Nicholas Sparks - El Mensaje En La Botella

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…QUE CLASE DE HOMBRE ESCRIBIRA CARTAS DE AMOR A LA MUJER QUE EXTRAÑA Y LAS ARROJARIA DENTRO DE UNA BOTELLA AL MAR?
… LA CLASE DE HOMBRE QUE TE GUSTARIA CONOCER…
El libro cuenta la historia de Theresa, una mujer recién divorciada, que un día paseando por la playa encuentra una botella con un mensaje dentro. El mensaje es una carta de amor de un hombre en la que cuenta cómo extraña a una mujer.
Theresa la leerá cientos de veces y siempre acabará llorando.
Se la enseña a su jefa, quien la animará a publicarla en el periódico donde trabaja, con el fin de descubrir el autor y la historia detrás de ese mensaje en una botella.
Es entonces cuando llegarán a sus manos otras dos cartas similares, por lo que Theresa siente una enorme curiosidad por conocer al hombre que escribió las misivas. Lo que nunca imaginará es que gracias a esas cartas volverá a encontrar el amor, que ya había creído perdido.
Escrito con una fineza absoluta, escrito sin las notas empalagosas de algunas novelas románticas, Nicholas Sparks te meterá de lleno en esta maravillosa historia de amor, de encuentros y desencuentros y te hará reflexionar sobre el destino de las personas.
Este libro me quitó el aliento desde el principio.Me llevó muy poco tiempo leerlo, pagina tras pagina mi amor por la historia fue creciendo.Por supuesto que terminó llorando pero en el medio me sonreí, se me apretó el corazón y pase revista a mi vida, Nicholas Sparks lo ha logrado, ha escrito una estupenda historia sobre la vida. Debe ser leída para entender lo que quiero decir. Querido lector definitivamente te pierdes algo muy bueno si no has leído este fantástico libro todavía…

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Estaba cansado, y dio un largo suspiro de alivio cuando por fin cerró. Después del trabajo se dirigió primero a la tienda de abarrotes y recogió lo necesario para la cena. Se dio una ducha y se puso unos pantalones vaqueros limpios y una camisa delgada de algodón; luego salió al porche trasero y se sentó en una de las sillas de hierro forjado.

Por fin oyó el sonido de un motor que recorría con lentitud la cuadra. Se levantó de su asiento en el porche y rodeó la casa con el fin de ver a Theresa estacionarse en la calle.

Ella llevaba pantalones vaqueros y la misma blusa que tenía puesta esa mañana. Se veía tranquila al caminar hacia él, y cuando le sonrió con calidez, él se dio cuenta de que la atracción había aumentado desde que comieron juntos, y eso lo hizo sentir un poco incómodo. Cuando se acercó a ella, aspiró el aroma de su perfume.

– Traje una botella de vino -le dijo ella y se la entregó-. Pensé que podría ir bien con la cena -y después de una pequeña pausa añadió: – ¿Cómo pasaste la tarde?

– Estuve muy ocupado. De hecho, llegué a casa hace apenas un rato -se encaminó hacia la puerta del frente. Theresa caminaba a su lado-. Pensaba preparar carne a la parrilla, pero luego me pregunté si te gustaría cenar eso.

– ¿Estás bromeando? Crecí en Nebraska. Adoro un buen filete.

– Entonces recibirás una agradable sorpresa. Sucede que yo preparo los mejores filetes del mundo.

Al acercarse a los escalones del frente, Theresa miró la casa por primera vez. Era relativamente pequeña, de un solo piso, y los tablones de madera pintada de las paredes se estaban descascarando mucho en más de un sitio. Lo primero que notó al entrar fue la vista. En la habitación principal, las ventanas se extendían de piso a techo a lo largo de toda la parte posterior de la casa, que daba a todo lo ancho de la playa.

– La vista es increíble -comentó ella sorprendida.

– Sí, ¿verdad? Llevo varios años viviendo aquí, pero a mí también todavía me asombra.

A un lado estaba la chimenea, rodeada de una docena de fotografías de vida submarina. Theresa se acercó a ellas.

– ¿Te molesta si echo un vistazo?

– No, adelante. Tengo que preparar la parrilla que está atrás.

Después de que Garrett salió por las puertas corredizas de cristal al porche trasero, Theresa miró las fotografías durante un rato y luego recorrió el resto de la casa. En la parte del frente estaba la cocina una pequeña área para comer y el baño. Sólo tenía un dormitorio al que se llegaba por una puerta que daba a la sala.

Se detuvo y miró al interior. Cuando vio la mesita de noche notó la fotografía enmarcada de una mujer. Se aseguró de que Garrett estuviera todavía afuera, limpiando la parrilla, y entró para verla más de cerca.

Catherine debió haber tenido alrededor de treinta y cinco años cuando la tomaron. Era atractiva, más menuda que Theresa, con el cabello rubio cortado a la altura de los hombros y ojos verde oscuro que le daban un aspecto exótico. Parecían mirar a Theresa. Colocó la foto en su sitio con suavidad, asegurándose de dejarla en el mismo ángulo que tenía cuando la tomó. Se volvió, pero seguía sintiendo como si Catherine estuviera observando cada uno de sus movimientos.

