Morgan Rice - Una Corona para Los Asesinos

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La imaginación de Morgan Rice no tiene límites. En otra serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sofía y Catalina), huérfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un éxito inmediato. ¡Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros!--Books and Movie Reviews (Roberto Mattos)¡La nueva serie de fantasía épica #1 en ventas de Morgan Rice!En UNA CORONA PARA LOS ASESINOS (Un Trono para Las Hermanas—Libro Siete), Sofía, Catalina y Lucas por fin tienen la oportunidad de viajar en busca de sus padres, que hace tiempo perdieron. ¿Los encontrarán?¿Están vivos?Pero el viaje exige un precio. Ashton se queda sin gobernante y el Maestro de los Cuervos todavía está a la espera, preparado para atacar. Cuando el destino del reino está en la cuerda floja, la ayuda puede venir del lugar más improbable de todos: el Hogar de Piedra.UNA CORONA PARA LOS ASESINOS (Un Trono para Las Hermanas—Libro Siete) es es el libro #7 de una nueva y sorprendente serie de fantasía llena de amor, desamor, tragedia, acción, aventura, magia, espadas, brujería, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podrás dejar, lleno de personajes que te enamorarán y un mundo que nunca olvidarás.Pronto saldrá el libro #8 de la serie. poderoso principio para una serie mostrará una combinación de enérgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los jóvenes adultos, sino también a admiradores de la fantasía para adultos que buscan historias épicas avivadas por poderosas amistades y rivales.--Midwest Book Review (Diane Donovan)

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La imagen cambió y él estaba en un balcón, con un bebé en brazos. Por instinto, Emelina supo que era la hija de Sofía. Tenía un brillo que le recordaba los pensamientos de Sofía y Emelina quería alargar el brazo para proteger a la niña.

Pero aquí no había nada que pudiera hacer, excepto observar al Maestro de los Cuervos levantando a la bebé, mientras la sostenía por encima de su cabeza. Cuando los cuervos bajaron a comer…

Emelina respiraba con dificultad cuando volvió de golpe a su cuerpo, con el corazón acelerado. Alrededor del círculo, veía a otras personas mirando hacia arriba, aturdidas o sobresaltadas. Sabía que habían visto las mismas cosas que ella. De eso se trataba.

—Tenemos que ayudarles —dijo Emelina, en cuanto tuvo suficiente aliento para hacerlo.

—¿Qué? —preguntó Cora—. ¿Qué está pasando?

—El Maestro de los Cuervos va a quemar Ashton —dijo Emelina—. Va a matar al bebé de Sofía. Lo vimos en una visión.

Al instante, Cora fijó su expresión.

—Entonces debemos detenerlo. —Emelina vio que echaba un vistazo al círculo de gente—. Debemos detenerlo.

—¿Quieres que más de los nuestros mueran por vosotros? —exigió Asha desde el otro extremo del círculo—. ¿No cayeron los suficientes para darle el trono a vuestra amiga?

—Yo he oído hablar de este hombre —dijo Vincente—. Sería peligroso ir en su contra. Esto es pedir demasiado.

—¿Es pedir demasiado que ayudéis a salvar a una niña? —exigió Emelina, oyendo cómo alzaba su voz.

—No es nuestra hija —dijo Asha.

A su alrededor, el círculo zumbaba con pensamientos. Eso solo sirvió para que Emelina se enojara más, pues esto le recordaba cuánto poder había en el Hogar de Piedra.

—¿No es vuestra? —replicó Emelina—. Ella será la heredera al trono. Si alguna vez queréis que esto sea vuestro reino en lugar de un sitio del que esconderos, ella es responsabilidad vuestra tanto como de cualquiera.

Vincente negó con la cabeza.

—¿Qué querríais que hiciéramos nosotros? No podemos luchar contra todo el Nuevo Ejército de Ashton.

—Entonces traed aquí a la niña —respondió Emelina—. Bueno, traed a todo el mundo aquí. Puede que Ashton caiga, pero este es un sitio seguro. De hecho, se planeó para que fuera seguro. Tú mismo dijiste que había nuevas defensas.

—Defensas para nosotros —respondió Asha—. Muros de poder que conlleva un gran esfuerzo mantener. ¿Debemos defender una ciudad llena de gente que no puede contribuir a ello? ¿Qué siempre nos ha odiado?

Entonces Cora dio su opinión:

—Cuando vine aquí, me dijeron que el Hogar de Piedra era un lugar de acogida para todo aquel que lo necesitara, no solo para los que tenían magia. ¿Era mentira?

Sus palabras fueron recibidas con silencio y Emelina pudo adivinar cuál sería la respuesta incluso antes de que la diera Vincente.

—Nos obligasteis a ir a una lucha —dijo—. Por nuestra voluntad no escogeremos otra. Dejaremos pasar esta y renaceremos de nuestras cenizas. No podemos ayudaros.

