Holly no pudo evitar sonreír al ver la pequeña habitación. Era la primera vez que tenía despacho propio. Había el espacio justo para que cupieran un escritorio y un archivador. Encima del escritorio había un ordenador y montones de carpetas y, frente al mismo, una librería abarrotada con más libros, carpetas y pilas de números atrasados. La enorme ventana georgiana cubría prácticamente toda la pared de detrás del escritorio y, pese a que fuera hacía frío y viento, la habitación se veía espaciosa y aireada.
– Es perfecto -le dijo a Chris, dejando el maletín encima del escritorio y mirando alrededor.
– Bien -dijo Chris-. El último tipo que trabajó aquí era extremadamente organizado y en todas esas carpetas encontrarás exactamente lo que tienes que hacer. Si tienes algún problema o alguna pregunta sobre lo que sea, no dudes en preguntarme. Estoy en la puerta de al lado. -Golpeó con los nudillos el tabique que separaba sus respectivos despachos-. No espero ningún milagro de ti, ya sé que eres nueva en esto, por eso cuento con que me hagas montones de preguntas. Nuestro próximo número sale la semana que viene, ya que lo sacamos el primer día de cada mes.
Holly abrió los ojos desorbitadamente. Tenía una semana para llenar una revista entera.
– No te preocupes. -Chris sonrió otra vez-. Quiero que te concentres en el número de noviembre. Familiarízate con la maqueta de la revista, seguimos la misma pauta todos los meses, de este modo sabrás qué tipo de anuncios van en cada clase de páginas. Es un montón de trabajo, pero si eres organizada y trabajas bien con el resto del equipo todo irá como una seda. Insisto, te pido que hables con Dermot y Wayne, ellos te pondrán al corriente de cómo es la maqueta estándar, y si necesitas que te hagan algo, pídeselo a Alice. Está ahí para ayudar a todo el mundo. -Hizo una pausa y miró alrededor-. Esto es lo que hay. ¿Alguna pregunta?
Holly negó con la cabeza.
– De momento no, creo que me lo ha contado todo.
– Muy bien, pues te dejo con lo tuyo.
Cerró la puerta al salir y Holly se sentó a su nuevo escritorio en su nuevo despacho. Se sentía un tanto intimidada ante su nueva vida. Aquél era el empleo más importante que jamás había tenido y a juzgar por lo que había visto tendría mucho que hacer, pero eso la alegraba. Necesitaba mantener la mente ocupada. Sin embargo, le había resultado imposible memorizar los nombres de todo el mundo, de modo que sacó su libreta y el bolígrafo y anotó los que recordaba. Abrió la primera carpeta y se puso manos a la obra.
Se enfrascó tanto en la lectura que al cabo de un buen rato se dio cuenta de que había olvidado por completo la pausa para almorzar. Al parecer nadie en la oficina había abandonado su puesto. En otros empleos, Holly solía dejar de trabajar al menos media hora antes del almuerzo para pensar qué iba a comer. Luego se marchaba con un cuarto de hora de antelación y regresaba con quince minutos de retraso debido al «tráfico», aunque en realidad fuese a almorzar a la vuelta de la esquina. Pasaba la mayor parte de la jornada soñando despierta, haciendo llamadas personales, sobre todo al extranjero, ya que no tenía que pagarlas, y siempre era la primera en la cola para recoger el cheque del salario mensual, que por lo general gastaba en cuestión de dos semanas.
Sí, aquél era muy distinto de sus empleos anteriores, pero lo cierto era que lo disfrutaba minuto a minuto.
– Vamos a ver, Ciara, ¿seguro que llevas el pasaporte? -preguntó la madre de Holly a su hija menor por tercera vez desde que habían salido de casa.
– Sí, mamá -respondió Ciara-. Te lo he dicho un millón de veces, lo llevo aquí.
– Enséñamelo -ordenó Elizabeth, volviéndose en el asiento del pasajero.
– ¡No! No pienso enseñártelo. Tendrías que aceptar mi palabra, ya no soy una niña, ¿sabes?
Declan soltó un bufido y Ciara le arreó un codazo en las costillas. -Tú cállate.
