Carlos Castaneda - El Lado Activo Del Infinito

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El Lado Activo Del Infinito: краткое содержание, описание и аннотация

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"Generalmente los eventos que cambian el curso de nuestra senda son asuntos impersonales que, sin embargo, son extremadamente personales".
Esto fue lo que don Juan le señaló a Carlos Castaneda mientras lo iba guiando para cumplir con una tarea de chamán: formar una colección a la que don Juan llamaba un álbum de eventos memorables – los acontecimientos que cambiaron su vida y los sucesos que iluminaron su senda.
"Los eventos memorables del álbum de un chamán son asuntos que resisten la prueba del tiempo", don Juan le indica a su discípulo, "ya que nada tienen que ver con él y, no obstante, él está inmerso en ellos. Siempre lo estará, por el resto de su vida, y tal vez aún más allá, pero de una manera no del todo personal".
Este es el álbum de eventos memorables de Carlos Castaneda, historias que sorprenderán, sacudirán e iluminarán con su belleza. Nos acercarán como nunca antes a Carlos Castaneda, el hombre, y a su lucha épica por encontrarle sentido – y trascender- a toda una vida.
"Don Juan describió la meta total del conocimiento chamanico que él manejaba, como la preparación para encarar el viaje definitivo: un viaje que cada ser humano tiene que emprender al final de su vida. Señaló que cuando el hombre moderno se refiere vagamente a algo que denomina la vida después de la muerte, esto mismo era, para aquellos chamanes, una región concreta llena hasta el tope con asuntos prácticos de un orden distinto a los asuntos prácticos de la vida cotidiana. Sin embargo, ambos tienen una funcionalidad práctica similar. Para los chamanes, coleccionar los eventos memorables de sus propias vidas era una entrada a esa región concreta, a la que se referían como el lado activo del infinito".

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– ¿Tuviste éxito? -me preguntó don Juan al despertarme algunas horas después.

En vez de estar tranquilo después de haber dormido y descansado, estaba de nuevo bélico y malhumorado.

– ¡No, no tuve ningún éxito! -ladré.

– ¿Oíste esa voz desde las profundidades de tu ser? -me preguntó.

– Creo que sí -mentí.

– ¿Qué te dijo?

– No me puedo acordar -murmuré

– Ah, has regresado a tu mente cotidiana -me dijo y me dio un golpecito en la espalda-. Tu mente de todos los días se ha apoderado nuevamente de ti. Vamos a relajarla hablando de tu colección de sucesos memorables. Debo decirte que la selección de lo que vas a incluir en tu álbum no es cosa fácil. Es por esa razón que dije que hacer este álbum es un acto de guerra. Tienes que re-hacerte diez veces para saber qué seleccionar.

Comprendí claramente entonces, aunque fuera durante sólo un segundo, que tenía dos mentes; sin embargo, el pensamiento fue tan vago que se me fue instantáneamente. Lo que quedó era la simple sensación de no poder cumplir con el requisito de don Juan. Pero en vez de elegantemente aceptar mi incapacidad, permití que se convirtiera en algo amenazador. Mi gran impulso en aquel tiempo era el de siempre quedar bien. Ser incompetente equivalía a ser perdedor, algo que me era totalmente intolerable. Como no sabía cómo responder al desafío de don Juan, hice lo único que sí sabía hacer: me enojé.

– Tengo que pensar mucho más acerca de esto, don Juan -le dije-. Tengo que darle tiempo a mi mente para que se acostumbre a la idea.

– Por supuesto, por supuesto -me aseguró don Juan-. Toma el tiempo que quieras, pero apresúrate.

No se dijo nada más del asunto. Ya en casa, me olvidé por completo, hasta que un día, de pronto, en medio de una charla a la que asistía, el comando imperioso de buscar los sucesos memorables de mi vida me sobrevino como un golpe corporal, un espasmo nervioso que me sacudió de la cabeza a los pies.

Empecé a trabajar en serio. Me tomó meses revisar experiencias de mi vida que creía significativas para mí. Sin embargo, al examinar mi colección, me di cuenta de que se trataba de ideas sin sentido alguno. Los sucesos que recordaba eran vagos puntos de referencia que recordaba de manera abstracta. Otra vez, tuve la sospecha inquietante de que me habían criado para actuar sin jamás sentir nada.

Uno de los sucesos más vagos que recordé, y que quería hacer memorable a cualquier costo, fue el día en que supe que me habían admitido a la escuela de estudios superiores de UCLA. Pero por más que trataba, no me acordaba qué estaba haciendo ese día. No tenía nada fuera de común o interesante aparte de la idea de que quería que fuera memorable. El ingresar en el programa de estudios superiores debería haberme hecho sentir orgulloso o feliz, pero no fue así.

