Nicholas Sparks - Fantasmas Del Pasado

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Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. Allí donde parece darse un caso extraño que escapa a toda explicación lógica, él se empeña en demostrar que para encontrarla sólo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dictámenes de la razón. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinación viaja a Boone Creek, una pequeña localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detrás de unas apariciones fantasmagóricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldición y de almas que vagan con sed de venganza, pero ¿cuánto de verdad y cuánto de fábula hay en esa leyenda, como en todas las demás?
Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su razón no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy podía prever que Lexie lo ayudaría en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que él acabaría enamorándose perdidamente de ella. El dilema no tardará en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en común, Jeremy deberá arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca había creído…

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– Caramba, caramba -exclamó Jeremy, intentando imitar el tono sureño de Doris.

Ella sonrió y le dio la espalda, luego asió uno de los libros de la estantería que él había examinado.

– No intente hacerse el gracioso, señor Marsh -espetó ella-. No es tan fácil imitar nuestro acento. Le falta práctica; parece como si estuviera mascando chicle.

Jeremy se echó a reír sin amedrentarse ante el comentario mordaz.

– ¿De veras?

«Vaya, el típico seductor», pensó Lexie.

– De veras. -Continuó jugueteando con los libros-. ¿En qué puedo ayudarle, señor Marsh? Supongo que desea información del cementerio.

– Mi reputación me precede.

– Doris me llamó para avisarme que venía hacia aquí.

– Ah -dijo él-. Debería de habérmelo figurado. Es una mujer ciertamente interesante.

– Es mi abuela.

Jeremy abrió los ojos como una naranja.

«Caramba, caramba -pensó, aunque esta vez no lo dijo en voz alta-. Qué coincidencia tan interesante.»

– ¿Te ha explicado que hemos comido juntos?

– No se lo he preguntado.

Ella se aderezó un mechón de pelo detrás de la oreja, al tiempo que se fijaba en que el hoyuelo que se formaba en la barbilla de su interlocutor era tan gracioso que seguramente más de un niño querría hurgarlo con el dedo. Bueno, tampoco era que le importara. Terminó de ojear el libro que sostenía entre las manos y le miró a los ojos, manteniendo el tono firme.

– Lo crea o no, estoy bastante ocupada en estos momentos -declaró-. Tengo que terminar unos informes para esta tarde. ¿Qué clase de información le interesa?

Jeremy se encogió de hombros.

– Cualquier dato que me ayude a familiarizarme con la historia del cementerio y del pueblo: cuándo empezaron a aparecer las luces, qué estudios se han llevado a cabo sobre el fenómeno, cualquier texto donde se cite la leyenda, mapas viejos, información sobre Riker's Hill y su topografía, anales históricos y cosas por el estilo.

Realizó una pausa y se dedicó a estudiar esos ojos de color violeta. Eran increíblemente sugerentes. Y esta vez ella estaba ahí, delante de él, prestándole atención en lugar de desaparecer sin hacerle caso. Ese cambio también le parecía interesante.

– Menuda coincidencia, ¿no te parece? -comentó Jeremy, apoyándose en uno de los estantes.

Ella lo miró sin pestañear.

– ¿Cómo?

– Que primero te haya visto en el cementerio y ahora aquí. Y además, está lo de la carta de tu abuela, que me trajo hasta este lugar. Vaya coincidencia, ¿no crees?

– La verdad es que tengo cosas más interesantes en las que pensar.

Pero Jeremy no pensaba tirar la toalla. Casi nunca lo hacía, sobre todo cuando las cosas se ponían interesantes.

– Bueno, ya que no soy de aquí, a lo mejor podrías indicarme qué es lo que hace la gente en su tiempo libre. Me refiero a si hay algún bar donde podamos tomar algo, o quizá comer juntos… -Hizo una pausa-. Quizás un poco más tarde, cuando acabes de trabajar.

Ella pestañeó varias veces seguidas, preguntándose si lo había entendido bien.

– ¿Me está invitando a salir? -preguntó.

– Sólo si puedes.

– No, me parece que no, pero gracias de todos modos -contestó recuperando la compostura.

Ella mantuvo la vista fija en él hasta que finalmente Jeremy alzó las manos.

– De acuerdo -dijo con un tono cansado-, pero no puedes culparme por haberlo intentado. Bueno, ¿te parece bien si nos ponemos manos a la obra? Eso si no estás demasiado ocupada con lo de los informes, por supuesto. Puedo volver mañana, si te parece más conveniente. -Sonrió, y súbitamente volvió a aparecer el hoyuelo.

