David - FUEGO.PDF
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Jadeando, Harry se apartó de él y corrió, con todas sus fuerzas, en la dirección opuesta: el embrujo obstaculizador no era permanente, y el escreguto recuperaría de un momento a otro la movilidad de las patas.
Tomó un camino a la izquierda y resultó ser un callejón sin salida; otro a la derecha, y dio en otro. No tuvo más remedio que detenerse y volver a utilizar el encantamiento brújula. Desanduvo lo andado y escogió un camino que parecía ir al noroeste.
Llevaba unos minutos caminando a toda prisa por el nuevo camino, cuando oyó algo en la calle que iba paralela a la suya que lo hizo detenerse en seco.
—¿Qué vas a hacer? —gritaba la voz de Cedric—. ¿Qué demonios pretendes hacer?
Y a continuación se oyó la voz de Krum:
— ¡Crucio!
El aire se llenó de repente con los gritos de Cedric. Horrorizado, Harry echó a correr, tratando de encontrar la manera de entrar en la calle de Cedric. Como no vio ningún acceso, intentó utilizar de nuevo la maldición reductora. No resultó muy efectiva, pero consiguió hacer un pequeño agujero en el seto, a través del cual metió la pierna y pataleó contra ramas y zarzas hasta conseguir abrir un boquete. Se metió por él rasgándose la túnica y, al mirar a la derecha, vio a Cedric, que se retorcía y sacudía en el suelo, y a Krum de pie a su lado.
Harry salió del agujero y se levantó, apuntando a Krum con la varita justo cuando éste miraba hacia él. Entonces Krum se volvió y echó a correr.
— ¡Desmaius! —gritó Harry.
El encantamiento pegó a Krum en la espalda. Se detuvo en seco, cayó de bruces y se quedó inmóvil, boca abajo, tendido en la hierba. Harry corrió hacia Cedric, que había dejado de retorcerse y jadeaba con las manos en la cara.
—¿Estás bien? —le preguntó, cogiéndolo del brazo.
—Sí —dijo Cedric sin aliento—. Sí... no puedo creerlo... Venía hacia mí por detrás... Lo oí, me volví y me apuntó con la varita.
Se levantó. Seguía temblando. Los dos miraron a Krum.
—Me cuesta creerlo... Creía que era un tipo legal —dijo Harry, mirando a Krum.
—Yo también lo creía —repuso Cedric.
—¿Oíste antes el grito de Fleur? —preguntó Harry.
—Sí —respondió Cedric—. ¿Crees que Krum la alcanzó también a ella?
—No lo sé.
—¿Lo dejamos aquí? —preguntó Cedric.
—No. Creo que deberíamos lanzar chispas rojas. Alguien vendrá a recogerlo... Si no, lo más fácil es que se lo coma un escreguto.
—Es lo que se merece —musitó Cedric, pero aun así levantó la varita y disparó al aire una lluvia roja que brilló por encima de Krum, marcando el punto en que se encontraba.
Harry y Cedric permanecieron por un momento en la oscuridad, mirando a su alrededor. Luego Cedric dijo:
—Bueno, supongo que lo mejor es seguir...
—¿Qué? —dijo Harry—. Ah... sí... bien...
Fue un instante extraño: él y Cedric se habían sentido brevemente unidos contra Krum, pero enseguida volvieron a comprender que eran contrincantes. Siguieron por el oscuro camino sin hablar; luego Harry giró a la izquierda, y Cedric a la derecha. Pronto dejaron de oírse sus pasos.
Harry siguió adelante, usando el encantamiento brújula para asegurarse de que caminaba en la dirección correcta. Ahora el reto estaba entre él y Cedric. El deseo de llegar el primero a la Copa era en aquel momento más intenso que nunca, pero apenas podía concebir lo que acababa de ver hacer a Krum. El uso de una maldición imperdonable contra un ser humano se castigaba con cadena perpetua en Azkaban: eso era lo que les había dicho Moody. No era posible que Krum deseara la Copa de los tres magos hasta aquel punto... Empezó a caminar más aprisa.
De vez en cuando llegaba a otro callejón sin salida, pero la creciente oscuridad era una señal inequívoca de que se iba acercando al centro del laberinto. Entonces, caminando a zancadas por un camino recto y largo, volvió a percibir que algo se movía, y el haz de luz de la varita iluminó a una criatura extraordinaria, un espécimen al que sólo había visto en una ilustración de El monstruoso libro de los monstruos .
Era una esfinge: tenía el cuerpo de un enorme león, con grandes zarpas y una cola larga, amarillenta, que terminaba en un mechón castaño. La cabeza, sin embargo, era de mujer. Volvió a Harry sus grandes ojos almendrados cuando él se acercó. Harry levantó la varita, dudando. No parecía dispuesta a atacarlo, sino que paseaba de un lado a otro del camino, cerrándole el paso.
Entonces habló con una voz ronca y profunda:
—Estás muy cerca de la meta. El camino más rápido es por aquí.
—Eh... entonces, ¿me dejará pasar, por favor? —le preguntó Harry, suponiendo cuál iba a ser la respuesta.
—No —respondió, continuando su paseo—. No a menos que descifres mi enigma.
Si aciertas a la primera, te dejaré pasar. Si te equivocas, te atacaré. Si te quedas callado, te dejaré marchar sin hacerte ningún daño.
Se le hizo un nudo en la garganta. Era a Hermione a quien se le daban bien aquellas cosas, no a él. Sopesó sus probabilidades: si el enigma era demasiado difícil, podía quedarse callado y marcharse incólume para intentar encontrar otra ruta alternativa hacia la copa.
—Vale —dijo—. ¿Puedo oír el enigma?
La esfinge se sentó sobre sus patas traseras, en el centro mismo del camino, y recitó:
Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas, pero eso sólo ocurrirá si no lo captas.
Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza,
porque está lejana, en tierras de bonanza,
donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.
Y ahora contesta, tú, que has venido a jugar:
¿a qué animal no te gustaría besar?
Harry la miró con la boca abierta.
—¿Podría decírmelo otra vez... mas despacio? —pidió. Ella parpadeó, sonrió y repitió el enigma.
—¿Todas las pistas conducen a un animal que no me gustaría besar? —preguntó Harry.
Ella se limitó a esbozar su misteriosa sonrisa. Harry tomó aquel gesto por un «sí».
Empezó a darle vueltas al acertijo en la cabeza. Había muchos animales a los que no le gustaría besar: de inmediato pensó en un escreguto de cola explosiva, pero intuyó que no era aquélla la respuesta. Tendría que intentar descifrar las pistas...
—«Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas» —murmuró Harry, mirándola.
«Puede desgarrarme si me come, pero me desgarraría con los colmillos, no con las zarpas —pensó—. Mejor dejo esta parte para luego...»
—¿Podría repetirme lo que sigue, si es tan amable?
Ella repitió los versos siguientes.
«La respuesta está donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.» El país de los toros, la sangre, el mar y la verbena podría ser España, y la región de las montañas de arena podría ser Marruecos, el Magreb, Arabia. Donde acaba España y empieza Marruecos podría ser el estrecho de Gibraltar, pero no puedo ir ahora tan lejos en busca de la respuesta. Claro que Marruecos y Magreb empiezan por «ma», Arabia lo hace por «ara», y España acaba en
«ña». Y si me lo hace, si se da maña, no, si me araña... ¿qué animal no me gustaría besar?»
—¡La araña!
La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarlo pasar.
—¡Gracias! —dijo Harry y, sorprendido de su propia inteligencia, echó a correr.
Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la varita le indicaba que iba bien encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...
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