Isabelle B. Tremblay - Las Quimeras De Emma

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Emma se recupera con dificultades de su última relación sentimental. Durante un viaje de negocios fuera del país, conoce a dos hombres: Ian, un artista bohemio y Gabriel, un médico más bien cartesiano.
Después de una cita fallida con el artista, de cruza con el médico en circunstancias insólitas y se deja tentar por una aventura sin compromiso. Ian llega a su corazón por ser un ser libre, mientras que Gabriel hace que se sienta segura con su carácter estable y pragmático. Después del viaje de negocios, Emma vuelve a su casa, decidida a retomar su vida normal. Es entonces cuando se da cuenta de que desgraciadamente ha intercambiado su teléfono con el de Gabriel y descubre las repercusiones de esta aventura que ella creía efímera y sin consecuencias… Emma deberá entonces ahondar en sus heridas más profundas para liberarse por fin de ellas. ¿Y si las apariencias no engañasen? ¿Y si, a pesar de toda esta historia, el amor se encontrase realmente al final del camino?

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—Sí, Charlotte. Pasamos un rato muy agradable juntos ayer por la noche. Consiguió hacerme reír con su vivacidad y su humor...

Emma suspiró y puso su teléfono a su lado, alzando la mirada hacia Gabriel. Él esperaba, observándola minuciosamente.

—Supongo que está bien. Al menos, estaba bien la última vez que hablamos. ¿Quieres que te dé su número, supongo?

Emma sabía que Charlotte aceptaba los números, pero daba raras veces el suyo.

Las palabras habían salido de un modo expeditivo, sin que ella pudiera filtrarlos de antemano. Gabriel tenía un aire perplejo y fijó su mirada, ahora divertida, en la de su compañera de ascensor. Comprendió fácilmente que había tocado una fibra sensible, sin querer.

—Es muy amable de tu parte, pero no. Cuando quiero el número de una mujer, se lo pido directamente. No soy ningún adolescente, las mujeres no me dan miedo. ¿Tienes novio?

Gabriel observó a Emma más intensamente. Sonrió cuando su mirada se posó sobre su boca, ligeramente carnosa, que hacía una graciosa mueca enfurruñada. Comprendió que estaba causada por la irritación de haberle preguntado por Charlotte. Había preguntado educadamente para entablar una conversación entre dos desconocidos obligados a compartir un espacio tan minúsculo. Aunque las dos mujeres eran muy amigas, había podido adivinar que existía una mínima rivalidad entre ellas. Charlotte había conseguido despertar su interés la noche anterior, pero encontraba a Emma mucho más atractiva e interesante. Tenía un aspecto misterioso y serio que se correspondía mucho más a su propia naturaleza. Desprendía algo más profundo, menos superficial, que le incitaba a querer saber más sobre ella. También parecía que su personalidad era más cercana a la suya que la de Charlotte.

—No, no tengo novio.

—¿Qué edad tienes?

Emma rio brevemente. Gabriel no pudo evitar comparar su risa con una dulce melodía.

—¿No sabes que no se debe preguntar esto a una dama? — reaccionó ella fingiendo severidad.

—Soy realmente imperdonable. También es que soy muy curioso —dijo él levantando las dos manos en el aire y bromeando.

—¿Qué edad tienes tu?

—Treinta-y-nueve primaveras bien contadas.

El teléfono de Gabriel sonó en aquél mismo instante y respondió al segundo tono. Se puso a hablar en inglés y Emma se levantó para que no pareciera que escuchaba la conversación. Era casi inevitable en un espacio tan pequeño. Él colgó al cabo de dos minutos. Gabriel, hombre como era, dejó que sus ojos se posaran sobre las nalgas bien redondeadas de la mujer y sobre la cintura delgada y bien definida. Se imaginó perfectamente sus manos posándose sobre la curva de sus caderas, pero apartó rápidamente las imágenes de su cabeza. Estaba cansado y no era de su estilo dejarse llevar por ese tipo de pensamientos en este contexto. Esto no le impidió admirar el pecho de la joven, realzado por el cuello en V de la camiseta que llevaba puesta.

—Hace un momento, ¿decías que eres médico?

—Sí, soy especialista del corazón —respondió apartando la mirada.

Le incomodaba el contexto. Emma no le dejaba indiferente y tenía miedo de que ella pudiera adivinar el efecto que le provocaba. Se levantó y volvió al teléfono de emergencia para obtener un seguimiento de la situación. Su mano rozó la de Emma cuando pasó a su lado y se sintió turbado en lo más profundo de su ser. Emma le miró y se imaginó por un instante deslizar sus dedos por sus cabellos espesos. El deseo de ser Charlotte, por una noche, se hizo más fuerte. Una aventura sin compromiso durante un viaje de negocios. ¿Por qué se ponía tantas barreras? No lo sabía. Gabriel había colgado el teléfono de manera brusca y parecía irritado. Levantó la mirada hacia ella y le dio explicaciones, visiblemente intentando tranquilizarla.

