Ella bajó la sábana una fracción más para mostrar una cinta de terciopelo negro de medio centímetro que le rodeaba el cuello.
– Esto.
Bond bajó la mirada hacia los provocadores ojos azules que ahora se abrían de par en par, como preguntando si la cinta era adecuada. El agente británico sintió que perdía el control de su cuerpo.
– Maldita sea, Tania. ¿Dónde están el resto de sus cosas? ¿O bajó así en el ascensor?
– Oh, no. Eso no habría sido kulturny. Están debajo de la cama.
– Bueno, pues si cree que va a salir de esta habitación sin…
Bond dejó la frase sin terminar. Se levantó de la cama y fue a ponerse una de las chaquetas de pijama de seda azul oscuro largas hasta más abajo de la cadera, única parte de la prenda que solía usar.
– Lo que está sugiriendo no es kulturny.
– ¿Ah, no? -dijo Bond, con sarcasmo. Regresó junto a la cama y acercó una silla. Le dedicó una sonrisa a la muchacha-. Bueno, pues le diré algo kulturny. Usted es una de las mujeres más hermosas del mundo.
La joven volvió a ruborizarse. Lo miró con expresión seria.
– ¿Me dice la verdad? Creo que mi boca es demasiado grande. ¿Soy tan hermosa como las muchachas occidentales? Una vez me dijeron que me parezco a Greta Garbo. ¿Es cierto?
– Es más hermosa -replicó Bond-. Su cara es más luminosa. Y su boca no es demasiado grande. Es del tamaño justo. Al menos para mí.
– ¿Qué es eso de «cara luminosa»? ¿Qué quiere decir?
Bond quería decir que ella no lo miraba como una espía rusa. No resultaba visible ni una pizca de la reserva típica de los espías. Ni su frialdad, ni su carácter calculador. Daba una impresión de personalidad cálida y alegre. Estas cosas afloraban a sus ojos. Buscó una frase evasiva.
– En sus ojos hay mucha alegría y diversión -respondió, poco convincente.
Tatiana permaneció seria.
– Es curioso -dijo-. En Rusia no hay ni mucha diversión ni mucha alegría. Nadie habla de esas cosas. Nunca antes me habían dicho eso.
¿Alegría?, pensó, ¿después de los últimos dos meses? ¿Cómo podía parecer alegre? Y sin embargo, sí, tenía una sensación de ligereza en el corazón. ¿Acaso era una mujer ligera de cascos por naturaleza? ¿O tenía algo que ver con este hombre al que nunca antes había visto? ¿Era alivio en relación a él después de la agonía experimentada al pensar lo que tenía que hacer? Ciertamente, era mucho más fácil de lo que había esperado. El hacía que fuese fácil, que fuese divertido, con una pizca de peligro. Era terriblemente guapo. Y parecía tener un alma muy sana. ¿La perdonaría, acaso, cuando llegaran a Londres y ella le contara la verdad? ¿Cuando le explicara que la habían enviado para seducirlo? ¿Que le habían incluso señalado la noche en que debía hacerlo y el número de su habitación? Sin duda no le importaría demasiado. Ella no estaba causándole ningún daño. Era sólo un medio para que llegara a Inglaterra e hiciera esos informes. «Alegría y diversión en sus ojos.» Bueno, ¿y por qué no? Era posible. Había una maravillosa sensación de libertad en hallarse a solas con un hombre como éste, sabiendo que no sería castigada por ello. La verdad es que resultaba terriblemente emocionante.
– Usted es muy guapo -dijo la joven. Buscó una comparación que pudiera complacerlo-. Parece una estrella cinematográfica de Estados Unidos.
Quedó sorprendida ante la reacción de él.
– ¡Por el amor de Dios! ¡Ése es el peor insulto que puede hacérsele a un hombre!
Se apresuró a corregir su error. ¡Qué curioso que aquel elogio no le gustara! ¿Acaso toda la gente de Occidente no deseaba parecer una estrella cinematográfica?
– Le he mentido -dijo-. Sólo quería complacerlo. De hecho, usted se parece a mi héroe favorito. Es un personaje de un libro escrito por un ruso que se llama Lermontov. Ya le hablaré de él un día de éstos.
¿Un día de éstos? Bond pensó que había llegado el momento de hablar con seriedad.
