Morgan Rice - Soldado, Hermano, Hechicero

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Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) Ceres, una hermosa chica pobre de 17 años de la ciudad del imperio de Delos, ha ganado la batalla por Delos y, aún así, todavía le espera una victoria completa. Mientras la rebelión la mira como su nueva líder, Ceres debe encontrar un modo de derrocar la realeza del Imperio y defender Delos del ataque que le aguarda por parte de un ejército mayor de lo que jamás ha conocido. Debe intentar liberar a Thanos antes de su ejecución y ayudarlo a limpiar su nombre en relación con el asesinato de su padre. Thanos está decidido a salir en busca de Lucio por el mar, para vengar el asesinato de su padre, y matar a su hermano antes de que pueda regresar a las orillas de Delos con un ejército. Será un viaje peligroso por tierras hostiles, uno que él sabe que resultará en su propia muerte. Pero está dispuesto a sacrificarse por su país. Pero puede que todo no salga según los planes. Estefanía viaja a una tierra lejana para encontrar a un hechicero que pueda, de una vez por todas, detener los poderes de Ceres. Está decidida a llevar a cabo una traición que matará a Ceres y la proclamará a ella – y a su hijo que todavía no ha nacido- como gobernadora del Imperio. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#6 en DE CORONAS Y GLORIA!

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Ceres los abrazó a los dos.

No dijeron nada. Su silencio, el sentimiento que había en su abrazo, lo decía todo. Todos habían sobrevivido, de algún modo, como una familia. Y la ausencia de sus hermanos muertos se sentía profundamente.

Ceres deseaba poderse quedar así para siempre. Permanecer a salvo con su hermano y su padre, y dejar que toda esta revolución siguiera su curso. Pero mientras estaba allí junto a dos de las personas que más le importaban del mundo, se dio cuenta de algo más.

La gente la estaba mirando.

Ceres imaginaba que no era tan raro después de todo lo que había sucedido. Era la que había estado en el centro de la lucha y, ahora mismo, entre la sangre, el barro y el agotamiento probablemente tenía el aspecto de un monstruo salido de alguna leyenda. Sin embargo, no parecía que era aquello lo que la gente miraba fijamente.

No, estaban mirando como si esperaran que les dijeran qué debían hacer a continuación.

Ceres vio unas figuras que se abrían camino entre la multitud. Reconoció a uno como Akila, el hombre nervudo y musculoso que había estado a la cabeza de la última ola de rebeldes. Otros llevaban los colores de los hombres de Lord West. Por lo menos había un combatiente allí, un hombre grande que llevaba un par de piquetas, que parecía estar ignorando varias heridas.

“Ceres”, dijo Akila, “los soldados imperiales que faltan, o bien se han retirado al castillo o bien han empezado a buscar maneras de salir de la ciudad. Mis hombres han seguido a los que podían, pero no conocen esta ciudad lo suficiente, y… bien, existe el peligro de que la gente lo malinterprete”.

Ceres lo comprendía. Si los hombres de Akila fueran a la caza de los soldados que huían por Delos, existía el peligro que los vieran como invasores. Aunque no lo fueran, podían tenderles una emboscada, dividirlos y derribarlos.

Aún así se hacía extraño que tanta gente fuera hasta ella en busca de respuestas. Miró a su alrededor, en busca de ayuda, pues debía haber alguien por allí mejor calificado para hacerse cargo de lo que ella estaba. Ceres no quería asumir que debía hacerse cargo solo porque su linaje le proporcionaba un vínculo con el pasado de los Antiguos de Delos.

“¿Ahora quién está al cargo de la rebelión?” exclamó Ceres. “¿Sobrevivió alguno de los líderes?”

A su alrededor, veía que la gente extendía las manos y negaba con la cabeza. No lo sabían. Evidentemente no lo sabían. No habían visto más de lo que Ceres había visto. Ceres conocía la parte que importaba: Anka había desaparecido, asesinada por los verdugos de Lucio. Probablemente, la mayoría de los otros líderes también estaban muertos. O eso, o estaban escondidos.

“¿Qué sabéis del primo de Lord West, Nyel?” preguntó Ceres.

“Lord Nyel no nos acompañó durante el ataque”, dijo uno de los antiguos hombres de Lord West.

“No”, dijo Ceres, “imagino que no lo haría”.

Quizás era bueno que no estuviera allí. Los rebeldes y la gente de Delos hubieran sido cautos con un noble como Lord West, dado todo lo que representaba, y él había sido un hombre valiente y honesto. Su primo no había sido ni la mitad de hombre que él.

No les preguntó a los combatientes si tenían un líder. No eran este tipo de hombre. Ceres los había llegado a conocer a cada uno de ellos en las arenas de entrenamiento para el Stade, y sabía que si bien cada uno de ellos valía una docena más de hombres normales, no eran capaces de dirigir algo así.

