El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia (1972), tenía como objeto estudiar las bases sociales de la creatividad colectiva en un momento en el que ésta se manifestó con especial intensidad. El punto de partida evidente era la primera interpretación importante sobre el tema, la realizada a mediados del siglo XIX por el historiador suizo Jacob Burckhardt, que buscaba atender a la relación entre la cultura y otros aspectos de la realidad histórica. Su tratamiento insuficiente de la sociedad y su desatención a la economía hacían esta interpretación incompleta en términos de la pujante historia social de principios de los años setenta. Más sugerentes a primera vista eran las propuestas procedentes de los estudios sociológicos sobre el tema de Alfred von Martin y de la tradición marxista de historia social del arte, representada por Frederick Antal y Arnold Hauser. Burke apreciaba en estos autores el intento de establecer una relación entre las innovaciones culturales y una nueva visión del mundo, racional, calculadora, pero le parecía escasamente fundamentada –y en buena medida anacrónica– la interpretación del Renacimiento italiano como cultura asociada al ascenso de la burguesía urbana. De ahí que hiciera suyas las críticas del historiador del arte Ernst Gombrich a un planteamiento que trataba el arte como un reflejo crudo de la sociedad y que recogiera también su propuesta de considerar ésta no en un sentido genérico, sino desde la investigación concreta de las condiciones materiales (sociales, institucionales y económicas) de la creación artística. Así, Burke se sirvió de las posibilidades que la informática entonces emergente ofrecía a los historiadores sociales interesados en el tratamiento estadístico de sus fuentes para preparar varios centenares de fichas de artistas, músicos y escritores de distintas ciudades italianas entre 1420 y 1540, para cuantificar grosso modo variables como los orígenes geográficos y sociales, o la formación y el estatus social de estos innovadores culturales. Apoyándose en los trabajos de Erwin Panofsky y en proximidad con Michael Baxandall, que entonces comenzaba a despuntar, trató también a fondo asuntos como las motivaciones de los artistas al realizar sus trabajos, las exigencias de sus patronos y clientes, los usos de las obras de arte y los gustos, las ideas y las tradiciones iconográficas y literarias de la época.
Sobre la base de esta reconstrucción de la cultura renacentista en su entorno social, Burke quiso ir más lejos de los planteamientos microsociológicos para volver a suscitar en los últimos capítulos cuestiones de carácter más general. Buscaba, además, corregir tanto la visión excesivamente homogénea y estática de la sociedad renacentista esbozada por Burckhardt, como las simplificaciones y los anacronismos de las interpretaciones marxistas. Para eso trazó un cuadro socialmente diversificado de las visiones del mundo, el marco social y los cambios a corto y largo plazo. Karl Mannheim y Max Weber le aportaron categorías útiles –como la misma «visión o concepción del mundo» y las formas de ejercer el poder– y estimularon la atención a los estilos de vida y las diferencias generacionales. Pero sobre todo, resulta en esta última parte muy notable la influencia de Annales. Braudel (además de Antal) sustanciaba la discusión sobre el proceso de «refeudalización» como tendencia de cambio social caracterizada por el predominio creciente de estilos de vida nobiliarios entre las elites urbanas y de actitudes cada vez menos innovadoras, más «rentistas» que «empresariales», mientras que Bloch inspiraba la propuesta de comparación de la Italia del Renacimiento con otras sociedades creativas, una cercana (los Países Bajos) y otra de fuera de Europa (Japón). Tanto o más importante, la noción de l’outillage mental, fundamental en el trabajo de Febvre sobre la religión de Rabelais, no sólo está muy presente en la reconstrucción de las concepciones del mundo renacentistas, atentas a las creencias, sentimientos y conocimientos existentes, sino que además impregna uno de los principales fundamentos del libro: la idea de que la tradición (el entorno, la estructura) limita a la vez que posibilita la innovación [6] Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
. No sorprende que en la introducción de la segunda edición del libro, el propio autor insistiera en la importancia de Annales en la que denomina interpretación de vía media entre la historia cultural clásica y la historia social del arte [7] Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
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Continuación y complemento del libro anterior fue, en cierto modo, Venecia y Ámsterdam: un estudio sobre las élites del siglo XVII (1974). La obra resultó de una apuesta firme por la historia social comparativa, en la que el autor pasaba del estudio de las elites creativas italianas a las elites políticas de dos importantes ciudades europeas entre 1580 y 1720. Siguiendo la propuesta metodológica de Bloch, se trataba de comparar sociedades similares, en este caso coincidentes en su economía predominantemente comercial y en su sistema de gobierno republicano. De nuevo, el historiador británico recurría a la biografía colectiva o prosopografía, en este caso de unos seiscientos personajes que ocupaban puestos en el senado veneciano y en el ayuntamiento de Ámsterdam. Este material, en buena medida archivístico, le permitió atender a sus papeles políticos, sus bases económicas, sus formas de reproducción social y su cultura, entendida ésta en términos de estilo de vida, actitudes, valores, educación y aficiones literarias y artísticas. El peso sustancial que tiene la cultura en la obra lleva a caracterizar este trabajo como una aproximación cultural a la historia social, a diferencia del libro anterior, que era una historia social de la cultura. Ambos coincidían, sin embargo, en la pretensión de valorar los elementos que favorecían o frenaban el cambio, en este caso las transformaciones sociales, planteadas en términos cercanos a los utilizados en el estudio de las elites culturales italianas. Se trataba aquí de analizar si en el siglo XVII las elites comerciales de Venecia y Ámsterdam siguieron arriesgando como «empresarios» o bien se convirtieron en «rentistas».
Como estudioso de las elites, Burke sigue las interpretaciones y categorías de los especialistas en el tema, en particular la teoría sobre la circulación de las elites del sociólogo Vilfredo Pareto, corregida por teóricos actuales como C. Wright Mills y R. A. Dahl. El novedoso tema resultaba además especialmente adecuado para intervenir en algunos debates importantes en la historia social del momento, tales como la Crisis del siglo XVII y el proceso de refeudalización. Considerando la selección de artículos de historia económica y social, publicados en la revista Annales por destacados historiadores de esa escuela y también marxistas, que el historiador británico acababa de editar, no sorprende que en Venecia y Ámsterdam dialogara con Carlo Cipolla (sobre la Revolución de los precios) y con Pierre Chaunu, Eric Hobsbawm y Fernand Braudel, sobre la crisis. Este último le proporcionó además la noción de cambio «inconsciente», es decir, el cambio no intencionado o basado en un cálculo de consecuencias, que pasó a formar parte del bagaje teórico característico del historiador cultural. En este sentido, el libro que comentamos resultó tremendamente rico, pues, a pesar de sus limitadas pretensiones teóricas, está salpicado de nociones procedentes de la antropología y la psicología social que acabaron ocupando un lugar de peso en su trabajo posterior. Así, encontramos referencias ocasionales a Max Gluckman, para discutir el conflicto y la cohesión social, a Erik Erikson, para una comparación lejana de los valores holandeses de frugalidad y limpieza con los de los iroqueses, y, sobre todo, a Erving Goffman, inspirador de unas páginas memorables sobre el vestido y los gestos de los patricios venecianos en términos de «fachada» o presentación social del yo, que constituyen un espléndido preludio de exploraciones futuras sobre el consumo ostentoso y el retrato.
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