Victoria Aveyard - Trono destrozado

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UN REY SIN CORONA busca el sentido de un mundo turbado por la guerra.UNA PRINCESA PLATEADA confía su vida a un capitán Rojo en el caos de una tierra desconocida.DOS HERMANOS ENEMIGOS se encuentran por última vez.UNA MONARCA RENUNCIA a su reino para perseguir el amor.Y UNA HEROÍNA cuya chispa inició una revolución, descubre dónde descansar en paz.Adéntrate en el oscuro y peligroso mundo de Norta y los reinos contiguos con este volumen imprescindible, que incluye tres cuentos inéditos, así como numerosos mapas, árboles genealógicos, epílogos y mucho más. Esta colección magistral ofrece una mirada completamente nueva a los queridos personajes de la icónica serie La reina Roja, donde el poder es un juego peligroso y la única certeza es la traición.

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Coriane Jacos cenaba regularmente con Robert, lo mismo que con la reina Anabel. Ninguno de los dos escatimaba elogios para la joven, tanto así que los chismosos se preguntaban si la Casa de Jacos era en verdad tan débil como parecía. “¿Es un ardid?”, inquirían. “¿Una mala pantalla para esconder un rostro poderoso?” Los cínicos entre ellos tenían otras explicaciones. “Ella es una arrulladora, una manipuladora. Vio al príncipe a los ojos e hizo que se enamorara de ella. No sería la primera ocasión en que alguien infringe nuestras leyes por una corona.”

A Lord Harrus le deleitaba esta renovada atención. La usó como palanca para cambiar el futuro de su hija por tetrarcas y crédito. Pero era un mal practicante de un juego complicado. Perdía todo lo que le prestaban, porque apostaba a las cartas tanto como a los certificados del Tesoro y emprendía negocios costosos e irreflexivos para mejorar la región bajo su mando. Fundó dos minas a instancias de Lord Samos, quien le aseguró que había ricas vetas de hierro en las montañas de Aderonack. Ambas fracasaron en cuestión de semanas, sin producir otra cosa que tierra.

Julian era el único que tenía conocimiento de esas quiebras, y procuraba esconderlas a su hermana. Tibe, Robert y Anabel hacían lo propio, para resguardarla de los chismes más arteros, y se aliaron con Julian y Sara en el propósito de mantener a Coriane dichosamente sumida en su ignorancia. Claro que ella se enteraba de todo, a pesar de tantas precauciones. Y para que su familia y amigos no se preocuparan, para tenerlos a ellos felices, aparentaba ser la misma de siempre. Sólo su diario sabía del costo de tales mentiras.

Papá nos llevará directo a la ruina. Se ufana de mí con sus supuestos amigos, a los que les dice que seré la próxima soberana de este reino. Nunca antes me había prestado atención, e incluso ahora es ínfima y no por mi bien. Si me ama hoy es debido a otro, a Tibe. Sólo cuando alguien más ve valor en mí, él se digna a hacer lo mismo.

Por culpa de su padre soñaba en una prueba de las reinas en la que no ganaba, por lo que se le descartaba y devolvía a la antigua finca. Una vez ahí, se las arreglaba para descansar por siempre en el sepulcro familiar, junto al quieto y desnudo cuerpo de su tío. Cuando el cadáver se movía y unas manos se dirigían a su garganta, despertaba empapada en sudor y ya no podía conciliar el sueño el resto de la noche.

Julian y Sara me creen débil, frágil, una muñeca de porcelana que se hará añicos si la tocan , escribió. Peor todavía, empiezo a creer que están en lo cierto. ¿De veras soy tan quebradiza? ¿Tan inútil? De seguro puedo ayudar de algún modo, si Julian preguntara, ¿no? ¿Las lecciones de Jessamine son todo lo que puedo hacer? ¿En qué me estoy convirtiendo en este lugar? Dudo que recuerde incluso cómo reparar un circuito dañado. Ya no me reconozco. ¿En esto consiste volverse adulto?

Por culpa de Julian, se soñaba en una hermosa habitación cuyas puertas y ventanas estaban cerradas y en la que nada ni nadie le hacía compañía, ni siquiera libros. No había nada que la perturbara. La habitación se convertía siempre en una jaula de barrotes dorados que se encogía hasta herir su piel, y entonces despertaba.