Se quedó mirando a Akila. Era evidente que era un líder, y sus hombres claramente seguían su ejemplo. Sin embargo, parecía que estuviera buscando que ella diera las órdenes aquí.

Ceres sintió la mano de su padre sobre el hombro.

“Te preguntas por qué deberían escucharte”, supuso, y se acercó mucho a la cuestión.

“No deberían seguirme solo porque resulta que tengo la sangre de los Antiguos”, respondió Ceres en voz baja. “¿Quién soy yo, realmente? ¿Cómo puedo esperar dirigirlos?”

Vio que su padre sonreía ante aquello.

“No quieren seguirte solo por quiénes son tus ancestros. A Lucio no lo seguirían si ese fuera el caso”.

Su padre escupió al suelo como para enfatizar lo que pensaba sobre eso.

Sartes asintió.

“Nuestro Padre tiene razón, Ceres”, dijo. “Te siguen por todo lo que has hecho. Por quien tú eres”.

Pensó en ello.

“Debes reunirlos”, añadió su padre. “Tienes que hacerlo ahora”.

Ceres sabía que tenían razón, pero aún así era difícil ponerse en medio de tanta gente sabiendo que estaban esperando a que ella tomara una decisión. Pero, ¿qué sucedía si no lo hacía? ¿Qué sucedía si obligaba a uno de los demás a ponerse al mando?

Ceres podía adivinar la respuesta. Notaba la energía de la multitud, por ahora reprimida, pero allí al fin y al cabo, como rescoldos ardientes a punto de estallar en un fuego incontrolable. Sin una dirección, aquello significaría saquear la ciudad, más muerte, más destrucción, y quizás incluso la derrota si las facciones que allí había estaban en desacuerdo.

No, no podía permitir eso, incluso aunque todavía no estuviera segura de que lo pudiera hacer.

“¡Hermanos y hermanas!” exclamó y, ante su sorpresa, la multitud que la rodeaba se quedó en silencio.

Ahora la atención hacia ella parecía total, incluso comparada con lo que había sucedido antes.

“¡Hemos ganado una gran victoria, todos nosotros!” ¡Todos vosotros! ¡Os enfrentasteis al Imperio, y arrancasteis la victoria de las mandíbulas de la muerte!”

La multitud aclamó, y Ceres miró a su alrededor, permitiéndose un momento para asimilarlo.

“Pero no es suficiente”, continuó. “Sí, ahora podríamos irnos a casa y hubiéramos conseguido mucho. Incluso podríamos estar a salvo durante un tiempo. Pero, al final, el Imperio y sus gobernantes vendrían a por nosotros, o a por nuestros hijos. Volveríamos a lo que había, o a algo peor. ¡Debemos acabar con esto, de una vez por todas!”

“¿Y cómo vamos a hacerlo?” exclamó una voz entre la multitud.

“Tomamos el castillo”, respondió Ceres. “Tomamos Delos. Y nos la hacemos nuestra. Capturamos a la realeza y paramos su crueldad. Akila, ¿vosotros vinisteis aquí por mar?”

“Así es”, dijo el líder rebelde.

“Entonces, tú y tus hombres id hacia el puerto y aseguraos de que lo tenemos controlado. No quiero que los imperiales se escapen para ir a buscar un ejército para atacarnos, o que una flota se cuele y se nos eche encima”.

Vio que Akila decía que sí con la cabeza.

“Así lo haremos”, le aseguró.

La segunda parte era más difícil.

“Todos los demás, venid conmigo al castillo”.

Señaló hacia donde estaba la fortificación, por encima de la ciudad.

“Durante demasiado tiempo, ha sido un símbolo del poder que tienen sobre vosotros. Hoy, lo tomaremos”.

Dio un vistazo a la multitud, intentando calibrar su reacción.

“Si no tenéis arma, conseguid una. Si estáis demasiado heridos, o no queréis hacer esto, no es ninguna deshonra quedarse, ¡pero si venís, podréis decir que estuvisteis allí el día en que Delos consiguió su libertad!”

Hizo una pausa.

“¡Pueblo de Delos!” gritó, con voz retumbante. “¿¡Estáis conmigo!?”

El rugido que dio la multitud por respuesta fue suficiente para dejarla sorda.

CAPÍTULO TRES

Estefanía se agarraba al barandal de su barca, sus nudillos estaban tan blancos como la espuma del mar. No estaba disfrutando del viaje por el mar. Solo pensar en la venganza a la que esto la podía llevar lo hacía agradable.

Ella era uno de los altos nobles del Imperio. Cuando había emprendido largos viajes antes, lo había hecho en camarotes de lujo individuales de grandes galeras, o en carruajes con almohadas en medio de convoys bien protegidos, no compartiendo el espacio en una barca que parecía demasiado diminuta en comparación con la vasta amplitud del océano.

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