John Galsworthy - Esperanzas juveniles

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Neil Wintney

Ferdinand Studios

Orchard Street

Chelsea

¡Socorro! – Exclamó -. El joven de tío Lawrence. Anny, ¿dónde estás?

– En el vestíbulo, señorita.

– Hágale pasar a la salita. Yo iré dentro de un minuto.

Se quitó los guantes para jardín y, dejando la cestita, se miró la nariz en un espejito de mano. Luego entró en la salita por la puerta vidriera y vio al «joven» cómodamente sentado en una silla, con los enseres del oficio a su lado. Tenía abundantes cabellos blancos y un monóculo colgado de una cinta negra. Cuando se piso en pie, Dinny advirtió que debía tener por lo menos sesenta años. Dijo

– ¿La señorita Cherrell? Su tío, sir Lawrence Mont, me ha rogado le haga una miniatura.

– Sí – contestó Dinny -, sólo que creí…

No concluyó. Después de todo, o bien a sir Lawrence debía encantarle esta pequeña broma, o bien era su idea sobre la juventud.

El «joven» se había encajado el monóculo encima de una mejilla colorada y mofletuda y, a través de él, un ojo grande y azul la escrutó atentamente. Ladeó la cabeza y dijo

– Podemos bosquejar los contornos, y, si usted tiene alguna fotografía, no la ocasionaré muchas molestias. El traje que lleva – esa azul flor de lino – es espléndido para pintar. Un fondo de cielo no nos vendría mal. Mientras la luz es buena, ¿podemos?…

Y, siempre hablando, comenzó a preparar las cosas.

– La – idea de sir Lawrence es la dama inglesa – explicó -. Es decir, cultura profunda, pero no aparente. Vuélvase un poco de lado. Gracias. La nariz…

– Si – dijo Dinny -, no tiene remedio.

– ¡Oh, no, no; es graciosa! ¡Sir Lawrence, según parece, la desea para su colección de tipos. Yo ya le he hecho dos. ¿Quiere mirar al suelo? ¡'No! Míreme a los ojos! ¡Ah, los dientes! ¡Son admirables!

– Y todos míos, por ahora.

– Esa sonrisa es justamente lo que se necesita, señorita Cherrell. Nos da la sensación de misterio que nos hace falta. No demasiado misterio, sino el preciso.

– ¿Quiere que conserve una sonrisa con tres gramos de misterio exactamente?

– No, no, mi querida señorita. Lo cogeremos por sorpresa. Ahora pruebe a ponerse de tres cuartos. ¡Ah! La línea de la cabellera. El color es espléndido.

– No demasiado rojo, pero lo suficiente.

El «joven» callaba. Había comenzado con concentración singular a dibujar y a tomar breves anotaciones en el borde del papel.

Dinny, con las cejas fruncidas, no osaba moverse. É1 se detuvo y sonrió con una especie de dulzura melosa.

– Sí, sí – dijo -, he comprendido.

¿Qué habla comprendido? La nerviosidad propia de la víctima se apoderó repentinamente de ella y juntó las manos abiertas.

– Levante las manos, señorita Cherrell. No; demasiado «madona». Es menester pensar en el diablillo escondido en los cabellos. Los ojos hacia mí, de lleno.

– ¿Alegres? -preguntó Dinny.

No demasiado. Apenas. Sí, ojos ingleses, cándidos, pero reservados. Ahora la curva del cuello. ¡Ah! Una curva ligerísima. Sí. Casi de ciervo.

Empezó nuevamente a dibujar con un sentido de alejamiento, como si estuviera muy lejos de aquella habitación.

«Si tío Lawrence desea el retrato de alguien que se siente observado – pensó Dinny-, está servido.»

El «joven» se detuvo y dio un paso hacia atrás, con la cabeza muy ladeada, de modo que su atención parecía salir del monóculo.

– La expresión – murmuró.

– ,- Creo – dijo Dinny – que prefiere una expresión de persona despreocupada.

– ¡Pilluela! – sonrió el «joven» -. Más profunda. ¿Puedo tocar un momento ese piano?

Claro que si. No sé qué tal irá. Hace bastante que nadie lo toca.

– Servirá lo mismo.

Se sentó, abrió el piano, sopló sobre las teclas y comenzó a tocar. Tocaba bien, con fuerza, con dulzura. Dinny estaba de pie, apoyada en la curva del piano, escuchando arrobada. Evidentemente, era música de Bach, pero no sabía qué pieza. Un aire amoroso, sin pasión, hermoso, que se repetía continua y monótonamente y que, no obstante, resultaba conmovedor como sólo Bach sabe hacerlo.

– ¿Qué es?

– Una coral de Bach arreglada por un pianista – y el. «Joven» hizo un movimiento con la cabeza indicando las teclas.

– ¡Estupendo ¡ La cabeza en el cielo y los pies en un campo florido – murmuró Dinny.

El «joven» cerró el piano y se levantó.

– Es lo que quiero, es lo que quiero, señorita Cherrell.

– ¡ Oh! – exclamó Dinny – ¿Sólo eso?

John Galsworthy

1 Puños de camisa 2 Distinguiskd Servio Order Distinción mutar - фото 2
***

[1] Puños de camisa

[2] Distinguiskd. Servio Order. Distinción mutar británica.

[3]Un barquito, una isla, una hoz de luna.

Con pocas, pero ¡cuán espléndidas estrellas!

[4]Una mofa, un escarnio, una patada o dos, con poco. pero cuán espléndido escarnio…

[5]Nada me importa de mi tía Em, ella dice que yo no puedo coser ni bordar. ¿Ella lo hace? ¡Bien! Yo puedo coser malditamente mejor que mi tía Em…

[6]Observó que aquí había un aviso enmarcado – colgado encima de la chimenea para indicar a los héroes mutilados dónde ir – a por piernas y brazos, con el índice de los precios – y con palabras de dignificado consejo – para enseñar a los oficiales cómo lograrlos gratis… – codo u hombro, cadera o rodilla, – dos brazos, dos piernas, aunque lo hubiesen perdido todo, – podía ser restaurado sin gasto ninguno.

Luego una joven guía miró adentro y dijo…

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