– Vamos a ver, Tania. -Intentaba no mirar el hermoso rostro que descansaba sobre la almohada. Fijó los ojos en la punta del mentón de la joven-. Tenemos que dejarnos de tonterías y ponernos serios. ¿De qué va todo esto? ¿De verdad que va a acompañarme a Inglaterra? -Alzó la mirada hasta los ojos de ella. La joven había vuelto a abrirlos de par en par, con aquella condenada expresión de inocencia.
– ¡Pues, claro que sí!
– ¡Ah! -Bond quedó desconcertado ante la franqueza de la respuesta. La miró con seriedad-. ¿Está segura?
– Sí. -Ahora sus ojos eran sinceros. La joven había dejado de coquetear.
– ¿No tiene miedo?
Vio que una sombra atravesaba los ojos de Tatiana. Pero no se debía a lo que él creyó. La joven acababa de recordar que debía representar un papel. Debía estar asustada por lo que hacía. Aterrorizada. Aquella actuación había parecido tan fácil… pero ahora era difícil. ¡Qué extraño! Decidió no comprometerse.
– Sí, tengo miedo, pero ahora no tanto. Usted me protegerá. Tal y como había pensado.
– Sí, bueno, claro que lo haré. -Bond pensó en los parientes que vivían en Rusia. Apartó con rapidez aquella idea de su cabeza. ¿Qué estaba haciendo? ¿Intentaba disuadirla para que cambiara de opinión? Cerró sus pensamientos a las consecuencias que imaginaba que le sobrevendrían a Tatiana-. No hay nada de qué preocuparse. Yo cuidaré de usted.
Y ahora, la pregunta que había estado demorando. Se sentía terriblemente azorado. Esta muchacha no era ni por asomo lo que él había esperado. Formular la pregunta lo estropearía todo. Pero había que hacerlo.
– ¿Qué me dice de la máquina?
Sí, fue como si la hubiese abofeteado. El dolor afloró a sus ojos, que llegaron al borde de las lágrimas.
Ella se subió la sábana hasta taparse la boca y habló detrás de la misma. Sus ojos, por encima de la tela, tenían una expresión de frialdad.
– Así que eso es lo que quiere.
– Espere, escuche. -Bond habló con tono de aplomo-. Esa máquina nada tiene que ver con nosotros dos. Pero mi gente de Londres la quiere. -Recordó las normas de seguridad. Habló con tono halagador-. No es tan importante. Lo saben todo acerca de la máquina y piensan que es un maravilloso invento ruso. Sólo quieren una para copiarla. Igual que los rusos copian las cámaras fotográficas extranjeras, y demás. -¡Dios, qué poco convincente!
– Ahora el que miente es usted. -Una lágrima cayó de uno de los grandes ojos azules y descendió por la mejilla hasta la almohada. Ella subió la sábana hasta taparse los ojos.
Bond tendió una mano y la posó sobre el brazo, que estaba bajo la sábana. El brazo se apartó con gesto enojado.
– Condenada y maldita máquina -dijo él con impaciencia-. Pero, ¡por el amor de Dios, Tania, usted ^abe que tengo que hacer mi trabajo! Sólo dígame una cosa u otra, y nos olvidaremos del asunto. Hay muchas otras cuestiones de las que hablar. Tenemos que preparar nuestro viaje, y demás, Por supuesto que mi gente la quiere, o no me habrían enviado a buscarla a usted junto con el descifrador.
Tatiana se enjugó los ojos con la sábana. Bruscamente, volvió a bajarla hasta sus hombros. Sabía que había estado descuidando su deber. Sólo que… En fin, si al menos él hubiese dicho que la máquina no le importaba, siempre y cuando ella lo acompañara… Pero era esperar demasiado. Bond tenía razón. El debía realizar su trabajo. Y lo mismo debía hacer ella.
Lo miró con serenidad.
– La llevaré conmigo. No tenga miedo. Pero no volvamos a mencionar el tema. Y ahora escúcheme. -Se sentó más erguida contra las almohadas-. Debemos marcharnos esta noche. -Recordó la lección aprendida-. Es la única oportunidad que tendremos. Esta noche estaré de servicio a partir de las seis de la tarde. Me encontraré sola en la oficina y podré coger la Spektor.
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