Cecilia Ahern - Posdata - Te Amo

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Hay personas que esperan toda la vida para encontrar a su alma gemela, pero este no es el caso de Holly y Gerry. Novios desde el instituto, se sentían como si siempre hubiesen estado juntos. Podían acabar las frases del otro, e incluso cuando discutían?como sobre quién debía salir de la cama para apagar la luz cada noche? lo hacían riendo. Holly no sabía qué sería de ella sin Gerry. Nadie lo sabía. Y así fue como comenzó ` La Lista `? como una broma. En previsión de que pudiera sucederle algo malo, Gerry dejaría a Holly una lista de cosas que hacer para salir adelante día tras día.
De pronto, la joven pareja se enfrenta a lo inimaginable: Gerry contrae una enfermedad fatal y fallece. Tres meses después de su muerte, Holly sale de su casa para recoger un misterioso paquete que ha recibido su madre para ella. Cuando lo abre se encuentra con que Gerry ha cumplido su palabra. Le ha dejado ` La Lista `, una serie de cartas con instrucciones para cada mes. Todas van firmadas con `PD: Te amo`.
Rodeada de amigas de lengua afilada y con una familia que la ama y la sobreprotege hasta volverla loca, Holly Kennedy es una heroína de nuestro tiempo: titubea, trastabilla, llora y bromea mientras se abre camino hacia la independencia, hacia una nueva vida de aventura, satisfacción profesional, amor y amistad.

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Las lágrimas le rodaban por las mejillas mientras hacía avanzar la lista de nombres en la pantalla del móvil. La mayoría de las personas que figuraban en el teléfono no la habían llamado ni una sola vez desde que Gerry había fallecido, lo que significaba que no tenía más amigos a los que llamar. Dio la espalda a la bibliotecaria para que no la viera en aquel estado. ¿Qué podía hacer? Qué situación tan vergonzosa tener que llamar a alguien para pedirle cinco euros. Aunque aún resultaba más humillante no tener a quién llamar. Pero tenía que hacerlo o de lo contrario aquella bibliotecaria altanera probablemente avisaría a la policía. Marcó el primer número que le pasó por la cabeza.

– Hola, soy Gerry. Por favor, deja un mensaje después de la señal y te llamaré en cuanto pueda.

– Gerry -dijo Holly entre sollozos-, te necesito…

Holly estuvo un buen rato esperando frente a la puerta de la biblioteca. La bibliotecaria no le quitaba el ojo de encima por si acaso se escapaba. -Estúpida bruja -gruñó Holly.

Finalmente el coche de su madre se detuvo un momento delante de ella y Holly procuró aparentar normalidad. Ver el rostro feliz de su madre al volante mientras aparcaba el coche le trajo recuerdos de la infancia. Su madre solía recogerla en el colegio cada día y Holly siempre sentía un inmenso alivio al ver aparecer su coche para rescatarla después de un día infernal en la escuela. Siempre había detestado la escuela, bueno, al menos hasta que conoció a Gerry. A partir de entonces tuvo ganas de ir para poder sentarse a su lado y flirtear en la última fila de la clase.

Los ojos de Holly volvieron a humedecerse y Elizabeth corrió a su encuentro y abrazó a su niña.

– Oh, mi pobre Holly, ¿qué ha sucedido? -dijo tocándole el pelo, y lanzó miradas asesinas a la bibliotecaria mientras su hija le contaba lo ocurrido. -Muy bien, cariño. ¿Por qué no esperas en el coche mientras yo entro a resolver esto?

Holly obedeció y subió al coche, donde estuvo cambiando de emisora de radio mientras su madre se enfrentaba con la matona del colegio. -Menuda idiota -refunfuñó Elizabeth al subir al coche. Miró a su hija y la vio ensimismada-. ¿Qué tal si nos vamos a casa y nos relajamos un poco?

Holly sonrió agradecida y una lágrima rodó por su mejilla. A casa. Le gustaba cómo sonaba.

Holly se acurrucó en el sofá con su madre en la casa familiar de Portmarnock. Se sentía como si volviera a ser una adolescente. En aquellos tiempos su madre y ella solían abrazarse en el sofá para contarse todos los chismes. Ojalá ahora pudiera tener las mismas conversaciones con ella que entonces. De pronto Elizabeth irrumpió en sus pensamientos.

– Anoche te llamé a casa. ¿Dónde estabas? Tomó un sorbo de té.

Ah, las maravillas del mágico té. La respuesta a todos los pequeños problemas de la vida. Tenías un cotilleo y preparabas una taza de té, te despedían del trabajo y tomabas una taza de té, tu marido te decía que tenía un tumor cerebral y tomabas una taza de té…

– Salí a cenar con las chicas y unas cien personas más que no conocía de nada. -Holly se frotó los ojos. Estaba cansada.

– ¿Cómo están las chicas? -preguntó Elizabeth con sincero interés. Siempre se había llevado bien con las amigas de Holly, a diferencia de las de Ciara, que le daban miedo.

