Jane Austen - Novelas completas

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La autora inglesa
Jane Austen (1775-1817) es una de las voces más reconocidas de la literatura de habla inglesa, y quizás de la literatura universal. Sus obras fueron consideradas adelantadas a su tiempo por la forma de abordar temas como la percepción del rol de la mujer en la Inglaterra de transición entre los siglos XVIII y XIX, el matrimonio como instrumento de control social y el hermetismo y sectarismo de la alta sociedad inglesa.Siempre con una saludable dosis de humor e ironía, Austen escribió sobre temas complejos sin perder nunca de vista el entretenimiento que una historia interesante le podía brindar a sus lectores.Este volumen recoge sus novelas completadas en vida: «Sentido y Sensibilidad» (1811), «Orgullo y Prejuicio» (1813), «Mansfield Park» (1814), «Emma» (1815), «La Abadía de Northanger» (1818), «Persuasión» (1818) y «Lady Susan» (1871), aunque estas tres últimas fueron publicadas de manera póstuma, gracias a la creciente fama de la autora después de su temprana muerte.

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Con toda seguridad esta comparación le servirá de algo. Se dará cuenta de que sus propios sufrimientos no son nada. No provienen de una mala conducta y no pueden traerle desgracia. Al contrario, deberán hacer que en cada uno de sus amigos aumente la amistad hacia ella. La preocupación por su desventura y el respeto por la entereza que subyace a ella deberán reforzar todos los afectos. Utilice, sin embargo, su propia discreción para comunicarle lo que le he revelado. Usted debe saber mejor qué efecto tendrá; y si no hubiera creído muy seriamente y desde el fondo de mi corazón que pudiera serle de alguna utilidad, que pudiera aliviar sus sufrimientos, no me habría permitido perturbarla con este relato de las aflicciones que ha debido sufrir mi familia, una narración con la cual podría sospecharse que intento elevarme a costa de los demás. Elinor acogió estas palabras con hondísimo agradecimiento, asistida también por la certeza de que el conocimiento de lo ocurrido sería importante medicina para Marianne. —Para mí han sido más dolorosos —dijo— los esfuerzos de Marianne por liberarlo de toda culpa que ninguna otra cosa, porque eso la altera más de lo que puede hacer una cabal convicción de su indignidad. Aunque al principio sufra mucho, estoy segura de que muy pronto encontrará consuelo. Usted —continuó—, ¿ha visto al señor Willoughby desde que lo dejó en Barton? —Sí —replicó él muy serio—, una vez. Era inevitable encontrarme con él una vez. Elinor, sobresaltada por su tono, lo miró nerviosa, diciendo suavemente: —¡Cómo! ¿Se encontró con él para...? —No podía ser de otra forma. Eliza me había confesado, aunque muy a pesar suyo, el nombre de su amante; y cuando él volvió a la ciudad, quince días después de mí, nos citamos para encontrarnos, él para defender su conducta, yo para castigarla. Retornamos indemnes, y así el encuentro jamás se hizo público. Elinor suspiró ante lo fantasioso e innecesario de todo ello, pero tratándose de un hombre y un soldado, intentó no desautorizarlo. —Esa es —dijo el coronel Brandon tras una pausa— la desdichada semejanza entre el destino de la madre y el de la hija, ¡y de qué manera no he estado a la altura de las circunstancias en aquello que se me había encomendado! —¿Todavía está ella en la ciudad? —No; tan pronto se recuperó del parto, puesto que la encontré próxima a dar a luz, la llevé a ella y a su hijo al campo, y allí siguen hasta hoy. Al poco rato, pensando que estaba impidiendo a Elinor acompañar a su hermana, el coronel dio por finalizada a su visita, tras volver a recibir de ella el más sentido agradecimiento y dejarla llena de conmiseración y afecto por él. Capítulo XXXII Cuando la señorita Dashwood transmitió en detalle esta conversación a su hermana, como lo hizo sin perder tiempo, el efecto que tuvo en esta no fue por completo el que la primera había deseado. No fue que Marianne pareciera desconfiar de la autenticidad de lo relatado, pues a todo prestó la más sosegada y dócil atención, no objetó ni comentó nada, en ningún momento intentó justificar a Willoughby, y con sus lágrimas pareció mostrar que sentía imposible cualquier justificación. Pero aunque después su comportamiento le dio a Elinor la certeza de que sí había logrado convencerla de la culpabilidad del joven; aunque complacida pudo ver que, como resultado, Marianne ya no evitaba al coronel Brandon cuando las visitaba, conversaba con él, e incluso hasta por iniciativa