No soy el monstruo que los rumores imaginan. No he hecho nada, no he manipulado a nadie. Ni siquiera he intentado utilizar mi habilidad desde hace meses, pues Julian ya no tiene tiempo para enseñarme. Pero ellos no lo creen. Veo cómo me miran, incluso los susurros de la Casa de Merandus. Incluso Elara. No la he oído dentro de mi cabeza desde el banquete, cuando sus mofas me arrojaron a los brazos de Tibe. Quizás esto le enseñó más que entrometerse. O tal vez teme mirarme a los ojos y oír mi voz, como si yo fuera un digno rival de sus susurros afilados. No lo soy, por supuesto. Estoy totalmente indefensa contra personas como ella. Quizá debería darle las gracias a quien inició el rumor. Impide a depredadores como ella convertirme en su presa.

Por culpa de Elara, soñaba que unos ojos azul hielo seguían cada uno de sus pasos y la veían ponerse una corona. La gente se inclinaba bajo su mirada y se burlaba cuando ella se volvía, pues conspiraba contra su reina recién coronada. Le temía y la odiaba en la misma medida, cada cual un lobo a la espera de que ella se revelara como un cordero. En el sueño entonaba una canción sin palabras que no hacía sino aumentar la sed de sangre de sus enemigos. A veces la mataban, otras la ignoraban y otras más la metían en una celda. Todos estos casos le impedían dormir por igual.

Hoy Tibe me dijo que me ama, que quiere casarse conmigo. No le creo. ¿Por qué querría tal cosa? Soy una persona insignificante, sin belleza ni intelecto, sin fuerza ni poder para ayudar a su reino. No soy para él más que una carga y un motivo de preocupación. Necesita alguien fuerte a su lado, una persona que sonría a los chismes y venza sus propias dudas. Tibe es tan débil como yo, un muchacho solitario sin un camino propio. Yo sólo complicaré las cosas. Sólo le traeré penas. ¿Cómo es posible que haga eso?

Por culpa de Tibe, soñaba que dejaba la corte para siempre, como Julian quería hacerlo para impedir que Sara se quedase ahí. Los lugares variaban cada noche. Huía a Delphie, Harbor Bay o las Tierras Bajas, o incluso a la comarca de los Lagos, cada una de ellas representada con matices de negro y gris. Ésas eran ciudades fantasmas que la devoraban y la escondían del príncipe y la corona que ofrecía. Pero también la asustaban. Y estaban vacías siempre, incluso de espíritus. En estos sueños, ella terminaba sola. Despertaba calmadamente de ellos en la mañana, con lágrimas secas y el corazón afligido.

Pese a todo, no tenía fuerzas para decirle que no.

Cuando Tiberias Calore, heredero del trono de Norta, se hincó a sus pies con un anillo en la mano, ella lo aceptó. Sonrió. Lo besó. Le dio el sí.

—Me has hecho más feliz de lo que creí ser nunca —le dijo Tibe.

—Conozco esa sensación —observó ella, y hablaba en serio.

Era feliz, sí, a su manera, y hasta donde sabía.

Pero hay una diferencia entre una vela en la oscuridad y un amanecer.

Hubo oposición entre las Grandes Casas. Después de todo, la prueba de las reinas era su derecho a casar al más noble de los hijos con la más talentosa de las hijas. Las Casas de Merandus, Samos y Osanos habían sido alguna vez las favoritas y sus hijas no se habían preparado para ser reinas sólo para que una cualquiera les arrebatara la corona. Pero el rey se mantuvo firme. Y había precedentes. Al menos dos reyes Calore se habían casado fuera del valladar de la prueba de las reinas. Tibe sería el tercero.

Como para pedir perdón por el desaire de la prueba de las reinas, el resto de las nupcias fue rígidamente tradicional. Se aguardó hasta que Coriane cumpliera los dieciséis años en la primavera siguiente para obtener el compromiso de matrimonio, lo que permitió a la familia real convencer, amenazar y comprar la aceptación de las Grandes Casas. Al cabo, todos aceptaron las condiciones. Coriane Jacos sería reina, pese a lo cual sus hijos estarían sujetos a bodas de conveniencia política. Aunque ella discrepó, Tibe se doblegó a este acuerdo y ella no pudo negarse.

Jessamine se atribuyó el mérito de todo, desde luego. Mientras cubrían a Coriane con su vestido de novia, una hora antes de que se casara con un príncipe, la vieja prima gorjeó al otro lado de un gran espejo:

—¡Mira tu porte, esos huesos son Jacos! Esbelta, grácil, como un ave.

Ella no sentía nada de eso. Si fuera un ave, podría irme volando con Tibe . Su diadema, la primera de muchas, se le clavaba en la cabeza. No era un buen augurio.

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