David - FUEGO.PDF
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—No lo creo —replicó Harry, negando con la cabeza—. Estaba muy débil. No creo que pudiera desaparecerse ni nada por el estilo.
—No es posible desaparecerse en los terrenos de Hogwarts. ¿No os lo he dicho un montón de veces? —dijo Hermione.
—Vale... A ver qué os parece esta hipótesis —propuso Ron con entusiasmo—: Krum ataca a Crouch... (esperad, esperad a que acabe) ¡y se aplica a sí mismo el encantamiento aturdidor!
—Y el señor Crouch se evapora, ¿verdad? —apuntó Hermione con frialdad.
Rayaba el alba. Harry, Ron y Hermione se habían levantado muy temprano y se habían ido a toda prisa a la lechucería para enviar una nota a Sirius. En aquel momento contemplaban la niebla sobre los terrenos del colegio. Los tres estaban pálidos y ojerosos porque se habían quedado hasta bastante tarde hablando del señor Crouch.
—Vuélvelo a contar, Harry —pidió Hermione—. ¿Qué dijo exactamente el señor Crouch?
—Ya te lo he dicho, lo que explicaba no tenía mucho sentido. Decía que quería advertir a Dumbledore de algo. Desde luego mencionó a Bertha Jorkins, y parecía pensar que estaba muerta. Insistía en que tenía la culpa de unas cuantas cosas...
mencionó a su hijo.
—Bueno, eso sí que fue culpa suya —dijo Hermione malhumorada.
—No estaba en sus cabales. La mitad del tiempo parecía creer que su mujer y su hijo seguían vivos, y le daba instrucciones a Percy.
—Y... ¿me puedes recordar qué dijo sobre Quien-tú-sabes? —dijo Ron con vacilación.
—Ya te lo he dicho —repitió Harry con voz cansina—. Dijo que estaba recuperando fuerzas.
Se quedaron callados. Luego Ron habló con fingida calma:
—Pero si Crouch no estaba en sus cabales, como dices, es probable que todo eso fueran desvaríos.
—Cuando trataba de hablar de Voldemort parecía más cuerdo —repuso Harry, sin hacer caso del estremecimiento de Ron—. Tenía verdaderos problemas para decir dos palabras seguidas, pero en esos momentos daba la impresión de que sabía dónde se encontraba y lo que quería. Repetía que tenía que ver a Dumbledore.
Se separó de la ventana y miró las vigas de la lechucería. La mitad de las perchas habían quedado vacías; de vez en cuando entraba alguna lechuza que volvía de su cacería nocturna con un ratón en el pico.
—Si el encuentro con Snape no me hubiera retrasado —dijo con amargura—, podríamos haber llegado a tiempo. «El director está ocupado, Potter. Pero ¿qué dice, Potter? ¿Qué tonterías son ésas, Potter?» ¿Por qué no se quitaría de en medio?
—¡A lo mejor no quería que llegaras a tiempo! —exclamó Ron—. Puede que...
espera... ¿Cuánto podría haber tardado en llegar al bosque? ¿Crees que podría haberos adelantado?
—No a menos que se convirtiera en murciélago o algo así —contestó Harry.
—En él no me extrañaría —murmuró Ron.
—Tenemos que ver al profesor Moody —dijo Hermione—. Tenemos que saber si encontró al señor Crouch.
—Si llevaba con él el mapa del merodeador, no pudo serle difícil —opinó Harry.
—A menos que Crouch hubiera salido ya de los terrenos —observó Ron—, porque el mapa sólo muestra los terrenos del colegio, ¿no?
—¡Chist! —los acalló Hermione de repente.
Alguien subía hacia la lechucería. Harry oyó dos voces que discutían, acercándose cada vez más:
—... eso es chantaje, así de claro, y nos puede acarrear un montón de problemas.
—Lo hemos intentado por las buenas; ya es hora de jugar sucio como él. No le gustaría que el Ministerio de Magia supiera lo que hizo...
—¡Te repito que, si eso se pone por escrito, es chantaje!
—Sí, y supongo que no te quejarás si te llega una buena cantidad, ¿no?
La puerta de la lechucería se abrió de golpe. Fred y George aparecieron en el umbral y se quedaron de piedra al ver a Harry, Ron y Hermione.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntaron al mismo tiempo Ron y Fred.