propia, con una especie de compasivo respeto, y aunque la veía de un ánimo menos exasperadamente irritable que antes, no la veía menos desventurada. Su mente estaba estable, pero se había establecido en una sombría expresión. Le dolía más la pérdida de la imagen que tenía de Willoughby que el haber perdido su amor; el que hubiera seducido y abandonado a la señorita Williams, la miseria de esa pobre niña y la duda en torno a lo que alguna vez pudieron haber sido los propósitos del joven hacia ella misma, todo ello la deprimía de tal manera que no podía allanarse a hablar de lo que sentía ni siquiera con Elinor; y con su callado ensimismamiento en sus penas, hacía sufrir a su hermana más que si le hubiera abierto su corazón hablándole una y otra vez de ellas. Relatar lo que sintió y dijo la señora Dashwood al recibir y responder la carta de Elinor sería tan solo repetir lo que sus hijas ya habían sentido y dicho; una desilusión apenas menos traumática que la de Marianne, y una indignación mayor todavía que la de Elinor. Una tras otra les hizo llegar largas cartas, en las que les hablaba de su dolor y de lo que pensaba; expresaba su ansiedad y preocupación por Marianne y la llamaba a soportar con entereza su desgracia. ¡Terrible debía ser en verdad la aflicción de Marianne, cuando su madre podía hablar de entereza! ¡Qué vejatorio y humillante debía ser el origen de sus lamentos, para que la señora Dashwood no quisiera verla abandonándose a ellos! En contra de sus propios intereses y conveniencia, la señora Dashwood había decidido que, entonces, convendría más a Marianne estar en cualquier lugar menos en Barton, donde todo lo que su vista alcanzaba le recordaría intensa y dolorosamente el pasado, al hacerle presente en todo instante a Willoughby tal como allí lo había conocido. Así, les recomendó a sus hijas que por ningún motivo acortaran su visita a la señora Jennings, pues aunque nunca habían fijado con exactitud su duración, todos esperaban que abarcaría al menos cinco o seis semanas. Allí no podrían evitar las distintas ocupaciones, los proyectos y la compañía que Barton no les podía ofrecer y que, según esperaba, podrían de vez en cuando lograr que Marianne, sin estar en el caso, se interesara por algo más allá de ella misma e incluso se divirtiera un poco, por mucho que ahora rechazara menospreciando ambas posibilidades. En cuanto al peligro de encontrarse de nuevo con Willoughby, su madre opinaba que Marianne estaba tan a salvo en la ciudad como en el campo, dado que nadie entre quienes se consideraban sus amigos lo admitiría ahora en su compañía. Nadie, expresamente, haría que se cruzaran sus caminos; por descuido, nunca estarían expuestos a una sorpresa; y el azar tenía menos probabilidades de suceder entre la muchedumbre de Londres que en el aislamiento de Barton, donde podría imponerle a ella la presencia del joven durante la visita de este a Allenham con ocasión de su enlace, un hecho que la señora Dashwood había considerado en un principio como probable, y que ahora había llegado a esperar como cierto. Tenía todavía otro motivo para desear que sus hijas permanecieran donde estaban: una carta de su hijastro le había comunicado que él y su esposa estarían en Londres antes de mediados de febrero, y ella consideraba correcto que vieran de vez en cuando a su hermano. Marianne había prometido dejarse guiar por los consejos de su madre y se sometió entonces a ellos sin peros, a pesar de ser por completo diferente a lo que ella deseaba o esperaba y aunque la creía un perfecto error basado en razones equivocadas; un error que, además, al recomendarle la permanencia en Londres, la privaba del único consuelo posible a su miseria —la íntima compasión de su madre— y la condenaba a una compañía y a situaciones que le impedirían conocer ni un solo instante de tranquilidad. Sin embargo, constituyó un gran consuelo para Marianne el hecho de que aquello que le hacía daño significara un bien para su hermana; y Elinor, por su parte, sospechando que no dependería de ella evitar completamente a Edward, se tranquilizó pensando que aunque la prolongación de su permanencia en Londres atentaría contra su propia felicidad, sería mejor para Marianne que una precipitada vuelta a Devonshire. Su cuidado en proteger a su hermana de escuchar el nombre de Willoughby no fue inútil. Marianne, aunque sin saberlo, cosechó todos sus frutos; pues ni la señora Jennings, ni sir John, ni siquiera la misma señora Palmer, lo sacaron a relucir jamás frente a ella.Читать дальше
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