Carlos Castaneda - El Fuego Interno

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El conocimiento de Don Juan presenta tres facetas: la maestría del estar "Consciente de Ser", que es el enigma de la mente, la maestría del "acecbo", que es el enigma del corazón, y la maestría del "intento", que es el enigma del espíritu.
Esta séptima obra de Carlos Castaneda trata sobre la perplejidad que sienten los brujos al darse cabal cuenta del alcance de la conciencia de Ser y del asombroso misterio que es la percepción. En ella narra experiencias que tuvieron lugar en estados de conciencia acrecentada y que nos introducen en la maestría del estar Conscientes del Ser.
"La tercera atención se alcanza así, cuando el resplandor de la conciencia se convierte en el fuego interno, un fuego que no enciende sólo una banda de emanaciones sino que enciende a la vez todas las emanaciones del Águila que están en el interior del capullo luminoso del hombre. El logro supremo de los seres humanos es alcanzar ese nivel de atención y, al mismo tiempo, retener la fuerza de la vida".
Don Juan.

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Sentí ganas de protestar contra una terrible injusticia. Mentalmente, preparé una descarga de objeciones, pero nunca les di voz. La sonrisa de don Juan era radiante. Sus ojos brillaban con gozo y malicia puros. Tuve la sensación de que esperaba mis declaraciones, porque sabía lo que yo iba a decir. Y esa sensación me detuvo, o más bien no dije nada porque mi punto de encaje se movió nuevamente, por su cuenta. Y supe entonces que no se le podía tener lástima a la mujer nagual por no disponer de tiempo, y que yo tampoco podía regocijarme de tenerlo.

Don Juan me leía como a un libro. Me instó a que redondeara mi comprensión y que expresara la razón porque, en este caso, un guerrero no puede sentir lástima o regocijo. Durante un instante sentí que sabía el porqué. Pero perdí la pista.

– La emoción de tener tiempo es igual a la emoción de no tenerlo -dijo-. Todo es lo mismo.

– Sentir tristeza no es lo mismo que sentir lástima -dije-. Y me siento terriblemente triste.

– ¿A quién le importa la tristeza? -dijo-. Piensa sólo en los misterios: el misterio es lo único que importa. Somos seres vivientes; tememos que morir y renunciar a nuestra conciencia. Pero, si pudiéramos cambiar tan sólo un matiz, un hilo de eso, ¡qué misterios deben aguardarnos! ¡Qué misterios!

XVIII. ROMPER LA BARRERA DELA PERCEPCIÓN

Entrada la tarde, estando aún en la ciudad de Oaxaca, don Juan y yo dimos un lento paseo alrededor de la plaza. Al acercarnos a su banca favorita los que estaban sentados allí se incorporaron y se fueron. Apretamos el paso y llegamos a sentarnos.

– Hemos arribado al final de mi explicación del estar consciente de ser -dijo-. Y hoy, por tu cuenta, vas a unificar otro mundo y vas a dejar de lado todas las dudas, para siempre.

"No debe haber ningún error respecto a lo que vas a hacer. Hoy, desde la ventajosa posición de la conciencia acrecentada vas a hacer que se mueva tu punto de encaje y en un instante vas a alinear las emanaciones de otro mundo.

"Dentro de unos días, cuando Genaro y yo nos reunamos contigo en la cima de una montaña, vas a hacer lo mismo desde la desventajosa posición de la conciencia normal. En sólo un instante, tendrás que alinear las emanaciones de otro mundo; si no lo haces morirás la muerte de un hombre común que se cae de un precipicio.

Se refería a un acto que me haría llevar a cabo como la última de sus enseñanzas para el lado derecho: el acto de saltar de la cima de una montaña a un abismo.

Don Juan declaró que los guerreros terminaban su entrenamiento cuando eran capaces de romper la barrera de la percepción, sin ayuda, partiendo de un estado normal de la conciencia. El nagual llevaba a los guerreros a ese umbral, pero el éxito dependía del individuo. El nagual simplemente los ponía a prueba, presionándolos de manera continua para que aprendieran a valerse de por sí.

– El alineamiento es la única fuerza que puede cancelar temporalmente al alineamiento -prosiguió-. Tendrás que cancelar el alineamiento que te mantiene percibiendo el mundo cotidiano. Si usas el intento e intentas una nueva posición para tu punto de encaje, y luego intentas que se fije allí durante suficiente tiempo, alinearás otro mundo y escaparás de éste.

"Los antiguos videntes siguen desafiando a la muerte hasta la fecha, haciendo precisamente eso: intentando que sus puntos de encaje permanezcan fijos en posiciones que los colocan en cualquiera de los siete mundos.

– ¿Qué pasará si logro alinear otro mundo? -pregunté.

