Ryan se metió otro bocado en la boca, pareciendo extrañamente aliviado, como si ya hubieran arreglado todo.
Pero sentía que no habían arreglado nada. Riley había pasado todo el verano soñando con la Academia del FBI. No podía renunciar a eso ahora.
«No —pensó—. No puedo hacer eso.»
Ahora se sentía muy enojada.
Con voz tensa, dijo: —Lamento que te sientas así. No voy a cambiar de parecer. Me voy a Quantico mañana.
Ryan la miró como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
Riley se levantó de la mesa y dijo: —Disfruta el resto de la comida. Hay pastel de queso en el refrigerador. Estoy cansada. Me ducharé y luego me iré a la cama.
Antes de que Ryan pudiera responder, Riley corrió al baño. Lloró durante unos minutos y luego se duchó por un largo raro. Cuando se puso la bata de baño y volvió a salir del baño, vio a Ryan sentado en la cocina. Había recogido la mesa y estaba trabajando en su computadora. Ni siquiera levantó la mirada.
Riley entró en el dormitorio, se metió en la cama y empezó a llorar de nuevo.
Mientras se limpiaba los ojos y se sonaba la nariz, se preguntó: «¿Por qué estoy tan enojada? ¿Ryan está equivocado? ¿Nada de esto es su culpa?»
No podía pensar con claridad. Y en ese momento comenzó a recordar algo terrible… cuando despertó en la cama con un dolor agudo y se dio cuenta de que estaba empapada de sangre… cuando tuvo el aborto espontáneo.
Ella se preguntó si esa era una de las razones por las que Ryan no quería que se convirtiera en agente del FBI. El caso del Asesino de Payasos la había estresado mucho. Pero el médico en el hospital le había asegurado que el estrés no había causado su aborto involuntario.
En su lugar, le había dicho que había sido causado por «anomalías cromosómicas».
Ahora que Riley lo volvía a pensar, esa palabra, «anomalías», la perturbaba.
Se preguntó si ella era una anormal después de todo.
¿Era incapaz de tener una relación duradera y mucho menos una familia?
A lo que se quedó dormida, se sintió como si solo sabía una cosa con certeza… que se iba a Quantico mañana.
Al hombre le agradaba escuchar el gemido de la mujer. Sabía que estaba recobrando el conocimiento. Sí, veía que sus ojos se habían abierto un poco.
Estaba tumbada de lado sobre una mesa de madera en la pequeña sala con piso de tierra, paredes de cemento y techo de madera bajo. Estaba atada con cinta de embalar. Sus piernas estaban dobladas y atadas a su pecho, y sus manos estaban envueltas alrededor de sus canillas. Su cabeza yacía sobre sus rodillas.
Le recordaba a las imágenes que había visto de fetos humanos y embriones que a veces encontraba cuando abría un huevo fresco de uno de sus pollos. Se veía tan inocente que parecía conmovedora.
En su mayoría, le recordaba a la otra mujer que creía se llamaba Alice. Había creído que solo la asesinaría a ella, pero lo había disfrutado tanto en ese entonces… y había tan pocos placeres en su vida… ¿cómo podría detenerse?
—Me duele —murmuró la mujer—. ¿Por qué me duele?
Sabía que estaba adolorida porque yacía sobre una maraña de alambre de púas. Su sangre ya estaba goteando sobre la superficie de la mesa, la cual la mancharía como el resto de la sangre que había sido derramada allí. Aunque no importaba. La mesa era más vieja él, y él era la única persona que jamás la veía.
Él también estaba un poco adolorido y sangrando. Se había cortado con el alambre de púas al meterla en la ranchera. Fue más difícil de lo que esperaba porque ella se había defendido más que la otra mujer.
Esta mujer se había retorcido mucho antes de que el cloroformo casero terminó de hacer efecto. Luego dejó de retorcerse y él logró someterla por completo.
A pesar de ello, no le molestaba mucho que se había lastimado con las púas afiladas. Sabía por experiencia que cortes de ese estilo se curaban con bastante rapidez, incluso si dejaban cicatrices horribles.
