana de tu salón y en cuando me caí al suelo. Cada hoja era como una fría marca que se congelaba contra mi piel. Empiezo a jadear y me obligo a alejar el recuerdo antes de que se apodere de mí.
– ¿Robert? -Sellers parece perplejo-. Ha acusado a ese hombre de secuestrarla y violarla. ¿Cómo se le ocurre llamarle por su nombre?
Yvon se ha puesto pálida. Evito su mirada. A menos que Sellers y Gibbs sean totalmente incompetentes, encontrarán varios libros sobre agresiones sexuales y sus secuelas en el último cajón de la mesilla de noche, así como una alarma y un spray anti violación. Tengo todos los accesorios para apoyar mi historia, toda la deprimente parafernalia de la víctima, oculta bajo una funda de almohada doblada.
– Una mujer puede llamar a su violador como le plazca -digo, furiosa.
El subinspector Gibbs se va mientras aún sigo hablando, y cierra de un portazo. Sellers acepta mi respuesta contrayendo ligeramente su rostro. Luego también se da la vuelta para irse. Lo veo mientras alcanza a su colega fuera, en el camino. Ambos se dirigen hacia la casa.
Yvon no los sigue, a pesar de que le doy la espalda y cojo el pincel. Tengo la espalda dura y rígida por culpa de la tensión, dispuesta a repeler lo que sé que está a punto de decirme.
– Siento lo de tu ordenador -murmuro-. Estoy segura de que no se lo quedarán durante mucho tiempo.
– ¿Robert te secuestró y te violó? -dice, con voz tensa.
– Por supuesto que no. Cierra la puerta.
Se queda inmóvil, sacudiendo la cabeza. Al final me levanto y cierro la puerta.
– Les dije una mentira…, una mentira muy gorda…, para que pensaran que Robert es peligroso y se pusieran a buscarlo inmediatamente.
Yvon se queda mirándome fijamente, aterrada.
– ¿Acaso tenía otra elección? -digo-. La policía se lo tomaba a cachondeo. Quiero saber qué le ocurrido a Robert. Sé que algo le ha ocurrido. Necesitaba encontrar una forma de que lo buscaran.
– ¿Ése fue el motivo por el que querías que te llevara ayer a la comisaría? -Su voz suena plana, sin inflexión-. ¿Qué historia te inventaste? ¿Qué les dijiste exactamente?
– No voy a entrar en detalles, ¿vale?
– ¿Y por qué no?
– Porque… Acabo de decirte que fue una mentira, una estupidez. ¿Por qué me miras así?
– Le dijiste a la policía que Robert…, el hombre que según dices es tu alma gemela, el hombre con el que quieres casarte y pasar el resto de tu vida… ¿Le dijiste a la policía que te secuestró y te violó?
Está intentando conmocionarme diciendo lo que he hecho con toda su desnudez, pero hace ya mucho tiempo que he superado la conmoción. Ahora, esa mentira, ese paso demencial que he dado, es tan sólo una parte de mi vida, como todo lo demás: el amor que siento por ti, la terrible experiencia que viví a manos de un hombre cuyo nombre ignoro y este reloj de piedra que tengo frente a mí, con un sonriente sol pintado en el centro.
– Ya te he explicado el motivo -insisto-. A la policía no le importaba encontrar a Robert cuando tan sólo era un hombre casado, mi amante, que había desaparecido. Quería meterles prisa. Y ha funcionado -añado, señalando hacia la casa-. Están aquí, investigando.
– Deben de creer que estás loca. Seguramente se estarán preguntando si lo has acuchillado o algo por el estilo.
– Me da igual lo que crean mientras lo busquen con todo su empeño.
– Saben que estás mintiendo. -Yvon parece triste. En su tono de voz hay una nota de pánico-. Y si aún no lo saben, lo descubrirán.
En el fondo, todavía es la adolescente obediente que estaba interna en un colegio. Es convencional en la forma en que casi todo el mundo suele serlo. Soy consciente de que, en este asunto, la mayoría de la gente no estaría de acuerdo conmigo, sino con ella, lo cual es una idea extraña.
No digo nada. Por mucho que lo intente, la policía no puede demostrar que no fui violada y secuestrada, y no pueden probar que no fuiste tú quien lo hizo hasta que te encuentren.
¿Debería contarle a Yvon la verdad sobre lo que me pasó? Ayer me demostré a mí misma que era capaz de hacerlo, de contar lo sucedido. No fue tan horrible como, durante tres años, había creído que sería. Mientras volvía a casa desde la comisaría tuve la sensación de que había recuperado parte de la dignidad que aquellos hombres me arrebataron. Ya no estaba tan asustada como para no hablar.
Nadie entenderá nunca esto…, ni siquiera tú, Robert, pero me ayuda pensar que he contado la historia tal como lo hice: como parte de una estrategia para manipular a la policía. No de buena fe, no como una buena chica humillada. Puede que el hecho de que el subinspector Waterhouse me hablara como si fuera una delincuente lo hiciera más fácil. Después de haber hecho una falsa declaración puede que, técnicamente, lo sea. Ya no soy la presa del hombre que me atacó. Ahora soy su igual; ambos somos delincuentes.
Читать дальше