Salió de la habitación, caminó hasta las puertas de cristal que daban de la sala al porche trasero y las abrió. Garrett sonrió al oírla salir. Ella caminó hasta la orilla del porche y apoyó los brazos en una de las barandillas.

– ¿Tomaste todas las fotografías que están en las paredes? -le preguntó.

Él retiró con el dorso de la mano los mechones de cabello que se le venían a la cara.

– Sí. Durante un tiempo me acostumbré a llevar la cámara en la mayoría de mis excursiones de buceo -mientras hablaba puso el carbón en la parrilla. Luego añadió un poco de fluido para encendedor-. Voy a dejar que esto se impregne un par de minutos. ¿Quieres algo de beber?

– ¿Qué tienes? -preguntó Theresa.

– Cerveza, gaseosas, o el vino que trajiste.

– Una cerveza me parece bien.

Mientras él entraba a la casa, Theresa se volvió y miró de un extremo a otro de la playa. Como el Sol comenzaba a ponerse, la mayor parte de la gente se había marchado ya y los pocos que quedaban corrían o caminaban.

– ¿Nunca te cansas de tener a toda esa gente aquí? -le preguntó cuando regresó.

Él le dio la cerveza.

– En realidad no. Por lo general, cuando llego a casa, la playa está casi desierta. Y en invierno no viene nadie.

Por un instante Theresa lo imaginé sentado en el porche mirando el agua, solo, como siempre. Garrett metió la mano al bolsillo y sacó unos fósforos. Encendió el carbón y dio un paso atrás cuando se levantaron las flamas.

– Ahora voy a comenzar a preparar la cena. Y, si tienes suerte, tal vez comparta contigo mi receta secreta.

Ella inclinó la cabeza y lo miró furtivamente.

– Te das cuenta de que estás aumentando mis expectativa respecto a la carne, ¿verdad?

– Lo sé, pero tengo fe.

Él le guiñó un ojo y Theresa lo siguió a la cocina. Garrett abrió una alacena y sacó un par de papas. Las envolvió en papel de aluminio y las metió al horno.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

– Creo que tengo todo bajo control. Compré una de esas, ensaladas que ya vienen preparadas.

Theresa se hizo a un lado cuando Garrett sacó del refrigerador el recipiente de la ensalada. Él la miró por el rabillo del ojo mientras vaciaba el contenido en una fuente. ¿Qué tenía aquella mujer que lo hacía sentir deseos de estar lo más cerca posible de ella? Con todos estos pensamientos en la cabeza, volvió a abrir el refrigerador y tomó la carne.

Ella le dirigió una sonrisa retadora.

– Y, ¿qué hay de especial en estos filetes?

Garrett puso un poco de whisky en un recipiente poco profundo.

– Uno que otro detalle. Primero se necesitan un par de filetes gruesos como éstos. Luego se sazonan con un poco de sal, pimienta y polvo de ajo y se dejan macerar en whisky mientras los carbones se ponen blancos -lo iba haciendo mientras lo explicaba.

– ¿Ese es tu secreto?

– Es sólo el principio -aseguró-. El resto tiene que ver con la manera en que se asan.

Theresa estaba tranquila, apoyada en el mostrador de la cocina y de pronto Garrett se dio cuenta de lo hermosa que se veía. Algo en la forma en que estaba de pie le pareció familiar… la sonrisa o tal vez el sesgo de su mirada al observarlo. De nuevo recordó una perezosa tarde de verano en que llegó a casa a comer para sorprender a Catherine. Estuvieron de pie en la cocina, tal como él y Theresa se encontraban ahora.

– Supongo que tú ya comiste -dijo Garrett al ver que Catherine se quedaba de pie frente al refrigerador abierto.

Catherine lo miró.

– No tengo hambre -respondió ella-, pero sí tengo sed. ¿Quieres un poco de té helado?

– Sí.

Abrió la alacena y sacó dos vasos. Después de poner el primer vaso sobre el mostrador de la cocina, el segundo se le escurrió repentinamente de entre las manos.

– ¿Estás bien? -preguntó Garrett.

Catherine se pasó la mano por el cabello, avergonzada, y luego se inclinó para recoger los trozos de vidrio.

– Me mareé por un segundo, pero ya se me pasó.

Garrett caminó hacia ella y comenzó a ayudarla a limpiar.

– ¿Otra vez te sientes mal?

– Un poco, pero quizá se deba a que estuve demasiado tiempo afuera esta mañana.

Garrett no dijo nada mientras recogía los vidrios.

Garrett tragó saliva y de pronto se hizo consciente del largo silencio que había caído en la cocina.

– Voy a revisar cómo va el carbón -dijo.

Mientras él estaba afuera, Theresa puso la mesa. Colocó una copa de vino al lado de cada plato y buscó en un cajón los cubiertos. Cerca de ellos encontró dos pequeños candeleros con velas. Después de preguntarse si eso no sería demasiado, decidió ponerlos también en la mesa. Garrett regresó cuando ella estaba a punto de terminar.

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