David - FUEGO.PDF
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Un par de manos lo agarraron con fuerza y lo volvieron boca arriba.
—¡Harry!, ¡Harry!
Abrió los ojos.
Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a su lado, agachado.
Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.
Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.
Harry soltó la Copa, pero agarró a Cedric aún con más fuerza. Levantó la mano que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.
—Ha retornado —susurró Harry—. Ha retornado. Voldemort.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?
El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.
—¡Dios... Dios mío, Diggory! —exclamó—. ¡Está muerto, Dumbledore!
Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!».
—Suéltalo, Harry —oyó que le decía la voz de Fudge, y notó dedos que intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó.
Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.
—Ya no puedes hacer nada por él, Harry. Todo acabó. Suéltalo.
—Quería que lo trajera —musitó Harry: le parecía importante explicarlo—. Quería que lo trajera con sus padres...
—De acuerdo, Harry... Ahora suéltalo.
Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a Harry del suelo y lo puso en pie. Harry se tambaleó. Le iba a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo.
Alrededor de ellos, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando contra él sus oscuras siluetas.
—¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? ¡Diggory está muerto!
—¡Tendrán que llevarlo a la enfermería! —dijo Fudge en voz alta—. Está enfermo, está herido... Dumbledore, los padres de Diggory están aquí, en las gradas...
—Yo llevaré a Harry, Dumbledore, yo lo llevaré...
—No, yo preferiría...
—Amos Diggory viene corriendo, Dumbledore. Viene para acá... ¿No crees que tendrías que decirle, antes de que vea...?
—Quédate aquí, Harry.
Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante los ojos de Harry...
—Ya ha pasado, hijo, vamos... Te llevaré a la enfermería.
—Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Harry. La cicatriz de la frente lo hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.
—Tienes que acostarte. Vamos, ven...
Y alguien más alto y más fuerte que Harry empezó a llevarlo, tirando de él por entre la aterrorizada multitud. Harry oía chillidos y gritos ahogados mientras el hombre se abría camino por entre ellos, llevándolo al castillo. Cruzaron la explanada y dejaron atrás el lago con el barco de Durmstrang. Harry ya no oía más que la pesada respiración del hombre que lo ayudaba a caminar.
—¿Qué ha ocurrido, Harry? —le preguntó el hombre al fin, ayudándolo a subir la pequeña escalinata de piedra.
Bum, bum, bum. Era Ojoloco Moody.
—La Copa era un traslador —explicó, mientras atravesaban el vestíbulo—. Nos dejó en un cementerio... y Voldemort estaba allí... lord Voldemort.
Bum, bum, bum. Iban subiendo por la escalinata de mármol...
—¿Que el Señor Tenebroso estaba allí? ¿Y qué ocurrió entonces?
—Mató a Cedric... lo mataron...
—¿Y luego?
Bum, bum, bum. Avanzaban por el corredor...
—Con una poción... recuperó su cuerpo...
—¿El Señor Tenebroso ha recuperado su cuerpo? ¿Ha retornado?
—Y llegaron los mortífagos... y luego nos batimos...
—¿Que te batiste con el Señor Tenebroso?
—Me escapé... La varita... hizo algo sorprendente... Vi a mis padres... Salieron de su varita...
—Pasa, Harry... Aquí, siéntate. Ahora estarás bien. Bébete esto...
Harry oyó que una llave hurgaba en la cerradura, y se encontró una taza en las manos.
—Bébetelo... Te sentirás mejor. Vamos a ver, Harry: quiero que me cuentes todo lo que ocurrió exactamente...
Moody lo ayudó a tragar la bebida. Harry tosió por el ardor que la pimienta le dejó en la garganta. El despacho de Moody y el propio Moody aparecieron entonces mucho más claros a sus ojos. Estaba tan pálido como Fudge, y tenía ambos ojos fijos, sin parpadear, en el rostro de Harry:
—¿Ha retornado Voldemort, Harry? ¿Estás seguro? ¿Cómo lo hizo?
—Cogió algo de la tumba de su padre, algo de Colagusano y algo mío —dijo Harry. Su cabeza se aclaraba; la cicatriz ya no le dolía tanto. Veía con claridad el rostro de Moody, aunque el despacho estaba oscuro. Aún oía los gritos que llegaban del distante campo de quidditch.
—¿Qué fue lo que el Señor Tenebroso cogió de ti? —preguntó Moody.
—Sangre —dijo Harry, levantando el brazo. La manga de la túnica estaba rasgada por donde la había cortado Colagusano con la daga.
Moody profirió un silbido largo y sutil.
—¿Y los mortífagos? ¿Volvieron?
—Sí —contestó Harry—. Muchos...
—¿Cómo los trató? —preguntó en voz baja—. ¿Los perdonó?
Pero Harry acababa de recordar repentinamente. Tendría que habérselo dicho a Dumbledore, tendría que haberlo hecho enseguida...
—¡Hay un mortífago en Hogwarts! Hay un mortífago aquí: fue el que puso mi nombre en el cáliz de fuego y se aseguró de que llegara al final del Torneo...
Harry trató de levantarse, pero Moody lo empujó contra el respaldo.
—Ya sé quién es el mortífago —dijo en voz baja
—¿Karkarov? —preguntó Harry alterado—. ¿Dónde está? ¿Lo ha atrapado usted?
¿Lo han encerrado?
—¿Karkarov? —repitió Moody, riendo de forma extraña—. Karkarov ha huido esta noche, al notar que la Marca Tenebrosa le escocía en el brazo. Traicionó a demasiados fieles seguidores del Señor Tenebroso para querer volver a verlos... pero dudo que vaya lejos: el Señor Tenebroso sabe cómo encontrar a sus enemigos.
—¿Karkarov se ha ido? ¿Ha escapado? Pero entonces... ¿no fue él el que puso mi nombre en el cáliz?
—No —dijo Moody despacio—, no fue él. Fui yo.
Harry lo oyó pero no lo creyó.
—No, usted no lo hizo —replicó—. Usted no lo hizo... no pudo hacerlo...
—Te aseguro que sí —afirmó Moody, y su ojo mágico giró hasta fijarse en la puerta. Harry comprendió que se estaba asegurando de que no hubiera nadie al otro lado. Al mismo tiempo, Moody sacó la varita y apuntó a Harry con ella—. Entonces,
¿los perdonó?, ¿a los mortífagos que quedaron en libertad, los que se libraron de Azkaban?
—¿Qué?
Harry miró la varita con que Moody le apuntaba: era una broma pesada, sin duda.
—Te he preguntado —repitió Moody en voz baja— si él perdonó a esa escoria que no se preocupó por buscarlo. Esos cobardes traidores que ni siquiera afrontaron Azkaban por él. Esos apestosos desleales e inútiles que tuvieron el suficiente valor para hacer el idiota en los Mundiales de quidditch pero huyeron a la vista de la Marca Tenebrosa que yo hice aparecer en el cielo.
—¿Que usted...? ¿Qué está diciendo?
—Ya te lo expliqué, Harry, ya te lo expliqué. Si hay algo que odio en este mundo es a los mortífagos que han quedado en libertad. Le dieron la espalda a mi señor cuando más los necesitaba. Esperaba que los castigara, que los torturara. Dime que les ha hecho algo, Harry... —La cara de Moody se iluminó de pronto con una sonrisa demente—.
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