© Wade Matthews, 2012
Ilustración de cubierta: Dame! , tinta y lápiz sobre papel, Francis Picabia, 1920. © Francis Picabia, vecap, Madrid, 2012.
De esta edición:
© Turner Publicaciones S. L.
Rafael Calvo, 42
28010 Madrid
www.turnerlibros.comPrimera edición: octubre de 2012
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com
ISBN: 978-84-1542-767-4
Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni almacenarse en sistema recuperable o transmitido, en ninguna forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante fotocopia, grabación ni de otra manera sin previo permiso de los editores.
Preámbulo
Introducción
Primera parte: La libre improvisación en el contexto de la creación musical
I. Improvisar, componer, interpretar
II. Improvisar, interactuar I
III. Improvisar, interactuar II
Segunda parte: La libre improvisación y su relación con otras prácticas musicales
IV. Hermanas sonoras. La complementariedad de la improvisación y la composición
V. Improvisación y electroacústica
VI. Músicas de libertad. Las periferias de la libre improvisación
Tercera parte: Arte y oficio de la libre improvisación
VII. Instrumento y lenguaje
VIII. La escucha
IX. El silencio
X. El tiempo
XI. Dependencias y servidumbres
Cuarta parte: La proyección de la libre improvisación. Su enseñanza y programación
XII. Organizar, enseñar
Epílogo
Glosario
Bibliografía
Agradecimientos
Indice de nombres y temas
“¿Qué hace aquí este mi bemol?”.
La pregunta emergió en un seminario de doctorado sobre análisis musical en la universidad de Columbia, de Nueva York. Atravesábamos la presidencia de Ronald Reagan, pero había también otras razones para asustarse. Sobre los escasos alumnos admitidos unos de composición, otros de teoría– se inclinaba la enjuta figura del doctor E., un hombre cuya considerable estatura física –medía nada menos que 1,94 m.– se veía magnificada por su no menor estatura como músico y analista. Cual ballenero al arpón, clavó con su huesudo índice el mi bemol que nadaba desaprensivo en la partitura que teníamos ante nosotros, dirigiéndonos la pregunta con toda la sequedad propia de sus orígenes en el norte de Nueva Inglaterra.
Respondimos al unísono con un silencio tan contundente que sería la envida de cualquier improvisador; hasta que, fingiendo confianza, uno de los compositores contestó: “Pues porque suena de maravilla”.
“¡Venga, hombre! –espetó uno de los teóricos–, tiene que haber una razón mejor que ésa”.
Aquel día entendí por qué había optado por estudiar composición y no teoría. “El mundo se divide entre astrónomos y astronautas”, sentencia uno de los personajes de Parque Jurásico , y yo siempre me he encontrado entre los astronautas. No obstante, con el tiempo he visto que lo que distingue a un creador musical de otro, más allá de su oído, su pericia técnica o incluso su imaginación, son sus criterios. Interrogado acerca de qué preguntas planteaba con sus obras, Picasso respondió escuetamente: “No las planteo, las contesto”. Puede parecer una respuesta arrogante, pero no por ello resulta menos acertada. Habría que haberle preguntado: “¿Qué preguntas se plantea usted a la hora de pintar?”. O incluso: “¿Cuáles son las preguntas que le llevan a pintar?”. Quizá no hubiera sabido contestar, y quizá las preguntas que nos planteamos conscientemente como creadores no sean las que contestamos con nuestro trabajo artístico.
En todo caso, este libro, más que un análisis de la música resultante de la improvisación, pretende acercarse a algunos aspectos de su proceso. Se propone entender esta actividad, a la vez artística y social, a través de las preguntas que podemos formular acerca y a través de ella; aun cuando no sepamos qué estamos preguntando, y aun cuando la música resultante nos brinde respuestas, pero a otras preguntas. Son, pues, las reflexiones de alguien que practica la improvisación, que la ve desde dentro. Representa un esfuerzo por aclarar las cuestiones que plantea la misma praxis, además de aquellas que emergen de la experiencia de vivir como improvisador en esta sociedad.
Si Picasso compartía algo con su público, era el deseo, incluso la necesidad, de mirar. Y si los improvisadores compartimos algo con nuestro público, es el deseo, incluso la necesidad de escuchar; alguno diría, incluso, la imposibilidad de no escuchar. Quizá la clave de disfrutar, de entender (temible palabra ésta) la libre improvisación no esté en aprender a escucharla, sino en aprender a escuchar como escuchan los improvisadores. Así, este libro no intenta explicar la música, sino explorar el proceso de los músicos; poniendo el énfasis en tales procesos y no en uno u otro músico. No hay hagiografías aquí. “No busques seguir los pasos de los grandes hombres, busca lo que buscaban ellos”, reza el dicho zen. Tampoco hay autobiografía, más allá del inevitable hecho de que todo libro refleja de alguna manera las vivencias de su autor. Sí hay referencias a algunos músicos en particular, a algunos estilos, e incluso un par de anécdotas personales. Confiemos en que estén allí para ilustrar ideas, ya que, en la medida de lo posible, he querido evitar la mera descripción. Por lo demás, el lector no encontrará aquí un equivalente musical de la crónica deportiva: no es una historia de grandes figuras metiendo goles, y mucho menos de los que haya podido meter yo en algún momento. La estrella aquí no es el improvisador, sino la improvisación.
El presente libro no tiene vocación reivindicativa. Creo que la mejor defensora de la libre improvisación es la música que nace de ella. Sólo necesita que haya gente dispuesta a escuchar y capaz de oír. Aun así, ningún arte ocurre en un vacío, y la actitud de la sociedad en y para la que se crea es un elemento clave de su génesis. Vivimos en una sociedad sorprendentemente voluble, y parece apropiado que la libre improvisación refleje esta constante evolución con una música que vuelve a nacer en cada concierto. Su naturaleza alegremente proteica invita a todo menos a soportar el lastre de obras canónicas o a ensalzar a grandes figuras o estilos. Así, si al lector le quedara algo de este libro, desearía que fuese lo siguiente: que lo más importante no es saber quién es tal o cual figura, estilo o disco, sino levantarse del sofá e ir a presenciar un concierto de músicos comprometidos con esta práctica en el lugar en el que viva.
Siempre me han gustado las metáforas, y en este libro las utilizo constantemente; pero lo que más me gusta de ellas son sus huecos: allí donde fallan. Es entonces cuando vemos lo que tenemos entre manos. En este mismo sentido, las contradicciones y los errores tienden a ser muy útiles a la hora de ilustrar una idea. Recientemente, un guitarrista de Tenerife me comentó que el primer artículo que leyó sobre música improvisada era uno mío en el que, según decía, “me dedicaba a repartir cera”. Debo decir que este libro no está concebido como plataforma para atacar a nadie, ni colectiva ni individualmente. No obstante, no he vacilado a la hora de manifestar opiniones o posturas con las que no estoy de acuerdo siempre que sirvan para ilustrar algo más importante que la mera discrepancia. En aras de esta misma dialéctica, confío en que mis propias opiniones y fallos sean objeto de idéntico rigor en futuras publicaciones.
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