– Ciara, enséñale el pasaporte a mamá para que se quede tranquila -dijo Holly cansinamente.
– ¡Muy bien! -vociferó Ciara, poniéndose el bolso en el regazo-. Aquí está. Mira, mamá… No, espera, en realidad no está aquí… No, en realidad puede que lo metiera aquí… ¡Oh, mierda!
– Cielo santo, Clara -gruñó el padre de Holly, frenando en seco para dar media vuelta.
– ¿Qué pasa? -replicó Ciara a la defensiva-. Lo metí aquí, papá, alguien tiene que haberlo cogido -refunfuñó vaciando el contenido del bolso. Joder, Ciara -se quejó Holly al caerle unas bragas en la cara. -Bah, cállate de una vez -le espetó Clara- No vas a tener que aguantarme durante mucho tiempo.
Todos los ocupantes del coche guardaron silencio al darse cuenta de que era verdad. Sólo Dios sabía cuánto tiempo estaría Ciara en Australia y sin duda iban a echarla de menos, por más escandalosa e irritante que fuera.
Holly iba apretujada contra la ventanilla del asiento trasero junto con Declan y Ciara. Richard llevaba a Mathew y a Jack (haciendo caso omiso de las protestas de éste) y probablemente ya habían llegado al aeropuerto a aquellas alturas. Era la segunda vez que regresaban a casa, dado que Clara había olvidado el aro de la suerte que se colgaba en la nariz y había exigido a su padre que diera media vuelta.
Finalmente llegaron al aeropuerto una hora después de haber salido cuando el trayecto no solía llevar más de veinte minutos.
– Por Dios, ¿qué os ha retrasado tanto? -se quejó Jack a Holly cuando por fin entraron en el aeropuerto con cara de pocos amigos-. He pasado todo este rato a solas con Dick.
– Corta el rollo, Jack -dijo Holly-, tampoco hay para tanto.
– Vaya, veo que has cambiado de onda -bromeó Jack, fingiéndose sorprendido.
– En absoluto, es sólo que cantas la canción que no toca-replicó Holly, y fue a reunirse con Richard que estaba solo viendo la vida pasar.
– Cielo, ponte en contacto más a menudo esta vez, ¿de acuerdo? -pidió Elizabeth a su hija, abrazándola llorosa.
– Claro que sí, mamá. No llores, por favor, que no quiero llorar yo también.
A Holly se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que esforzarse para contener las lágrimas. Ciara le había hecho mucha compañía durante los últimos meses y siempre había conseguido animarla cuando pensaba que su vida no podía ir peor. Añoraría a su hermana, pero comprendía que Ciara tenía que estar con Mathew. Era un buen tipo y se alegraba de que se hubiesen encontrado.
– Cuida de mi hermana-dijo Holly, poniéndose de puntillas para abrazar al imponente Mathew.
– No te preocupes, está en buenas manos-contestó Mathew, sonriendo.
– Te ocuparás de ella, ¿verdad? -Frank le dio una palmada en el hombro y sonrió. Mathew era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que aquello era más una advertencia que una pregunta y le contestó de forma muy convincente.
– Adiós, Richard -dijo Ciara, dándole un fuerte abrazo-. Mantente alejado de la bruja de Meredith. Eres demasiado bueno para ella. -Clara se volvió hacia Declan-. Ven a vernos cuando quieras, Dec. Podrás hacer una película o lo que sea sobre mí -dijo muy seria al benjamín de la familia, y le dio un fuerte abrazo.
– Jack, cuida de mi hermana mayor-dijo sonriendo a Holly-. Uuuuy, cuánto voy a echarte de menos. -Apenada estrechó a Holly con fuerza.
– Yo también -respondió Holly con voz temblorosa.
– Bueno, me largo antes de que me contagiéis la depresión y me eche a llorar -dijo tratando de parecer contenta.
– No sigas haciendo esos saltos con cuerda, Ciara. Son muy peligrosos -dijo Frank con aire preocupado.
– ¡Se llama puenting, papá! -Ciara rió y besó a sus padres en la mejilla una vez más-. Descuida, seguro que descubro algo nuevo para probar -bromeó.
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