—«Lo hará. Me aseguraré de que así sea».
Sofía se giró y vio un pequeño grupo de barcos que se acercaba. Tenían un aspecto lamentable, parecido a lo que los mercenarios o bandidos podrían haber escogido. Pero era la voz de su hermana la que salía de ellos.
—«¿Catalina? ¿Estás aquí?
—«Estoy aquí» —respondió Catalina—. «Y me traje la compañía libre más poco respetable que hay. Lord Cranston dice que será un honor para él servir».
Ese pensamiento animó a Sofía casi tanto como la presencia de su hermana allí. No solo era por los hombres de más para la lucha, aunque ahora mismo Sofía tomaría todo lo que pudiera. Era el hecho de que su hermana había vuelto con la compañía de guerra de la que tanto le gustaba formar parte, y…
—«¿Está Will allí» —preguntó Sofía.
—«Sí» —respondió Catalina. Sofía podía notar su felicidad—. «Pronto nos veremos, hermana mía. Guárdame algunos enemigos».
—«Estoy segura de que habrá los habrá en abundancia».
—Catalina se está acercando —le dijo Sofía a Lucas.
—Lo sé —dijo su hermano—. Sentí sus pensamientos. Pensaba que tendríamos que esperar a volver para encontrarnos por fin con ella.
—Y encontrar a nuestros padres después de esto —dijo Sofía. Sabía que no debería estar pensando tan adelante todavía. Debía concentrase en la batalla que estaba por llegar, pero era casi imposible que sus pensamientos se mantuvieran allí. Estaba demasiado ocupada pensando en todo lo que podría derivar de eso. Recuperaría a Sebastián. Liberaría al pueblo de la Viuda del peso demoledor de su mandato. Encontrarían a sus padres.
—Catalina estará tan ansiosa como nosotros lo estamos por encontrar a nuestros padres —dijo Sofía—. Más aún. No estoy segura ni de que tenga recuerdos de ellos que la hagan seguir adelante.
—Pronto tendremos más que eso —dijo Lucas.
—Eso espero —respondió Sofía. Pero no podía evitar preocuparse—. ¿Lo tienes?
Lucas asintió, evidentemente sabía a qué se refería. Sacó el disco plano hecho de bandas de metal entrelazadas y, al tocarlo, unas líneas brillantes y enredadas resplandecieron. Cuando Sofía también puso la mano sobre el metal, las partes del artilugio giraron hasta colocarse, dejando al descubierto el contorno de masas de tierra, desde el reino de la Viuda hasta formas remotas que podrían ser las Colonias Lejanas y las Tierras de la Seda. Estaba tentadoramente cercano a decirles lo que necesitaban saber; pero no había nada que les dijera dónde podrían estar ahora sus padres. Sofía imaginaba que eso llegaría cuando Catalina se les uniera. Así lo esperaba.
—Guarda el artilugio en un lugar seguro —dijo Sofía—. Si lo perdemos…
Lucas asintió.
—Hasta ahora lo he protegido. Estoy más preocupado por manteneros a ti y a Catalina a salvo.
Sofía no había pensado en ello. Los tres estaban a punto de dirigirse al centro de una batalla. Si uno de ellos caía en esa batalla, puede que nunca encontraran a sus padres. Sería un doble golpe, perder la promesa de su padre y madre mientras se lamenta la muerte de un hermano o hermana.
—Tú también debes estar a salvo —dijo Sofía—. Y no lo digo solo porque quiero encontrar a nuestros padres.
—Lo sé —dijo Lucas—. Y haré todo lo que pueda. El Oficial Ko me hizo entrenar muy bien.
—Y Catalina aprendió muchas cosas de la bruja que intentó reclamarla —dijo Sofía.
—Si sola es la mitad de letal de lo que fue cuando me maltrató en el castillo, estará bien—dijo Lucas—. La cuestión eres tú, Sofía. Sé que tienes a Sienne, pero ¿estarás a salvo en medio de la batalla?
—No estaré en medio —prometió Sofía. Puso una mano protectora sobre su barriga—. Pero haré todo lo que tenga que hacer para asegurarme de que mi hijo tiene un padre.
