David - FUEGO.PDF

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Crabbe y Goyle estaban tras él. Los tres parecían más satisfechos, arrogantes y amenazadores que nunca.

—O sea que has pillado a esa patética periodista —añadió Malfoy pensativamente, asomándose y mirándolos con una leve sonrisa en los labios—, y Potter vuelve a ser el niño favorito de Dumbledore. Mola. —Su sonrisa se acentuó. Crabbe y Goyle también los miraban con sonrisas malévolas—. Intentando no pensar en ello, ¿eh? ¿Haciendo como si no hubiera ocurrido?

—Fuera —dijo Harry.

No había vuelto a tener a Malfoy cerca desde que lo había visto cuchichear con Crabbe y Goyle durante el discurso de Dumbledore sobre Cedric. Sintió un zumbido en los oídos. Bajo la túnica, su mano agarró la varita.

—¡Has elegido el bando perdedor, Potter! ¡Te lo advertí! Te dije que debías escoger tus compañías con más cuidado, ¿recuerdas? Cuando nos encontramos en el tren, el día de nuestro ingreso en Hogwarts. ¡Te dije que no anduvieras con semejante chusma! —señaló con la cabeza a Ron y Hermione—. ¡Ya es demasiado tarde, Potter!

¡Ahora que ha retornado el Señor Tenebroso, los sangre sucia y los amigos de los muggles serán los primeros en caer! Bueno, los primeros no, los segundos: el primero ha sido Digg...

Fue como si alguien hubiera encendido una caja de bengalas en el compartimiento.

Cegado por el resplandor de los encantamientos que habían partido de todas direcciones, ensordecido por los estallidos, Harry parpadeó y miró al suelo.

Malfoy, Crabbe y Goyle estaban inconscientes en el hueco de la puerta. Harry, Ron y Hermione se habían puesto de pie después de lanzarles distintos maleficios. Y no eran los únicos que lo habían hecho.

—Quisimos venir a ver qué buscaban estos tres —dijo Fred como sin querer la cosa, pisando a Goyle para entrar en el compartimiento. Había sacado la varita, igual que George, que tuvo buen cuidado de pisar a Malfoy al entrar tras Fred.

—Un efecto interesante —dijo George mirando a Crabbe—. ¿Quién le lanzó la maldición furnunculus ?

—Yo —admitió Harry.

—Curioso —comentó George—. Yo le lancé el embrujo piernas de gelatina. Se ve que no hay que mezclarlos: se le ha llenado la cara de tentáculos. Vamos a sacarlos de aquí, no pegan con la decoración.

Ron, Harry y George los sacaron al pasillo empujándolos con los pies. No se sabía cuál de ellos tenía peor pinta, con la mezcla de maleficios que les habían echado. Luego volvieron al compartimiento y cerraron la puerta.

—¿Alguien quiere echar una partida con los naipes explosivos? —preguntó Fred, sacando un mazo de cartas.

Iban por la quinta partida cuando Harry se decidió a preguntarles:

—¿Nos lo vais a decir? ¿A quién le hacíais chantaje?

—Ah —dijo George con cierto misterio—. ¡Eso!

—No importa —contestó Fred, moviendo la cabeza hacia los lados—. No tiene importancia. Ya no la tiene, por lo menos.

—Hemos desistido —añadió George encogiéndose de hombros.

Pero Harry, Ron y Hermione siguieron insistiendo, hasta que Fred dijo al fin:

—Bien, de acuerdo. Si de verdad lo queréis saber... se trataba de Ludo Bagman.

—¿Bagman? —exclamó Harry con brusquedad—. ¿Quieres decir que estaba envuelto en...?

—Qué va —repuso George con un dejo sombrío—. Ni mucho menos. Es un cretino. No tiene bastante cerebro para eso.

—¿Entonces? —preguntó Ron.

Fred vaciló un momento antes de responder.

—¿Os acordáis de la apuesta que hicimos con él, en los Mundiales de quidditch?

Apostamos a que ganaría Irlanda pero que Krum atraparía la snitch.

—Nos acordamos —dijeron Harry y Ron.

—Bien, el muy cretino nos pagó en oro leprechaun que había cogido de las mascotas del equipo de Irlanda.

—¿Sí?

—Sí —confirmó Fred con malhumor—. Y se desvaneció, claro. A la mañana siguiente, ¡no quedaba nada!