Holly tomó otro sorbo de té.

– Sharon está embarazada y Denise se ha comprometido -contestó con la mirada perdida.

– Oh -musitó Elizabeth sin saber cómo reaccionar ante su afligida hija-. ¿Cómo te lo has tomado? -preguntó en voz baja apartando un cabello del rostro de Holly.

Holly se miró las manos y trató de recobrar la compostura. No lo consiguió y los hombros comenzaron a temblarle mientras intentaba ocultar la cara detrás del pelo.

– Oh, Holly erijo Elizabeth apenada, dejando la taza en la mesa y acercándose a su hija-. Es normal que te sientas así.

Holly ni siquiera era capaz de articular palabra.

La puerta principal se cerró de un portazo y Ciara anunció a la casa que había llegado:

– ¡Estamos en caaaaaasa!

– Fantástico -sollozó Holly, apoyando la cabeza en el pecho de su madre. -¿Dónde está todo el mundo? -gritó Ciara, abriendo y cerrando puertas por toda la casa.

– Espera un momento, cielo -dijo Elizabeth, molesta porque le echaran a perder aquel momento de intimidad con Holly.

– ¡Traigo noticias! -La voz de Ciara sonaba más fuerte a medida que se acercaba. Mathew abrió la puerta de golpe, sosteniendo a Ciara en brazos-. ¡Mathew y yo nos vamos a Australia! -gritó radiante de felicidad. Se quedó atónita al ver a su hermana llorando abrazada a su madre. Saltó de los brazos de Mathew, lo sacó de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.

– Y ahora Ciara también se va, mamá -musitó Holly desesperada, y Elizabeth lloró en silencio por su hija.

Holly siguió hablando con su madre hasta bien entrada la noche acerca de todo lo que le había pasado a lo largo de los últimos meses. Y pese a que Elizabeth le ofreció toda clase de argumentos para tranquilizarla, siguió sintiéndose tan atrapada como antes. Aquella noche, durmió en el cuarto de los huéspedes y a la mañana siguiente despertó en una casa llena de ruidos. Holly sonrió ante la familiaridad del alboroto que armaban sus hermanos vociferando que llegaban tarde a clase y al trabajo, seguido por los gruñidos de su padre metiéndoles prisa, y las amables súplicas de su madre para que no hicieran tanto ruido, ya que iban a despertar a Holly. El mundo seguía girando, era tan simple como eso, y no había ninguna burbuja lo bastante grande como para protegerla.

Antes de almorzar, su padre la acompañó a casa y le entregó un cheque por valor de cinco mil euros.

– Oh, papá, no puedo aceptarlo -dijo Holly, abrumada por la emoción. -Cógelo -insistió apartándole la mano con suavidad-. Deja que te ayudemos, cielo.

– Os devolveré hasta el último céntimo -dijo Holly, abrazándolo con fuerza.

Holly se detuvo en la puerta, despidió a su padre con la mano y se quedó mirando cómo se alejaba calle abajo. Bajó la vista al cheque y fue como si le quitaran un gran peso de encima. Se le ocurrieron más de veinte cosas que hacer con aquel dinero y, por una vez, ninguna de ellas fue ir a comprar ropa. Al dirigirse a la cocina, advirtió que la luz roja del contestador parpadeaba en la mesa de la entrada. Se sentó al pie de la escalera y pulsó el botón.

Tenía cinco mensajes.

Uno era de Sharon, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. El segundo era de Denise, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. Era evidente que habían hablado entre sí. El tercero era de Sharon, el cuarto de Denise y el quinto de alguien que había colgado. Holly pulsó el botón de borrar y subió al dormitorio para cambiarse de ropa. Todavía no estaba preparada para hablar con Sharon y Denise; antes tenía que poner su vida en orden si quería servirles de apoyo.

Se sentó delante del ordenador en el cuarto habilitado como estudio y comenzó a redactar un currículo. Se había convertido en toda una profesional de aquella tarea, ya que cambiaba de empleo con mucha frecuencia. No obstante, hacía tiempo que no había tenido que preocuparse por hacer entrevistas. Y si conseguía una entrevista, ¿quién querría contratar a una persona que llevaba un año entero sin trabajar?

Tardó dos horas en lograr imprimir algo que considerase medianamente aceptable. En realidad estaba muy satisfecha, pues se las había ingeniado para parecer inteligente y con experiencia. Soltó una carcajada con la esperanza de enredar a sus futuros patronos para que creyeran que era una trabajadora capacitada. Al releer el currículo decidió que hasta ella se contrataría a sí misma. Se puso ropa formal y fue al centro del barrio en el coche cuyo depósito por fin había llenado. Aparcó delante de la oficina de empleo y se pintó los labios mirándose en el retrovisor. No había más tiempo que perder. Si Gerry decía que buscara trabajo, ella iba a encontrar uno.

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