Erica Jong - Miedo A Los Cincuenta

Здесь есть возможность читать онлайн «Erica Jong - Miedo A Los Cincuenta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Miedo A Los Cincuenta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Miedo A Los Cincuenta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Este libro de memorias está escrito a los cincuneta años, punto de inflexión de la existencia. Y es también el testimonio de varias décadas fundamentales en la historia de las mujeres. El sentido del humor y el ingenio con que Erica Jong levanta acta de los logros obtenidos por las mujeres desde la eclosión del feminismo a finales de los sesenta y principios de los setenta han convertido esta inusitada autobiografía en un verdadero éxito mundial. Miedo a los cincuenta encierra la vida de una generación de mujeres educadas para ser como Doris Day cuando fueran mayores y que ahora tienen que educar a sus hijas en los tiempos de Madonna y las Spice Girls.

Miedo A Los Cincuenta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Miedo A Los Cincuenta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Nada nos salva de envejecer, pienso. Ni la fama, ni el talento, ni el encanto personal, ni la riqueza, ni el ingenio. Lo absurdo de la insistencia sobre mi fama en cierto modo me daba vergüenza. En esta casa de locos, me sentía unida a Kitty. Sus meteduras de pata eran también las mías.

Dios santo, qué tarde era. Mi amigo, mi hija, mi marido, todos me esperaban. Como de costumbre, estaba dividida entre exigencias encontradas, y notaba que no podría responder a ninguna de ellas adecuadamente.

En el ascensor, una mujer se puso a hablar conmigo, como a veces hacen las mujeres.

– Mi mejor amiga -dijo- tuvo otro ataque. Trató de suicidarse otra vez. La han vuelto a traer aquí.

– Mi tía -dije yo- tiene Alzheimer -la mujer asintió con la cabeza con simpatía. Aquí nadie era famoso. Sólo dos mujeres que se ocupan de otras dos mujeres, como tantas veces les pasa a las mujeres.

– Buena suerte -dijo ella.

– Lo mismo te digo -dije yo.

La luna estaba llena y la noche era gélida. Me envolví en la bufanda y el abrigo y bajé por Lexington Avenue hacia mi apartamento.

Era una mujer libre, pero ¿por cuánto tiempo? Algún día tampoco yo sería capaz de salir andando de un hospital. Y entonces, ¿qué sería de mí?

No quería pensar en eso.

Se suponía que el tribunal decidiría sobre el caso de Kitty al día siguiente, pero había otro caso más urgente. Eso me permitió llamar a Kitty al hospital y llevármela a casa. Muchas personas lo desaconsejan, pero encontré que tenía que mantener mi promesa y llevarla a casa, tanto si Kitty lo recordaba como si no.

Siempre es más fácil encontrarles residencia a las personas desde un hospital que desde casa. De modo que me pesaba mi promesa, pero muchas veces mantener las promesas supone problemas. Por la tarde, estaba de vuelta al hospital para liberar a Kitty, con su documentación, sus medicinas, sus andrajosas posesiones. La llevé a su casa de Chelsea con una rechoncha cuidadora haitiana que se llamaba Chloe.

La casa estaba hecha un lío, la cocina asquerosa, con espacios vacíos en las paredes donde habían estado los cuadros. Parecía que habían saqueado parcialmente el apartamento. Muebles desechados de mis padres, una estantería, el viejo caballete manchado de pintura de mi abuelo, estaban dispersos por la habitación. Los gigantescos y luminosos paisajes de Kitty que una vez habían dominado la casa, habían sido descolgados y muchos habían desaparecido. Kitty no se fijó en nada de eso. Estaba auténticamente contenta de encontrarse en un sitio que todavía identificaba como «mi casa».

Chloe se tumbó inmediatamente en un sofá al tiempo que encendía la tele, dejando en claro que ella no haría más que cumplir estrictamente con sus obligaciones. Sólo como broma, le pedí que fuera a por unas recetas de Kitty y me ayudara a limpiar la cocina. Se negó decididamente.

– No está previsto que hagamos esas cosas -dijo. Era como una canguro, nada más, aunque a una tarifa que haría enrojecer a una canguro.

Kitty andaba por allí dudando, con miedo a quitarse el abrigo. Hice que se sentara, que se pusiera un calzado cómodo -unas zapatillas chinas de tela- y que tomara una taza de té.

En ese momento Maxine irrumpió con Frank y el novio de éste, Adrián, y dos guapos atletas de los Hampton.

– Hola, querida -le dijo Maxine a Kitty-. Tenemos una furgoneta abajo. Vamos a coger algunos cuadros para poder hacer allí una exposición tuya -con eso, los dos atletas de los Hampton se pusieron a agarrar lienzos, portafolios, un león de tamaño natural que llevaba en el apartamento de Kitty desde que vivía allí. (Kitty es Leo, de modo que este león que rugía era su talismán.)