—Todavía no consiguen volver a poner el ascensor en marcha. Dicen que hay un fallo mecánico fuera de su control. Van a hacer lo que puedan, pero vamos a estar a oscuras. Van a cortar la electricidad mientras envían a alguien para hacer las comprobaciones necesarias.

—¡Menuda suerte! —masculló Emma volviéndose a sentar y cogiendo su teléfono para escribir a Charlotte y explicarle la situación.

Gabriel se instaló al lado de la joven, la mirada todavía fija en ella, aunque ahora la luz se hubiera ido y estuvieran a oscuras. Su móvil vibró en su bolsillo y lo sacó para ponerlo a su lado. Su manó rozó de nuevo la de Emma que había hecho lo mismo con el suyo. Respiraban al unísono. Gabriel tomó la iniciativa, arriesgándose a hacer un gesto de acercamiento. Puso su mano sobre la de Emma y ella la apretó en lugar de apartarla. Sentía su rostro acercándose al suyo. Gabriel se detuvo a unos centímetros de su cara, como si esperara su permiso, y entonces besó a la joven que no opuso ninguna resistencia. Ella respondió a su beso con ardor. Con pasión. El momento era mágico. Emma había olvidado completamente a Ian y a Charlotte. Había olvidado donde estaba. Simplemente disfrutaba el momento presente. Carpe Diem. El presente que la vida le ofrecía. El beso que Gabriel le daba no podía compararse a nada que hubiera vivido antes. Emma aspiró el olor de Gabriel mientras este besaba su cuello, provocándole miles de cosquilleos en el bajo de su vientre. Todo su ser hervía de euforia y tenía la clara impresión de que el tiempo se había detenido. El único ruido que podía oír era el latido de sus corazones que tenían el mismo ritmo.

Emma no podía buscar su mirada en la oscuridad, pero sonrió como si pudiera verla. La situación era excitante. Podía comprender la emoción que vivía Charlotte. Se acordó de Pierrot Lafortune, un antiguo compañero de clase con quien había hecho el amor en la parte trasera de su coche, en el aparcamiento de un centro comercial, a altas horas de la noche. Debía tener 18 años. Fue el único momento de su vida en el que había corrido el riesgo de ser descubierta. Pero no era nada comparado con este momento. El éxtasis estaba en su apogeo, ya no era dueña de ella misma. Llevó toda su atención hacia Gabriel y sus caricias, por encima de su ropa, que le provocaban los más intensos escalofríos. Gimió cuando él pasó su mano por debajo de su jersey y rozó su vientre con las puntas de los dedos. Gabriel hacía subir la tensión y sabía que acariciar su piel, tan suave, le ayudaba en su tarea. La respiración de Emma se aceleró radicalmente en cuanto él deslizó sus dedos bajo su pantalón, lentamente, tanteando tímidamente en busca de un punto sensible para ella.

Emma comenzó a desabrochar el pantalón de su compañero y a abrir su cremallera, sin dejar de besarle apasionadamente. Titubeaba en sus movimientos. Torpemente, consiguió su objetivo. Se levantó un poco en el momento en el que él bajó su pantalón y sus braguitas con una mano más hábil que la suya.

—¿Te sientes bien? ¿Estás de acuerdo? —murmuró Gabriel mirando a la joven muy de cerca.

Ninguno de los dos veía bien al otro en una oscuridad casi total. Esto hacía la situación aún más excitante, ya que debían utilizar otras opciones, a cual más apetecible, para darse placer y descubrirse. Gabriel podía distinguir ligeramente su silueta, pero nada más que eso, de lo oscuro que estaba. Con la electricidad totalmente cortada, no tenían elección por el momento, y quizás era mejor así para esta experiencia nueva para ambos.

El tiempo se había detenido. Gabriel se comportaba como el niño que una vez había sido. Parecía tan lejos ahora. Estaba en un ascensor, en los brazos de una hermosa desconocida que había conocido por casualidad en este mismo ascensor. Una mujer que encontraba demasiado buena para él. Que parecía llevar en su interior una vulnerabilidad y una fuerza que le perturbaban. Raras veces había sido un amante, sino más bien un romántico enamorado. No entendía lo que estaba pasando ni le importaba. Los últimos meses habían sido duros para él en el plano sentimental, y no pensaba que hubiera podido conocer una pasión más a menudo descrita en los libros que había leído que vivida en sus propias carnes.

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