Ken Follett - El Valle de los Leones

Здесь есть возможность читать онлайн «Ken Follett - El Valle de los Leones» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Боевик, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Valle de los Leones: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Valle de los Leones»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Rodeado de montañas salvajes, el Valle de los Leones es un lugar legendario de Afganistán donde las costumbres y las personas apenas han cambiado con el paso de los siglos. Un escenario muy apropiado para un relato de espionaje e intriga protagonizado por una joven inglesa, un médico francés y un trotamundos norteamericano, que transcurre en la etapa más terrible de la guerra contra los invasores soviéticos.

El Valle de los Leones — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Valle de los Leones», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Fue una mina. Ha perdido la mano. Dame tu camisa.

Jean-Pierre llevó a Mousa al interior de la caverna y lo depositó sobre la alfombra que usaba como camilla para examinar a sus pacientes. Antes de atender a la criatura, se arrancó la camisa caqui y se la entregó a Jane. Ella se la puso de inmediato.

Se sentía un poco mareada. Consideró la posibilidad de sentarse a descansar en la fresca parte trasera de la caverna, pero después de dar un par de pasos en esa dirección cambió de idea y se sentó inmediatamente.

– Alcánzame algunas gasas -pidió Jean-Pierre.

Ella lo ignoró. Halima, la madre de Mousa, entró corriendo en la cueva y, al ver a su hijo, empezó a gritar. Yo debería ayudarla, para que pueda consolar a su hijo -pensó Jane-, ¿por qué será que no me puedo levantar? Creo que cerraré los ojos. Aunque sólo sea un instante.

Al caer la noche, Jane supo que se le acercaba la hora del parto.

Al volver en sí después de desmayarse en la caverna, sentía lo que supuso era un dolor de espalda, provocado sin duda por haber alzado a Mousa. Jean-Pierre coincidió con su diagnóstico, le dio una aspirina y le aconsejó que siguiera acostada y sin moverse. Rabia, la partera, entró en la caverna a ver a Mousa y le dirigió a Jane una mirada dura, pero en ese momento ella no comprendió su significado. Jean-Pierre limpió y vendó el muñón de Mousa, le dio penicilina y una inyección antitetánica. La criatura no moriría por causa de una infección, como casi seguramente le hubiera sucedido de no contar con remedios occidentales, pero de todos modos Jane se preguntó si su vida sería digna de ser vivida: allí la supervivencia era difícil aún para los más fuertes y sanos, y los chicos inválidos generalmente morían jóvenes.

A última hora de la tarde Jean-Pierre se preparó para partir. Al día siguiente tenía que atender pacientes en un pueblo a varios kilómetros de distancia y, por algún motivo que Jane nunca llegó a entender del todo, jamás faltaba a esos compromisos aunque supiera de memoria que ningún afgano se sorprendería al verlo llegar un día y aún una semana después de lo previsto.

Cuando se despidió de Jane con un beso, ella empezaba a preguntarse si su dolor de espalda no sería el principio de los dolores del parto, adelantado por los esfuerzos que hizo para llegar hasta allí con Mousa, pero como hasta entonces nunca había tenido un hijo, no lo supo discernir y le pareció poco probable. Se lo preguntó a Jean-Pierre.

– No te preocupes -contestó él, sin darle importancia-. Todavía te faltan por lo menos seis semanas.

Ella le preguntó si no sería más prudente que se quedara, por precaución, pero él repitió que le parecía completamente innecesario, y Jane sintió que se estaba comportando como una tonta: así que permitió que él partiera con una yegua cargada con su equipo médico y la esperanza de llegar a destino antes de que oscureciera, para poder iniciar su trabajo a la mañana siguiente, a primera hora.

Cuando el sol comenzó a ocultarse detrás del risco occidental y el valle se cubrió de sombras, Jane bajó con las mujeres y niños hacia el pueblo en penumbras y los hombres se dirigieron al campo a cosechar mientras los bombarderos dormían.

