Carlos Castaneda - El Segundo Anillo De Poder

Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Castaneda - El Segundo Anillo De Poder» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Эзотерика, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Segundo Anillo De Poder: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Segundo Anillo De Poder»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La vida transcurre en diversas dimensiones. Este libro las explora a todas, introduciéndose en un mundo extraño y alucinante de la mano de Carlos, aprendiz de hechicero. Lucha o iniciación mágica, rito o realidad, poco importa que los hechos sucedan verdaderamente o no sean más que símbolos de un conflicto interior desencadenado por las tendencias contradictorias del ser y narrado con una imaginación desbordante que crea sin cesar mundos paralelos y situaciones insospechadas. El segundo anillo del poder es una de las obras más celebradas de Carlos Castaneda."Si los libros de Castaneda son una obra de ficción literaria, lo son de una manera muy extraña: su tema es la derrota de la antropología y la victoria de la magia."
Octavio Paz.

El Segundo Anillo De Poder — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Segundo Anillo De Poder», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Tenía la mente muy clara, y sin embargo algo me arrastraba, más y más profundamente, al fondo de una suerte de ciénaga. Me experimentaba a mí mismo de una manera que no lograba concebir. Súbitamente comprendí que, de algún modo, hasta ese momento había estado sintiendo sus sentimientos. Ella era lo sorprendente. Me había hipnotizado con palabras. Era una mujer vieja y fría. Y sus intenciones nada tenían que ver con la juventud ni con el vigor, a pesar de su fuerza y su vitalidad. Supe entonces que don Juan no le había vuelto la cabeza en la misma dirección que la mía. No obstante, ello hubiese sonado ridículo en cualquier otro contexto; de todos modos, en ese momento lo consideré una intuición válida. Una sensación de alarma recorrió mi cuerpo. Quise salir de su cama. Pero parecía haber allí una fuerza extraordinaria que me retenía, privándome de toda posibilidad de movimiento. Estaba paralizado.

Debió de haber percibido mi impresión. De modo absolutamente imprevisto, se quitó el lazo que le sujetaba el pelo y, con un rápido movimiento, lo puso en torno de mi cuello. Sentí la presión del lazo en la piel, pero, por alguna razón, no creí que fuese real.

Don Juan siempre había insistido en que nuestro peor enemigo era la incapacidad para aceptar la realidad de aquello que nos ocurre. En ese momento, doña Soledad me rodeaba la garganta con una suerte de nudo corredizo; entendí su intención. Pero a pesar de haberlo comprendido intelectualmente, mi cuerpo no reaccionó. Permanecía laxo, casi indiferente, ante lo que, según todos los indicios, era mi muerte.

Tuve conciencia del exceso de presión que ejercían sus brazos y hombros sobre el lazo al intentar ajustarlo alrededor de mi cuello. Me estaba estrangulando con gran fuerza y habilidad. Empecé a boquear. En sus ojos había un destello de locura. Fue en ese instante que me di cuenta de que pretendía matarme.

Don Juan había dicho que, cuando por fin uno entiende qué ocurre, suele ser demasiado tarde para retroceder. Afirmaba que siempre es el intelecto lo que nos embauca; recibe el mensaje en primer término, pero en vez de darle crédito y obrar en consecuencia, pierde el tiempo en discutirlo.

Entonces oí, o tal vez intuí, un chasquido en la base del cuello, exactamente detrás de la tráquea. Comprendí que me había quebrado el pescuezo. Sentí un zumbido en los ojos y luego un hormigueo. Mi audición era extraordinariamente clara. Tenía la seguridad de estar muriendo. Me repugnaba mi propia incapacidad para hacer nada en mi defensa. No podía siquiera mover un músculo para darle un puntapié. Ya no me era posible respirar. Todo mi cuerpo vibró, y en un instante estuve en pie y me vi libre, libre del apretón mortal. Miré la cama. Todo contribuía a hacerme pensar que estaba contemplando la escena desde el techo. Vi mi propio cuerpo, inmóvil y lánguido, encima del suyo. Vi el horror en sus ojos. Deseé permitirle que soltase el lazo. Tuve un acceso de ira por haber sido tan estúpido y le propiné un sonoro puñetazo en la frente. Chilló y se cogió la cabeza y perdió el conocimiento, pero antes de que ello sucediese tuve una fugaz vislumbre de un cuadro fantasmagórico. Vi a doña Soledad despedida de la cama por la fuerza de mi golpe. La vi correr hasta la pared y acurrucarse junto a ella como un chiquillo asustado.

Luego tuve conciencia de una terrible dificultad para respirar. Me dolía el cuello. Tenía la garganta seca hasta el punto de que no podía tragar. Tardé bastante en reunir la fuerza necesaria para ponerme de pie. Entonces contemplé a doña Soledad. Yacía inconsciente en el lecho. En su frente lucía una enorme hinchazón roja. Busqué un poco de agua y se la eché en el rostro, tal como don Juan había hecho conmigo. Cuando recobró el sentido la hice caminar, sosteniéndola por las axilas. Estaba empapa en transpiración. Le puse toallas mojadas con agua fría en la frente. Vomitó, y tuve la seguridad casi absoluta de que padecía una conmoción cerebral. Temblaba. Traté de cubrirla con la mayor cantidad posible de sábanas y mantas, con el propósito de hacerla entrar en calor, pero se despojó de todas ellas y se volvió de modo de enfrentar el viento. Me pidió que la dejase sola y dijo que un cambio en la dirección del viento sería un signo de que se iba a recuperar. Cogió mi mano en una suerte de apretón y aseveró que el destino nos había enfrentado.