—Lo tendrá —dijo Lucas, y algo en la seguridad con la que lo decía hizo que Sofía le mirara. Ella sabía que ella había vislumbrado cosas en sus sueños. Se preguntaba si Lucas también lo había hecho.
—¿Viste algo? —preguntó Sofía.
Lucas negó con la cabeza.
—Tengo algo de talento para ello, pero creo que tú tienes más. Lo que veo más que nada para mañana es sangre.
Eso era bastante fácil de ver incluso sin la magia que les traía sueños a ambos. Sofía echó de nuevo un vistazo y ahora había una costa en el horizonte, y una ciudad como una manchita situada en ella.
—Ashton —dijo Sofía. Le parecía que hacía una eternidad que no la veía.
La ciudad se extendía como una mancha en el paisaje, sus edificios viejos, su extensión se prolongaba más allá de sus muros. Parte de su flota ya estaba partiendo, Hans avanzaba para desembarcar a lo largo de la costa y tomar los alrededores.
El resto se acercaban más, ondeando banderas como señal para coordinar sus movimientos. Echaron el ancla bien fuera del alcance de los cañones y bajaron pequeñas barcas, llenos de mensajeros y de la petición de rendición. Sofía sabía que Ulf y Frig estarían preparando sus propias barquitas para acercarse a hurtadillas a la ciudad antes de que empezara la batalla, preparados para que se les abrieran las puertas del río.
Sofía veía los barcos que esperaban allí, dispuestos para la guerra en respuesta a los mensajes que les hubieran llegado. No bastaban para detener a una flota del tamaño de la suya, no pegados a la orilla de esa manera. A medida que se iban acercando, Sofía oyó cómo sonaban las trompetas, vio las hogueras que se encendían como señales.
Miró detrás de todo esto hacia el palacio y el distrito noble. Sebastián estaba allí en algún lugar, retenido en una celda, a la espera de que ella lo rescatara.
—Todavía podríamos atacar, tal y como quiere el Primo Ulf —dijo Lucas.
Sofía miró al cielo. El sol ya se estaba escondiendo, mandando lenguas rojas por el horizonte. Tuvo que forzarse a negar con la cabeza. Era una de las cosas más difíciles que jamás había hecho.
—No podemos arriesgarnos con un ataque nocturno —dijo—. Debemos ceñirnos al plan.
—Entonces atacamos al amanecer —dijo Lucas.
Sofía asintió. Al amanecer, todo estaría resuelto. Verían si ella recuperaba el reino de su familia, junto con el hombre que amaba, o si todos ellos estaban condenados a muerte.
—Atacamos al amanecer —dijo.
La brisa marina corría por la cara de Catalina, que se sentía verdaderamente libre por primera vez desde que podía recordar. Ver cómo Ashton se acercaba en la distancia le traía recuerdos de la vida que había tenido allí mientras fue una de los Abandonados, pero esos recuerdos ya no la poseían, y la rabia que traían parecía más un leve dolor que algo reciente.
Sintió que Lord Cranston se acercaba antes de que llegara a ella. Hasta ahí sus poderes habían vuelto. Esto sí que era suyo, no era nada que Siobhan o su fuente le hubieran dado.
—Atacaremos al amanecer, mi señor —dijo, girándose.
Lord Cranston sonrió al oírlo.
—La hora de costumbre para esto, aunque no hace falta que me llames eso ahora, Catalina. Somos nosotros los que hemos jurado servirle, su alteza.
Su alteza. Catalina sospechaba que nunca se acostumbraría a que le llamaran eso. Especialmente no por un hombre que había sido uno de los primeros en hacerle un lugar en el mundo en el que encajaba.
—Y, en serio, no hace falta que me llame eso —replicó Catalina.
Sorprendentemente, Lord Cranston consiguió hacer una elegante reverencia cortesana.
—Es quien eres ahora, pero de acuerdo, Catalina. ¿Haremos como que estamos de nuevo en el campamento y yo te estoy enseñando táctica?
—Sospecho que todavía tengo mucho que aprender —dijo Catalina. Dudaba que hubiera aprendido ni la mitad de lo que Lord Cranston podía enseñar durante el tiempo que formó parte de su compañía.
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