Otra muestra de mi colección fue el día en que casi contraje matrimonio con Kay Condor. Su apellido no era en verdad Condor, pero se lo había cambiado porque quería ser actriz. Su paso a la fama era que se parecía a Carole Lombard. Ese día me era memorable no tanto por los sucesos que se llevaron a cabo, sino porque ella era bella y quería casarse conmigo. Me llevaba una cabeza de altura, lo cual la hacía de lo más interesante.

Me encantaba la idea de casarme con una mujer alta en una iglesia. Me alquilé un traje de frac, gris. Los pantalones me quedaban demasiado anchos para mi estatura. No eran de campana; simplemente eran anchos y me molestaban terriblemente. Otra cosa que me molestaba era que las mangas de la camisa color rosa que había comprado para la ceremonia eran demasiado largas, sobrándoles unos diez centímetros; tenía que ajustármelas con unas gomas. Fuera de eso, todo iba perfectamente hasta el momento en que los invitados y yo nos enteramos de que Kay Condor se había arrepentido y no iba a aparecer.

Como jovencita bien educada, me mandó una carta de disculpa por un mensajero que llegó en motocicleta. Escribió que, como no creía en el divorcio, no se podía comprometer con alguien que no compartía del todo sus perspectivas sobre la vida. Me recordó que siempre me reía cuando pronunciaba el nombre «Condor», lo cual revelaba la falta de respeto que guardaba para su persona. Dijo que había hablado del asunto con su madre. Ambas me querían muchísimo, pero no lo suficiente para que formara parte de aquella familia. Añadió que, valiente y sagazmente, todos teníamos que enfrentarnos a nuestras pérdidas.

Mi mente estaba paralizada. Cuando traté de recordar ese día, no me acordaba si me sentí horriblemente humillado por haberme quedado allí delante de toda esa gente con ese traje de frac gris de pantalones anchos, o si me sentí mal porque Kay Condor no se casó conmigo.

Éstos eran los únicos dos sucesos que era capaz de ver aisladamente y con claridad. Eran ejemplos pobres, pero después de machacar, había logrado adornarlos como cuentos de aceptación filosófica. Me consideré un ser sin verdaderos sentimientos, alguien que solamente tiene una visión intelectual acerca de todo. Tomando las metáforas de don Juan como modelo, hasta construí una propia: un ser que vive su vida de forma indirecta en términos de lo que debería ser.

Creía, por ejemplo, que el día que me admitieron a la escuela de estudios superiores de UCLA, debería haber sido un día memorable. Como no lo fue, hice lo mejor que pude para imbuirlo de una importancia que estaba lejos de sentir. Algo semejante pasó con el día que casi me casé con Kay Condor. Debía haber sido un día devastador para mí pero no lo fue. Al momento de recordarlo, supe que no había nada allí e hice lo que pude para construir lo que debería haber sentido.

En la siguiente visita que hice a la casa de don Juan, le presenté en cuanto llegué mis dos muestras de sucesos memorables.

– Éstas son puras tonterías -declaró-. Nada de esto sirve. Estas historias están ligadas exclusivamente a ti como persona que piensa, siente, llora o no siente nada. Los sucesos memorables del álbum del chamán son asuntos que aguantan la prueba del tiempo porque no tienen nada que ver con él, y sin embargo, él está en medio de ellos. Siempre estará en medio de ellos, por lo que dure su vida y quizá más allá, aunque no de manera del todo personal.

Sus palabras me desanimaron, me dejaron del todo derrotado. En esos días, yo sinceramente pensaba que don Juan era un viejo intransigente que encontraba un deleite especial en hacerme sentir imbécil. Me recordaba a un maestro artesano que había conocido en la fundación de un escultor donde trabajaba mientras estudiaba en una escuela de arte. El maestro criticaba y encontraba fallas en todo lo que hacían sus aprendices avanzados, y exigía que corrigieran su obra según sus recomendaciones. Los aprendices se daban vuelta fingiendo hacer las correcciones. Recuerdo el deleite del maestro cuando, al presentarle la misma obra, decía: «Ahora sí tienes algo que vale».

– No te sientas mal -dijo don Juan sacándome de mis recuerdos-. Durante mis tiempos estaba en las mismas. Durante años, no sólo no sabía qué seleccionar, sino que pensaba que no tenía experiencias de dónde seleccionar. Parecía que nada me había pasado nunca. Claro que todo me había pasado, pero en mi esfuerzo de defender la idea de mí mismo, no tenía ni el tiempo ni la inclinación para darme cuenta de nada.

– ¿Me puede decir, don Juan, específicamente, qué tienen de malo mis historias? Ya sé que no son nada, pero el resto de mi vida es exactamente igual.

– Voy a repetirte esto -me dijo-. Las historias del álbum del guerrero no son personales. Tu historia del día en que te admitieron a la escuela no es más que una afirmación de ti mismo en el centro de todo. Sientes, no sientes; te das cuenta, no te das cuenta. ¿Entiendes? Toda la historia tiene que ver contigo.

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