—No queréis —le corrigió Emelina—. Y si no queréis hacerlo vosotros, ya lo haré yo.

—Ya lo haremos nosotras —dijo Cora.

Emelina asintió.

—Si no queréis ayudarnos, entonces iremos a Ashton. Nos encargaremos de que la bebé de Sofía esté a salvo.

—Moriréis —dijo Asha—. ¿Pensáis que podéis ir contra un ejército?

Emelina encogió los hombros.

—A lo mejor pensáis que me preocupa.

—Esto es una locura —dijo Asha—. Deberíamos evitar que os fuerais por vuestra seguridad.

Emelina entrecerró los ojos.

—¿Crees que podríais?

Sin esperar una respuesta, se levantó y se marchó del círculo. No tenía sentido discutir más y cada momento que esperaban era un momento en el que el bebé de Sofía estaba en peligro.

Tenían que ir a Ashton.

CAPÍTULO CUATRO

Sofía no había podido disuadir a nadie para que esta no fuera una boda fastuosa, aunque parecía ser lo que los nobles antes de ella hubieran preparado. Pero al mirar al prado de palacio, se alegró de no haber podido cancelarlo. Ver a tanta gente allí, sentir su disfrute solo hacía que ella rebosara felicidad.

—Hay mucha gente que quiere felicitarnos —dijo Sebastián, rodeándola con el brazo.

—Ya saben que yo sabré si realmente lo sienten, ¿verdad? —respondió Sofía. Se frotó la zona lumbar. Tenía un profundo dolor que hacía que deseara sentarse, pero también deseaba poder bailar con Sebastián, solo un poco.

—Realmente lo sienten —dijo Sebastián. Señaló hacia donde había algunas de las mujeres nobles de la corte de pie, o bailando con la música de instrumentos de cuerda y flautas—. Incluso se alegran por ti. Creo que les gusta vivir en una corte donde no tienen que fingir todo el rato.

—Se alegran por nosotros —le corrigió Sofía. Lo tomó de la mano y lo llevó hacia un lugar del prado que servía de pista de baile. Dejó que Sebastián la tomara en sus brazos y los músicos que había al lado los tomaron como referencia y bajaron un poco el ritmo del baile.

A su alrededor, la gente giraba, mucho más enérgicamente de lo que Sofía ahora podía. Ahora el dolor de su espalda se había extendido a la barriga y ella lo tomó como el momento en el que debía retirarse del baile. A un lado del prado, habían colocado dos sillas, bueno, dos tronos, para Sebastián y ella. Sofía cogió la suya con mucho gusto y Sienne fue corriendo a acurrucarse a sus pies.

—Me recuerda un poco al baile en el que nos conocimos —dijo ella.

—Existen diferencias —dijo Sebastián—. Para empezar, menos máscaras.

—Yo lo prefiero así —dijo Sofía—. La gente no debería tener la sensación de que debe ocultar quiénes son solo para divertirse.

También había otras diferencias. Aquí había tanto gente común como nobles, un grupito de comerciantes hablando en un lado, la hija de una tejedora bailando con un soldado. Había personas que habían sido contratadas como sirvientes, que ahora eran libres para unirse a las celebraciones en lugar de tener que servir en ellas. Varias chicas a las que Sofía reconocía de la Casa de los Abandonados estaban apartadas a un lado y parecían más felices de lo que nunca lo habían sido allí.

—Sus majestades —dijo un hombre, acercándose a ellos y haciendo una gran reverencia. Su vestimenta roja y dorada parecía brillar en contraste con su piel oscura, mientras que sus ojos eran tan pálidos que casi eran lavanda—. Yo soy el Alto Comerciante N’ka del Reino de Morgassa. Su magnífica majestad les manda la enhorabuena con motivo de su boda y me ha ordenado viajar hasta aquí para hablar de comercio con su reino.

—Estaríamos encantados de hablar de ello —dijo Sofía. El comerciante empezó a decir algo y una mirada a sus pensamientos dio a entender que tenía pensado negociar todo un tratado en ese mismo momento, allí mismo—. Pero tendrá que ser después del día de mi boda.

—Por supuesto, su majestad. Me quedaré en Ashton un tiempo.

—Por ahora, disfrute de las celebraciones —sugirió Sofía.

El comerciante ofreció una gran reverencia y se metió de nuevo en la multitud. Como si su acercamiento hubiera dado permiso a todos los demás, unas cuantas personas más se dieron a conocer, desde nobles que buscaban promoción a comerciantes con bienes para vender o gente común que tenía quejas. Cada vez, Sofía decía lo mismo que le había dicho al comerciante, con la esperanza de que eso bastara y que disfrutaran del resto de la noche.

El que parecía no estar disfrutando mucho de las celebraciones era Lucas. Estaba en un rincón con una copa de vino, rodeado de una selección de mujeres nobles jóvenes y guapas, pero aun así no había ninguna sonrisa en su cara.

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