– Creo que era de esperar que uno de los dos muriese esta noche -dijo.

– No sea necia. Aún no está acabada -respondí; realmente, eso era lo que pensaba.

Algo me hizo sentirme seguro de que se encontraba bien. Salí, cogí una vara y me dirigí a mi coche. El perro gruñó. Seguía acurrucado en el asiento. Le dije que saliera. Dócilmente, saltó fuera. Había algo distinto en él. Vi su enorme sombra trotar en la semioscuridad. Regresó a su corral.

Era libre. Me senté en el coche un momento para considerar la situación. No, no era libre. Algo me impelía a retornar a la casa. Tenía que terminar cosas allí. Ya no temía a doña Soledad. A decir verdad, una extraordinaria indiferencia me había invadido. Sentía que ella me había dado, consciente o inconscientemente, una lección de suprema importancia. Bajo la horrenda presión de su tentativa de matarme, yo había actuado en su contra desde un nivel realmente inconcebible en circunstancias normales. Había estado a punto de ser estrangulado. Algún elemento de aquella su condenada habitación me había dejado absolutamente indefenso y, sin embargo, había logrado salir con bien. No alcanzaba a imaginar lo sucedido. Tal vez fuese cierto lo que don Juan siempre había sostenido: que todos poseemos un potencial adicional, algo que está allí, pero que rara vez alcanzamos a usar. Realmente, había golpeado a doña Soledad desde una posición fantasma.

Cogí mi linterna del coche, regresé a la casa, encendí todas las lámparas de petróleo que pude encontrar y me senté a escribir ante la mesa de la habitación delantera.

El trabajo me relajó.

Hacia el amanecer, doña Soledad salió de su habitación, tambaleante. A duras penas mantenía el equilibrio. Estaba completamente desnuda. Se sintió mal y se desplomó junto a la puerta. Le di un poco de agua y traté de cubrirla con una manta. Se negó. A mí me preocupaba una posible pérdida de calor corporal. Murmuró que tenía que estar desnuda si quería que el viento la curase. Preparó un emplasto con hojas maceradas, se lo aplicó a la frente y lo fijó allí por medio de su turbante. Se envolvió en una manta y se acercó a la mesa en que yo escribía; se sentó frente a mí. Tenía los ojos rojos. Se la veía francamente mal.

– Hay algo que debo decirte -musitó con voz trémula-. El Nagual me preparó para esperarte, tenía que esperarte, así tardases veinte años. Me dio instrucciones sobre cómo seducirte y quitarte el poder. Él sabía que, tarde o temprano, ibas a venir a ver a Pablito y a Néstor, así que me indicó que aguardase ese momento para hechizarte y coger todo lo tuyo. El Nagual dijo que si yo vivía una vida impecable, mi poder te traería cuando no hubiese nadie más en la casa. Mi poder lo hizo. Hoy llegaste cuando todos se habían ido. Mi vida impecable me había ayudado. Todo lo que me quedaba por hacer era tomar tu poder y luego matarte.

– ¿Pero para qué quería hacer una cosa tan horrible?

– Porque necesito tu poder para seguir mi propio camino. El Nagual hubo de disponerlo así. Tú eras el elegido; después de todo, no te conozco. No significas nada para mí. Así que, ¿por qué no iba yo a quitarle algo que necesito tan desesperadamente a alguien que para mí no cuenta? Esas fueron las palabras del Nagual.

– ¿Por qué iba el Nagual a querer hacerme daño? Usted misma dijo que se preocupaba por mí.

– Lo que yo te he hecho esta noche no tiene nada que ver con sus sentimientos hacia ti ni hacia mí. Esta es una cuestión que sólo nos afecta a nosotros. No ha habido testigos de nada de lo que hoy sucedió entre ambos, porque ambos formamos parte del propio Nagual, Pero tú, en especial, has recibido algo de él que yo no poseo, algo que necesito desesperadamente, el poder singular que te ha dado. El Nagual dijo que había dado algo a cada uno de sus seis hijos. No puedo llegar hasta Eligio. No puedo tomarlo de mis hijas; así, tú eres mi presa. Yo hice crecer el poder que el Nagual me dio, y al crecer produjo un cambio en mi cuerpo. Tú también hiciste crecer tu poder. Yo quería ese poder tuyo, y por eso tenía que matarte. El Nagual dijo que, aun cuando no murieras, caerías bajo mi hechizo y serías mi prisionero durante toda la vida si yo lo desease. De todos modos, tu poder iba a ser mío.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Segundo Anillo De Poder»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Segundo Anillo De Poder» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Segundo Anillo De Poder»

Обсуждение, отзывы о книге «El Segundo Anillo De Poder» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x