—Enviar una carta —contestaron Harry y George también a la vez.
—¿A estas horas? —preguntaron Hermione y Fred.
Fred sonrió y dijo:
—Bueno, no os preguntaremos lo que hacéis si no nos preguntáis vosotros.
Sostenía en las manos un sobre sellado. Harry lo miró, pero Fred, ya fuera casualmente o a propósito, movió la mano de tal forma que el nombre del destinatario quedó oculto.
—Bueno, no queremos entreteneros —añadió Fred haciendo una parodia de reverencia y señalando hacia la puerta.
Pero Ron no se movió.
—¿A quién le hacéis chantaje? —inquirió.
La sonrisa desapareció de la cara de Fred. George le dirigió una rápida mirada a su gemelo antes de sonreír a Ron.
—No seas tonto, estábamos de broma —dijo con naturalidad.
—No lo parecía —repuso Ron.
Fred y George se miraron. Luego Fred dijo abruptamente:
—Ya te lo he dicho antes, Ron: aparta las narices si te gusta la forma que tienen.
No es que sean una preciosidad, pero...
—Si le estáis haciendo chantaje a alguien, es asunto mío —replicó Ron—. George tiene razón: os podríais meter en problemas muy serios.
—Ya te he dicho que estábamos de broma —dijo George. Se acercó a Fred, le arrancó la carta de las manos y empezó a atarla a una pata de la lechuza que tenía más cerca—. Te estás empezando a parecer a nuestro querido hermano mayor. Sigue así, y te veremos convertido en prefecto.
—Eso nunca.
George llevó la lechuza hasta la ventana y la echó a volar. Luego se volvió y sonrió a Ron.
—Pues entonces deja de decir a la gente lo que tiene que hacer. Hasta luego.
Los gemelos salieron de la lechucería. Harry, Ron y Hermione se miraron.
—¿Creéis que saben algo? —susurró Hermione—, ¿sobre Crouch y todo esto?
—No —contestó Harry—. Si fuera algo tan serio se lo dirían a alguien. Se lo dirían a Dumbledore.
Pero Ron estaba preocupado.
—¿Qué pasa? —le preguntó Hermione.
—Bueno... —dijo Ron pensativamente—, no sé si lo harían. Últimamente están obsesionados con hacer dinero. Me di cuenta cuando andaba por ahí con ellos, cuando...
ya sabes.
—Cuando no nos hablábamos. —Harry terminó la frase por él—. Sí, pero el chantaje...
—Es por lo de la tienda de artículos de broma —explicó Ron—. Creí que sólo lo decían para incordiar a mi madre, pero no: es verdad que quieren abrir una. No les queda más que un curso en Hogwarts, así que opinan que ya es hora de pensar en el futuro. Mi padre no puede ayudarlos. Y necesitan dinero para empezar.
Hermione también se mostró preocupada.
—Sí, pero... no harían nada que fuera contra la ley para conseguirlo, ¿verdad?
—No lo sé... —repuso Ron—. Me temo que no les importa demasiado infringir las normas.
—Ya, pero ahora se trata de la ley —dijo Hermione, asustada—, no de una de esas tontas normas del colegio... ¡Por hacer chantaje pueden recibir un castigo bastante más serio que quedarse en el aula! Ron, tal vez fuera mejor que se lo dijeras a Percy...
—¿Estás loca? ¿A Percy? Lo más probable es que hiciera como Crouch y los entregara a la justicia. —Miró la ventana por la que había salido la lechuza de Fred y George, y luego propuso—: Vamos a desayunar.
—¿Creéis que es demasiado temprano para ir a ver al profesor Moody? —preguntó Hermione bajando la escalera de caracol.
—Sí —respondió Harry—. Seguramente nos acribillaría a encantamientos a través de la puerta si lo despertamos al alba: creería que queremos atacarlo mientras está dormido. Será mejor que esperemos al recreo.
La clase de Historia de la Magia nunca había resultado tan lenta. Como Harry ya no llevaba su reloj, a cada rato miraba el de Ron, el cual avanzaba tan despacio que parecía que se hubiera parado también. Estaban tan cansados los tres que de buena gana habrían apoyado la cabeza en la mesa para descabezar un sueño: ni siquiera Hermione tomaba sus acostumbrados apuntes, sino que tenía la barbilla apoyada en una mano y seguía al profesor Binns con la mirada perdida.
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