Cecelia Ahern - Si pudieras verme ahora

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En la vida de Elizabeth Egan todo tiene su sitio, desde las tazas para café exprés en su reluciente cocina hasta los muestrario y los botes de pintura de su negocio de diseño de interior. El orden y la precisión le dan una sensación de control sobre la vida y mantienen el corazón de Elizabeth apartado del dolor que sufrió en el pasado. ejercer de madre de su sobrino de seis años al tiempo que saca adelante su empresa es un empleo a jornada completa, que deja poco margen al error y la diversión. Hasta que un día alguien muy singular aparece inesperadamente en sus vidas. El misterioso Ivan es despreocupado, espontáneo y amante de la aventura, todo lo contrario que Elizabeth. Reconoce a su verdadero amor antes de que ella le vea siquiera, y le enseña que la vida sólo merece la pena ser vivida cuando se nos presenta con todo su color y una pizca de desorden. Pero ¿quién es Ivan en realidad? Pícara y por momento profundamente conmovedora, esta novela nos permite recuperar toda la ternura y la emotividad características de la autora de Posdata: Te amo, novela que será llevada al cine con Hillary Swank como protagonista.

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Las cejas de Elizabeth subieron hasta casi salírsele de la frente.

– ¿Socio?

Benjamin rió aún con más ganas.

– Sí, exacto, pero no le diga que se lo he dicho, por favor. Me resultaría muy violento que se enterara.

– No se preocupe -dijo Elizabeth con sequedad, perpleja ante aquella información-. Tengo que verle más tarde, pero no le diré una palabra.

– Él tampoco -repuso Benjamin con otra carcajada.

– Bueno, eso está aún por ver -contestó Elizabeth, enfurruñada-. Aunque anoche estuve con él y tampoco soltó prenda.

Benjamin se mostró indignado con ella.

– Me parece que esas cosas no están permitidas en Taylor Constructions. Se ven con muy malos ojos las citas entre colegas. Quién sabe, podría ser que Ivan fuese el motivo por el que ha conseguido el contrato. -Se frotó los ojos con aire de cansancio y su risa remitió-. Pensándolo bien, ¿no es sorprendente lo que llegamos a hacer para conseguir un trabajo hoy en día?

Elizabeth se quedó boquiabierta.

– Aunque demuestra lo mucho que a usted le gusta su trabajo, ser capaz de hacer una cosa como ésa. -La miró con admiración-. Creo que yo no sería capaz. -Volvió a reír por lo bajo y sus hombros se estremecieron.

Elizabeth abrió aún más la boca. ¿Estaba acusándola de meterse en la cama con Ivan para conseguir el trabajo? Se quedó sin habla.

– En fin -dijo Benjamin levantándose-, ha sido estupendo conocerla. Me alegra que hayamos resuelto eso del Moulin Rouge. Se lo transmitiré a Vincent y la llamaré en cuanto sepa más cosas. ¿Tiene mi número? -preguntó palpándose los bolsillos. Abrió un bolsillo delantero de la pechera de la cazadora y sacó un bolígrafo que goteaba y le había dejado una mancha de tinta. Cogió una servilleta de papel del dispensador y garrapateó su nombre y su número sin el menor cuidado.

– Este es mi número móvil y éste el de la oficina. -Le pasó la nota a Elizabeth junto con su bolígrafo goteante y otra servilleta rota y mojada de café derramado-. ¿Le importa darme el suyo? Así me ahorraré tener que buscarlo en los archivos.

Elizabeth aún estaba enojada y ofendida, pero alcanzó su bolso, sacó un tarjetero de piel y le entregó una de sus tarjetas de visita con ribetes dorados. Se abstendría de darle una bofetada por aquella vez; necesitaba el trabajo. Por el bien de Luke y del negocio, se mordería la lengua.

Benjamin se ruborizó levemente.

– Muy bien, gracias -recuperó el trozo de servilleta y su bolígrafo goteante y cogió la tarjeta-. Mucho mejor así, me figuro.

Le tendió la mano.

Elizabeth echó un vistazo a su mano manchada de tinta azul y con las uñas sucias y acto seguido se sentó encima de sus propias manos.

Una vez que Benjamin se hubo marchado, Elizabeth miró turbada a su alrededor preguntándose si alguien más había presenciado la escena. Joe le hizo un guiño y se tocó la nariz como si compartieran un secreto. Después del trabajo ella tenía previsto ir a buscar a Luke a casa de Sam, y aunque sabía que Ivan y la madre de Sam ya no estaban juntos esperó con toda su alma coincidir con él allí.

Para cantarle las cuarenta, naturalmente.

