Benito Pérez - Episodios Nacionales - El 19 de marzo y el 2 de mayo

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Alta y flaca, con esa tez impasible y uniforme que parece un forro, de manos largas y feas, a quien el continuo escurrirse por entre telas había dado cierta flexibilidad; de pelo escaso, y tan lustrosamente aplastado sobre el casco, que más parecía pintura que cabello; con su nariz encarnadita y algo granulenta, aunque jamás fue amiga de oler lo de Arganda; la boca plegada y de rincones caídos, la barba un poco velluda, y un mirar así entre tarde y noche, como de ojos que miran y no miran. Restituta Requejo era una persona cuyo aspecto no predisponía a primera vista ni en contra ni en favor. Oyéndola hablar, tratándola, se advertía en ella no sé qué de escurridizo, que se escapaba a la observación, y se caía en la cuenta de que era preciso tratarla por mucho tiempo para poder hacer presa con dedos muy diestros en la piel húmeda de su carácter, que para esconderse poseía la presteza del saurio y la flexibilidad del ofidio. Pero dejemos estas consideraciones para su lugar, y por ahora, conténtense Vds. con oír hablar a los tíos de Inés.

– Este estaba tan impaciente por venir – dijo Restituta, señalando a su hermano, – que con la prisa nos fue imposible traer alguna cosita como hubiéramos deseado.

D. Celestino les dio las gracias con su amable sonrisa.

– Tenía tanta impaciencia por venir a ver esas tierras – dijo D. Mauro, – que… y al mismo tiempo el alma se me arrancaba en cuajarones al pensar en mi querida sobrinita, huérfana y abandonada… porque las tierras, Sr. D. Celestino, no son ningún muladar, Sr. D. Celestino, y me han costado obra de trescientos cuarenta y ocho reales, trece maravedíes, sin contar las diligencias ni el por qué de la escritura. Sí señor; ya está pagado todo, peseta sobre peseta.

– Todo pagado – indicó doña Restituta mirando uno tras otro a los tres que estábamos presentes. – A este no le gusta deber nada.

– ¡Quiten para allá! Antes me dejo ahorcar que deber un maravedí – exclamó D. Mauro, llevando la manopla a la garganta, oprimida por el corbatín.

– En casa no ha habido nunca trampas – añadió la hermana.

– A eso deben Vds. el haber adelantado tanto – dijo D. Celestino.

– La suerte… eso sí: hemos tenido suerte – dijo Requejo. – Luego, esta es tan trabajadora, tan ahorrativa, tan hormiguita…

– Pero todo se debe a tu honradez – añadió Restituta. – Sí, créanlo Vds., a su honradez. Este tiene tal fama entre los comerciantes, que le entregarían los tesoros del rey.

– En fin… algo se ha hecho, gracias a Dios y a nuestro trabajo. Si fuera a hacer caso de esta, compraría tierras y más tierras. A esta no le gustan sino las tierras.

– Y con razón: si este me hiciera caso – dijo la hermana, mirando otra vez sucesivamente a los circunstantes, – todas nuestras ganancias se emplearían en tierras de labor.

– Como yo soy así tan… pues – indicó Requejo.

– Sin soberbia, Sr. D. Celestino – dijo Restituta, – bueno es aparentar que se tiene lo que se tiene.

– Y me hace comprar vestidos, sombreros, alhajas – indicó D. Mauro. – Qué sé yo la tremolina de cosas que ha entrado en casa. Ello, como se puede… Vea Vd. esta cadena – añadió mostrando a D. Celestino una que traía al cuello; – vea Vd. también este alfiler. ¿Cuánto cree Vd. que me han costado? La friolerita de mil reales… Ps: yo no quería; pero esta se empeñó, y como se puede…

– Son hermosas piezas.

– Y bien te dije que te quedaras también con la tumbaga de la esmeralda, que ya recordarás la daban en poco más de nada. Es una lástima que la haya tomado el duque de Altamira.

Al decir esto nos miraban, y nosotros les contestábamos con señales de asentimiento, pero sin palabras, porque ni a Inés ni a mí se nos ocurrían.

– Pero, ¿cómo está ahí mi sobrina tan calladita? – dijo Requejo riéndose de improviso, y quedándose muy serio un instante después.