– Irás a él -contestó-. Como hizo Genaro cierta noche, en este mismo lugar, cuando te enseñaba el misterio del alineamiento.

– ¿Adónde estaré, don Juan?

– En otro mundo, desde luego. ¿En dónde más?

– ¿Y qué pasa con la gente que me rodea, con los edificios, las montañas y todo lo demás?

– Quedarás separado de todo eso por la misma barrera que has roto: la barrera de la percepción. Y, al igual que los videntes que se han sepultado para desafiar a la muerte, no estarás en este mundo.

Al escuchar sus aseveraciones, ardía una batalla en mi interior. Alguna parte de mí clamaba que la posición de don Juan era insostenible, mientras otra parte sabía sin lugar a dudas que él estaba en lo cierto.

Le pregunté qué es lo que pasaría si moviera mi punto de encaje mientras estaba en la calle, en el corazón del tráfico de Los Angeles.

– Los Angeles desaparecerá, como un soplo de aire -contestó con gesto serio-. Pero tú seguirás ahí.

"Ese es el misterio que he estado tratando de explicarte. Lo has experimentado, pero aún no lo entiendes, y hoy lo harás.

Dijo que yo aún no podía usar premeditadamente el levantón de la tierra para cambiar a otra gran banda de emanaciones, pero que yo tenía ahora la necesidad imperativa de mover mi punto de encaje, y esa necesidad me iba a servir de lanzador.

Don Juan miró al cielo. Como si hubiera estado sentado demasiado tiempo y sacara a empujones el cansancio físico de su cuerpo, estiró los brazos por encima de la cabeza. Me ordenó parar mi diálogo interno y entrar en silencio interior. Se puso de pie y se alejó de la plaza caminando; me hizo una señal para que lo siguiera. Tomó una calle desierta; era la misma calle en la que Genaro me había dado su demostración del alineamiento. En cuanto recordé eso, me encontré caminando con don Juan en un lugar que para entonces ya me resultaba muy conocido, porque estuve muchas veces en él: una llanura desierta con dunas amarillas que parecían ser de azufre.

Recordé entonces que más allá de ese desolado paraje había otro mundo que brillaba con una luz blanca, pura, exquisita y uniforme.

Esta vez, al entrar don Juan y yo en ese mundo, sentí que la luz, que surgía de todas direcciones, no era una luz vigorizante, pero era tan pacífica, tan calmante que me dio la sensación de que era sagrada.

Al bañarme esa luz sagrada, un pensamiento racional explotó en mi silencio interior. Me pareció bastante posible que místicos y santos hubieran hecho este viaje del punto de encaje. Habrían visto a Dios en el molde del hombre. Habrían visto el infierno en las dunas de azufre. Y habrían visto la gloria del cielo en la luz diáfana.

Mi pensamiento racional se desvaneció casi de inmediato bajo los embates de lo que percibía. Mi conciencia se vio asaltada por una multitud de formas, figuras de hombres, mujeres y niños de todas las edades, y otras apariciones incomprensibles que centelleaban con una cegadora luz blanca.

Vi a don Juan, caminando a mi lado, mirándome a mí y no a las apariciones, pero al instante lo vi transformarse en una bola de luminosidad que se balanceaba a un metro de mí. La bola hizo un movimiento abrupto y aterrador y se acercó a mí y vi su interior.

Para beneficio mío, don Juan encendía el resplandor de su conciencia. De pronto, en su lado izquierdo, el resplandor brilló sobre cuatro o cinco filamentos delgados como hilos. Ahí permaneció fijo. Toda mi concentración estaba fija en ese resplandor. Algo me tironeó como si me pasara a través de un tubo, y vi a los aliados; tres figuras oscuras largas y rígidas agitadas por un temblor, como hojas en el viento. Se encontraban ante un fondo rosa, casi fluorescente. En cuanto enfoqué mi atención en ellos vinieron hacia mí, no caminando o deslizándose o volando, sino arrastrándose a lo largo de unas fibras de blancura que brotaban de mí. La blancura no era una luz o un resplandor sino líneas que parecían dibujadas con tiza gruesa en polvo. Se desintegraron rápidamente, pero no con suficiente rapidez. Antes de que las líneas se desvanecieran, los aliados estaban casi encima de mí.

Me rodearon. Me sentí molesto, y de inmediato se alejaron, como si los hubiera regañado. Sentí lástima por ellos. Mi sentimiento volvió a atraerlos al instante, y de nuevo me rodearon y se frotaron contra mí. Entonces vi algo que había visto en el espejo en el río. Los aliados no tenían resplandor interno. No tenían movilidad interna. No hay vida en ellos. Y sin embargo era obvio que estaban vivos. Eran extrañas formas grotescas que parecían bolsas de dormir con los cierres corridos. La delgada línea en el centro de sus formas alargadas, les daba la apariencia de haber sido cosidos.

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