– ¿Hay algún dato por el que desearía empezar en particular?

– Estaba pensando en el artículo que apareció en la prensa local. Todavía no he tenido la ocasión de consultarlo. ¿Lo tienes archivado?

Ella asintió.

– Probablemente estará en la microficha. Hemos estado colaborando con el periódico durante los dos últimos años, así que no tendrá dificultades para encontrarlo.

– Genial -exclamó él-. ¿Y un poco de información en general sobre el pueblo?

– Está en el mismo fichero.

Jeremy miró a su alrededor por un momento, preguntándose adonde tenía que ir. Ella empezó a andar hacia el vestíbulo.

– Por aquí, señor Marsh. Encontrará todo lo que necesita en el piso superior.

– ¿Hay un piso superior?

Ella se dio la vuelta, hablándole por encima del hombro.

– Si hace el favor de seguirme, se lo mostraré encantada.

Jeremy tuvo que acelerar el paso para seguir a su interlocutora.

– ¿Te importa si te hago una pregunta?

Ella abrió la puerta principal y pareció dudar unos instantes.

– No, adelante -consintió, sin alterar la expresión de su cara.

– Me estaba preguntando… Me ha dado la impresión de que muy poca gente se acerca a ese cementerio.

Ella no respondió, y en el silencio, Jeremy se sintió primero tremendamente curioso, y al final claramente incómodo.

– ¿No piensas contestar? -volvió a insistir.

Ella sonrió y, para su sorpresa, le guiñó el ojo antes de franquear la puerta abierta.

– He dicho que podía preguntar, señor Marsh. Pero no he dicho que pensara contestar.

Mientras ella emprendía la marcha de nuevo con paso veloz, Jeremy se la quedó mirando, atónito. Vaya con esa fémina. No le faltaba nada. Era confiada, hermosa y encantadora, e incluso había sido capaz de rechazar su invitación para ir a tomar algo con él.

Quizás Alvin tenía razón. Quizá había algo en las atractivas chicas del sur capaz de volver loco a cualquier hombre.

Atravesaron el vestíbulo, recorrieron la sala infantil, y Lexie lo guió escaleras arriba. Una vez en el piso superior, Jeremy se detuvo y miró a su alrededor.

«Caramba, caramba», se dijo otra vez.

La biblioteca estaba constituida por algo más que unas desvencijadas estanterías abarrotadas de libros nuevos. Mucho más. Y además, rezumaba un ambiente absolutamente gótico, desde el penetrante olor a polvo hasta la típica atmósfera enrarecida de las bibliotecas privadas. Con las paredes revestidas de paneles de roble, el suelo de caoba y las cortinas color vino borgoña, la cavernosa estancia que se abría ante él contrastaba completamente con el área del piso inferior. Las esquinas estaban engalanadas con unas sillas barrocas y unas lámparas de diseño modernista estilo Tiffany. En la pared más alejada de la sala había una chimenea de piedra, sobre la que colgaba un cuadro, y las ventanas, angostas como eran, ofrecían suficiente luz natural como para aportar al lugar una sensación acogedora.

– Ahora comprendo -observó Jeremy-. El piso inferior es sólo para abrir el apetito. Aquí es donde está toda la acción.

Ella asintió.

– La mayoría de los que vienen aquí a diario están interesados en títulos recientes de autores conocidos, así que he habilitado el área de la planta baja de modo que se sientan a gusto. La sala del piso inferior es pequeña porque es donde estaban ubicados los despachos antes de que reorganizáramos la biblioteca.

– ¿Y dónde están los despachos ahora?

– En esta planta -dijo ella, señalando hacia la estantería más alejada-, al lado de la sala de los libros originales.

– Vaya, has logrado impresionarme.

Ella sonrió.

– Por aquí. Primero le enseñaré el lugar y luego le hablaré de la biblioteca.

Durante los siguientes minutos se dedicaron a charlar al tiempo que serpenteaban por los pasillos de estanterías. Jeremy se enteró de que la casa fue construida en 1874 por Horace Middleton, un capitán que había hecho su fortuna con el comercio de madera y tabaco. Había erigido la casa para su esposa y sus siete vástagos, pero nunca llegó a habitarla. Justo antes de que finalizaran las obras, su esposa falleció, y el oficial decidió trasladarse a Wilmington con su familia. La casa estuvo desocupada durante muchos años, hasta que otra familia decidió instalarse hasta 1950, cuando finalmente fue adquirida por la Sociedad Histórica, que a su vez la vendió al Estado para que la convirtiera en una biblioteca.

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