– ¿Qué estáis haciendo? -preguntó Kitty-. Ese león es mío.

– No, cariño, este león es mío -dijo Maxine-. Lo compré yo.

No lo compraste tú -dijo Kitty.

– Claro que lo compré.

De repente recordé todo el Sturm und Drang de hace una docena de años cuando Kitty y Maxine «rompieron» y Maxine echó a Kitty de las dos casas que ella había ayudado a amueblar y renovar (una en Chelsea, la otra en Southampton), comprándole este modesto piso y pasándole algo de dinero.

– ¡ No te lleves mi león! -dijo Kitty-. ¡Es lo único que me queda!

– Sólo lo estoy poniendo a salvo de ti, cariño -dijo Maxine, mientras los atletas cargaban con el último símbolo de la identidad de Kitty.

Horrorizada ante el descaro de todo aquello, yo estaba en silencio, sorprendida.

– Ya sé que eres su heredera, pero me gustaría que dejases de hacer como si ya estuviera muerta -quise decir. O-: Por el amor de Dios, ¿es que no puedes esperar?

Y Maxine, que notaba mi desagrado, agarró un libro enorme con los dibujos a tinta de mi abuelo y lo puso en mis manos temblorosas.

– Ocúpate de esto -dijo-. Mantenlo a salvo -el cuaderno de dibujo estaba lleno de representaciones alucinatorias de la infancia de Papá en Odessa. Más recuerdos de gente para mi autobiografía. Lo agarré.

Y entonces los atletas cargaron con el león.

Maxine iba y venía, trayendo cosas de comer, anunciando a Kitty que no se podía quedar porque era su cumpleaños y la iban a «llevar a cenar».

Frank, Adrián y yo nos quedamos con Kitty, que ahora también quería que «la llevaran a cenar».

– Os invitaré yo a cenar -dije-. ¿Qué sugerís?

Nos mostramos de acuerdo en ir a un restaurante chino cercano, y Frank y yo nos pusimos a vestir a Kitty.

– Tienes el pelo hecho una pena -dijo Frank-. Déjame que mañana por la noche te lo tiña, ¿de acuerdo?

Le cepilló con cuidado el pelo, poniéndole los aros de oro que le había hecho, ayudándola a maquillarse. Entretanto, yo busqué entre la ropa de Kitty algo que no estuviera roto o con manchas o hecho unos andrajos. Encontré un jersey y una falda pasables, pero no le puse medias ni bragas porque todas estaban sucias. La dejé con sus cómodas pantuflas chinas. Lo primero es arreglar la casa, pensé, luego lavar la ropa, luego la propia vida. Pero no lo suficientemente pronto. La vida, por desgracia, al final vuelve a una especie de infancia. No tenemos libros sobre estas últimas etapas, y tampoco rituales reconfortadores. Al comienzo de la jornada, una bebé tiene una madre que la quiere que busca en los volúmenes del doctor Spock las claves para cuidarla. Pero en la séptima edad de la mujer, ya no hay una madre que la quiera (hace tiempo que ha muerto), ni un cuidador especial, ni libros. Hacemos esta jornada solas, con unas pantuflas chinas.

Kitty estaba deprimida. Frank, Adrián y yo nos pusimos los abrigos.

– ¿Qué pasa con la cena de ella? -dijo Kitty refiriéndose a Chloe, que seguía tumbada delante de la tele.

– No se preocupe por mí, ya he cenado -dijo Chloe, con el parpadeante televisor reflejado en su brillante y redonda cara.

– ¿No tiene hambre? -insistió Kitty, tratando de cuidar a la que la cuidaba a ella; un rasgo propio de mi familia.

– No, cariño-dijo Chloe-, vaya usted a cenar.

Los redondos ojos de Kitty miraban fijamente.

– Pero es que también debería comer algo -dijo-. Es lo justo.

– No te preocupes, querida -dijo Frank-, ya ha cenado.

– ¿Le traemos un rollo de primavera? -pregunté yo a Chloe, para calmar a Kitty.

– Muy bien -dijo Chloe.

– ¿Qué dijiste? -dijo Kitty-. No necesito un rollo de primavera. ¿Por qué piensa todo el mundo que un rollo de primavera tiene importancia?

Recorrimos la fría calle 23. Dos hombres jóvenes, uno con sida y el otro con miedo a ver los resultados de sus análisis de sangre, y una mujer vieja que no dejaba de decir:

– ¿Adonde vamos?

Y yo dominada por el miedo a los cincuenta años.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Miedo A Los Cincuenta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Miedo A Los Cincuenta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Miedo A Los Cincuenta»

Обсуждение, отзывы о книге «Miedo A Los Cincuenta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x