Se inclinó para mirar su cara de cerca.
Sus ojos estaban casi completamente abiertos ahora. Sus irises se movían mientras lo miraba.
«Aún tratando de evitar mirarme», se dio cuenta el hombre.
Todo el mundo actuaba así cuando lo veían. No culpaba a las personas por tratar de fingir que era invisible o que no existía en absoluto. A veces se miraba en el espejo y se creía invisible.
La mujer repitió: —Me duele.
Además de los cortes, estaba seguro de que le dolía la cabeza por la fuerte dosis de cloroformo casero. Él mismo había estado a punto de desmayarse cuando lo mezcló, y había pasado varios días con dolor de cabeza después de eso. Pero el cloroformo casero funcionaba muy bien, por lo que lo seguiría utilizando.
Ahora estaba bien preparado para lo que iba a hacer a continuación. Ahora llevaba guantes de trabajo y una chaqueta acolchada gruesa. No se lastimaría más mientras hacía el trabajo.
Se puso a trabajar en la maraña de alambre de púas con unos cortaalambres. Luego jaló una longitud alrededor del cuerpo de la mujer y lo dobló en los extremos para hacer nudos improvisados para mantener el alambre en su lugar.
La mujer gimió y trató de zafarse de la cinta de embalar mientras las púas cortaban su piel y ropa.
Mientras seguía trabajando, dijo: —Puedes hablar. Puedes gritar si quieres, si te ayuda…
Desde luego no le preocupaba que alguien la oyera.
Ella gimió más fuerte y trató de gritar, pero su voz era muy débil.
El hombre sonrió. Sabía que no podía meter suficiente aire en sus pulmones para gritar, no con sus piernas atadas contra su pecho.
Colocó otra longitud de alambre de púas alrededor de ella y la estiró con fuerza, viendo como la sangre goteaba del lugar donde cada púa perforaba su carne debajo de su ropa.
Siguió colocando longitud tras longitud alrededor de ella hasta que pareció una especie de enorme capullo de alambre. El capullo de alambre estaba haciendo todo tipo de sonidos extraños—suspiros, jadeos, gemidos y quejidos. La sangre de la mujer goteó y goteó hasta que toda la mesa estaba roja.
Luego dio un paso atrás y admiró su obra.
Apagó la luz del techo y salió de la sala, cerrando la pesada puerta de madera detrás de él.
El cielo estaba despejado y estrellado y no podía oír nada, excepto el sonido de los grillos.
Respiró aire fresco.
La noche parecía especialmente dulce en este momento.
Mientras Riley se puso en fila con el resto de los pasantes para su fotografía formal, oyó la puerta de la recepción abrirse.
El corazón le dio un salto y se dio la vuelta para ver quién había llegado.
Pero solo era Hoke Gilmer, el supervisor de entrenamiento del programa, quien había regresado después de haber salido durante unos minutos.
Riley contuvo un suspiro. Sabía que el agente Crivaro no estaría aquí hoy. La había felicitado por completar sus prácticas ayer y le había dicho que quería volver a Quantico lo más pronto posible. Era obvio que simplemente no le gustaban las ceremonias y recepciones.
En realidad albergaba la esperanza de que Ryan aparecería de la nada para celebrar la finalización del programa de verano con ella.
Sin embargo, sabía que era bastante probable que no apareciera.
Aun así, no pudo evitar fantasear que de alguna manera cambiaría de parecer y llegaría al último minuto disculpándose por su comportamiento y diciendo las palabras que anhelaba oír:
—Quiero que vayas a la Academia. Quiero que sigas tu sueño.
Pero, por supuesto, eso no iba a pasar…
«Y cuanto antes lo entienda, mejor», pensó.
Los 20 pasantes formaron tres filas para la fotografía, una fila sentada en una mesa larga con dos filas de pie detrás de ella. Dado que los pasantes estaban dispuestos en orden alfabético, Riley se encontró en la última fila entre otros dos estudiantes cuyos apellidos comenzaban con S, Naomi Strong y Rhys Seely.
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