– Los videntes dicen que hay tres tipos de atención -continuó don Juan-. Cuando dicen eso, se refieren sólo a los seres humanos y no a todos los seres conscientes que existen. Pero los tres no son tan sólo tipos de atención, son más bien tres niveles de realización. Son la primera, segunda y tercera atenciones; cada una es un reino independiente, completo en sí mismo.
Explicó que, en el hombre, la primera atención es la conciencia animal, en bruto, que a través del proceso de la experiencia humana ha sido convertida en una facultad compleja, intrincada y extremadamente frágil, que se encarga del mundo cotidiano en todos sus innumerables aspectos. En otras palabras, todo aquello en lo que puede uno pensar forma parte de la primera atención.
– La primera atención es todo lo que somos como hombres comunes y corrientes -prosiguió-. En virtud de su dominio tan absoluto sobre nuestras vidas, la primera atención es la propiedad más valiosa que tenemos. Quizás es incluso nuestra única propiedad.
"Tomando en cuenta su verdadero valor, los nuevos videntes comenzaron un riguroso examen de la primera atención. Sus hallazgos moldearon todas sus perspectivas y las perspectivas de todos sus descendientes, aunque la mayoría de ellos aún hoy en día no entienden lo que aquellos videntes realmente vieron .
Enfáticamente, me advirtió que las conclusiones del riguroso examen de los nuevos videntes tenían muy poco que ver con la razón o la racionalidad, porque para examinar y explicar la primera atención, uno debe verla . Sólo los videntes pueden hacer eso. Pero examinar lo que los nuevos videntes vieron en la primera atención, es esencial, a fin de permitirnos la única oportunidad, en nuestra existencia, de darnos cuenta de nuestras propias funciones.
– En términos de lo que los videntes ven , la primera atención es un intenso resplandor de color ambarino -continuó-. Es un resplandor que invariablemente se mantiene fijo en la parte superior de la superficie del capullo y que abarca lo conocido.
"La segunda atención, por otra parte, es un resplandor muchísimo más intenso y cubre una mayor extensión. Tiene que ver con lo desconocido. Es un estado complejo y especializado que entra en función cuando se utilizan las emanaciones interiores del capullo que ordinariamente permanecen fuera de juego.
"La razón por la cual lo llamo un estado complejo y especializado es que, para poder utilizar las emanaciones que ordinariamente no entran en juego, uno necesita de extraordinarias y elaboradas tácticas que requieren suprema disciplina y concentración.
Comentó que ya me había explicado, en sus enseñanzas para el lado derecho, que la concentración requerida para estar consciente de que uno está soñando es la predecesora de la segunda atención. Esa concentración es una forma de estar consciente de ser que no está en la misma categoría de la conciencia normal necesaria para tratar con el mundo diario.
Dijo que a la segunda atención también se le llama la conciencia del lado izquierdo; y que es el campo más vasto que pueda uno imaginarse, tan vasto que parece ilimitado.
– Yo no me metería en ella. por nada del mundo -agregó-. Es un atolladero tan complejo y grotesco que los videntes sensatos sólo entran en ella bajo las más estrictas condiciones.
"La gran dificultad consiste en que la entrada a la segunda atención es enteramente fácil y su atracción es casi irresistible.
Dijo que los antiguos videntes, siendo maestros consumados del arte de manejar el resplandor de la conciencia, la hicieron expandirse a límites inconcebibles. Dedicaron todo su esfuerzo a extender ese resplandor a todas las emanaciones interiores de sus capullos, encendiéndolas por bandas, una banda a. la vez. Y lo lograron, pero curiosamente, el hecho de encenderlas por bandas los hizo quedar aprisionados en algo tan inmenso que no pudieron salir más de ello.
– Los nuevos videntes corrigieron ese error -prosiguió- y dejaron que el arte de manejar el resplandor de la conciencia se desenvolviera y llegara a extender ese resplandor, de un solo golpe, a todos los confines del capullo luminoso.
"La tercera atención se alcanza así, cuando el resplandor de la conciencia se convierte en el fuego interior; un fuego que no enciende sólo una banda a la vez, sino que enciende a todas las emanaciones del Águila que están en el interior del capullo del hombre.
Don Juan expresó su reverencia y admiración por el esfuerzo premeditado de los nuevos videntes para alcanzar la tercera atención cuando aún tienen vida y están conscientes de su individualidad.
No consideró que valiera la pena discutir los casos fortuitos de hombres y de otros seres conscientes que entran en lo desconocido y en lo que no se puede conocer sin darse cuenta de ello; se refirió a ésto como el don del Águila. Afirmó que para los nuevos videntes el entrar en la tercera atención también es un don, pero tiene un significado diferente. Es más bien como un premio por un logro extraordinario.
Agregó que al momento de morir todos los seres humanos entran en lo que no se puede conocer, y que algunos de ellos sí alcanzan la tercera atención, pero de una forma del todo breve y sólo para purificar el alimento del Águila.
– El logro supremo de los seres humanos -dijo- es alcanzar ese nivel de atención y al mismo tiempo retener la fuerza de la vida, sin convertirse en una conciencia incorpórea que se mueve como un punto vacilante de luz hacia el pico del Águila para ser devorado.
Mientras estuve escuchando la explicación de don Juan, una vez más perdí totalmente de vista todo lo que me rodeaba. Indudablemente, Genaro se había levantado y se había ido, ya que no aparecía por ningún lado, Me sorprendí al darme cuenta de que yo estaba acuclillado en la roca, con don Juan también en cuclillas a mi lado. Me tenía agarrado, muy a la ligera, de los hombros.
Me recosté en la roca y cerré los ojos. Había una suave brisa que soplaba del oeste.
– No te duermas -dijo don Juan-. Por ningún motivo debes quedarte dormido en esta roca.
Me senté. Don Juan me miraba con fijeza.
– Descansa y no pienses en nada -me ordenó-. Deja que se extinga tu diálogo interno.
Usé toda mi concentración para cumplir lo que me pedía, pero una sacudida me hizo volver al nivel de los pensamientos. Al principio no supe lo que era; pensé que acaso me atacaba otra vez la desconfianza. Y en ese instante me di cuenta, como si recibiera una descarga eléctrica, que estaba muy entrada la tarde. Lo que yo habría calculado que fue una hora de conversación con don Juan había ocupado el día entero.
Me incorporé de un salto, plenamente consciente de la incongruencia, aunque no podía concebir lo que me había ocurrido. Sentí una extraña sensación que me impulsaba a correr. Don Juan me saltó encima, deteniéndome a la fuerza. Caímos al suelo, y ahí me retuvo con mano de hierro. No tenía ni la menor idea de que don Juan fuera tan macizo.
Mi cuerpo se sacudió con violencia. Mientras temblaban, mis brazos parecían volar en todas direcciones. Me estaba dando algo como un ataque epiléptico. Sin embargo, un pedazo de mí estaba separado al grado de quedar fascinado viendo a mi cuerpo vibrar, torcerse y sacudirse.
Finalmente, los espasmos se extinguieron y don Juan me soltó. El esfuerzo lo había agotado. Recomendó que volviéramos a subirnos a la roca y nos sentáramos ahí hasta que me sintiera bien.
Una vez que nos sentamos no pude contenerme de hacer mi pregunta de siempre: ¿qué me pasó? Me dijo que mientras me hablaba, Genaro me dio un empujón y que había entrado muy profundamente en el lado izquierdo de la conciencia. Él y Genaro me habían seguido. Y luego yo salí corriendo, con la misma velocidad con la que había entrado.
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