Inés se sonrojó y no dijo nada, porque en efecto no tenía nada que decir.

– ¡Ay, no puede negar la pinta! ¡Cómo se parece a su madre, a la pobre Juana, mi prima querida! – exclamó Requejo llevándose la manopla a la boca para tapar un bostezo. – ¡Y qué pronto se murió la pobrecita!

– Ya que pasó a mejor vida aquella santa y ejemplar mujer – dijo Restituta, – no la nombremos, porque así se renueva nuestro dolor y el de esa pobre muchacha, aunque ella es niña, y los niños se consuelan más fácilmente.

Inés no dijo nada tampoco; pero el color encendido de su rostro se trocó en intensa palidez. Creyó conveniente el cura variar la conversación, y dijo:

– ¿Y ha visto Vd. esas tierras de la laguna de Ontígola?

– Todavía no – respondió Requejo; – pero me han dicho que son magníficas. Ps… para mí, poca cosa. Esta se empeñó en que me quedara con ellas y al fin me decidí. Allá en el país tenemos muchas más, que hemos ido comprando poco a poco.

– En su país de Vd. hacia el Bierzo, si no me engaño.

– Más acá del Bierzo, en Santiagomillas, que es tierra de Maragatería. De allí semos todos, y allí está todavía el solar de los Requejos.

– Familia hidalga, según creo – afirmó el cura.

– Ello… no deja de tener uno su motu proprio-contestó D. Mauro; – y según nos decía un sabio escribano de mi pueblo, nuestros ascendientes tenían un gran quejigar, de donde les vino el nombre de Requejo.

– Así debe de ser; los más ilustres apellidos traen su origen de alguna yerba o legumbre. Y si no, ahí están en la Roma antigua los Léntulos, los Fabios y los Pisones que se llamaban así porque alguno de sus mayores cultivó las lentejas, las habas y los guisantes. En cuanto a mí, creo que este nombre de Malvar me viene de que algún abuelo mío se pintaba solo para el cultivo de las malvas.

– Pues yo creo – dijo D. Mauro volviendo a reír, – que eso de que la nobleza viene de las guerras y de las hazañas de algunos caballeros es pura mentira. Que no me vengan a mí con bolas: yo no creo que haya habido nunca esas heroicidades. No hay más sino que los reyes hicieron duque a uno porque tenía un huerto de coles, y a otro marqués porque sabía escoger melones. De todos modos, nuestra familia no viene de ningún cardo borriquero.

– Y venga de donde viniere – dijo doña Restituta, – lo principal es lo principal. Lo que es en nuestra casa, Sr. D. Celestino, no falta nada en gracia de Dios, y aunque por fuera no gastamos lujo, ni nos gusta andar en carroza, ni figurar, lo que es la gallina en el puchero todos los días… eso sí: este y yo no nos podemos pasar sin ciertas comodidades.

– Lo que es por mí – interrumpió Requejo, – con cualquier cosa me sustento. Teniendo un pedazo de pan, otro de tocino, y agua de la fuente del Berro, vamos viviendo; pero esta se empeña en poner las cosas en buen pie. Todos los días ha de traer libra y media de carne de vaca, y jamón rancio a morrillo, y abadejo del mejor todos los viernes, y para cenar una perdiz por barba, y los domingos tres capones, y por Navidad y por el día de San Mauro, que es el 15 de Enero, o por San Restituto, que es el 10 de Junio, andan los pavos por casa como si esta fuese la era del Mico. El mayordomo de los duques de Medina de Rioseco, que suele ir a casa a pedirnos dinero prestado, se queda estupefacto de ver tanta abundancia y dice que no ha visto despensa como la nuestra.

– Eso sí – dijo Restituta, – no nos duele gastar en el plato, ni en buena ropa para vestir, ni en buen cisco de retama para la lumbre. Vivimos tranquilos y felices: nuestra única pena ha consistido hasta ahora en no tener una persona querida a quien dejar lo que poseemos, cuando Dios se sirva llamarnos a su santa gloria; porque los parientes que nos quedan en Santiagomillas son unos pícaros que nos dan mucho que hacer.

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