Julissa empezó a mirar la decoración ambigua del restaurante, en él se situaban copias de pinturas de grandes artistas, entonces señaló una en específico y me dirigió la mirada.
—¿Ves esa pintura de ahí? —Preguntó, señalándola con su dedo índice.
—Claro, ¿qué tiene?
—Una vez, cuando era niña, mi madre compró una copia de esas, la colocó en la sala, era su más grande adoración, durante años recorrió más de mil tiendas sin encontrarla, cuando lo hizo, convocó una reunión a la cual asistimos solo mi hermano y yo, donde ella inauguró oficialmente el lugar de su nueva adquisición en la sala. Tiempo después, con mi hermano jugábamos fútbol en la sala, una mala jugada nos hizo romper aquel cuadro —suspiró—. Nunca vi a mi mamá tan enojada, no nos cocinó un día y medio, sí que nos portamos mal. Han pasado como siete años y creo que aún me guarda resentimiento —colocó sus brazos en la mesa y reposó su quijada en estos.
Vi que ese recuerdo la doblegó levemente, lo único que se me ocurrió fue acariciar su cabello en actitud protectora, iba a darle palabras de aliento, pero fui interrumpido por el mesero que llegó con nuestra orden. Situó los dos platillos en la mesa y se marchó.
—Se ve muy rico —dije con intención de levantarle los ánimos.
—La verdad es que sí —indicó mientras agarraba los cubiertos.
La preparación de la comida estuvo excelente de modo que no hubo mucho tiempo para charlar, por ende los silencios tampoco eran del todo incómodos. Hasta que me pidió algo que no me esperaba.
—Andrés, me explicas cómo fue que tuviste el valor para hablarme por primera vez, lo siento, es que fue muy raro.
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