—Pero... habrá sido una equivocación, ¿no? —comentó Hermione.

George se rió con cierta amargura.

—Sí, eso fue lo que pensamos al principio. Creímos que si le escribíamos explicándole el error que había cometido, soltaría la pasta. Pero de eso nada. No hizo caso de nuestra carta. Intentamos repetidamente hablar con él en Hogwarts, pero siempre tenía alguna excusa para marcharse.

—Al final se volvió bastante desagradable —explicó Fred—. Nos dijo que éramos demasiado jóvenes para apostar, y que no nos daría nada.

—Así que le pedimos que al menos nos devolviera nuestro dinero.

—¡No se negaría a eso! —exclamó Hermione casi sin voz.

—¡Ya lo creo que se negó! —dijo Fred.

—Pero ¡eran todos vuestros ahorros!

—No nos lo tienes que explicar —dijo George—. Por supuesto, al final averiguamos lo que ocurría. El padre de Lee Jordan también había tenido muchos problemas para que Bagman le diera el dinero. Resulta que está metido en líos con los duendes. Le prestaron mucho dinero. Una banda de ellos lo acorraló en el bosque después de los Mundiales y le cogió todo el oro que llevaba con él, y aún no bastaba para pagar todo lo que les debía. Lo siguieron a Hogwarts para que no se les escabullera. Lo ha perdido todo en el juego. No tiene dónde caerse muerto. ¿Y sabéis cómo intentó pagar a los duendes?

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—Apostó por ti, tío —explicó Fred—. Apostó un montón contra los duendes a que ganabas el Torneo.

—¡Por eso se empeñaba en ayudarme! —exclamó Harry—. Bueno... yo gané, ¿no?

¡Así que ahora puede daros lo que os debe!

—Nones —dijo George, negando con la cabeza—. Los duendes juegan tan sucio como él: dicen que empataste con Diggory, y que Bagman apostó a que ganabas de manera absoluta. Así que Bagman ha tenido que darse a la fuga. Escapó después de la tercera prueba.

George exhaló un hondo suspiro y volvió a repartir cartas.

El resto del viaje fue bastante agradable. Harry hubiera querido que durara todo el verano, de hecho, para no llegar nunca a King’s Cross... Pero, como había aprendido aquel último curso, el tiempo no transcurre más despacio cuando nos espera algo desagradable, y el expreso de Hogwarts no tardó en acercarse al andén nueve y tres cuartos aminorando la marcha. La confusión y el alboroto usuales llenaron los pasillos mientras los estudiantes se apeaban. Ron y Hermione pasaron con dificultad los baúles por encima de Malfoy, Crabbe y Goyle. Harry, en cambio, no se movió.

—Fred... George... esperad un momento.

Los dos gemelos se volvieron. Harry abrió su baúl y sacó el dinero del premio.

—Cogedlo —les dijo, y puso la bolsa en las manos de George.

—¿Qué? —exclamó Fred, pasmado.

—Que lo cojáis —repitió Harry con firmeza—. Yo no lo quiero.

—Estás mal del coco —dijo George, tratando de devolvérselo.

—No, no lo estoy. Cogedlo y seguid inventando. Para la tienda de artículos de broma.

—Se ha vuelto majara —dijo Fred, casi con miedo.

—Escuchad: si no lo cogéis, pienso tirarlo por el váter. Ni lo quiero ni lo necesito.

Pero no me vendría mal reírme un poco. Tal vez todos necesitemos reírnos. Me temo que dentro de poco nos van a hacer mucha falta las risas.

—Harry —musitó George, sopesando la bolsa—, aquí tiene que haber mil galeones.

—Sí —contestó Harry, sonriendo—. Piensa cuántas galletas de canarios se pueden hacer con eso.

Los gemelos lo miraron fijamente.

—Pero no le digáis a vuestra madre de dónde lo habéis sacado... aunque, bien pensado, tal vez ya no tenga tanto empeño en que os hagáis funcionarios del Ministerio.

—Harry... —comenzó Fred, pero Harry sacó su varita.

—Mira —dijo rotundamente—, si no os lo lleváis, os echo un maleficio. He aprendido algunos bastante buenos. Pero hacedme un favor, ¿queréis? Compradle a Ron una túnica de gala diferente, y decidle que es regalo vuestro.

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