Capítulo 18

Error número uno: ir a la reunión de Elizabeth. Yo no tendría que haberlo hecho. Es la misma regla que nos prohíbe entrar en el colegio con nuestros amigos más jóvenes y debería haber tenido el suficiente sentido común como para darme cuenta de que la escuela de Luke es el equivalente del lugar de trabajo de Elizabeth. Me habría dado de patadas. De hecho, lo hice, pero Luke lo encontró tan divertido que comenzó a hacer lo mismo y ahora tiene ambas espinillas magulladas. De modo que paré.

Cuando me marché de la reunión fui a casa de Sam, donde cuidaban de Luke. Me senté en la hierba en el jardín trasero sin perderlos de vista mientras luchaban, esperando que el combate no acabara en lágrimas y practicando mi deporte mental favorito: pensar.

Además resultó ser una actividad constructiva, ya que me hizo ver unas cuantas cosas. Una de las cosas que aprendí fue que había acudido a la reunión por la mañana obedeciendo a un impulso visceral. Aunque no acertaba a comprender cómo mi presencia allí podría ayudar a Elizabeth, mi instinto me decía que tenía que ir y di por sentado que Elizabeth no me vería. Mi encuentro con ella la noche anterior había sido tan irreal e inesperado que empecé el día con la sensación de haberlo imaginado. Y sí, soy consciente de lo irónico del caso.

Me puso muy contento que me viera. Cuando la vi columpiándose tan ensimismada en el balancín del jardín supe que si alguna vez iba a verme aquél sería el momento. Se respiraba en el aire. Me constaba que necesitaba verme y me había preparado para el hecho de que un buen día ocurriría, pero para lo que no estaba preparado era para el estremecimiento que me recorrió la columna vertebral la primera vez que nos miramos a los ojos. Fue extraño, porque había pasado los últimos cuatro días observando a Elizabeth y me había acostumbrado a su cara, me la sabía como la palma de mi mano, podía verla claramente hasta con los ojos cerrados, sabía que tenía un lunar minúsculo en la sien izquierda, un pómulo ligeramente más alto que el otro, el labio inferior más grueso que el superior y una delicada pelusa como de bebé en el nacimiento del pelo. La conocía muy bien, pero ¿no es extraño cómo cambia la gente cuando la miras a los ojos? De repente parece que sean otras personas. Por lo que a mí respecta, considero verdadero el dicho de que los ojos son las ventanas del alma.

Nunca había experimentado aquella sensación hasta entonces, pero lo atribuí a no haberme encontrado antes en esa situación. Jamás había trabado amistad con alguien de la edad de Elizabeth y supuse que era culpa de los nervios. Para mí era una experiencia nueva, aunque estuve dispuesto a aceptar el reto de inmediato.

Hay dos cosas que rara vez me suceden. La primera es estar confundido y la segunda preocupado, pero mientras aguardaba en el jardín trasero de casa de Sam aquella mañana soleada estaba preocupado. Y eso me confundía y como estaba confundido, todavía me preocupaba más. Esperaba no haber causado problemas a Elizabeth en el trabajo, aunque aquella misma tarde, mientras el sol y yo jugábamos al escondite, no tardé en averiguarlo.

El sol intentaba ocultarse detrás de la casa de Sam cubriéndome con un manto de sombra. Yo me iba desplazando por el jardín, sentándome en los últimos espacios soleados antes de que desaparecieran por completo. La mamá de Sam se estaba dando un baño después de haber realizado una tanda de ejercicios gimnásticos con ayuda de un vídeo, cosa que había resultado enormemente entretenida, de modo que cuando sonó el timbre de la puerta fue Sam quien se encargó de abrir. Tenía estrictas instrucciones de no abrir a nadie excepto a Elizabeth.

– Hola, Sam -oí que ella decía al entrar en el vestíbulo-. ¿Está en casa tu papá?

– No -contestó Sam-. Está en el trabajo. Luke y yo estamos jugando en el jardín.

Oí pasos que se acercaban, el ruido de unos tacones sobre el parquet y luego una voz enojada cuando Elizabeth salió al jardín.

– Vaya, conque está en el trabajo, ¿eh? -dijo Elizabeth plantada en lo alto del césped con los brazos en jarras y bajando la vista hacia mí.

– Sí, eso es -dijo Sam, confundido, y se fue corriendo a jugar con Luke.

Había algo tan atractivo en Elizabeth con aquel aire autoritario que me hizo sonreír.

– ¿Pasa algo divertido, Ivan?

– Un montón de cosas -respondí sentándome en el único trozo de césped que todavía bañaba el sol. Supongo que gané la partida de escondite-. Gente salpicada por coches que pisan charcos, que te hagan cosquillas justo aquí -me señalé el costado-, Chris Rock, Eddie Murphy en Superdetective en Hollywood II y…

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