La casa donde vivían Jane y Jean-Pierre pertenecía en realidad al tendero de Banda, quien abandonando toda esperanza de ganar dinero en tiempos de guerra -prácticamente no había qué vender- había partido, con su familia, rumbo a Paquistán. La habitación delantera, que antiguamente era la tienda, fue en un comienzo la clínica de Jean-Pierre, hasta que la intensidad de los bombardeos del verano obligó a los habitantes del pueblo a refugiarse en las cavernas durante el día. La casa tenía dos habitaciones traseras: una destinada a los hombres y sus huéspedes y la otra a las mujeres y los niños. Jane y Jean-Pierre las utilizaban como dormitorio y sala de estar. A un costado de la casa había un patio protegido por un muro de adobe donde se encontraba el fogón para cocinar y un recipiente para lavar la ropa, los platos y los niños. El tendero había dejado algunos muebles de madera de fabricación casera y los habitantes del pueblo le habían prestado a Jane varias hermosas alfombras para cubrir el suelo. Jane y Jean-Pierre dormían sobre un colchón, igual que los afganos, pero usaban sacos de dormir en lugar de mantas. Lo mismo que los afganos, durante el día enrollaban el colchón y cuando hacía buen tiempo lo colocaban sobre el techo plano de la casa para que se ventilara. En verano, todo el mundo dormía en los techos de las casas.

La caminata desde la caverna ejerció un efecto peculiar en Jane. Se le acentuó el dolor de espalda y al llegar a su casa se desplomó de dolor y extenuación. Sentía una urgencia desesperada de orinar, pero estaba demasiado cansada para llegar hasta la letrina, así que se puso el orinal que ocultaba detrás de un biombo del dormitorio para utilizarlo en emergencias. En ese momento notó una pequeña mancha de sangre en sus pantalones de algodón.

No tuvo la suficiente energía para trepar por la escalera exterior hasta la azotea para buscar el colchón, así que se tendió sobre una alfombra del dormitorio. El dolor de espalda le llegaba en oleadas. Durante la oleada siguiente se colocó las manos sobre el vientre y percibió que el bulto de su hijo se movía, sobresalía cuando el dolor era más fuerte y se aplanaba cuando cesaba. Ahora no le cabía ninguna duda de que tenía contracciones.

Estaba asustada. Recordó haber hablado sobre partos con su hermana Pauline. Después que ella tuvo su primer hijo, Jane fue a visitarla con una botella de champaña y un poquito de marihuana. Cuando ambas estuvieron totalmente relajadas, Jane le preguntó cómo era realmente un parto.

– Igual que si tuvieras que expulsar un melón -contestó Pauline.

Eso les provocó una sucesión interminable de risitas.

Pero Pauline dio a luz en el Hospital de la Universidad, en pleno corazón de Londres, y no en una casa de adobe en el Valle de los Cinco Leones.

¿Qué voy a hacer? -pensó Jane-. No debo dejarme llevar por el pánico. Debo lavarme con agua caliente y jabón, encontrar una tijera bien afilada y ponerla en agua hirviendo durante quince minutos; buscar sábanas limpias para recostarme sobre ellas; beber líquidos y relajarme.

Antes de que pudiera hacer nada de eso tuvo otra contracción, y ésa realmente le dolió. Cerró los ojos y trató de respirar lenta y profundamente y con regularidad, tal como Jean-Pierre le había indicado, pero le resultaba difícil tener una actitud tan controlada cuando lo único que quería hacer era gritar de dolor y de miedo.

El espasmo la dejó extenuada. Permaneció inmóvil, recobrándose, Comprendió que no podía hacer ninguna de las cosas planeadas: no podría arreglarse sola. En cuanto tuviera suficientes fuerzas se levantaría y se dirigiría a alguna de las vecinas para pedirle que buscara a la partera.

La siguiente contracción llegó antes de lo esperado, después del transcurso de lo que le pareció sólo un minuto o dos. Cuando la tensión llegó a su punto máximo, Jane preguntó en voz alta:

– ¿Por qué no nos dirán hasta qué punto duele?

En cuanto sintió un poco de alivio se obligó a levantarse. El terror de dar a luz completamente a solas le infundió las fuerzas necesarias. Pasó vacilante del dormitorio a la sala. A cada paso que daba se sentía un poco más fuerte. Consiguió llegar al patio y entonces, de repente, sintió que le corría un líquido caliente entre los muslos y su pantalón quedó empapado: había roto aguas.

– ¡Oh, no! -gimió. Se apoyó contra el marco de la puerta. Ni siquiera sabía si podría caminar unos pocos metros con los pantalones en ese estado. Se sentía humillada-. Debo hacerlo -dijo, pero en ese momento tuvo una nueva contracción y se desplomó en el suelo pensando: No tendré más remedio que arreglármelas sola.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Valle de los Leones»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Valle de los Leones» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Valle de los Leones»

Обсуждение, отзывы о книге «El Valle de los Leones» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x